Motines de Nore y Spithead : La gran rebelion de la Royal Navy

Lábaro

Madmaxista
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La historiografia britanica siempre ha presumido de su Royal Navy como la piedra angular de su Imperio y siempre superior a las demas armadas europeas.Lo que no suelen airear tanto,son los brutales metodos para conseguir esta "disciplina inglesa" que iban desde las levas obligatorias generalizadas,la promocion del alcoholismo,alimentacion deficiente o duros metodos de castigo.

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Castigo del latigo (Rebelion a Bordo 1962)

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Leva forzosa britanica de la epoca

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Reparto oficial de Grog entre una tripulacion britanica de la PGM

Como consecuencia de ello,se sucedieron motines a lo largo de su Historia,llegando su punto mas algido con el gran motin de Spithead y Nore en 1797 donde la marineria britanica (influida por los ilustrados aires napoleonicos de "Egalite") se rebelo en masa contra su Almirantazgo,bloqueo los dos puertos mas importantes de GB en Spithead (La principal base naval de Portsmouth) y Nore (desembocadura del comercial Tamesis londinense)buscando desde mejoras en sus condiciones(Spithead) a la Revolucion social pura y dura(Nore)







Motin de Spithead (16 Abril/15 Mayo 1797)

Este primer gran motin,ocurrio en Portsmouth entre Abril y Mayo de 1797,cuando los marineros de la flota del Canal (16 navios) protestaron por las duras condiciones en las que prestaban servicio.A pesar de su numerosidad,apenas hubo incidentes violentos,limitandose los amotinados a reivindicar una serie de demandas(Principalmente el aumento de salarios) y comprometiendose a dejar inmediatamente la "huelga" en caso de ataque frances.

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Viñete satirica de la epoca sobre la delegacion de amotinados de Spithead

Esto alejo el temor del Almirantazgo a un posible conato revolucionario promovido por Francia y ello ayudo a las negociaciones con la marineria que logro conseguir varias de sus reivindicaciones.

Motin de Nore (12 Mayo/13 Junio 1797)

Este segundo gran motin se produjo nada mas acabar el de Spithead entre los barcos de la Royal Navy que protegian el Tamesis/Londres como reaccion a los logros conseguidos por sus compañeros de Portsmouth.Pero estos fueron mas alla de las formales reivindicaciones de estos y exigieron ademas cambios politicos (Entre otros,el fin de la Guerra con Francia),lo que unido al bloqueo comercial de Londres,provoco una airada reaccion del Almirantazgo que rechazo tajantemente las reivindicaciones politicas de la "Republica flotante",la cual al mando del ex-oficial Henry Parker,tenia previsto largar velas en direccion a Francia ante el fracaso de las negociaciones.Pero las disensiones surgieron entre los amotinados que se negaron a zarpar el 9 de Junio,rindiendose a las autoridades y siendo Parker ahorcado junto a 30 amotinados mas en el HMS Sandwich (nave donde estallo la rebelion)

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Izada de la bandera roja como señal de rebelion en Nore (Recuerda sobremanera al acorazado Potemkin...)

A pesar de todo,el Almirantazgo britanico concedio a los amotinados las mismas garantias ofrecidas en Spithead,temerosos de que este amotinamiento masivo se extendiera por toda la Royal Navy y tomara cariz politico,lo cual no sucedio salvo un pequeño motin posterior en la flota de bloqueo a Cadiz comandada por el Almirante Jarvis.

Motines de Nore y Spithead - Wikipedia, la enciclopedia libre
Floating Republic: An Account of the Mutinies at Spithead and The Nore in 1797 (Pen and Sword Military Classics) de Manwaring, G E; Dobree, Bonamy: New Paperback (2004) | Orion Tech
Disciplina a bordo. Castigos, pasar por la quilla, azotes, ordenanzas
El Grog: la bebida oficial de la Royal Navy durante 230 años
 
Gracias por esta pildorilla incómoda para la pérfida Albión.
 
Los hooligans borrachuzos que viven de paguitas y se dan el pasaporte en los estadios de fútbol eran los componentes de la Royal Navy y el Royal Army de antaño.

Los mandos los despreciaban a fin.
 
He mencionado las brigadas de leva obligatoria en la Royal Navy (Press Gangs),que estuvieron en funcionamiento desde el S XVII hasta principios del S. XIX (Sobretodo en tiempos de guerra).Esta recluta forzosa se dio eventualmente en otras marinas europeas,pero donde verdaderamente sobresalio,fue en una marina de guerra britanica,siempre necesitada de marinos.

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La Royal Navy creció de 270 barcos en 1700 a unos 500 en 1793 y casi 950 barcos en 1805. La flota de mayor tamaño requería más marineros. En tiempos de paz, el número era mucho menor que en la Armada actual y variaba de 12.000 a 20.000 hombres durante el siglo XVIII. En tiempo de guerra, la fuerza aumentó de 40.000 en las guerras de 1739-1748 a 150.000 en el pico de las guerras napoleónicas (De los cuales se calcula que mas de la mitad,fueron reclutas forzosos...)

Los salarios de los marineros britanicos solian ser mejores que muchos trabajos en tierra,pero llevaban siglos sin elevarse (Practicamente desde 1653 hasta la "Huelga" de Spithead en 1797...).Tambien la dura disciplina y la alta mortandad en el mar (Temporales,batallas,enfermedades,etc) desalentaba a muchos y la cronica escasez de tripulantes se paliaba con este reclutamiento obligatorio.

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Este secuestro legal estaba respaldado por las autoridades en nombre de la "Seguridad nacional" y la negativa se saldaba a veces con la horca.La recluta se hacia incluso entre menores de edad y marinos extranjeros,abundando tambien los convictos,huerfanos...y tambien no pocos irlandeses,neցros,indios,etc, y tambien colonos norteamericanos(Segun fuentes,estas viles practicas tambien fueron causa del descontento colonial en las trece colonias que desembocaria en la Guerra de Independencia)

Asi,las "Press gangs" eran autenticas bandas que recorrian los pubs,calles,caminos,etc en busca de gente ociosa,preferentemente marineros,que se encontraran.Los "metodos" mas habituales eran palizas,secuestros,detenciones,y tambien engaños con borrachera incluida.Para "legalizar" este secuestro,colaban a las victimas el "Chelin del Rey" en señal de pago,llegando incluso a meterlo en las jarras de cerveza con que los emborrachaban/engañaban (Parece que de ahi surgio otra leyenda urbana brit por la que los taberneros brits empezaron a usar jarras de cristal en vez de metal o madera,para que los parroquianos pudieran ver el fondo de las jarras y estar "seguros"...)


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Con todo,estas bandas eran bastante impopulares entre la poblacion y hubo bastantes peleas e incluso conflictos entre determinadas autoridades locales y estos "banderines de enganche" de la Royal Navy(Por supuesto,la "Gentry" y nobles se libraban de estas redadas pagando su correspondiente soborno,quedando estas reclutas limitadas al sufrido pueblo llano britanico...)

Tambien una buena parte de esta recluta forzosa se realizaba en el mar,por parte de navios de la Royal Navy que interceptaban barcos mercantes.Esta practica les obligaba a restituir los marinos mercantes que reclutasen,lo que provocaba que secuestraran a los mejores marinos de un barco,intercambiandolos por los peores que tenian...

