Nadie merece nada: contra la meritocracia y otras teorías del merecimiento

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Nadie merece nada: contra la meritocracia y otras teorías del merecimiento | Homo Minimus

Las 6.222 palabras de este artículo tienen como propósito eliminar para siempre de la faz de tu corteza cerebral la creencia errónea de que tú mereces algo o tienes mérito por algo y por tanto deberías recibir un trato especial o mejor que otros en la vida.

Dicho más directamente: pretendo que dejes de ser una llorona. Pretendo que no vuelvas a derramar una sola lágrima por lo que se te debe o por lo que crees que vales o mereces.

Junto con la mentalidad de crecimiento[1] de Carol Dweck, esta anti-creencia y su reverso —la creencia en la libertad individual y la responsabilidad personal por tus actos y resultados en la vida— puede propulsar tu existencia, dotarte de una carácter más aerodinámico e inaugurar un nuevo capítulo vital.
El precio (no pain, no glory): leer, comprender e interiorizar las 6.222 palabras siguientes.

Este artículo contiene prescripciones muy generales para la organización social con el fin de ilustrar y motivar mis prescripciones para el cambio personal. El principio general se aplica en ambos contextos.

Al final del artículo, proporciono referencias y una lista de definiciones. Te recomiendo que juegues al juego de suspender la incredulidad antes de empezar a jugar el juego de la crítica. Me tienes a tu disposición en los comentarios para aclarar, debatir o ampliar cualquier punto.

En los últimos años, en España y otros países occidentales con dificultades económicas, muchos universitarios han acabado sus carreras, obtenido sus títulos y se han encontrado con que no obtenían un puesto de trabajo acorde a su formación, muchos ni siquiera trabajo.

Algunos están reaccionando como el niño consentido al que por primera vez se le niega un capricho: primero el pasmo (“esto no me puede estar pasando a mí”), la sensación de haber sido engañados (“esto no es lo que me habían prometido”) , el enfado (“¡con todo lo que estudié o pagué por mi título!, cuatro o cinco años tirados a la sarama…”), y finalmente la ira jovenlandesal o indignación con el sistema, con la sociedad, ese ente abstracto que debería procurar su bien y que ahora le traiciona (“la sociedad está podrida, hay que cambiarlo todo”).

¿Cómo es posible que uno de los estratos más privilegiados de la sociedad y con más recursos, que es joven, tiene energía, salud, que ha podido acceder a una educación universitaria, que durante varios años no ha tenido que preocuparse por obtener sus medios de subsistencia y cuyos títulos han sido subvencionados al menos en el 80% en el caso de España [2] por el resto de los ciudadanos del país (incluyendo jóvenes de su misma edad que a los dieciocho años se pusieron a trabajar como camareros, repartidores o albañiles y que pagan impuestos para que otros jóvenes estudien), reaccione de esta manera?

Los argumentos para su indignación o ira jovenlandesal se reducen a tres, algunos los formulan explícitamente, otros hablan y actúan como si los creyeran :

Yolovalguismo: yo me he esforzado mucho para obtener un título, me dijeron que si lo hacía tendría un trabajo, y ahora no lo tengo o es precario, no está a la altura de mi formación y conocimientos.

Los políticos se han aprovechado de mí. Se han llevado todo. Yo no tengo nada. Ellos son los responsables.

La sociedad debería darme lo que yo deseo, porque yo lo merezco o me lo he ganado.

Porque yo lo valgo. Al primer argumento subyace la idea de que al esfuerzo personal, las largas de horas de estudio en el caso de los estudiantes, tiene valor por sí mismo. Veremos que lo que a uno le cueste algo NO es una medida del valor de ese algo: tu habilidad para pasar exámenes, adquirir conocimientos y desarrollar alguna destreza profesional, te ha costado mucho trabajo; pensemos que es así, ¿por qué piensas que eso tiene valor para alguien más allá de ti mismo?

Llove, ¡porco goberno! El segundo argumento tiene que ver con el lado oscuro de la libertad individual: la responsabilidad. Parece que nadie tiene ninguna influencia en sus circunstancias desfavorables (por supuesto sí en sus favorables), siempre son los otros, los políticos, el sistema, la sociedad, los banqueros, los que generan los problemas y los que por tanto son los responsables.


