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"Memoria interna casi llena"
Lleva tiempo así, con algunas intermitencias cada vez más cortas. El teléfono está haciéndose viejo, muy viejo, y por más memoria que voy borrándole nunca es suficiente. Está cansado, muy cansado. Ocho años a mi lado quemarían hasta a mi progenitora.
¿Ocho? Perfectamente. En verdad no recuerdo cuando lo compré, es decir, cuando me lo dieron por un contrato a dos años. Hasta entonces esa era la esperanza de vida de todos los móviles que habían pasado por mis manos. "Obsolescencia programada" Parece el título de una canción de los Pink Floyd de Syd Barrett.
He borrado casi todo desde que su enfermedad hizo acto de aparición, hará como dos años. No había otra: el teléfono se bloquea sin permitirte hacer nada con él. Fotos, vídeos, audios...de todo. Pero lleva un par de días en una especie de fase terminal, morfínica, con la que sólo se puede apechugar en los breves segundos que permite hasta darse cuenta del truco.
"Memoria interna casi llena"
Y lo dejas descansar. Ya no puedo eliminar más cosas de su memoria, de la nuestra: sólo quedan las fotos y los vídeos de mi sobrino y los audiolibros de Spotyfi.
Decidí ir al tanatorio antes de mi regreso al bar. Era mediodía y hacía calor. Llegué sudado, apenas había gente. Todavía era temprano, no haría un par de horas que mi viejo cliente estaba anunciado en la reja de entrada. Me lo había dicho uno de sus yernos a eso de las nueve de la mañana, un tío todavía joven, un chaval excepcional. Pidió tres cafés y una tostada para llevar mientras me contaba lo que habían sido sus últimas horas, tan parecidas a las de mi padre.
Era en la sala más grande, la misma de mi padre, la primera a la izquierda conforme se entra, esa que se alcanza tras bajar una escalera. Allí, todavía arriba, me encontré con una de sus hijas, la segunda, la mujer de aquel chaval, que lloraba rodeada por tres amigas.
- Hola.
- ¡Kufistooo! - y se echó a mi cuello y lloró más.
- Lo siento mucho, Gema. Lo siento mucho...
Era una niña cuando la conocí. Una niña que venía al bar con sus padres. Hace veinte años de esto.
- ¡Kufisto! Has venido...
- Claro...Lo siento mucho, pequeña, lo siento mucho...Tu padre fue un buen hombre -le dije al oído.
Y rompió a llorar.
Bajé las escaleras, entré en el salón y en un primer momento no reconocí a nadie. Pero vi a otro de los yernos sentado en una mesa secundaria, un compadre, y fui a él. Pronto se acercaron la hija mayor y después la esposa. Han sido tantos años, incluso durante su enfermedad...Abrazos emocionados, besos...La fin no deja de ser terrible en ningún caso. Demasiados recuerdos, demasiada memoria.
Dije lo que pude y salí. Gema estaba afuera y volvimos a abrazarnos. Ella está muy delicada de salud. Lloraba.
- Aguanta, Gema. Aguanta hoy, es el peor día...-le dije besándola.
- ¡Ay, Kufisto! ¡Y como le quería!
Es la más parecida a él. En todo.
Salí de allí trastornado y eché a andar para mi segundo turno el bar.
- ¿Qué tal, Kufisto? -dijo a modo de saludo mi más antiguo compadre.
- Bien.
Aparte de él y mi hermano pequeño poco más había en el bar. Comenté la noticia, hablamos un poco de ella, mi hermano se fue y pronto entramos en otros temas.
Mujeres. Mujeres que aman como locas, mujeres idas de la cabeza, mujeres que te comen los bemoles y el ojo del ojo ciego; mujeres casadas o divorciadas como él; pivones; mujeres de treinta, cuarenta, cincuenta años para las que nada es demasiado guarro.
- Ahora que estoy controlando el bebercio, Kufisto -dijo-, me doy cuenta de lo locas que están.
- Ya. Pero tú tienes pasta, yo no.