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Todo este sistema de secuestros legales provoco no pocos problemas : Desde un sinfin de deserciones,hasta innumerables casos de empobrecimiento familiar( al ser reclutado el cabeza de familia),pasando por importantes peleas y disturbios tanto en GB como en las Trece Colonias,donde ciudades como Nueva York o Boston fueron escenario de grandes redadas en busca de carne de cañon para la Royal Navy.

Tras el fin de las guerras napoleonicas,esta abominable practica fue cayendo en desuso (Sobretodo con la llegada de la navegacion a vapor),pero en el imaginario popular britanico quedo esta cruel practica como una especie de "hombres del saco" que raptaban y hacian desaparecer brits en nombre de su Graciosa Majestad...

Impressment - Wikipedia
Press gangs
Press gangs and Royal Naval recruitment or impressment
 
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Sobre estas lineas,el retrato de William Bligh,famoso por ser el derrocado capitan de la amotinada "Bounty" en 1789.Tras sobrevivir al motin,volvio de los mares del sur a Gran Bretaña donde fue nombrado capitan del HMS "Director".Este fue uno de los barcos que se amotino en el gran motin de Nore y aunque las fuentes apuntan que el mando de Bligh no influyo en esta rebelion,si que es cierto que entre los marineros amotinados se le conocia como "El poco agraciado de la Bounty"...

Pero este no seria el ultimo motin en el que se vio implicado,ya que en 1805 fue nombrado gobernador de Nueva Gales del Sur (Australia) y pronto entro en conflicto con las autoridades y colonos,lo que acabo desembocando en la Rebelion del Ron (1808),donde Bligh fue (De nuevo) destituido por sus subordinados y apresado durante dos años en el HMS "Porpoise".Una vez en libertad,se traslado a Gran Bretaña y alli fue,de nuevo,exonerado de todos sus cargos.Pero a partir de ahi,ya no volvio a ostentar ningun cargo importante (¿Debido a su conflictivo curriculum?...)


Por cierto,si alguien quiere hacerse una idea de como era la dura vida en la Royal Navy,hay varias peliculas bastante recomendables :


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La Trilogia sobre el motin de la Bounty (A elegir entre las tres versiones de 1935,1962 y 1984 )


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y "HMS Defiant" (Que es mas cercana historicamente al motin de Spithead)
 
Excelente aporte, lo desconocia por completo.


Aporto esto del que yo creo que es el mejor blog de españa en su tematica.


¿Quién no ha visto una peli o leído una novela ambientada en temas navales dónde en algún momento no salga a relucir el estirado y gélido oficial que ordena una tanda de latigazos a su cuñado por tardar 0,8 segundos en obedecer una orden? Creo que cualquiera, hasta los totalmente profanos en la materia, tienen aunque sea un vago conocimiento de la férrea disciplina que se imponía en las marinas de guerra europeas donde, curiosamente, los castigos para meter en cintura al personal eran similares con alguna que otra variante. Al cabo, la letra con sangre entra.



La Flota de Indias, sueño dorado de cualquier corsario. Aunque los
british han vendido la milonga de que los cazaban como conejos, la
realidad era precisamente lo contrario. La proporción de buques
apresados o hundidos por esos mangantes isleños fue ínfima en
comparación con los que les apresó y hundió la armada española


Ente los siglos XVII y XIX, cuando España, Inglaterra y Francia estaban constantemente a la gresca por ver quién le hacía la puñeta al otro, las armadas de estas tres naciones en particular ya no eran las típicas escuadras que se formaban para llevar a cabo una acción concreta y, una vez terminada, languidecer en los puertos a la espera de otra llamada a las armas. Antes al contrario, la expansión del imperio español por el Nuevo Mundo y Extremo Oriente supuso un aumento del tráfico naval de tal envergadura que hizo imprescindible la presencia de naves de guerra para vigilar que los corsarios ingleses, francess y holandeses (Dios maldiga a Nelson, al acondroplásico corso y a Orange) hicieran de las suyas. Posteriormente, la presencia de ingleses y francess en Norteamérica y el Caribe aumentó de forma progresiva el merodeo marítimo hasta llegar un punto en el que había cientos de buques de guerra de un lado para otro, bien a la caza de convoyes que a su vez iban protegidos por escuadras, bien en busca de algún cacho de tierra que aún no hubiera sido tomado "en nombre de su católica/graciosa/cristianísima majestad e incluso buscando los buques enemigos que, a su vez, buscaban mercantes que apresar. Entre las incursiones llevadas a cabo por mar, las travesías que surcaban los océanos intentando avistar como fuese nuevos territorios que colonizar y las expediciones científicas que eran por lo general protagonizadas por miembros de las fuerzas navales, había tantos buques navegando por el agua como actualmente aeroplanos circulando por los cielos soltando esos chorros de gas que dicen que nos devoran las mentes o no sé qué chorrada conspiranoica.





Caricatura de Thomas Rowlandson que muestra a un piquete de
marineros al mando de un oficial en pleno secuestro de personal
para ser embarcados. A la derecha aparece dicho oficial agradeciendo
a un panzudo tabernero el chivatazo que le ha permitido dar con
varios candidatos para servir al rey quieran o no quieran


Como es lógico, pretender que un buque tripulado por decenas, cuando no cientos de hombres, realizara una travesía en la que no se registrase un solo incidente, ni una mala palabra, donde todos cumplían sus deberes de forma puntual y con una amplia sonrisa dibujada en sus curtidas jetas requemadas por el salitre y el sol, era un quimera. Pretender que en el minúsculo universo donde esos hombres pasaban días, semanas o meses sin tocar tierra y que encima se respirase buen rollito era una absurda utopía, y más si tenemos en cuenta que no eran precisamente probos ciudadanos procedentes de los mejores colegios, criados en familias burguesas o incluso aristocráticas y que, encima, servían de buen grado en las armadas reales. Y mucho menos aún se podía aspirar a que estos hombres, sin poder desfogar sus humores viriles como no fuera machacándosela como babuinos o, en ocasiones, practicando la sodomía con sus compañeros o los grumetes, pudieran contener su superávit hormonal así como así. Los turnos de doce horas, el aislamiento, el durísimo trabajo a bordo, la pésima alimentación, las enfermedades, el clima y un et cétera kilométrico acababan convirtiendo a estos ciudadanos en energúmenos bastante agresivos que, en muchos casos, ni siquiera se enrolaban motu proprio, sino que eran literalmente secuestrados cuando había escasez de personal para completar las tripulaciones. Las levas, expeditivo método de reclutamiento extendido por toda Europa, se impusieron ante la necesidad de hombres para completar las tripulaciones. En España se diferenciaban las levas honradas de las que se nutrían de delincuentes, vagos, vagabundos o etnianos a los que pudieran echar el guante. Obviamente, el rendimiento de estos hombres era muy inferior al de los marineros vocacionales y, por ende, los más susceptibles de perpetrar todo tipo de desmanes. Al cabo, eran embarcados por la fuerza.




Ahora debemos ponernos en el lugar del capitán, que en el barco era primo hermano de Dios y, por ende, su autoridad debía ser indiscutida e indiscutible. El capitán era el eslabón intermedio de la cadena, situado en el peor sitio posible: entre los energúmenos alcoholizados hartos de todo y los mandamases que no dudarían en degradarlo, expulsarlo o, en casos extremos, pasarlo por las armas si consideraban que no había sido capaz de someter un motín o que sus hombres no rindieran como se esperaba de ellos. El capitán debía ejercer una hábil mezcla de paternalismo con severidad. Su tripulación debía verlo como un hombre capaz de comprender sus cuitas pero que, si alguno sacaba los pies del tiesto, con harto dolor de su corazón se vería obligado a disciplinarlo por el bien de todos. Algo así como el padre estricto que se quitaba el cinturón cuando el boletín de las notas era preocupante y nos dejaba el ojo ciego calentito para un día o dos. Pero comprendíamos que nuestros venerable progenitores lo hacían por nuestro bien para que "el día de mañana fuésemos hombres de provecho", frase por cierto totalmente extinta porque hace años que no la escucho. Bien es verdad que si hoy le endiñas al nene dos palos, el nene te denuncia por malos tratos y acabas en la trena, y cuando te sueltan te espera una orden de alejamiento, una petición de divorcio y una pensión suntuaria que te obligará a irte a vivir con papá y mamá en plan hijo pródigo con 40 años porque el sueldo no te da para otra cosa pero, en fin, eso es otra historia
.



La cuestión es que los capitanes no eran por lo general los sádicos reglamentistas que encarna el capitán Bligh peliculero, sino hombres que se veían en la obligación de cumplir sí o sí las órdenes que recibían, y que por lo general sabían que sus tripulaciones no estaba generalmente por la labor de actuar con la diligencia requerida. Debían dosificar cuidadosamente los castigos para que su imagen paternal no se derrumbase para no provocar un motín por el que luego tendrían que dar explicaciones y, al mismo tiempo, que los castigos tuvieran un grado de severidad acordes al delito para que el reo no se sintiera humillado ante sus compañeros. Sí, cierto es que hubo capitanes que ejercieron una disciplina tan brutal que inspiraban a sus hombres ataques de ansiedad con solo ver la sombra de sus tricornios, pero la realidad es que esos fueron la excepción y no la regla. Lo habitual era que tanto el capitán como sus oficiales y guardiamarinas se limitaran a mantener una distancia adecuada con el personal porque un exceso de confianza era tan perjudicial como un exceso de disciplina, y procurando que, a la hora de imponer un castigo, la tripulación lo viera como un correctivo en beneficio de todos ya que, en el mar, los errores de uno podían significar la perdición de todos. En resumen, un equilibrio muy complicado de arrostrar porque dividía el mundo en dos: los oficiales y la marinería, pero con la salvedad de que ese mundo era un cascarón en mitad de la nada y con la mayor parte de su población formada por hombres incultos, pendencieros, poco o nada dados a aceptar el orden jerárquico de buen grado y, sobre todo, deseando tocar tierra para irse de pilinguis a agarrar una gonorrea suntuaria y pillar unas cogorzas de esas que te dejan en coma dos o tres días.


En España, las ordenanzas vigentes a partir de 1717 eran las de Patiño, las cuales desmenuzaban cuidadosamente las faltas y delitos que debían ser castigados. No eran especialmente severas porque, si se comparan con las de otros países, da la impresión de que las tripulaciones hispanas eran más disciplinadas o menos dadas a hacer travesuras. Se castigaban las mismas cosas que en otras armadas, o sea, murmurar, injuriar, jugar a las cartas, no cumplir las órdenes con diligencia, robar, escaquearse del barco para irse de juerga cuando atracaban en algún puerto o meter de tapadillo una mujer a bordo y, como buenos católicos, que en temas de religión hemos sido siempre más papistas que el papa, blasfemar y, sobre todo, no descubrirse o arrodillarse en presencia del Santísimo Sacramento. Los castigos no eran precisamente draconianos: ser aherrojado y puesto varios días a pan y agua. Los reincidentes eran amarrados al cabrestante para verse expuestos a la humillación pública, o bien se les retraía una parte de la paga como multa, especialmente a los dados al juego, a los ladrones o los que no volvían al barco al anochecer. Pero ojo, no solo la marinería estaba expuesta a ser castigada. Los oficiales también recibían su merecido tanto en cuanto eran susceptibles de cometer los mismos delitos si bien, por meras cuestiones derivadas del clasismo de la época, en su caso solo eran castigados con multas o siendo suspendidos de empleo
.


No obstante, en 1748 y bajo el reinado de Fernando VI entraron en vigor las "Ordenanzas de Su Majestad para el Gobierno Militar, Político y Económico de su Armada Naval" cuyo Título V, el cual se mantuvo vigente hasta finales del siglo XIX, disponía una serie de normas mucho más estrictas y se contemplaban castigos muy severos, en los que la lista de delitos punibles con la fin era kilométrica, así como otros no menos acongojantes como amputar la mano a los que propiciasen un motín, atravesar la lengua con un hierro al rojo a los blasfemos (con la Iglesia hemos topado), ser pasado por la quilla a los que por negligencia o por mala fe provocasen un incendio o ser mandado a galeras toda una década por desertar, y eso en una época en que lo de la reinserción y la aplicación del tercer grado y tal aún no se había inventado. O sea, que diez años eran diez años que se cumplían hasta el último día salvo que el forzado lograse huir, cosa difícil estando aherrojado a todas horas, si la nave se iba a pique o si palmaba de alguna enfermedad chunga. Los acusados de robar eran azotados sobre un cañón si eran marineros u obligados a pasar una carrera de baquetas si pertenecían a la infantería de marina, los reos de motín eran ahorcados y los que perpetraban un ultraje estando de guardia eran pasados por las armas. Sin embargo, y como comentábamos anteriormente, parece ser que estas normas tan severas rara vez se aplicaban porque, como decíamos, las tripulaciones españolas parece que aceptaban de mejor grado la disciplina y, por otro lado, los oficiales tampoco parece ser que fueran especialmente proclives a imponer castigos como no fueran estrictamente necesarios, de lo que podemos colegir que las relaciones entre la oficialidad y las tripulaciones en las naves españolas era más apacibles que en las de otros países.


Los british actuaban con más severidad ante los pecadillos menores. Sus ordenanzas más antiguas databan de 1336, concretamente el llamado "Libro neցro del Almirantazgo", pero estas normas fueron cambiadas por los "Artículos de Guerra" en 1652. Este cambio se produjo a raíz de la derrota sufrida a manos de los holandeses el Dungeness el 30 de noviembre de aquel mismo año, y tiempo les faltó para introducir el nuevo código en base a la supuesta "bajeza de espíritu" mostrada por los oficiales. Los "Artículos de Guerra" se convirtieron en la Biblia de la Royal Navy, sufriendo diversas modificaciones a lo largo del tiempo para mantenerlos actualizados en todo momento. Y ojo, no solo se enumeraban las faltas propias de la marinería, sino que la oficialidad se la tenía que coger con un papel de fumar para no ver arruinada su carrera, degradados o incluso pasados por las armas. Y para que nadie pudiera alegar desconocimiento de las normas, estas se leían a la tripulación cuando el buque entraba en servicio por primera vez, así como los domingos tras el servicio religioso dirigido por el capitán. Estas amenas lecturas se machaconeaban simplemente porque la mayoría de la tripulación no sabía leer, si bien eran expuestas en algún lugar destacado a la vista de todos. Por lo demás, las faltas punibles eran similares a las españolas salvo las que atañían a la cosa de la religión ya que esos isleños han sido y son unos herejes enemigos de la Fe.
 
Sin embargo, tanto los oficiales como los guardiamarinas y contramaestres eran más expeditivos a la hora de estimular a los perezosos o a los que ellos creían de forma arbitraria que no cumplían con la presteza debida. Para ello, no dudaban en aplicar el "starting", palabro que entre sus muchas acepciones creo que la que mejor podríamos aplicar al español sería susto o sobresalto. El "starting" no era más que uno o varios golpes de vara o rebenque en los lomos. El rebenque era un trozo de cabo alquitranado con un nudo en el extremo que, como podemos imaginar, debía tener unos efectos muy desagradables. En sí, el "starting" no se consideraba un castigo propiamente dicho, sino una especie de cariñoso estímulo. De hecho, eran tan constantes a lo largo del día que ni siquiera quedaban registrados, al contrario que otros castigos de más importancia. Por lo demás, las faltas habituales eran castigadas de forma similar a la armada española: reducción de raciones, de grog, un brebaje a base de ron rebajado con agua al que estos isleños eran muy aficionados o ser aherrojados durante un determinado período de tiempo.

Un capitán frances se niega a abandonar su nave, desarbolada y
a punto de hundirse, a pesar de los ruegos de su gente. El código
de honor de la época no solo le obligaba a ser el último largarse,
sino que si su actuación en combate pudiera ser puesta en
entredicho lo mejor era hundirse con el barco antes que pasar
por un consejo de guerra
En cuanto a los francess, al parecer eran los más dados a la severidad, pero dejando al arbitrio de los capitanes imponer el castigo que consideraban oportuno y sin que hubiera un baremo que permitiese establecer distinciones y castigos concreto según qué delito. De hecho, en 1790 la Asamblea Nacional examinó el código vigente y lo encontró "tan insuficiente como riguroso, no habiendo graduación en el castigo, una severidad excesiva y la fin o las galeras como penas por crímenes producto de la debilidad humana". Por lo tanto, se optó por introducir una serie de castigos menores que dieran a los capitanes una alternativa a la severidad extrema, que no era plan de cargarse a un fulano por haber robado una galleta mohosa. Del mismo modo, y dentro del espíritu de la égalité revolucionaria, se permitió a las tripulaciones formar parte de los consejos de guerra, que se constituirían con un oficial, tres oficiales de infantería de marina y tres marineros. Esta en apariencia sensata y justa medida dio como resultado todo lo contrario a lo que se esperaba. Dar a la marinería esa sensación de poder no era nada aconsejable, y los actos de desobediencia se multiplicaron ya que los más proclives a causar problemas se sentían de algún modo protegidos por sus compañeros, lo que a su vez produjo gran cantidad de renuncias por parte de oficiales que se veían totalmente desautorizados e inhabilitados para imponer la disciplina hasta el extremo que las tripulaciones se negaban abiertamente a obedecer, ya que la concesión gubernamental se la tomaron como una potestad para poner en tela de juicio las órdenes. Por todo ello, castigos habituales como ser aherrojados con grilletes, cadena y bola o ser atados a un mástil lo consideraban algo humillante por considerarlo una pena propia de galeotes, que estos sí eran verdaderos delincuentes profesionales.

Los ciudadanos de Tolón reciben muy contentitos al capitán de
infantería de marina Elphinstone para que tome posesión del
arsenal el 28 de agosto de 1793. Al parecer, el cariz que estaba
tomando la Revolución daba bastante grima al personal y preferían
la restauración de la monarquía antes que seguir viendo rodas cabezas
Obviamente, hubo que poner coto a las libertades que se tomaban las tripulaciones, y más cuando, en el contexto de las Guerras Revolucionarias, la desidia de estas supuso la pérdida de la flota de Tolón tras la entrega del arsenal por el barón D´Imbert a la escuadra anglo-española, y la de Brest se amotinó en la bahía de Quiberon. Así pues, en noviembre de 1793 se cercenaron las concesiones y se promulgó un nuevo reglamento mucho más severo, dando por terminado el experimento de la égalité. El mismo acondroplásico corso no dudó en endurecer las normas aún más cuando, en 1801 y siendo primer cónsul, puso las peras a cuarto a los tripulantes proclives a delinquir. En defensa de su estricta severidad afirmaba que "...puede ser que estos castigos parezcan algo severos pero, en muchas circunstancias, son menores que los pronunciados por la mayoría de las potencias marítimas europeas, todas las cuales, como nosotros, han reconocido la necesidad de una disciplina exacta a bordo de los buques". Así, los castigos se dividieron en tres categorías: los menos severos eran los disciplinarios, que iban desde los aherrojamientos y acortamiento de raciones a la flagelación y el encarcelamiento. Los aflictivos eran más chungos, e incluso podían acabar con la vida del reo: ser pasado por la quilla o someterlo al cale, literalmente ahogamiento en este contexto, pero que detallaremos más adelante. Finalmente estaba la pena de fin, que se aplicaría por fusilamiento.

Bien, criaturas, así era a grandes rasgos la disciplina que se aplicaba en las marinas de guerra. Y como ya saben que no me gusta elaborar artículos especialmente largos que solo invitan a sestear un rato, pues dejamos para la próxima (sí, próxima de siguiente, lo juro) detallar con pelos y señales los delitos más reseñables, así cómo los castigos que se aplicaban por si les apetece emularlos con la ayuda desinteresada de sus cuñados. El que tenga piscina en casa puede incluso organizarle una sesión de prueba en la que ellos harán de reos y Vds. de capitanes inexorables, naturalmente. Al término de dicha sesión, con suerte, igual no les dirigen más la palabra en una buena temporada o, con la intercesión del santo del día, igual palman en plena demostración. Si acude la policía, pues con decir que se resbaló y se desnucó contra el bordillo o que le sobrevino un corte de digestión por zambullirse tras zamparse cuatro platos de paella están al cabo de la calle.
 
y aqui aporto las penas y castigos, las cuales eran bastante intransigentes y expeditivas ya que se buscaba dejar a toda la tripulacion acojonada.





Bien, ya hemos visto cómo estaba el tema disciplinario en la edad de oro de la navegación, así como los motivos que impulsaron a las potencias navales a establecer una serie de normas que, de forma minuciosa, establecían todas y cada una de las posibles faltas o delitos punibles, así como los castigos que había que imponer a los faltones para hacerles ver que no era nada recomendable saltarse a a torera las reglas establecidas. De forma genérica, los capitanes tenían autoridad para imponer castigos salvo en el caso de delitos graves que, llegado el caso, eran los consejos de guerra los que debían decidir al respecto. Sin embargo, eran precisamente los capitanes los que menos interés tenían en que llegara la sangre al río porque la convocatoria de un consejo de guerra era un arma de doble filo.


El hecho de que un marinero o incluso un guardiamarina o un oficial perpetrara un delito grave podía volverse contra el capitán ya que tanto sus iguales como sus superiores podrían poner en tela de juicio su capacidad para el mando, así como su misma autoridad. Por poner un ejemplo, un marinero que se cargaba a otro en una reyerta a bordo era obviamente un tema chungo. El marinero tenía todas las papeletas para acabar colgado del pescuezo, pero las consecuencias de la reyerta iban más allá del simple acto homicida. ¿Cómo es que el capitán no mantenía una férrea disciplina en su nave? ¿Cómo permitió que su gente llegara a esos extremos sin que nadie lo impidiera? Y ya puestos, ¿y si fue la mano del capitán la que guió al malo porque tenía entre ceja y ceja a la víctima? La lista de suposiciones que ponían en entredicho al capitán era tan larga que a este le entraban sudores fríos si, llegado el caso, el consejo de guerra le pedía más explicaciones de la cuenta, y si los testigos no afirmaban rotundamente que todo fue consecuencia de un avenate por cualquier chorrada, se le podían poner las cosas bastante chungas hasta el extremo de que lo mejor que podía pasarle era ser expulsado de la armada antes de entrar en más profundidades. Siempre podía trabajar en la marina mercante, donde los capitanes de la marina de guerra estaban bien cotizados. Pero no nos adelantemos que las prisas son malas. Veamos paso a paso los delitos punibles y los castigos que se aplicaban.

Pero, ante todo, una advertencia: obviamente, no podemos reproducir las interminables retahílas de artículos que detallan de forma minuciosa los posibles delitos o faltas, así cómo la forma de reprimirlos o castigarlos. Sirva de ejemplo el hecho de que el reglamento de 1648 de la Armada española, en su Título Cuarto contempla nada menos que 80 artículos, y los que estaban vigentes en Francia o Inglaterra eran igualmente de enjundiosos, así que tendremos que sintetizar un poco estas cuestiones.


Como ya pueden imaginar, los delitos más graves eran los que atañían a la rebelión, los motines, las agresiones físicas a los superiores con o sin armas en la mano, la desobediencia en combate o la sodomía, pecado nefando especialmente perseguido. Todos eran susceptibles de ser castigados con la pena de fin tras ser sometido a un consejo de guerra el o los culpables. Pero, como ya se ha comentado, no solo la marinería, los suboficiales o los guardiamarinas y oficiales subalternos podían verse ante un tribunal. De forma genérica, cualquier capitán debía dar cuenta de su actuación en cualquier circunstancia, desde un simple naufragio a una rendición indecorosa. La pérdida de un buque de guerra no era ninguna tontería, y si el consejo de guerra acababa dictando que se había debido a una negligencia de su capitán, la cosa podía acabar muy mal. Tan mal como ser pasado por las armas, vaya... En España, los consejos de guerra eran presididos por el Comandante General del Departamento donde estuviera asignado el buque, el cual convocaba a una serie de oficiales que no podían ser menos de siete ni más de trece, no pudiendo negarse a participar en el consejo de guerra salvo motivos justificados. De lo contrario sería suspendidos de empleo.



Las penas, dependiendo por lo general del delito, podía ser fin por ahorcamiento o fusilamiento, dependiendo también si el reo era marino- en cuyo caso lo habitual era la horca- o pertenecía a la gente de guerra del buque, o sea, un infante de marina que sería pasado por las armas. Si uno se libraba de ser ejecutado tampoco es que acabase muy bien parado. Por poner algún ejemplo, según el artículo XIII del Título Cuarto "el que en qualquiera ocasion amotinare la gente de su navío, ocasionando desobediencia o excitando a resistir a los oficiales, será ahorcado; y el que echare mano a las armas a bordo, o en tierra, para favorecer el motín, se cortará la mano sea individuo de guerra o de mar". Como vemos, no se andaban con tonterías.


En el artículo siguiente se detalla que si un infante de marina o un artillero mete mano a su arma contra un centinela, será fusilado, mientras que el marinero que agrediera a un centinela, sargento o cabo de escuadra "... será condenado a diez años de galeras, y a fin si hiciera armas contra ellos". Ser enviado a darle al remo, como ya explicamos en su día, era casi una fin segura por las infames condiciones de vida en esas naves, en las que pocos forzados lograban licenciarse tras cumplir la condena. No obstante, cuando las galeras pasaron a la historia se cambió la pena por trabajos forzados en los astilleros, donde en vez de remar echaban el bofe realizando las tareas más pesadas y asquerosas, y por cierto que el Reglamento español contenía infinidad de delitos punibles con penas de galeras, presidio en África o trabajos forzados de entre 4 y 10 años. En cuanto al fusilamiento, se procedía de la siguiente forma: toda la tripulación debía subir a las jarcias y las vergas, mientras que la gente de guerra se reunía en el alcázar. De este modo, la cubierta quedaba totalmente despejada, ocupada solo por los centinelas de rigor. El reo era conducido a cubierta custodiado y puesto de rodillas ante la tropa, momento en que el escribano le leía la sentencia. Una vez concluida la lectura se le llevaba al castillo de proa, donde era atado a la serviola y se le vendaban los ojos antes de ser pasado por las armas. En caso de ahorcamiento, se procuraba que se ejecutase en puerto a la vista del mayor número de tripulantes posibles. En este caso, la sentencia la ejecutaba un verdugo civil si bien, en caso de no haber posibilidad de poder llevarse a cabo el ahorcamiento, se fusilaba.


Los francess (Dios maldiga al acondroplásico corso) actuaban de una forma similar y, evidentemente, por delitos similares, que en eso prácticamente todas las armadas se regían por los mismos baremos. En este caso, los consejos de guerra eran presididos por un general de la flota, tres capitanes de navío, dos tenientes de navío y un alférez de navío, todos obligatoriamente mayores de 30 años. En cuanto a las penas, eran similares: fusilamiento, horca o galeras, que entre estos ciudadanos eran denominados como galériens o forçats que, con la llegada de la Revolución eran enviados por parejas encadenados uno al otro a trabajos forzados en los puertos. Donde sí se establecía una pequeña diferencia era en el fusilamiento: en caso de ser reo de traición o cobardía era fusilado por la espalda. La ejecución se llevaba a cabo en la nave, izando previamente una bandera roja y disparando un cañonazo para advertir a los demás buques anclados en el puerto que se iba a proceder a la ejecución. Para que sirviera de escarmiento, todas las tripulaciones debían formar en cubierta tras lo cual sus respectivos capitanes anunciaban el motivo por el que el fulano iba a ser pasado por las armas en breve. El reo era conducido al castillo de proa, donde según su delito sería colocado mirando hacia el pelotón o de espaldas y palmaría en un periquete.