Yo lo merezco, me lo he ganado. Respecto al tercer argumento, hay en inglés hay una palabra que define muy bien la mentalidad que rodea al sentimiento de alguien que cree que merece tal o cual cosa: “entitlement” o “sense of entitlement”, la creencia de que uno tiene un privilegio o derecho en relación a algo; por ejemplo, a un cierto nivel de vida o a ser tratado de una manera especial por ser quien es o por algún mérito adquirido.

Pasemos a desmontar uno por uno los tres argumentos.

1. El valor de un bien o un servicio o una habilidad NO se mide por lo que cuesta obtenerlo

En el mundo de los profesionales independientes o trabajadores por cuenta propia, sobre todo en los novicios, se oye muchas veces hablar mal de los clientes que quieren pagar lo menos posible, que buscan chollos, que te piden descuentos, que te hacen bajar los precios. Molestan los clientes que regatean o que son duros negociadores o que se “aprovechan de la crisis” [3] para ofrecer precios más bajos. A veces se les califica de chantajistas.
Muchos hablan de que dedican mucho tiempo y esfuerzo o que se formaron durante largos años para poder ofrecer el servicio que ahora ofrecen y que solo piden un “precio justo”, y se sienten resentidos cuando los precios de mercado no satisfacen sus expectativas.

Es similar a lo que ocurre con los universitarios indignados sin trabajo. Creen que porque algo les costó mucho o les cuesta mucho, el valor para otro ser humano de sus habilidades o servicios también debe ser alto.
Subyace a este razonamiento una teoría errónea de lo que es el valor económico: creen que es algo objetivo que depende del esfuerzo, recursos y tiempo que se puso en su obtención. Huelga decir que la teoría del valor objetivo, específicamente la del valor-trabajo, está desbancada en economía desde hace mucho tiempo, también la del precio justo, que no es más que una jovenlandesalización de las tras*acciones económicas de los tiempos de la escolástica medieval.

La creencia que debería reemplazar a la anterior es la siguiente:

El valor de un bien o un servicio es subjetivo, depende de la persona que lo va a disfrutar, de sus preferencias y de las alternativas de las que dispone. No hay por tanto ningún precio justo relativo a ningún bien o servicio o habilidad.

El valor es el que la persona o personas que vayan a comprar y usar el bien o servicio consideren. El precio será el de equilibrio entre las partes contratantes en un momento y lugar determinados.

Llevándolo al terreno de los universitarios indignados: es posible que lo que vosotros sabéis hacer, vuestras habilidades académicas o profesionales, tengan poco o ningún valor para otros seres humanos, aunque espiritualmente o culturalmente tengan mucho valor para el que las ostenta . El valor de tu formación (o de cualquier cosa que ofrezcas) no es el que tú crees que tiene, es el que otros seres humanos determinen. El precio o salario que podrás obtener dependerá en última instancia del valor subjetivo que para otros seres humanos tenga lo que tú ofreces y la escasez relativa de tus servicios, y se reflejará en un precio de mercado, que no siempre coincidirá con lo que quieres o esperes.

Señor biólogo molecular (o filósofo estructuralista o cualquier otro universitario con un título de baja demanda), puede que sea decepcionante que las habilidades que tanto te costó adquirir no sean valoradas como te gustaría. Bienvenido al mundo real, estás a punto de salir de tu burbuja autista y empezar a considerar que hay otros seres humanos que valoran las cosas de forma distinta a ti. Es un gigantesco avance en tu proceso de maduración.

2.Tú eres el principal responsable

Martin Seligman, uno de los iniciadores del movimiento de la psicología positiva, el estudio de las condiciones que hacen más posible el bienestar subjetivo (=felicidad), las fortalezas y las virtudes humanas, comenzó su carrera y se hizo famoso por el estudio de la indefensión aprendida [4], una extensión de su interés sobre la depresión.

En su famoso experimento con perros situaba a los animales en una parte de una caja dividida en dos por una pequeña barrera que era fácilmente salvable cuando una descarga eléctrica les era administrada. Los perros aprendían rápidamente cómo evitar las descargas y saltaban de un lado a otro de la caja.

Con un grupo de perros, actuó de forma distinta: les administró descargas eléctricas completamente inevitables en intervalos aleatorios. Al día siguiente, les ponía en la caja anterior con la pequeña barrera. En las nuevas circunstancias, los perros podrían haber saltado y evitado la descarga simplemente saltando, pero sorpresivamente Seligman se encontró con que los animales se quedaban en su lugar, aullando lastimeramente y sin ni siquiera intentar saltar la valla.

