Clavisto
Será en Octubre
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Mi primera novia tenía un pequeño problema de halitosis. Aparte de eso estaba bastante bien: era morenita tanto de pelo como de piel, los labios carnosos y unos ojos bastante grandes para la estatura que gastaba. La primera vez que nos enrollamos lo hicimos en un oscuro callejón cerrado de tan mala planta que por allí no podrían entrar ni salir nada más que tractores. Apoyados en la pared le metí bien la lengua apretándola fuerte contra mi pecho. Ella respondió y poco a poco intenté tocarle una berza por debajo de toda la ropa que llevaba puesta. Por tres o cuatro veces, justo cuando estaba alcanzando su ardiente y duro seno, me retiró la mano. Pero al final se dejó hacer mientras nos comíamos la boca como si no lo hubiésemos hecho nunca antes, que era ni más ni menos lo que estaba pasando. Y ya enfebrecido y con el nabo loco bajé la mano hacia su pantalón, toqué un poco de pelo y...ahí se acabó la función: aquello era demasiado para una chica de buena familia, supongo. Salimos abrazados a la calle. Era una noche de invierno. Recuerdo caminar en silencio agarrándonos de la cintura, parando cada dos por tres a darnos tiernos besos bajo la fría luz de aquellos faroles de hierro fundido que mal alumbraban las estrechas calles del barrio antiguo, mirándonos a los ojos con una sonrisa tan grande como para dudar de que alguien más estuviera sonriendo en el mundo entero. Después la dejé en casa de sus padres y yo me fui a la de los míos. Éramos unos críos de catorce años. Ella contaba los días y las semanas que llevábamos juntos. Íbamos a la misma clase, tenía que estar con ella todo el rato y en fin...que yo también quería estar con mis amigos. Estuvimos saliendo un par de meses y al final lo dejamos. Lo dejó, más bien, cosa que no me importó demasiado. Algún tiempo después me dijeron que se había metido a monja o algo por el estilo.
Luego hubo otra, una que siempre llevaba de carabina a su mejor amiga, una chica antiestética pero "muy enrollada" y todo eso. La mía venía rebotada de una relación que había durado cerca de un año, cosa que en sus breves ausencias para ir al baño o a pedir bebidas era aprovechada por la amiga para contarme lo mal que lo había pasado con su ex y lo bien que la veía conmigo. Yo ya estaba un poco hasta los huevones de que cada dos por tres saliera el susodicho, pero bueno: esta, aunque igual o más posesiva que la primera, era mucho más fruta y al final acabé metiéndosela en el parque en una noche de verano. Pero el otro siempre estaba ahí de espíritu presente y antes que lo estuviera de cuerpo me fui por patas lejos del par de dos.
Vinieron algunos rolletes todavía más pasajeros y a los dieciocho conocí a una chica de la que me enamoré de verdad. Creo que el enamoramiento es eso, querer estar siempre con una persona y pensar en ella cuando no lo estás. Y lo tremendo es que durante el año que estuvimos más o menos juntos no hicimos nada. Nada. Aún hoy no sé qué fue aquello. Fue la primera vez que lo pasé mal cuando se acabó. Hasta que empecé a pinchar música en un garito y por primera y última vez entré en el circuito de los que pillan cacho cuando les apetece. Pero aquello acabó colapsando y yo, por fin, entré al redil de la vida que nos anunciaban nuestros padres.
Apareció otra mujer. Era muy guapa, muy joven y se enamoró de mi. Estuvimos juntos muchos años y una tarde que estaba borracho me dejó. Ya había pasado alguna vez pero esta pronto me di cuenta de que no había marcha atrás. Me hundí. Una noche desperté a eso de las cuatro de la mañana después de haberme acostado bien ciego. Fui al salón y encendí el ordenador que tres meses atrás, uno más tarde del final de la relación, me había regalado mi preocupada progenitora para que estuviera entretenido con algo, aunque no había servido de mucho. La pobre había venido una tarde al piso con su cuñado (el manitas de la familia) para que lo instalara y lo dejara listo. Conociéndome sabía que yo no lo hubiera hecho ni viviendo cuatro veces. Todavía tengo un armario sin acabar de ensamblar por completo y ya van para trece los años que llevo aquí. Y antes se caerá como ya se está cayendo que yo acabe de formarlo. Tan sólo espero que no pille a la gata cuando lo haga.
