Clavisto
Será en Octubre
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El domingo, día del Señor, es el reservado por los mozos viejos de nuestro pueblo para ponerse guapos y salir de paseo con los amigos.
Con raras excepciones siempre van los mismos, siempre van vestidos igual, siempre beben lo mismo y siempre hablan de lo mismo, a grandes voces a medida que van consumiendo alcohol, porque normalmente cada uno paga una ronda, aunque al ser numerosas las estaciones de penitencia a veces, sólo a veces, la rueda se para en la mitad. Pero seguro que llevan la cuenta para que en la siguiente vuelva a ponerla a rodar quien se fue de rositas en la anterior: no son orates con el dinero. Nadie es orate con su dinero. Sólo los políticos se hacen los orates con el dinero, pero es con el ajeno, claro, "ser chulo cuesta las cortesanas" dice un dicho de aquí.
Los mozos viejos se conocen de toda la vida, desde pequeños, cuando las grandes cuadrillas están en proceso de formación, como las células que van uniéndose para formar algo más grande y complicado, entonces parece como si de allí fuera a salir algo nuevo, diferente y decisivo, pero poco después uno se da cuenta de que lo diferente y decisivo se encuentra en las berzas de las chicas, y es ahí, en ese momento, cuando la célula empieza a descomponerse poco a poco, al principio con una elástica cuerda de seguridad a la cintura que finalmente se rompe entre los dientes de alguna moza vieja deseosa de encontrar a su príncipe marrón cosa, pero al menos, Señor, que sea capaz de hacerme progenitora. Y así, con el correr de los años, de esta manera, la célula se queda en su base, en su núcleo, fuerte y penosamente indivisible: la única mujer buena es tu progenitora. Pero jamás se supo de una verdad que llevada al extremo fuera beneficiosa para tu salud mental.
Los mozos viejos miran a las mujeres como si fueran nubes de primavera, en silencio, de reojo; y cuando están lo suficientemente lejos respiran aliviados y se guiñan los ojos, hablan entre ellos, fuerte, riendo, y así también espantan su nube más de color, esa que cada vez está más llena de agua, aunque lo importante es que no sea rosa, el agua nunca es rosa, pero sólo hace falta que muchos lo digan para que el mozo viejo tema la sola posibilidad de que eso ocurra. Y entonces, con la esperanza de que eso nunca les pase a ellos, algunos mozos viejos se van de pilinguis de la misma manera que algunas echan un polvo: para que les vean.
Los mozos viejos desprecian mucho, desprecian y temen todo aquello que no entienden, lo cual es prácticamente todo, ellos se quedaron al inicio del camino, cuando todos eran iguales, cuando nadie destacaba, maldicen el día en el que el primero de la cuadrilla tocó una berza, ese fue el principio del fin, el final de lo bueno, el mazo en el espejo. Desde entonces son numerosas las visitas a la farmacia, a fin de cuentas ahí es donde venden las tiritas y las gasas, pero el cristal de su espejo ya tiene tantas que reflejan una momia, si al menos fuera un vampiro...esos tienen vampiresas, mujeres como ellos sueñan, obedientes a su amo, pero una momia, una jodida momia...¿vivir envuelto en papel higiénico? ¿quién querrá amar con alguien así?. Ni pagando.
Aunque después de todo siempre les quedará el fútbol, ahí sí son ellos los que ganan, no conocerás a alguno que no sea del Madrid o del Barcelona, y si lo hay es el más cerril, el auténtico, el que se quedó en el río pero ya ni quiere ni desea a nadie que le eche una cuerda desde la orilla. Lo único que quiere es que todo pase pronto, llegar a la catarata y no arrepentirse cuando esté cayendo.
Porque ya sería la leche, la rehostia, que en el último instante se diera cuenta de que ha estado toda su vida haciendo el iluso; para eso, mejor no haber nacido.
Con raras excepciones siempre van los mismos, siempre van vestidos igual, siempre beben lo mismo y siempre hablan de lo mismo, a grandes voces a medida que van consumiendo alcohol, porque normalmente cada uno paga una ronda, aunque al ser numerosas las estaciones de penitencia a veces, sólo a veces, la rueda se para en la mitad. Pero seguro que llevan la cuenta para que en la siguiente vuelva a ponerla a rodar quien se fue de rositas en la anterior: no son orates con el dinero. Nadie es orate con su dinero. Sólo los políticos se hacen los orates con el dinero, pero es con el ajeno, claro, "ser chulo cuesta las cortesanas" dice un dicho de aquí.
Los mozos viejos se conocen de toda la vida, desde pequeños, cuando las grandes cuadrillas están en proceso de formación, como las células que van uniéndose para formar algo más grande y complicado, entonces parece como si de allí fuera a salir algo nuevo, diferente y decisivo, pero poco después uno se da cuenta de que lo diferente y decisivo se encuentra en las berzas de las chicas, y es ahí, en ese momento, cuando la célula empieza a descomponerse poco a poco, al principio con una elástica cuerda de seguridad a la cintura que finalmente se rompe entre los dientes de alguna moza vieja deseosa de encontrar a su príncipe marrón cosa, pero al menos, Señor, que sea capaz de hacerme progenitora. Y así, con el correr de los años, de esta manera, la célula se queda en su base, en su núcleo, fuerte y penosamente indivisible: la única mujer buena es tu progenitora. Pero jamás se supo de una verdad que llevada al extremo fuera beneficiosa para tu salud mental.
Los mozos viejos miran a las mujeres como si fueran nubes de primavera, en silencio, de reojo; y cuando están lo suficientemente lejos respiran aliviados y se guiñan los ojos, hablan entre ellos, fuerte, riendo, y así también espantan su nube más de color, esa que cada vez está más llena de agua, aunque lo importante es que no sea rosa, el agua nunca es rosa, pero sólo hace falta que muchos lo digan para que el mozo viejo tema la sola posibilidad de que eso ocurra. Y entonces, con la esperanza de que eso nunca les pase a ellos, algunos mozos viejos se van de pilinguis de la misma manera que algunas echan un polvo: para que les vean.
Los mozos viejos desprecian mucho, desprecian y temen todo aquello que no entienden, lo cual es prácticamente todo, ellos se quedaron al inicio del camino, cuando todos eran iguales, cuando nadie destacaba, maldicen el día en el que el primero de la cuadrilla tocó una berza, ese fue el principio del fin, el final de lo bueno, el mazo en el espejo. Desde entonces son numerosas las visitas a la farmacia, a fin de cuentas ahí es donde venden las tiritas y las gasas, pero el cristal de su espejo ya tiene tantas que reflejan una momia, si al menos fuera un vampiro...esos tienen vampiresas, mujeres como ellos sueñan, obedientes a su amo, pero una momia, una jodida momia...¿vivir envuelto en papel higiénico? ¿quién querrá amar con alguien así?. Ni pagando.
Aunque después de todo siempre les quedará el fútbol, ahí sí son ellos los que ganan, no conocerás a alguno que no sea del Madrid o del Barcelona, y si lo hay es el más cerril, el auténtico, el que se quedó en el río pero ya ni quiere ni desea a nadie que le eche una cuerda desde la orilla. Lo único que quiere es que todo pase pronto, llegar a la catarata y no arrepentirse cuando esté cayendo.
Porque ya sería la leche, la rehostia, que en el último instante se diera cuenta de que ha estado toda su vida haciendo el iluso; para eso, mejor no haber nacido.