Había sido capaz de inducir un estado de indefensión aprendida en los perros, el equivalente a la depresión humana y la creencia asociada de que todo lo que uno haga no tiene efecto en el mundo y por tanto uno está a merced de las circunstancias y factores externos.

Da la sensación de que muchos de los indignados con el mundo son como perros de Seligman que creen que nada de lo que hagan tiene influencia sobre sus resultados individuales, que al final necesitan de un político, burócrata y un decreto gubernamental que les proporcione lo que desean en la vida, sin que sus esfuerzos marquen gran diferencia.

Pero son unos perros de Seligman muy especiales: los resultados de su conducta que no les gustan o satisfacen son causados por los políticos, los banqueros o los malvados especuladores. Los que les gustan, como el aprobar exámenes o acumular conocimientos y habilidades, son exclusivo mérito suyo, nada tienen que ver el resto de los ciudadanos que vía impuestos les pagaron sus estudios.

La libertad para hacer con tu vida lo que mejor consideres (estudiar lo que quieras, por ejemplo), las libertades individuales para que los demás no interfieran con tus decisiones o lo hagan lo menos posible, requiere de un acompañante necesario: la responsabilidad, la capacidad de asumir la autoría de los propios actos y sus consecuencias: las buenas y las malas.
Este acompañante necesario, la responsabilidad, es el que parece estar ausente de las marchas indignadas de mucha gente.

El universitario que estudió filosofía o sociología o biología molecular y se encuentra que no hay demanda para su trabajo, que la industria nacional no necesita tantos especialistas en Heidegger o estructuralistas o expertos en teoría evolutiva. ¿Le engañaron? Hizo aquello que le gustaba, algo por lo que quizá sentía vocación; por supuesto, no se preocupó demasiado en averiguar la probabilidad de rentabilizar esas habilidades. Una vez, más el autismo como actitud ante la vida: tengo libertad para hacer lo que quiera con mi vida, pero después no acepto sus consecuencias, que nadie me va a pagar por hacer lo que más me gusta o que no voy a conseguir un trabajo acorde a mi formación.

3. Para recibir valor de otro ser humano tienes que hacer algo por otros seres humanos

La clase universitaria son la parte cultural e intelectualmente favorecida de la sociedad. En un alto porcentaje en Hispanoamérica y España, y también en el resto de Europa Occidental pertenecen a la clase media-alta y provienen de familias de más elevado nivel cultural.

Muchos universitarios muestran una actitud elitista. No solo parten de una situación en general ventajosa sino que se arrogan privilegios que están vedados para el resto de los ciudadanos. Por alguna razón, es el resto del mundo el que tiene que solucionarles la papeleta y después de pagarles una carrera (sus padres o el Estado) han de proporcionarle un trabajo acorde a sus expectativas.

Si no lo hacen, se frustran, se sienten rebajados porque su nivel es superior al de los trabajos que les ofrecen e incluso muchos no obtienen trabajo (aunque la tasa de paro universitaria es sensiblemente inferior a la de los jóvenes con menor nivel educativo).

A estos sentimientos y creencias subyace una actitud ensimismada, casi solipsista: la única realidad del mundo es la que yo percibo, los únicos problemas son mis problemas. Se les olvida que en una sociedad de libre mercado (yo diría “sociedad libre”, a secas) para obtener valor (retribución, salario, beneficios) has de entregar valor (productos y servicios útiles para otras personas), que nadie debería tener el privilegio de recibir algo a cambio de nada, y que para obtener los recursos materiales que necesitas para vivir el tipo de vida que deseas tienes que esforzarte todos los días por satisfacer necesidades de otras personas.

Has de crear y entregar valor para obtener valor. Y ese valor es juzgado por los que van a pagar y disfrutar del presunto valor, no por ti.
Tienes que comprender a otros seres humanos, tienes que saber lo que quieren, tienes que producir algún bien o servicio que alguien esté dispuesto a comprar y tienes que ofrecerlo a un precio que sea aceptable por el comprador o usuario.

Muchos universitarios, que se creen especiales o con algún derecho a algo por el hecho de haber cursado estudios universitarios, dicen que ya aportan valor a la sociedad.

El problema es que a diferencia de un tendero, un artesano, un electricista o un empresario, no creen necesitar pasar la prueba de creación de ese valor a través del mercado, a través de otros seres humanos que reconozcan que sus habilidades son valiosas y decidan pagar voluntariamente por ese presunto valor producido por el universitario.

Da la sensación de que por ser quienes son, universitarios jóvenes y sobradamente preparados, ya crean valor o han creado valor para el mundo, que el resto de la sociedad les debe estar agradecidos y automáticamente retribuirles sus maravillosas cualidades intelectuales y conocimientos especializados.

La ideología social subyacente: la teoría del merecimiento y la meritocracia

Todas las creencias anteriores que he intentado rebatir se engloban y hacen más tolerables a través de dos posiciones que mucha gente considera justas y que hacen que actitudes elitistas o de búsqueda de privilegios, o simplemente autistas y ensimismadas, parezcan más aceptables: la meritocracia y la teoría del merecimiento.

He ilustrado el concepto con la clase de los estudiantes universitarios indignados. Con toda seguridad he sido injusto con una amplia mayoría de universitarios, que no corresponden al prototipo del universitario indignado, consentido, elitista y autista. Pero son tics que muchos compartimos en mayor o menor medida.

El ejemplo de los universitarios pagados de sí mismos es un síntoma de un fenómeno o ideología social más amplio.

La meritocracia se basa en la creencia de que debemos ser retribuidos con dinero, reconocimiento o cargos en las organizaciones empresariales o públicas según los méritos que hayamos hecho.

En la antigua Grecia, se hubiera hablado de aristocracia o gobierno de los mejores [5]. Platón, por ejemplo, consideraba la república aristocrática como el mejor sistema de gobierno para el hombre.

Platón defendió la aristocracia, el gobierno de los mejores. Presentó el modelo de Rey-filósofo, el gobierno de los sabios.

Más adelante, la aristocracia se ha visto como un gobierno de gente privilegiada, de la clase aristocrática; si bien al principio la aristocracia tenía que ver con méritos guerreros o servicios extraordinarios recompensados por el rey o monarca, al tras*mitirse los títulos nobiliarios por herencia, el carácter de “gobierno de los mejores” perdió su naturaleza originaria.
Es por eso que hoy en día se prefiere hablar de meritocracia, en vez de aristocracia, y asociarla a las cualidades personales, el talento, la habilidad intelectual, la inteligencia, el esfuerzo o las pruebas superadas; o se habla más en general de merecimiento y se hace depender además de méritos jovenlandesales definidos ampliamente o la pertenencia a grupos desfavorecidos históricamente o con especiales dificultades (mujeres, gayses, gente con minusvalías, etnias presuntamente marginadas, etc.). De esta manera, la teoría del merecimiento se convierte en un cajón de sastre de muchos tipos de merecimiento que se usan para legitimar el tratamiento especial o diferenciado a determinadas personas o grupos sociales.

¿Qué problema encuentro con la meritocracia y el merecimiento?

A pesar de su buena prensa, creo que la meritocracia y la teoría del merecimiento son contraproducentes, tanto en el nivel personal como en el de organización social. ¿Quién decide quién tiene mérito o quién se lo merece? ¿Quién determina cómo hay que retribuir el mérito?

No digo que desde un punto de vista jovenlandesal no exista mérito o merecimiento. Todos hacemos juicios de esta naturaleza con nosotros y los demás, pero estos juicios tienden a estar sesgados: hacia nuestra particular visión del mundo, los valores que preferimos o la gente por la que sentimos más simpatía.

Por ejemplo, considero que un chico que viene de una familia de clase baja y con mucho esfuerzo y estudiando por las noches mientras trabaja por el día tiene más mérito que uno de clase acomodada que también estudia pero solo tiene que preocuparse por el lugar al que va a ir a esquiar en las vacaciones de Navidad. También creo que se merece más ser un profesional de éxito aquel que ha consagrado su vida al cultivo de su profesión que aquel que ha llegado a una cierta posición por frecuentar un elitista club de golf y conocer al consejero delegado en la empresa que le contrata o por haber compartido pupitre en un elitista colegio privado.

¿Pero podríamos organizar una sociedad en función del mérito o el merecimiento? ¿Sería conveniente? La respuesta a ambas preguntas es NO.
Primero. Cada persona tiene una idea de lo que es mérito y lo que es merecimiento; solo podría organizarse la sociedad si una particular visión del mérito o el merecimiento se impusiera a los demás.