Entre los british (Dios maldiga a Nelson) los consejos de guerra eran más complicados de organizar ya que requerían un mínimo de cinco y un máximo de trece oficiales superiores, o sea, capitanes o almirantes que, caso de que el delito se hubiera cometido en cualquier colonia del planeta, ya podrán imaginar que no era fácil reunirlos. Por otro lado, los Artículos de Guerra no eran tan minuciosos como el Reglamento español, que daba pelos y señales de cada posible delito. En este caso, la pena se aplicaría "como se considerase que merece el consejo de guerra", por lo que el mismo delito podía ser castigado de distintas formas en base a una serie de factores. Por ejemplo, se tenía en consideración si el capitán era un veterano o, por el contrario, un hombre inexperto, o si el que se había rendido era el capitán o, por el contrario, un joven oficial que había tomado el mando porque todos los que estaban por delante de él habían palmado en combate. Sea como fuere, las penas de fin se ejecutaban mediante fusilamiento en el caso de oficiales y de ahorcamiento para la tropa o marinería. Pero ojo, esta aparente flexibilidad no significaba que los consejos de guerra no fuesen inexorables a la hora de aplicar la pena capital si consideraban que el culpable había faltado a su deber, y más si por su rango tenía más responsabilidad. El caso más famoso fue el del almirante John Byng, fusilado el 14 de marzo de 1757 en la cubierta del HMS Monarch como reo de cobardía por haber perdido la isla de Menorca a manos de los francess. Fue un tema polémico porque, a pesar de que hubo muchas voces pidiendo la conmutación de la pena, se dijo que fue el chivo expiatorio del Almirantazgo por la derrota sufrida. En todo caso, y por consideración a su rango, fue ejecutado de rodillas sobre un cojín y se le permitió dar la orden de abrir fuego al piquete de infantes de marina que lo liquidó dejando caer un pañuelo.



En cuanto a las ejecuciones por ahorcamiento (véase grabado de la izquierda), eran básicamente iguales en todas partes. La soga se pasaba por una polea en un penol y se colocaba el dogal en el cuello del reo. A una señal, un grupo de marineros tirarían con fuerza de la soga para procurar partirle el cuello, evitando así una fin más lenta por estrangulamiento. Hubo casos de reos que, a la vista del panorama, optaban por arrojarse desde la cubierta al mar para, con la caída, desnucarse y partir de este mísero mundo en un santiamén. Por cierto que, en caso de que el delito cometido fuese de extrema gravedad, como un conato de motín o cobardía, el capitán podía actuar por su cuenta y mandar colgar al que fuese sin necesidad de encerrar al fulano en la bodega a la espera de tocar puerto. Ante la necesidad de imponer la disciplina en momentos en que la supervivencia de todos dependía de la disciplina, era preferible mancar ahorcar a los cabecillas y engrilletar al resto, que serían juzgados al llegar a puerto, y ya daría el capitán las explicaciones oportunas al consejo de guerra sobre los motivos que le impulsaron a ejecutar a los sediciosos. Obviamente, con el testimonio de los oficiales y los tripulantes que habían permanecido leales a su capitán bastaba y sobraba para dar por bueno el ahorcamiento de los amotinados.

Bien, así se cumplían las penas capitales y las penas para delitos chungos que cambiaban una fin rápida por una lenta currando varios años hasta deslomarse o palmar de cualquier enfermedad en los arsenales, astilleros o presidios que España, Francia o Inglaterra tenían repartidos por todas partes. Veamos a continuación el resto de castigos del extenso catálogo disponible en los reglamentos de la época.

PASAR POR LA QUILLA



Este castigo, inventado al parecer por los holandeses, era una pena de fin de facto. El reo era amarrado con una soga que previamente se había pasado por debajo del barco de costado a costado. A la orden del capitán, era arrojado al agua mientras que un grupo de marineros tiraba de la soga para que pasase por debajo del casco. Puede parece una chorrada, pero era un castigo despiadado. Toda la fauna parasitaria pegada al casco, mucha de ella en forma de moluscos con afiladas conchas, producían cientos de cortes al desdichado mientras que tiraban de él. Si jalaban más rápido los cortes serían más profundos, y si lo hacían despacio se ahogaría. Lo habitual era que cuando se le sacaba a la superficie, el hombre se había convertido en comida para gatos, y generalmente salía muerto del agua o, a lo sumo, moría al poco tiempo. Este brutal castigo fue suprimido entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX. En Francia en concreto se abolió en 1848 pero, al igual que en otras armadas, hacía ya muchos años que no se practicaba por lo cruento del mismo. Total, el merecedor de ser pasado por la quilla podía ser fusilado o ahorcado y acababan antes.

AZOTES


Era el castigo más habitual para los delitos que, dentro de la gravedad, se solían cometer con más frecuencia: faltas de respeto, no cumplir las órdenes con la debida diligencia, ser negligente en el cumplimiento del servicio, emborracharse, meter mujeres en el barco, pasar la noche fuera del barco estando en puerto, encender fuego o fumar sin permiso o en el sitio inadecuado y, en resumen, una lista tan larguísima que harían falta tropocientos párrafos para enumerarlas. En estos casos, hasta los guardiamarinas estaban expuestos a ser castigados con una pena que, además de dolorosa, era humillante, pero así se metía en cintura el personal aunque, curiosamente, se daban bastantes casos de reincidencia a pesar de que una tanda de azotes te dejaban los lomos, según testigos de la época, como "carne asada quemada casi de color ante un fuego abrasador". La cantidad de azotes habitual era una docena, que ya eran suficientes para dejarle a uno las costillas al aire. Para más cantidad era en teoría necesario que lo autorizase un consejo de guerra pero, ante la imposibilidad de convocarlo ya que hablamos de delitos cometidos en el mar, muchos capitanes recurrían a una sutil estratagema: no castigaban por un delito, sino por varios, por lo que el reo recibiría tantas tandas de latigazos como faltas cometidas.


En España, al reo se le sujetaba a un cañón y se le daba estopa si bien, pero en caso de que el castigo pusiera en peligro la vida del marinero se suspendía. Pero ojo, suspender no era condonar, y si habían quedado pendientes cuatro latigazos pues se le completaba la tanda cuando se recuperase de la paliza anterior. Los british eran bastante más cafres en este tema. El archifamoso gato de nueve colas dejaba las espaldas convertidas en una masa de carne picada, y se dieron casos de reos condenados a decenas de latigazos que, obviamente, acabaron con sus perversoss vidas. El gato en cuestión era un mango de unos 60 cm. provisto de nueve cuerdas con varios nudos separados uno 8 cm. y que, obligatoriamente, debían descargarse con toda la fuerza posible. De hecho, si el capitán se percataba de que el contramaestre- eran los encargados de ejecutar este castigo- no se empleaba a fondo, este podía verse sustituyendo al reo en el enjaretado donde el sujeto era inmovilizado para recibir el castigo. El capitán más brutal fue al parecer un tal Hugh Pigot, que durante su mandato en el HMS Success entre el 22 de octubre de 1794 y el 11 de septiembre de 1975 ordenó 85 flagelaciones que sumaron un total de 1272 golpes, lo que sale a una media de 15 latigazos por hombre si bien las tandas no fueron lógicamente iguales. Al parecer, algunos llegaron a recibir 48 latigazos, cuatro veces más de lo permitido para un capitán.


