Mis fracasos en Tinder. Capítulo I

Egregio Prócer

Himbersor
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5 May 2019
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Lo que voy a escribir a continuación es la historia de algunos de mis fracasos intentando ligar, quizá buscando el amor, quizá buscando sesso, quizá buscando una compañía más sentimental, en el mundo de las redes sociales o, mejor dicho, de Tinder. Hasta entonces, mi único contacto con las mujeres fue mi expareja, a la que respeto mucho desde la distancia y la lejanía tras dejarlo de mutuo acuerdo (ella me dejó a mí), pero Dios me libre de volver a verla o sentir su cercanía.

Dividiré mi serie de historias por capítulos, porque me dedicaré a escribir según me vaya apeteciendo.


Adentrándome en el mundo del ligue


Realmente mi vida amorosa ha sido escasa, ya que me dediqué en cuerpo y alma a los estudios, a los idiomas, a sacarme el carné de conducir, a hacer viajes con amigos…, en fin, siempre sentí que la pareja era algo que llegaba después, no algo que hubiese que buscar. Nunca he tenido Tinder, nunca me he registrado en eDarling o Meetic, nunca he ido a fiestas…, siempre he sido un soso y un aburrido, pero me lo he pasado bien y me ha gustado mi adolescencia y mi primera juventud.

Pero esto cambia cuando ya llevo un año trabajando en un sitio en el que me permite tener vida social a las tardes. Es aquí cuando veo que mis amigos empiezan a tener vida en pareja, a trabajar 24/7 en trabajos de cosa cuencoarrocistas, a convertirse en muertos en vida. Y decido hacerme Tinder, porque “es lo que toca”.

Quedo con un amigo lgtb. Dicen que los gays tienen muy buen ojo para las fotos, mejor incluso que las tías, y le digo que me haga un par de fotos y que me ayude a elegir otras en las que salgo en edificios emblemáticos de otros países. Llego a casa, abro Tinder deslizo un par de veces, y espero. Abro Tinder y pienso que quizá he sido demasiado selectivo. Ahora me fijo más en la biografía y no tanto en las fotos. ¿Feminista? Bueno, mientras no sea radical… ¿Te gusta la fiesta? Bueno, hay que ser tolerante… Y deslizo más. “¡Se te han acabado los likes! ¡Compra o sigue mañana!”. Y así seguí al día siguiente, pero nada de nada. Empecé a pensar que Tinder estaba roto. O quizá fuera yo. Pues nada, bajé más el listón: la subida de peso ahora era fuertecita, la antiestética era simpática, la comunista porrera era exótica… Pero nada.

¡Le gustas a 4 personas! ¡WOW!, Ya era hora. Tinder era la leche. Me sentía como Dios. Hablé a la primera. No me respondió. Volví a hablarle al de unas horas. No me respondió. Lo mismo ocurrió con la segunda. La tercera desapareció de la lista cual fantasma. La cuarta era antiestética y creo que la elegí fruto de mi desesperación: en este caso, yo desaparecí cual fantasma de su lista.

Y así estaba, solo de nuevo, en la habitación de la casa de mis padres, pensando que si no ligaba por internet, que nunca jamás ligaría. Pero mágicamente hubo otro match.

Ana, la gallega


¡Le gustas a Ana! Ana es una gallega que estaba por Bilbao, donde vivo, trabajando. Es graduada social con contratos sarama y lo mismo un día la mandaban a Barakaldo, que otro día la mandaban a Asturias para pasar unas semanas en una casa de acogida.

-Hola, Ana.
+Hola.
-Bla bla bla…
+Bla bla bla…
-Oye, acabo de venir ahora de trabajar y no tengo nada que hacer a la tarde. ¿Te gustaría quedar?
+Jajaja, ¡qué directo! Pero la verdad es que me inspiras confianza… vale.

Quedamos en la Plaza Moyúa. La Plaza Moyúa es la plaza de Bilbao donde estaba el aguilucho franquista hasta hace dos días, donde está el Gobierno Civil y el cuartelucho de la Guardia Civil frente al hotel Cartlon de pijos. Siempre suelo quedar con mis ligues bajo la Banca Privada del Banco Santander, a la salida de metro. Porque se llega fácil vivas donde vivas, porque a mí me queda a tiro de piedra andando, y porque las chicas se sienten seguras por quedar en el centro de la ciudad, algo que gana muchos puntos de cara a amar. A las chicas no les gusta que vayas con intención de amar, disimular esto fehacientemente es el movimiento más inteligente para terminar en la cama. Hipocresía femenina.