Segundo: tampoco sería conveniente. Cuando tú compras o haces uso de un bien o un servicio producido por una persona u organización o contratas a un empleado no te importa o no puedes saber si el productor o el empleado pasó largas horas produciéndolo o si tuvo una infancia difícil o si estudió mucho cuando era joven; lo que te importa es que obtengas una satisfacción de ese bien y el empleado sea un trabajador productivo y fiable.

En caso de igualdad de valor recibido, elegirás probablemente el que menor coste tenga, el que produzca más eficientemente el bien o servicio que quieres disfrutar; también contratarás el empleado que esté dispuesto a trabajar por lo mínimo proporcionando la misma calidad en su trabajo y el que sea más fiable (y es posible que consideres más fiable aquel que pertenece a tu círculo social y comparte tus valores).

¿Hemos de pagar por la utilidad real de lo que se produce u ofrece o por el mérito y el merecimiento?

Si lo hacemos por lo segundo, no creamos incentivos para que se produzca lo que más satisfaga a las personas . Además, nadie está dispuesto a pagar por cualidades jovenlandesales o circunstancias personales, solo pagará en función de lo que obtiene. Una vez más, necesitaríamos imponer a las personas precios arbitrarios que jamás pagarían si no fuera por la obligación legal establecida por el poder de turno.

Tercero. Si tú crees que alguien merece algo o tiene algún mérito, y estás dispuesto a pagar a un determinado tipo de personas con exclusión de otras sin importar el coste o la calidad del servicio, estás en tu derecho de dirigir tus recursos monetarios a las personas que desees comprándoles a ellos o contratándoles preferentemente o efectuando donaciones o favores personales que mejoren sus circunstancias.

En el caso anterior de la empresa que contrata directivos amigos del colegio o del club de golf, el consejero delegado en ejercicio de la libertad de empresa está legitimado para contratar como directivos solo a hombres de raza blanca, de ideología conservadora y de su círculo social de clase alta; si esa política es ruinosa para su empresa serán los accionistas los que se encargarán de pedirle cuentas, no el jovenlandesalismo o el decreto de un gobierno o la presión de una asociación feminista.

De la misma manera, si tú tienes un cargo de responsabilidad en una empresa con propietarios preocupados por la “justicia social”, el “comercio justo” y los “pueblos oprimidos”, puedes dedicarte a contratar solo minúsvalidos, feministas con licenciaturas en estudios de género y másteres en patriarcado o gente de bajos recursos económicos.

El mercado, los compradores con su voto monetario, harán que esa empresa sea rentable o no lo sea, y sus accionistas decidirán si quieren seguir invirtiendo su dinero —incluso incurriendo en pérdidas— para promover sus ideas de justicia social o protección de los desfavorecidos u otras gentes con especiales merecimientos. El resto de la gente no debería interferir con esas decisiones libres de propietarios y consumidores.

Lo que discuto aquí no es tu juicio jovenlandesal o el mío sobre lo que determinadas personas o grupos merecen —si el tuyo o el mío son los correctos—, sino si estamos legitimados para imponer a otras personas o empresas nuestros juicios, o si a través del Estado hemos de obligar a unos a que favorezcan a otros; por ejemplo: que los ciudadanos vía impuestos tengan que subvencionar trabajos bien renumerados para los universitarios que acaban la carrera en España.

Mi tesis principal en este artículo es que cada persona, como individuo o en asociaciones voluntarias, debería administrar sus particulares teorías de la meritocracia y el merecimiento y no imponerlas coactivamente, de forma legal o de otras maneras, a aquellos que no las comparten.

¿Es útil que yo piense en mi vida, logros y relaciones personales en términos de merecimiento o mérito?

Ahora pasamos a la dimensión meramente personal –de organización individual de la propia existencia– de la teoría del mérito y el merecimiento.
Iván Entusiasmado[6] lo explica muy bien en uno de sus artículos. Todo lo que he argumentado sobre la imposibilidad o ineficiencia de organizar una sociedad en función del mérito o el merecimiento, lo aplica a la esfera de la acción personal.

Es aquí donde se ve que ninguno de nosotros, incluso los supuestamente más indignados y defensores de los pobres, los marginados o los estudiantes sin trabajo, actúamos en las relaciones con otros seres humanos en función del merecimiento o el mérito. Todos los seres humanos casi siempre, casi todo el tiempo, actuamos en función de nuestros intereses. No entro en si me parece bien o mal, solo digo que está es la realidad. Si no te gusta, cambia de planeta. Mejor, de universo.