- Sí, bueno. Es verdad...Oye, ¿te vienes el viernes a la fiesta de mi cumpleaños?
- Sabes que no se me dan bien las fiestas.
- Era mi hija pequeña -dijo otro de mis compadres, también divorciado, quitándose el sempiterno auricular de la oreja. El mediodía de hoy en el bar, como tantas otras veces, se había tras*formado en la resaca del de ayer- Está de tele-operadora. Estudió Bellas Artes.
No pude sino reírme. Él también.
- ¡jorobar, tío! -respondí acordándome de la re-lectura de "Sumisión" de la tarde anterior, esa que al final de la tarde me había dejado con el cuello roto al creer que había encontrado una nueva y más cómoda forma de leer. Antes había terminado otra vez "Ampliación del campo de batalla"- ¡Esa es un carrera...! ¡Qué sé yo! O te haces maestro en la Universidad o te comes los mocos.
- Ya, ¿pero qué haces, Kufisto?
- Ya...
Bebimos. Mi hermano regresó y salimos a la terraza. Nos sentamos en una mesa alta y bebimos algo más hablando de música y pelis.
- ¿Vas andando? -le dije.
- No, hoy tengo el coche.
- Pues acércame a casa.
Todo en orden. La gata dormitaba en las cercanías de la persiana medio bajada. El calor la puede. El calor cae sobre el piso como un saco de harina bajo la promesa de un futuro pan.
- ¡Ey, nena!
Pronto cumplirá seis años. El gato que tuve duró diez; claro que su fin fue circunstancial, o eso quiero recordar; hay gatos que viven casi veinte años, si no más, como la que tuvo mi vieja.
- ¡Hola, pequeña! -le dije otra vez.
- ¡Mau!
Es arisca. Es arisca porque vive conmigo. También es verdad que fui yo quien la recogí de la calle cuando desesperada, siendo una cría, una tarde entró al bar una y otra vez. Estaba tan asustada, tan aterrorizada de la vida...
Ayer se ovilló sobre mis piernas mientras yo acababa de leer en mi nefasto nuevo sitio de lectura el final de la "Ampliación del campo de batalla"
Me jodió levantarme del sillón. Todavía no me dolía el cuello; eso vino después. Pero parecía tan feliz...
"Vamos, nena -pensé-, despierta suavemente" Pero estaba derrotada y yo tenía que miccionar.
- ¡Mau!
- ¡Quita, shishi!
Después de todo aún es joven. Y su memoria interna todavía tiene suficiente espacio.
- Voy a cambiarte por un teléfono nuevo, pequeña.
- ¡Mau!
- ¡Que no, que es broma!
- ¡Mau!
Lleva tiempo así, con algunas intermitencias cada vez más cortas. El teléfono está haciéndose viejo, muy viejo, y por más memoria que voy borrándole nunca es suficiente. Está cansado, muy cansado. Ocho años a mi lado quemarían hasta a mi progenitora.
¿Ocho? Perfectamente. En verdad no recuerdo cuando lo compré, es decir, cuando me lo dieron por un contrato a dos años. Hasta entonces esa era la esperanza de vida de todos los móviles que habían pasado por mis manos. "Obsolescencia programada" Parece el título de una canción de los Pink Floyd de Syd Barrett.
He borrado casi todo desde que su enfermedad hizo acto de aparición, hará como dos años. No había otra: el teléfono se bloquea sin permitirte hacer nada con él. Fotos, vídeos, audios...de todo. Pero lleva un par de días en una especie de fase terminal, morfínica, con la que sólo se puede apechugar en los breves segundos que permite hasta darse cuenta del truco.
"Memoria interna casi llena"
Y lo dejas descansar. Ya no puedo eliminar más cosas de su memoria, de la nuestra: sólo quedan las fotos y los vídeos de mi sobrino y los audiolibros de Spotyfi.
Decidí ir al tanatorio antes de mi regreso al bar. Era mediodía y hacía calor. Llegué sudado, apenas había gente. