Vlad_Empalador
Será en Octubre
Vox es una amenaza para la democracia
@iescolar
Rocío Monasterio en un mitin de Vox EUROPA PRESS
23 de abril de 2021 23:30h
142
Vox es una amenaza para la democracia española, para la convivencia pacífica y para la propia libertad que dice defender. Exactamente igual que Trump en Estados Unidos. Igual que ocurre en Francia con Le Pen.
Ha sido así desde el primer momento. No es una novedad. Pero el extremismo de Isabel Diaz Ayuso y la caída de Vox en las encuestas ha llevado a sus líderes a endurecer su discurso de repruebo aún más.
Parece difícil adelantar por la derecha al PP de Ayuso sin salirse de la carretera. Y eso explica en gran medida que Vox se haya desnudado como lo que siempre fue: un partido fascista, contrario a los valores democráticos, y que nadie en la izquierda o la derecha –o en la prensa seria– debería normalizar como otro más.
Vox busca cada día una nueva provocación y utiliza en su campaña las mismas técnicas que el fascismo inventó en los años 20 y 30. Deshumanizar al rival, al que convierten en "enemigo" al que hay que echar del país. Provocar enfrentamientos en barrios populares a los que se desprecia como "estercoleros culturales". Manipular los datos (y las fotos) para azuzar el repruebo contra los más débiles, los migrantes menores de edad, a los que tachan de forzadores en "manadas". Y por último banalizar amenazas de fin enviadas con balas de fusil a políticos de otros partidos.
Hace pocas semanas, una sede de Podemos sufrió un ataque terrorista con un artefacto explosivo. Hace unos meses, un hombre simuló un fusilamiento a varios miembros del Gobierno –unas amenazas que después archivó la Audiencia Nacional–. Hace ya casi un año que Pablo Iglesias, Irene Montero y sus tres hijos viven sitiados por un acoso permanente y diario en la puerta de su domicilio. Han llegado a entrar en su casa en alguna ocasión.
Ese acoso en la casa de Iglesias y Montero no ha parado. Sigue ocurriendo cada día. Todos los días. Nadie fen la política española vive hoy algo ni lejanamente similar. Y tampoco es comparable con el famoso escrache en la casa de la exvicepresidenta Soraya Sáenz Santamaría –que puede criticarse y considerarse inaceptable– porque aquello solo duró 20 minutos y solo ocurrió en una ocasión. Este acoso, diario e impune, es simple y llanamente fascismo. Un fascismo que alienta Vox.
Sugerir que las gravísimas amenazas de fin que han recibido Pablo Iglesias y el ministro Fernando Grande-Marlaska y la directora de la Guardia Civil, María Gámez, son "una invención del Gobierno", como dijo Rocío Monasterio, es algo más que una provocación. Es fomentar esa misma violencia, en una espiral de repruebo que espero no vayamos a lamentar.
Son amenazas que hay que tomarse muy en serio. Porque hay precedentes de cuáles pueden ser las consecuencias de esta extrema polarización. Ya ha pasado recientemente en Europa, en Reino Unido, con el asesinato de la diputada laborista Jo Cox en la campaña del Brexit, como recuerda Iñigo Sáenz de Ugarte en su crónica de hoy.
No dudo de que Vox también habrá sufrido pedradas, escupitajos, lanzamiento de bemoles y otras formas de violencia que considero inaceptables y condeno sin paliativos. Pero hoy no hablamos de bemoles o de insultos, sino de balas de un fusil militar enviadas al domicilio de varias personas con amenazas de fin.
Pero Vox no solo es una amenaza para la democracia porque se esté comportando en esta campaña electoral como un troll de Twitter que busca llamar la atención. Lo es también porque cuestiona los pilares fundamentales de toda democracia. El derecho a la representación, cuando plantea ilegalizar a una parte de la izquierda y a la gran mayoría de los partidos que votan vascos y catalanes. La soberanía popular, que reside en ese Parlamento que ha elegido a este Gobierno de coalición, que Vox tacha de ilegítimo. Las derechos y libertades más básicos, como que un ciudadano español no puede ser expulsado del país por ser neցro e ir en la lista de Iglesias, como pidió Vox para Serigne Mbayé.
Equiparar esta amenaza con Unidas Podemos o con el espantajo de una 'dictadura comunista' es una burda manipulación. El comunismo español participó de forma activa en el regreso de la democracia a España, mientras que Vox es heredero ideológico declarado de esa dictadura que, durante décadas, secuestró la libertad. Unos gobiernos asesinos, los de la dictadura, que Santiago Abascal considera mejores que el actual.
Vox no es un fenómeno pintoresco o anecdótico. Es un peligro real para la convivencia democrática: igual que Trump, igual que Le Pen. Forma parte de una misma ola internacional que está amenazando a las democracias en medio mundo, y que nace de una polarización extrema que alimentan las redes sociales y la desinformación. Es un fenómeno que afecta a todo el espectro ideológico, que se ha radicalizado. Un escenario donde el fascismo nada a sus anchas: si el debate político se convierte en una pelea de bar, ganará siempre el más matón.
No creo que todos los votantes de Vox sean fascistas. Tampoco pido su ilegalización, creo que sería un error. Pero no hay equidistancia posible entre el fascismo y la democracia para cualquiera que de verdad defienda la palabra libertad.
- No hay equidistancia posible entre el fascismo y la democracia para cualquiera que de verdad defienda la palabra libertad
- — Vox incendia la campaña al no condenar las amenazas a Iglesias
@iescolar
23 de abril de 2021 23:30h
142
Vox es una amenaza para la democracia española, para la convivencia pacífica y para la propia libertad que dice defender. Exactamente igual que Trump en Estados Unidos. Igual que ocurre en Francia con Le Pen.
Ha sido así desde el primer momento. No es una novedad. Pero el extremismo de Isabel Diaz Ayuso y la caída de Vox en las encuestas ha llevado a sus líderes a endurecer su discurso de repruebo aún más.
Parece difícil adelantar por la derecha al PP de Ayuso sin salirse de la carretera. Y eso explica en gran medida que Vox se haya desnudado como lo que siempre fue: un partido fascista, contrario a los valores democráticos, y que nadie en la izquierda o la derecha –o en la prensa seria– debería normalizar como otro más.
Vox busca cada día una nueva provocación y utiliza en su campaña las mismas técnicas que el fascismo inventó en los años 20 y 30. Deshumanizar al rival, al que convierten en "enemigo" al que hay que echar del país. Provocar enfrentamientos en barrios populares a los que se desprecia como "estercoleros culturales". Manipular los datos (y las fotos) para azuzar el repruebo contra los más débiles, los migrantes menores de edad, a los que tachan de forzadores en "manadas". Y por último banalizar amenazas de fin enviadas con balas de fusil a políticos de otros partidos.
Hace pocas semanas, una sede de Podemos sufrió un ataque terrorista con un artefacto explosivo. Hace unos meses, un hombre simuló un fusilamiento a varios miembros del Gobierno –unas amenazas que después archivó la Audiencia Nacional–. Hace ya casi un año que Pablo Iglesias, Irene Montero y sus tres hijos viven sitiados por un acoso permanente y diario en la puerta de su domicilio. Han llegado a entrar en su casa en alguna ocasión.
Ese acoso en la casa de Iglesias y Montero no ha parado. Sigue ocurriendo cada día. Todos los días. Nadie fen la política española vive hoy algo ni lejanamente similar. Y tampoco es comparable con el famoso escrache en la casa de la exvicepresidenta Soraya Sáenz Santamaría –que puede criticarse y considerarse inaceptable– porque aquello solo duró 20 minutos y solo ocurrió en una ocasión. Este acoso, diario e impune, es simple y llanamente fascismo. Un fascismo que alienta Vox.
Sugerir que las gravísimas amenazas de fin que han recibido Pablo Iglesias y el ministro Fernando Grande-Marlaska y la directora de la Guardia Civil, María Gámez, son "una invención del Gobierno", como dijo Rocío Monasterio, es algo más que una provocación. Es fomentar esa misma violencia, en una espiral de repruebo que espero no vayamos a lamentar.
Son amenazas que hay que tomarse muy en serio. Porque hay precedentes de cuáles pueden ser las consecuencias de esta extrema polarización. Ya ha pasado recientemente en Europa, en Reino Unido, con el asesinato de la diputada laborista Jo Cox en la campaña del Brexit, como recuerda Iñigo Sáenz de Ugarte en su crónica de hoy.
No dudo de que Vox también habrá sufrido pedradas, escupitajos, lanzamiento de bemoles y otras formas de violencia que considero inaceptables y condeno sin paliativos. Pero hoy no hablamos de bemoles o de insultos, sino de balas de un fusil militar enviadas al domicilio de varias personas con amenazas de fin.
Pero Vox no solo es una amenaza para la democracia porque se esté comportando en esta campaña electoral como un troll de Twitter que busca llamar la atención. Lo es también porque cuestiona los pilares fundamentales de toda democracia. El derecho a la representación, cuando plantea ilegalizar a una parte de la izquierda y a la gran mayoría de los partidos que votan vascos y catalanes. La soberanía popular, que reside en ese Parlamento que ha elegido a este Gobierno de coalición, que Vox tacha de ilegítimo. Las derechos y libertades más básicos, como que un ciudadano español no puede ser expulsado del país por ser neցro e ir en la lista de Iglesias, como pidió Vox para Serigne Mbayé.
Equiparar esta amenaza con Unidas Podemos o con el espantajo de una 'dictadura comunista' es una burda manipulación. El comunismo español participó de forma activa en el regreso de la democracia a España, mientras que Vox es heredero ideológico declarado de esa dictadura que, durante décadas, secuestró la libertad. Unos gobiernos asesinos, los de la dictadura, que Santiago Abascal considera mejores que el actual.
Vox no es un fenómeno pintoresco o anecdótico. Es un peligro real para la convivencia democrática: igual que Trump, igual que Le Pen. Forma parte de una misma ola internacional que está amenazando a las democracias en medio mundo, y que nace de una polarización extrema que alimentan las redes sociales y la desinformación. Es un fenómeno que afecta a todo el espectro ideológico, que se ha radicalizado. Un escenario donde el fascismo nada a sus anchas: si el debate político se convierte en una pelea de bar, ganará siempre el más matón.
No creo que todos los votantes de Vox sean fascistas. Tampoco pido su ilegalización, creo que sería un error. Pero no hay equidistancia posible entre el fascismo y la democracia para cualquiera que de verdad defienda la palabra libertad.