[…]Tú no quieres quedar a cenar con la chica que más lo merece, quieres quedar con la chica que más te gusta. Tú no quieres irte de viaje con el hombre que más lo merece, sino con el que más te atrae. Tú no trabajas para la empresa que más merecería que trabajaras para ella, sino para la empresa que más te paga. Tú no vas a veranear al lugar que más lo merecería, sino al que más te atrae.

Ciertamente, hay ocasiones en que hasta el más pragmático de nosotros siente que está en su interés por emoción, por pena o por otro mecanismo psicológico hacer las cosas por las personas porque lo merecen o tienen un mérito especial (por ejemplo, porque han sufrido o sufren mucho o han hecho un determinado esfuerzo), pero eso solo te incumbe a ti, no puedes obligar a los demás a que sientan o actúen como tú.

[…] Quizá a veces puedas actuar por pena. Quizá a veces vas a un restaurante que te da lástima porque están pasando dificultades, o a veces acompañas a un amigo que te da pena porque lo pasa mal, pero eso pasa muy pocas veces. La mayor parte de las veces, haces lo que más conveniente te resulta a ti.

Por último, Entusiasmado recalca la teoría subjetiva del valor que apunté arriba: el valor de cualquier cosa que entregas es lo que considera quien lo recibe, no lo que te ha costado ni siquiera lo que tú crees que vale:

[…] Como las personas te darán en función de lo que les interese, tú has de darle a los demás lo que necesiten.
Porque lo importante respecto a los demás, tanto da que sea amor, amistad o relaciones sociales, es lo que ofreces. Puedes ofrecer muchas cosas: diversión, satisfacción de necesidades sentimentales, apoyo, conocimiento. Pero sea lo que sea te has de centrar en ofrecer valor a los demás. El valor que ellos desean recibir.

Lo más razonable, por tanto, es que si quieres que te vaya bien en tus relaciones con otras personas es que no exijas lo que crees merecer o aquello para lo que tienes mérito, sino que te esfuerces por detectar las necesidades de otras personas, amigos, familia, amantes, jefes, y las satisfagas de la mejor manera para así a cambio obtener en reciprocidad también tú valor entregado por ellas en un intercambio libre y voluntario.

No vayas por ahí diciendo que el mundo te debe los medios de subsistencia. El mundo no te debe nada. Estaba aquí antes que tú.
—Mark Twain

¿Cómo te suenan estos argumentos en defensa de la autonomía y la responsabilidad personal? ¿Fuera de lugar? ¿Tienen o no sentido psicológico según tu experiencia? ¿No conoces a nadie cercano que actúe en la vida según sus intereses?
¿Tú quieres a tu novia solo porque se lo merece, hace obras sociales y acumula muchos méritos?
¿Tú quieres a tu novia porque se lo merece o tiene gran mérito o porque tiene las cualidades físicas y psicológicas que más gratas te resultan? Si te gusta una chica, ¿la intentas persuadir para que esté contigo y te conceda sus favores y amistad o bien la obligas a que te dé lo que mereces?
Si en la esfera de la acción personal, es obvio que nadie debe obligar a nadie a aceptar nuestras particulares opiniones sobre quién merece qué y quién tiene tal o cual mérito, y ninguna persona civilizada usaría la fuerza para ello, ¿por qué nos cuesta tanto extrapolar este comportamiento tan razonablemente jovenlandesal a la sociedad en general?

Con independencia de los argumentos jovenlandesales, políticos, económicos, es conveniente que en la esfera personal nos conduzcamos COMO SI tuviéramos libertad de acción, no absoluta, pero sí sustancial, y COMO SI los resultados de nuestros actos fueran nuestra responsabilidad

De otro modo, nuestra probabilidad de tener una buena vida se reduce o se hace dependiente de la buena voluntad de otras personas: correríamos el peligro de convertirnos en animales siempre temerosos de recibir la siguiente descarga eléctrica del capitalista, el banquero o el político de turno, aullando, quejándonos y anegándonos en el resentimiento y con la única esperanza de que apareciera un dictador benevolente –democrático o no– que nos arreglara la vida.

Nuestra libertad de acción siempre estará limitada por los recursos personales y económicos de que disponemos, el efecto de nuestros actos dependerá del azar y de otros factores, pero si no creemos en la libertad individual para elegir y en nuestra responsabilidad en las cosas que nos pasan en la vida, estamos perdidos, inermes, como los perros de Seligman, incapaces de saltar la barrera que nos conduzca a una mejor vida.