El castigo, como se ha dicho, se impartía inmovilizando al reo en un enjaretado colocado verticalmente junto a la escalerilla del castillo de popa. El capitán y los oficiales, así como toda la tripulación debían presenciar el castigo que aplicaba el contramaestre, depositario del puñetero gato que guardaba en una bolsa de tela roja. Una variante extrema de la flagelación entre los british era el flogging round the fleet, flagelación alrededor de la flota. Era un castigo reservado para delitos graves que, de hecho, era una pena de fin de lo más sanguinaria. Se aplicaba cuando el buque donde servía el reo estaba en puerto, y consistía en inmovilizarlo en un trípode colocado en un bote que recorría todos los navíos anclados en el mismo. Cuando llegaba ante uno de ellos lo esperaba toda la tripulación formada y el contramaestre con el gato de nueve colas preparado. El capitán daba lectura a la sentencia y recibía la cantidad de latigazos dictada por el consejo de guerra, y así hasta completar el recorrido por la última balandra o cañonera. De ese modo, un tal Thomas Young recibió 300 latigazos por haber desertado, y ya podemos imaginar cómo acabó el fulano este.



En cuanto a los pajes y grumetes, no se libraban de estos castigos debido a su corta edad, si bien no se aplicaban con un látigo, sino con una vara y nunca más de una docena de golpes. Lo habitual era ponerlos boca abajo sobre un cañón y, cómo los niños malos, endilgarles los varazos en el ojo ciego. Ojo, que una vara de ratán de un dedo de gruesa te produce un verdugón suntuario, y para mantenerlas flexibles y que el golpe abarcara más superficie los colgaban encima de los fogones para que el vapor impidiera que se pusieran rígidas. Otra opción eran las ramas de abedul, que se sumergían en vinagre o salmuera con la misma finalidad. En cuanto a los guardiamarinas, en vez del infamante látigo se recurría a la vara o al rebenque, que también era cosa fina pero, al menos, "solo" te dejaba doce hematomas bestiales y alguna costilla fisurada. Por cierto que los british llamaban "besar a la novia del artillero" lo de colocar al reo sobre un cañón.
 

LA CARRERA DE BAQUETAS



Este era un castigo típicamente militar que, como muchos sabrán, consistía en formar dos filas por las que el reo debía pasar mientras recibía golpes de baqueta en la espalda. Como es evidente, no podía pasar al galope, ya que se lo impedía un soldado que se colocaba delante con el fusil con la bayoneta calada mirando hacia atrás mientras caminaba parsimoniosamente para que el reo recibiese el mayor número de baquetazos que, no lo olvidemos, eran propinados con las baquetas de acero al uso en las armas militares, no las de madera propias de las armas de uso civil. Por lo general se aplicaba a los ladrones, delito muy mal visto ya que suponía faltar a la confianza que todos los tripulantes depositaban en sus compañeros, por lo que el castigo lo ejecutaban ellos mismos a modo de venganza hacia el chorizo que había faltado a uno de los más importantes principios que debía regir en un buque de guerra. En la Armada española, este castigo se practicaba solo con la gente de guerra y pudiendo alcanzar hasta las seis carreras, mientras que a la marinería les reservaban por sistema los latigazos. Además, en caso de que el bien robado no apareciese, al ladrón se le detraía de la paga el valor del mismo, el cual le era entregado a la víctima del robo. Y ojo, que si el contramaestre o el marinero encargado por este de impartir el castigo se negaban, también pasaban a recibir su paliza reglamentaria por ser tan compasivos.

Sin embargo, los british aplicaban la carrera de baquetas (running the gauntlet, según estos isleños) indistintamente tanto a unos como otros. En su caso, sentaban e inmovilizaban al reo en un balde que a su vez se colocaba sobre un enjaretado. Antes de empezar la sesión, el contramaestre le calentaba el lomo con una docena de latigazos y, a continuación, se tiraba de un cabo para deslizar el enjaretado entre las dos filas de marineros que esperaban al mangante provistos de sendas cuerdas formadas por tres cordeles trenzados y con un nudo en el extremo. Para impedir que el reo se inclinase o intentara esquivar los golpes, delante del mismo caminaba un maestro de armas con la espada apuntándole al pecho. En la marina francesa también se aplicaban las carreras de baquetas (châtiment de baguettes), pero solían ser más aficionados a

LAS ZAMBULLIDAS


Este castigo se aplicaba por delitos similares a los merecedores de azotes, si bien variaba la forma de ejecutarlo. Los francess le daban el nombre de cale (literalmente, ahogamiento), y para ejecutarlo pasaban una soga por una polea de un penol y colocaban al final una barra del cabrestante, en la cual se sentaba el reo. Para aumentar el castigo se solía lastrar la barra con una bala de 30 libras. Una vez inmovilizado el reo en la barra se le izaba hasta el penol y se le dejaba caer de golpe al agua. El lastre contribuía a que la caída fuese más violenta, ergo más dolorosa (hablamos de caer desde una altura de 10 o 15 metros), y a hundirse más profundamente, por lo que la extracción duraba más tiempo aumentado así la sensación de asfixia. En la marina francesa no se podía exceder de tres zambullidas. Una variante especialmente dolorosa era la llamada cale seche (ahogamiento seco), que consistía en detener bruscamente la caída antes de tocar el agua, lo que provocaba que la soga se clavase en la carne. Si la zambullida se ejecutaba en puerto, el buque izaba una señal y anunciaba el castigo con un cañonazo, convocando a todas las naves presentes incluyendo las civiles a presenciar el castigo. Si había muchas, formaban un semicírculo alrededor del navío protagonista de la fiesta para que nadie se la perdiera.

En la marina española también se practicaban las zambullidas, que podían llegar hasta seis según la gravedad del delito, mientras que los british ejecutaban este castigo de forma similar. En ambos casos también se lastraban a los reos con balas de cañón o palanquetas, pero en vez de sentarlos en una barra de cabrestante eran simplemente colgados con una soga por los sobacos.

LA MORDAZA


Este era un castigo que podría parecer chorra, pero que a alguno que otro le costó la vida, muriendo asfixiado. La mordaza la aplicaban los british y los francess a los que insultaban o faltaban el respeto a los superiores, mientras que los españoles hacían lo mismo, pero aumentando el abanico de opciones aplicando el castigo a los blasfemos. Como ya comentamos en la entrada anterior, con el tema religioso no se pasaba ni una, y a los reincidentes no dudaban el atravesarles la lengua con un hierro al rojo, con lo cual no solo no podrían blasfemar más, sino que apenas podrían balbucear su nombre durante el resto de sus vidas. La mordaza consistía en abrir la boca del reo y colocarle un perno de hierro en la misma firmemente sujeto a la cabeza con cuerdas. La duración del castigo quedaba al arbitrio del capitán, y podía dejarlo así tantas horas como le diese la gana. Obviamente, mantener la boca forzada durante horas podía producir unos dolores horribles en la cara y la cabeza, e incluso provocar la fin como hemos dicho. Los british, siempre tan creativos, añadían un extra a este de por sí doloroso castigo: obligaban al reo a permanecer en cuclillas con los pies apoyados en sendos cañones y vigilado por un guardia para que no variase de postura, por lo que al dolor de jeta se sumaban los calambres que empezaría a sentir en las piernas al cabo de un rato en tan incómoda posición.

IR AL CARAJO


Aunque se da por sentado que este castigo consistía en mandar al reo a morirse de ardor de estomago en un mastelero, lo cierto es que el término carajo no aparece en los diccionarios navales de la época. No sabemos si era un palabro tomado de otro idioma, una corrupción fonética o una forma familiar de denominar una parte del mástil. Sea como fuere, lo cierto es que ser enviado a lo más alto de un palo mayor no era ninguna tontería. Con buen tiempo, pasarse varias horas en un sitio así podía ser incluso agradable hasta que el sol empezaba a achicharrarte, pero con marejada o en plena tempestad sería infernal. Los bandazos de la nave se multiplicaban en amplitud, la hipotermia no tardaba mucho en presentarse, y si no se quería acabar estampado contra la cubierta o zambullido en el mar había que atarse al mastelero y esperar la orden para bajar. Este castigo, del que no se libraban los guardiamarinas, los pajes y los grumetes, podía durar hasta 24 horas o más en las cuales el reo no podía bajar a comer o beber salvo que algún gaviero compasivo se molestase en subirle algo para aliviarle la sed y el hambre. Si le pillaba la noche, para poder descansar algo se bajaban de la mesa del mastelero donde se sustentaban (eran cuatro tablones cruzados por parejas) y se tumbaban como podían en la cofa, donde había más espacio. En resumen, que ser mandado al carajo no era precisamente un premio. Por cierto, una variante española de ser mandado al carajo consistía en sentar al reo en un estay con los tobillos lastrados con palanquetas, por lo que el dolor de ojo ciego al cabo de un rato sería simplemente fastuoso. Permanecer sentado en un cable durante horas no debía ser nada aconsejable para las hemorroides, y si le fallaban las fuerzas se caía sobre cubierta poniéndolo todo perdido de vísceras desparramadas.

SPREAD EAGLE




Literalmente, despatarrado. Este castigo era exclusivo de los british, y consistía en inmovilizar al reo en los obenques apoyado sobre un flechaste tal como vemos en la imagen, o sea, abierto de brazos y piernas, y a una determinada altura sobre las batayolas. Este castigo también podía durar varias horas y, tampoco era ninguna chorrada por una sencilla razón: el agua salpicaba constantemente al reo, lo que en caso de mal tiempo suponía un elevado riesgo de hipotermia o agarrar una pulmonía antológica. En determinadas latitudes, la ropa empapada podía helarse y apiolar al hombre en cuestión de minutos. Aparte de eso, los bandazos del barco lo zarandeaban, clavándole las ligaduras en muñecas y tobillos. Y si el tiempo era bueno, pues igual de malo porque al cabo de un rato el sol hacía sus efectos, y en zonas tropicales la insolación estaba asegurada, aparte de verse con el torso en achicharrado. Como vemos, lo que en apariencia son castigos poco mortificantes, al cabo de varias horas podían convertirse en un verdadero suplicio. Todo el peso del cuerpo reposando sobre un delgado flechaste, las ligaduras que lo mantenían inmovilizado a los obenques y el constante balanceo, más el frío gélido o el calor achicharrante podían convertir este castigo en algo que el reo no olvidaría en su vida. Curiosamente, a pesar de los severos correctivos las reincidencias no eran raras, lo que hace suponer que a mucha de esta gente le importaba todo tres leches y la disciplina se la tomaban a su aire.

STARTING


Como ya anticipamos en la entrada anterior, el starting (sobresalto o susto) era una práctica habitual en la Royal Navy con la que se estimulaba continuamente al personal para que trabajasen con la mayor diligencia posible. Se aplicaba con varas de ratán o rebenques que los contramaestres y guardiamarinas no dudaban en emplear sobre todo aquel que, con o sin motivos, considerasen que debía ser advertido de que no rendía adecuadamente. No era un castigo propiamente dicho, sino que se consideraba un mero estímulo sin más, pero el caso es que un varazo en plena jeta o un golpe de rebenque en la espalda no eran ninguna tontería, y más de un marinero reaccionaba al castigo como podemos imaginar, o sea, dándole dos palos al guardiamarina de 15 años que acababa de provocarle un hematoma serio a un marinero veterano con varios años de travesía. Pero el problema era que en la Royal Navy, soltarle un guantazo a un niñato aprendiz de oficial era una agresión a un superior, cuando no un conato de motín, por lo que la víctima se convertía en victimario y tendría que verse las caras con el capitán, que no duraría ni medio segundo en mandar al contramaestre que le dejara una docena de firmas en la espalda como recuerdo.

GRILLETES, CEPOS Y PRISIÓN


Estos eran los castigos menores que se aplicaban en cualquier armada contra faltas de escasa relevancia como la falta de higiene, arrojar inmundicias por la borda, pillar una cogorza y chorradas por el estilo. Los grilletes se debían llevar un determinado número de días en los que debía efectuar sus labores con los mismos, lo que obviamente era una molestia notable, y más en un cascarón que no paraba de moverse. El cepo era similar, pero fabricado de madera, y según los deberes del reo, se le liberaba del mismo mientras durase su servicio para, a continuación, volver a colocárselo. Los british también usaban un cepo colocado en el cuello que, para más recochineo, se lastraban con balas de cañón. Estos castigos solían ir acompañados de acortamiento de raciones, un determinado número de días a pan y agua, restricciones de vino o grog, multas y retenciones de la paga. Además, durante el tiempo que durase el castigo, el tiempo libre lo pasaría encerrado en la bodega. En cuanto a la prisión, era un tema complicado porque en un barco era necesario que hasta el último hombre estuviera operativo, por lo que mantenerlo encerrado era para el reo unas vacaciones en las que se pasaba el día sin dar ni golpe hasta que tocasen puerto. De ahí a que se optara por imponerle los grilletes y que currase el tiempo que le tocara, y cuando arribaban a su destino era entregado a las autoridades para que fuera conducido a prisión, donde cumpliría su pena sin que la tripulación se viese mermada ya que, lógicamente, el reo era de inmediato sustituido por otro hombre.


Bueno, criaturas, como vemos, los temas relacionados con la disciplina no eran cosa de risa. Nadie, absolutamente nadie estaba a salvo de recibir un castigo, la lista de faltas y delitos punibles era más larga que la de políticos corruptos, y los castigos que se infligían acabamos de enumerarlos, y ninguno de ellos era para tomarlo a broma porque absolutamente todos suponían un maltrato físico bastante importante, cuando no mortal si se aplicaban en exceso. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que, de no haber existido esa férrea disciplina y el temor reverencial a los mandos, las tripulaciones habrían hecho lo que les hubiera dado la gana, para no hablar de los hombres secuestrados por la leva que estaban deseando aprovechar la mínima ocasión para tomar las de Villadiego. Y solo esa disciplina era la que hacía posible que miles y miles de hombres arrostrasen los innumerables peligros que acechaban a los que se aventuraban a embarcarse en una época en que eso de los botes salvavidas estaban por inventar, no había forma de que te rescataran en caso de hundimiento y las batallas navales eran verdaderas carnicerías donde, al contrario que en las terrestres, no había la posibilidad de huir entre otras cosas porque largarse le suponía al capitán acabar delante de un piquete de ejecución. En el mar, cuando se combatía solo había dos opciones: vencer o morir, y ante esa perspectiva solo hombres muy disciplinados tenían una posibilidad de salir vivos del brete.

En fin, ya he tecleado en demasía, y sus cuñados recién llegados de las vacaciones estarán deseosos de contarles alguna chorrada naval porque los pasearon media hora en una lancha neumática, así que aprovechen para clavar un clavo más en sus ataúdes de pino barato.
 
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