Máximo Décimo Hispanio
Sexador de pollos
El más influyente de los narradores franceses de la actualidad publica este lunes una carta en la que reflexiona sobre las consecuencias del cobi19. El impacto del confinamiento en la escritura, la confirmación de la tendencia de una “obsolescencia en las relaciones humanas” o la disimulación de los muertos son algunos de los temas que aborda, lo que le lleva a decir que el día después el mundo “será el mismo, solo que un poco peor”.
A contramano de quienes vaticinan que ya nada será igual, que la esa época en el 2020 de la que yo le hablo es una oportunidad para replantearse el mundo y salir mejores, Michel Houellebecq (1956) responde con una risita desesperada que echa por tierra cualquier esperanza.
En una carta titulada “Un poco peor”, el narrador francés resume el estado del mundo tal como lo ve después de la convulsión provocada por la el bichito-19.
El texto publicado este lunes empieza con un toque de humor frío que le viene de fábrica, hablando de su correspondencia. “Hay que admitirlo: la mayoría de los correos electrónicos intercambiados en las últimas semanas tenían como objetivo principal comprobar que el interlocutor no estaba muerto o a punto de estarlo”.
Houellebecq achaca luego al nuevo cobi19 de constituir, al mismo tiempo, una amenaza “angustiante y aburrida”. Es “un bichito banal, de la familia poco prestigiosa de los bichito gripales, con condiciones de supervivencia poco conocidas, con características difusas, a veces benignas, a veces mortales, ni siquiera tras*misibles sexualmente: en resumen, un bichito sin cualidades”.
Flaubert contra Nietzsche
Lo que sí le interesa al escritor francés en vida más leído en el exterior, es lo que el bichito dice de la capacidad para pensar y escribir el mundo, así como de lo que revela de la tras*formación de la sociedad occidental a través de la innovación tecnológica.
Desde el punto de vista de la labor intelectual, Houellebecq retoma el tema de la producción literaria y filosófica a la que obliga la cuarentena.
“Este confinamiento me parece la oportunidad ideal para resolver la vieja disputa entre Flaubert y Nietzsche. En algún lugar (he olvidado dónde) Flaubert dice que uno sólo piensa y escribe bien cuando está sentado. Protestas y burlas de Nietzsche (también he olvidado dónde), que llega incluso a llamarlo nihilista (lo que sucede en un momento en el que ya había empezado a utilizar la palabra de forma equivocada e indiscriminada): él mismo concibió todas sus obras caminando, todo lo que no se concibe caminando es nulo, además siempre ha sido un bailarín dionisíaco, etc.”, escribe.
“Nadie puede sospechar que tenga una exagerada simpatía por Nietzsche, debo sin embargo admitir que, en este caso, es más bien él quien tiene razón. Tratar de escribir si no se tiene la posibilidad, durante el día, de caminar durante varias horas a un ritmo sostenido, es fuertemente desalentador: la tensión nerviosa acumulada no logra disolverse, los pensamientos y las imágenes siguen girando dolorosamente en la pobre cabeza del autor, que rápidamente se vuelve irritable, incluso loco”, apunta.
En cuanto a los efectos del confinamiento en el “común de los mortales”, Houellebecq explica que ya había abordado el tema en su novela La posibilidad de una isla, con el espectáculo insípido de una humanidad que se extingue, ”con individuos que viven aislados en sus celdas, sin contacto físico con sus pares, sólo unos pocos intercambios por computadora, y que van disminuyendo”.
Houellebecq no cree que nada vaya a cambiar, sino que las tendencias de fondo de la sociedad tecnificada se agudizarán. “En primer lugar, no creo ni por medio segundo en afirmaciones como ‘nada volverá a ser lo mismo’. Al contrario, todo seguirá siendo exactamente igual. De hecho, el curso de esta epidemia es notablemente normal. Occidente no es para la eternidad, por derecho divino, la zona más rica y desarrollada del mundo; se acabó, todo eso, desde hace tiempo, no es una primicia”, enfatiza.
Las muertes disimuladas
“El cobi19, al contrario, debería arrojar como resultado principal la aceleración de ciertas mutaciones en curso. Desde hace algunos años, todas las evoluciones tecnológicas, ya sean menores (vídeo on demand, pago sin contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet, redes sociales) han tenido como principal consecuencia (¿objetivo principal?) la reducción de los contactos materiales, y sobre todo humanos. La epidemia de cobi19 ofrece una magnífica razón para esta fuerte tendencia: una cierta obsolescencia que parece golpear las relaciones humanas”, escribe.
Otro rasgo agravado por la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, según Houellebecq: “la fin nunca ha sido tan discreta como en estas últimas semanas”. “Las personas mueren solas en su hospital o en las habitaciones del geriátrico, son inmediatamente enterradas (¿o cremadas? La cremación coincide más con el espíritu de los tiempos), sin invitar a nadie, en secreto. Muertos sin el más mínimo testimonio, las víctimas se reducen a un número más en las estadísticas de muertes diarias, y la angustia que se propaga en la población a medida que aumenta el total tiene algo extrañamente abstracto”.
La decisión de qué vidas merecen intentar salvarse en cuidados intensivos en función de la edad avanzada de los pacientes también resulta revelador de la época, deplora el autor de Las partículas elementales.
“Todas estas tendencias, como dije, existían antes del cobi19; ahora sólo se han hecho evidentes con nuevas pruebas. No despertaremos, después del confinamiento, en un nuevo mundo; será lo mismo, sólo que un poco peor”, remata su mensaje.