Los que no tienen éxito económico en la vida no carecen (necesariamente) de mérito o de merecimiento

Volvamos al tema inicial de los universitarios indignados porque la sociedad, el gobierno, los ciudadanos a través de sus impuestos, o las empresas NO les faciliten la vida y les proporcionen el tipo de trabajo e ingresos que ellos desean.

Hay que añadir un elemento que a veces se olvida cuando se argumenta a favor de la libertad individual y la responsabilidad personal:
Los que tienen éxito en la vida, viven bien y ganan mucho dinero legalmente no siempre se lo “merecen” (según muchas teorías del merecimiento), no siempre se han esforzado para ello o no más que otra gente honrada con resultados más mediocres .

Al contrario, muchos de los que tienen éxito económico o consiguen trabajos que les satisfacen es porque proceden de buenas familias, han tenido padres que han intentado proporcionarles la mejor educación a su alcance, han gozado de salud y no siempre se han esforzado más o han sido mejores personas que otros a los que no les ha ido tan bien. Muchos han tenido simplemente suerte, gente con igual o más talento no la tuvo y quedó relegada. Y muchos disfrutan de un nivel de vida superior por el patrimonio recibido por herencia y los contactos familiares.

El éxito económico y la felicidad dependen de muchísimos factores, muchos incontrolables. No podemos prever todo el futuro ni el resultado de nuestros actos, y luchando y trabajando mucho podemos fracasar económicamente. La mala suerte, la enfermedad, las circunstancias influirán en el resultado final.
Por eso, es un error pensar que si alguien toma malas decisiones en la vida o le va mal o no encuentra trabajo o no el trabajo que desea y le satisface más es porque no ha sido responsable, no se ha esforzado, no ha sudado sangre para vivir de otra manera. Puede que sea así y puede que no.

El mercado NO SIEMPRE RECOMPENSA el talento , el esfuerzo o el mérito, y mucho menos la bondad u otras cualidades jovenlandesales deseables. Pero sí que obliga a todos los agentes a satisfacer necesidades de otros seres humanos, aunque sea buscando exclusivamente el provecho propio.

En síntesis, el mercado es estructuralmente altruista [7], aunque las personas que lo componen no lo sean: te obliga a aportar valor a otros seres humanos, lo desees o no, porque esa es la única forma de que tú obtengas a cambio valor en una tras*acción voluntaria. Si no entregas valor percibido así por otro ser humano, no recibirás tampoco valor.

Los defensores de la libertad individual y la responsabilidad personal como principios de la organización social se equivocan cuando enfatizan que el éxito se obtiene por personas virtuosas, talentosas y esforzadas, porque indirectamente están implicando que el fracaso personal y económico es el resultado de una personalidad blanda o de la falta de mérito, esfuerzo o talento.

Si los defensores de la libertad individual suponen lo anterior, como se entiende implícitamente en muchos discursos liberales y conservadores, al enfatizar que el rico se lo merece y tiene todo el mérito, se corre el riesgo de convertir en resentidos a los perdedores en la carrera del estatus y el éxito social económico: pocos soportaríamos sin rebelarnos el fracaso, el bajo nivel socioeconómico, la insatisfacción con nuestras vidas, si además se nos calificara de perezosos, de carentes de talento o de viciosos sin carácter, aunque fuera verdad: sería incompatible con la autoestima y la autoimagen.
Trazando un paralelo en el terreno de las relaciones personales: si a pesar de todos tus esfuerzos por tener una matrimonio feliz con una mujer agradable, las cosas no resultan, no hemos de pensar que eres un tipo que no se ha esforzado o que no sirves para las relaciones humanas o que tienes la desgracia matrimonial que te mereces.

Consideraríamos que es mejor que te sientas responsable de tu vida y tus decisiones personales porque eso te da más posibilidades de intentar con éxito una segundo matrimonio o relación sentimental, nunca deberíamos decirte que has fracasado porque no te mereces nada mejor o no hiciste mérito alguno.

A modo de conclusión

En el caso con el que empezamos al principio del artículo, el universitario que eligió biología molecular como vocación sin tener en cuenta o prediciendo mal las salidas laborales, estudió lo que quiso, fue feliz durante cuatro o más años, haciendo lo que quería.