Esa noche estaba delante del ordenador, poniendo su nombre en el buscador, cuando miré por el móvil y no lo vi. Empecé a buscar por toda la casa y seguí sin verlo. No recordaba nada. De pronto vinieron flashes del tugurio donde había acabado y me entraron los siete males: "¿y si me llama hoy? -me dije aún sabiendo que me lo había bloqueado apenas dos semanas después de dejarme- ¿y si ahora mismo, iluso, está llamándote y tú estás sin el puñetero teléfono? ¡jorobar, Dios!" Pero recordé que otras veces me había pasado lo mismo y lo había solucionado llamándome con el fijo del ordenador. Tan sólo había que marcar mi número de móvil y este respondería con su grito de auxilio desde la cocina, o de la habitación del gato aquel que tuve, o del abrigo que no me ponía, o del frigorífico, o la taza del water o lo que fuera. Descolgué, marqué y dio tono.
- ¿Sí?
Era ella. Sin darme cuenta había marcado su número. Se oía ruido y jaleo. No me salían las palabras.
- ¿Sí?
- Soy yo, perdona, me he equivocado.
- Ah, vale -dijo tranquila. Y colgó.
Ni adiós, ni nada. De fiesta. No pensamientos mágicos, no grandes esperanzas, no volver a empezar, no nada. De fiesta. Me quedé petrificado. Hasta olvidé la búsqueda del teléfono que a la mañana siguiente aparecería olvidado en nuestro bar. Pero esa misma noche, en ese mismo momento, me olvidé de ella aunque todavía me costara aceptarlo algo más de tiempo.
Nueve años después sigo solo. He estado con casadas que me he tirado al amanecer en el polígono; con buenas chicas por antiestéticas que se dejaban sobar en busca de la penúltima intentona por pillar marido; con desequilibradas que me hicieron suspirar de alivio cuando vi que al despertar se iban de mi casa; con separadas con hijo pequeño, piso mediano y pizza grande y casera; con pilinguis de teléfono disponible mientras te la chupan en el coche.
Hace un par de noches estaba en la cama con la gata. Se puso entre mis piernas, le hice una foto y se la envié a mi progenitora. Tuvo una durante dieciocho años que se le murió hace tres y un hombre que le duró los cincuenta y dos años que la fin esperó para llevárselo hace nueve meses. Y ya no quiere ni una ni otro, si es que alguna vez quiso otra cosa.
- Qué hermosa -respondió por Wasap
- Pero guerrera -dije
Y un minuto después escribió otro
- Te quiero mucho
Estupefacto, tardé un poco más en responderle
- Yo también
Yo también te quiero.
Luego hubo otra, una que siempre llevaba de carabina a su mejor amiga, una chica antiestética pero "muy enrollada" y todo eso. La mía venía rebotada de una relación que había durado cerca de un año, cosa que en sus breves ausencias para ir al baño o a pedir bebidas era aprovechada por la amiga para contarme lo mal que lo había pasado con su ex y lo bien que la veía conmigo. Yo ya estaba un poco hasta los huevones de que cada dos por tres saliera el susodicho, pero bueno: esta, aunque igual o más posesiva que la primera, era mucho más fruta y al final acabé metiéndosela en el parque en una noche de verano. Pero el otro siempre estaba ahí de espíritu presente y antes que lo estuviera de cuerpo me fui por patas lejos del par de dos.
Vinieron algunos rolletes todavía más pasajeros y a los dieciocho conocí a una chica de la que me enamoré de verdad. Creo que el enamoramiento es eso, querer estar siempre con una persona y pensar en ella cuando no lo estás. Y lo tremendo es que durante el año que estuvimos más o menos juntos no hicimos nada. Nada. Aún hoy no sé qué fue aquello. Fue la primera vez que lo pasé mal cuando se acabó. Hasta que empecé a pinchar música en un garito y por primera y última vez entré en el circuito de los que pillan cacho cuando les apetece. Pero aquello acabó colapsando y yo, por fin, entré al redil de la vida que nos anunciaban nuestros padres.
Apareció otra mujer. Era muy guapa, muy joven y se enamoró de mi. Estuvimos juntos muchos años y una tarde que estaba borracho me dejó. Ya había pasado alguna vez pero esta pronto me di cuenta de que no había marcha atrás. Me hundí. Una noche desperté a eso de las cuatro de la mañana después de haberme acostado bien ciego. Fui al salón y encendí el ordenador que tres meses atrás, uno más tarde del final de la relación, me había regalado mi preocupada progenitora para que estuviera entretenido con algo, aunque no había servido de mucho. La pobre había venido una tarde al piso con su cuñado (el manitas de la familia) para que lo instalara y lo dejara listo. Conociéndome sabía que yo no lo hubiera hecho ni viviendo cuatro veces. Todavía tengo un armario sin acabar de ensamblar por completo y ya van para trece los años que llevo aquí. Y antes se caerá como ya se está cayendo que yo acabe de formarlo. Tan sólo espero que no pille a la gata cuando lo haga.
Esa noche estaba delante del ordenador, poniendo su nombre en el buscador, cuando miré por el móvil y no lo vi. Empecé a buscar por toda la casa y seguí sin verlo. No recordaba nada. De pronto vinieron flashes del tugurio donde había acabado y me entraron los siete males: "¿y si me llama hoy? -me dije aún sabiendo que me lo había bloqueado apenas dos semanas después de dejarme- ¿y si ahora mismo, iluso, está llamándote y tú estás sin el puñetero teléfono? ¡jorobar, Dios!" Pero recordé que otras veces me había pasado lo mismo y lo había solucionado llamándome con el fijo del ordenador. Tan sólo había que marcar mi número de móvil y este respondería con su grito de auxilio desde la cocina, o de la habitación del gato aquel que tuve, o del abrigo que no me ponía, o del frigorífico, o la taza del water o lo que fuera. Descolgué, marqué y dio tono.
- ¿Sí?
Era ella. Sin darme cuenta había marcado su número. Se oía ruido y jaleo. No me salían las palabras.
- ¿Sí?
- Soy yo, perdona, me he equivocado.
- Ah, vale -dijo tranquila. Y colgó.
Ni adiós, ni nada. De fiesta. No pensamientos mágicos, no grandes esperanzas, no volver a empezar, no nada. De fiesta. Me quedé petrificado. Hasta olvidé la búsqueda del teléfono que a la mañana siguiente aparecería olvidado en nuestro bar. Pero esa misma noche, en ese mismo momento, me olvidé de ella aunque todavía me costara aceptarlo algo más de tiempo.
Nueve años después sigo solo. He estado con casadas que me he tirado al amanecer en el polígono; con buenas chicas por antiestéticas que se dejaban sobar en busca de la penúltima intentona por pillar marido; con desequilibradas que me hicieron suspirar de alivio cuando vi que al despertar se iban de mi casa; con separadas con hijo pequeño, piso mediano y pizza grande y casera; con pilinguis de teléfono disponible mientras te la chupan en el coche.
Hace un par de noches estaba en la cama con la gata. Se puso entre mis piernas, le hice una foto y se la envié a mi progenitora. Tuvo una durante dieciocho años que se le murió hace tres y un hombre que le duró los cincuenta y dos años que la fin esperó para llevárselo hace nueve meses. Y ya no quiere ni una ni otro, si es que alguna vez quiso otra cosa.
- Qué hermosa -respondió por Wasap
- Pero guerrera -dije
Y un minuto después escribió otro
- Te quiero mucho
Estupefacto, tardé un poco más en responderle
- Yo también
Yo también te quiero.