Michel Houellebecq: el mundo después de esa época en el 2020 de la que yo le hablo ‘será exactamente igual’
A contramano de quienes vaticinan que ya nada será igual, que la esa época en el 2020 de la que yo le hablo es una oportunidad para replantearse el mundo y salir mejores, Michel Houellebecq (1956) responde con una risita desesperada que echa por tierra cualquier esperanza.
En una carta titulada “Un poco peor”, el narrador francés resume el estado del mundo tal como lo ve después de la convulsión provocada por la el bichito-19.
El texto publicado este lunes empieza con un toque de humor frío que le viene de fábrica, hablando de su correspondencia. “Hay que admitirlo: la mayoría de los correos electrónicos intercambiados en las últimas semanas tenían como objetivo principal comprobar que el interlocutor no estaba muerto o a punto de estarlo”.
Houellebecq achaca luego al nuevo cobi19 de constituir, al mismo tiempo, una amenaza “angustiante y aburrida”. Es “un bichito banal, de la familia poco prestigiosa de los bichito gripales, con condiciones de supervivencia poco conocidas, con características difusas, a veces benignas, a veces mortales, ni siquiera tras*misibles sexualmente: en resumen, un bichito sin cualidades”.
Flaubert contra Nietzsche
Lo que sí le interesa al escritor francés en vida más leído en el exterior, es lo que el bichito dice de la capacidad para pensar y escribir el mundo, así como de lo que revela de la tras*formación de la sociedad occidental a través de la innovación tecnológica.
Desde el punto de vista de la labor intelectual, Houellebecq retoma el tema de la producción literaria y filosófica a la que obliga la cuarentena.
“Este confinamiento me parece la oportunidad ideal para resolver la vieja disputa entre Flaubert y Nietzsche. En algún lugar (he olvidado dónde) Flaubert dice que uno sólo piensa y escribe bien cuando está sentado. Protestas y burlas de Nietzsche (también he olvidado dónde), que llega incluso a llamarlo nihilista (lo que sucede en un momento en el que ya había empezado a utilizar la palabra de forma equivocada e indiscriminada): él mismo concibió todas sus obras caminando, todo lo que no se concibe caminando es nulo, además siempre ha sido un bailarín dionisíaco, etc.”, escribe.
“Nadie puede sospechar que tenga una exagerada simpatía por Nietzsche, debo sin embargo admitir que, en este caso, es más bien él quien tiene razón. Tratar de escribir si no se tiene la posibilidad, durante el día, de caminar durante varias horas a un ritmo sostenido, es fuertemente desalentador: la tensión nerviosa acumulada no logra disolverse, los pensamientos y las imágenes siguen girando dolorosamente en la pobre cabeza del autor, que rápidamente se vuelve irritable, incluso loco”, apunta.
En cuanto a los efectos del confinamiento en el “común de los mortales”, Houellebecq explica que ya había abordado el tema en su novela La posibilidad de una isla, con el espectáculo insípido de una humanidad que se extingue, ”con individuos que viven aislados en sus celdas, sin contacto físico con sus pares, sólo unos pocos intercambios por computadora, y que van disminuyendo”.
Houellebecq no cree que nada vaya a cambiar, sino que las tendencias de fondo de la sociedad tecnificada se agudizarán. “En primer lugar, no creo ni por medio segundo en afirmaciones como ‘nada volverá a ser lo mismo’. Al contrario, todo seguirá siendo exactamente igual. De hecho, el curso de esta epidemia es notablemente normal. Occidente no es para la eternidad, por derecho divino, la zona más rica y desarrollada del mundo; se acabó, todo eso, desde hace tiempo, no es una primicia”, enfatiza.
Las muertes disimuladas
“El cobi19, al contrario, debería arrojar como resultado principal la aceleración de ciertas mutaciones en curso. Desde hace algunos años, todas las evoluciones tecnológicas, ya sean menores (vídeo on demand, pago sin contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet, redes sociales) han tenido como principal consecuencia (¿objetivo principal?) la reducción de los contactos materiales, y sobre todo humanos. La epidemia de cobi19 ofrece una magnífica razón para esta fuerte tendencia: una cierta obsolescencia que parece golpear las relaciones humanas”, escribe.
Otro rasgo agravado por la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, según Houellebecq: “la fin nunca ha sido tan discreta como en estas últimas semanas”. “Las personas mueren solas en su hospital o en las habitaciones del geriátrico, son inmediatamente enterradas (¿o cremadas? La cremación coincide más con el espíritu de los tiempos), sin invitar a nadie, en secreto. Muertos sin el más mínimo testimonio, las víctimas se reducen a un número más en las estadísticas de muertes diarias, y la angustia que se propaga en la población a medida que aumenta el total tiene algo extrañamente abstracto”.
La decisión de qué vidas merecen intentar salvarse en cuidados intensivos en función de la edad avanzada de los pacientes también resulta revelador de la época, deplora el autor de Las partículas elementales.
“Todas estas tendencias, como dije, existían antes del cobi19; ahora sólo se han hecho evidentes con nuevas pruebas. No despertaremos, después del confinamiento, en un nuevo mundo; será lo mismo, sólo que un poco peor”, remata su mensaje.
Michel Houellebecq: el mundo después de esa época en el 2020 de la que yo le hablo ‘será exactamente igual’