Ahora se encuentra sin trabajo y tendrá que emigrar fuera de España o trabajar en trabajos que no le satisfagan el resto de su vida.
Él es el responsable, él lo eligió libremente entre las opciones que se le presentaron (no todas las que querría). Pero eso no le vuelve en una mala persona ni en un simple: quizá la carrera tenía muchas salidas laborales cuando empezó y ahora con la crisis económica no tiene perspectiva alguna en España.

La libertad para hacer lo que quieras con tu vida dentro de tus posibilidades (sin interferir coactivamente en las vidas y planes de los demás) y la responsabilidad de asumir las consecuencias de los actos son elementos constituyentes de una filosofía política y jovenlandesal que no es una panacea: no garantiza la felicidad de todos y cada uno de los seres humanos, ni la igualdad de oportunidades para todos ni mucho menos de resultados, si es que eso fuera importante para ti, pero al menos permite organizar la vida en sociedad de una forma digna, pacífica y respetuosa con la propiedad privada y las decisiones de los individuos.

Esta filosofía político-jovenlandesal es también una buena opción personal, si quieres tomar las riendas de tu vida y hacer lo que esté en tus manos por mejorarla.
Es una buena opción porque te potencia, te orienta a la acción, mitiga las quejas y la actitud autocomplaciente a la que todos somos propensos, y dirige tus esfuerzos de forma empática para satisfacer las necesidades de otros seres humanos, lo que es una de las pocas formas legítimas de animar a que alguien decida también satisfacer las tuyas.

-
Referencias

[1] Mentalidad de crecimiento. Concepto acuñado por la psicóloga Carol Dweck, especialista en teorías del yo. Se opone a la mentalidad fija.
[2] El Estado paga al menos el 80% del coste universitario. Artículo en libertad digital.
[3] Muchos profesionales independientes se quejan de lo duro que es negociar. Artículo en el blog ‘Siempre con algo en la cabeza‘. Se alude al “precio justo”. Algunos comentaristas recurren a su alto nivel de expertismo, su esfuerzo y su formación para demandar una retribución más alta que la ofrecida. También claman contra las empresas que se aprovechan de la crisis negociando bajos precios.
[4] Artículo sobre el modelo de indefensión aprendida de Seligman.
[5] Entrada en wikipedia sobre la Aristocracia. En inglés. “Modern depictions of aristocracy tend to regard it not as a legitimate aristocracy (rule by the best), but rather as a plutocracy (rule by the rich).”
[6] Blog de Entusiasmado. Aplica la teoría del valor subjetivo y los intercambios voluntarios a las relaciones personales.
[7] “El capitalismo es estructuralmente altruista“: frase de Juan Ramón Rallo. Yo he usado una variante: “El mercado es estructuralmente altruista”. Extracto Video de 1m33ss de Juan Ramón Rallo en conferencia Egoismo, altruismo, capitalismo y bien común. Video completo de 50m32ss.
Algunas definiciones

Mercado: conjunto de personas, empresas e instituciones que intercambian libremente, bienes, servicios, trabajo y capital. Es decir, la gente comerciando libremente, sin más imposiciones o coacciones que el marco general establecido por leyes generales de obligado cumplimiento.

MercadoS: mercado. La gente tomando decisiones libremente, sin coacción.

Los famosos “mercados”… En flickr: https://flic.kr/p/3SxGf
Libertad individual: libertad de hacer lo que uno quiera con sus recursos personales y económicos sin interferencia de terceros y sin interferir a su vez en la libertad de los demás para hacer lo mismo.El sistema legal marca los límites de la propiedad, que son en gran parte los límites de la acción personal.

Este tipo de libertad NO es una libertad para hacer cualquier cosa que me gustaría hacer o satisfacer cualquier necesidad o deseo que pueda tener, por básico que me pueda parecer, tampoco es una garantía de que lograré lo que quiero en la vida.

Es una libertad para hacer lo que pueda dentro del límite de mi autonomía personal y propiedad sin ser bloqueado coactivamente por otros seres humanos.

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¿Os habéis leído el artículo???

Por vuestros comentarios, pareciera que no...

A mi me ha parecido muy bueno. Demasiado largo y engorroso (se puede sintetizar muchísimo más), pero creo que da en el clavo.

Es más, creo que alguno de los comentarios acusa de decir exactamente justo lo contrario de lo que dice...

Es que el autor no merece que yo pierda mi tiempo leyéndolo. :D
 
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