Quedo con Ana y nos damos unas vueltas por Bilbao. A lo orate, pese a que yo no bebo, terminé borracho perdido tras una profunda conversación con ella. Tenía unos ojos preciosos, una sonrisa preciosa y un tic nervioso en la boca que me parecía hasta bonito en aquel momento. Esa misma noche, le estaba comiendo la boca. Solo hizo falta otro día de liarnos en la calle y en una chocolatería (qué vergüenza, porque la camarera me vio con una rigidez* de cuidado, a la que posteriormente se le cayó un plato al suelo y se le rompió en mil trozos, cosa que quiero creer que no era porque estaba hipnotizada con mi falo) para terminar durmiendo en su cama tras echar dos polvos ese mismo viernes.

+El sábado me tengo que ir a Asturias dos semanas, pero mañana duerme en mi casa.
-Así será.
+¿Puedes dejarme una mochila pequeñita para llevarla a Asturias? Te la devuelvo cuando vuelva, y así tienes excusa para volver.

Llego el viernes perfumado, con look de amador, con algo de cena del súper para precalentar y con una caja de condones recién comprada.

+No estás siendo tú mismo…, déjate llevar y dime qué te gusta que te hagan.
-¿Quieres que me suelte?
+Sí.
Ñaca ñaca ñaca ñaca
-Oye…, oigo ruidos en la casa, ¿hay más gente?
+Sí, mis compañeras de piso y el novio de una de ellas.
-Ah…, ¿y no nos van a oír?
+¿Te molesta?
-A mí no. ¿A ti?
+Mira, te las presento.
-No hace falta.
+Mira, que son muy majas.

Salimos y no hay nadie. Como ella quería que las conociese, nos liamos en el sofá hasta que volvieran o salieran de donde estuvieran, porque llegar, iban a llegar. Aquí noto que tengo mi pantalón húmedo, mojado, corrido en la parte de la platano. Se me había escapado leche. La gallega se rio. En este momento entra una catalana de metro ochenta en la sala y, para evitar que me viese la bragueta empapada, ni me levanto para saludarla, a lo que le digo un: “eeehhhhh…” levantando la cabeza. Casi me muero de vergüenza al darme cuenta de lo que había hecho. La catalana dice: “hola…”, y desaparece. Fue la última vez que la vi. La gallega, en cambio, me dice de volver a la habitación.

Aquí le comí todo lo comible, le lamí todo el cuerpo y disfruté como nunca antes lo había hecho con mi ex.

+No me he corrido, pero ha estado bien.
-Ah…, vale.
+Bueno, vamos a dormir, que mañana madrugo y estoy cansadísima.

+Me estás dando mucho calor, echa para el otro lado.

Vaya puñetero chasco la gallega de los huevones. Pero bueno, todo sea por otro polvo mañanero.

La gallega se despierta, me abraza, echamos otro polvo, nos duchamos juntos y me dice: “¿desayunamos y me llevas en coche a Deusto?” “Claro, sin problema, vivo cerca de ahí, así que te acerco”, respondí.

Desayunamos, nos montamos en el coche, y le digo en el coche, reconozco que algo pillado (cosas de no haber experimentado tanto placer sensual en mi vida):

-¿Para ti ha sido solo sesso o ha sido algo más?
+Ha sido algo más. Eres diferente a otras personas. Me siento muy a gusto y tranquila contigo, disfruto mucho.
-Pues iremos hablando por teléfono. Estoy deseando que vuelvas. Podemos ir mirando algo para hacer.
+¿Como qué?
-Bueno, igual te apetecería ir a Huesca o Navarra.
+Jajaja, me encantaría. Pero por Whatsapp hablo poco. Te aviso cuando vaya a volver.
-Vale. Un beso.
+¡Adiós!

Ana no me respondería a los mensajes de Whatsapp hasta dos o tres días más tarde durante la primera semana, siempre con dos o tres palabras, alegando que estaba muy ocupada. La segunda semana, fue algo así:

+Qué pesado, que no puedo responder.
-Vale, pues no te escribo más.
+No es eso. Es que ya te dije que escribía poco.
-Pues a ver si vuelves y entonces hablamos en persona. Te echo de menos.
(Cuatro días después)
+Ya he vuelto, pero estoy mala.
-Mejórate…, ¿quieres que vaya y vemos una serie o algo?
(Cuatro días después)
+Perdona por no haberte respondido, pero no me encuentro nada bien.
-No pasa nada…, pues si necesitas algo…
(Cuatro días después)
-¿Me devuelves mi mochila?
(Cuatro días después)
-¿Me devuelves mi mochila?
(Cuatro días después)
-¿Me devuelves mi mochila?


Tampoco responde a mis llamadas, así que, ayer, mi ligue fracasado de Tinder, decidió ayudarme en mi operación de recuperación y la llamó desde su móvil. Contestó.

+¿Sí?
-Hola, Ana. ¿Me devuelves mi mochila?
+Es que estoy mala (tos falsa).
-Mañana voy a ir a por ella. ¿Me la da entonces alguna compañera tuya del piso?
+Bueeeeeno, vaaaaale.
-De acuerdo. Hasta mañana. Recupérate.

Esta tarde veremos qué pasa. Yo solo quiero mi mochila.
 
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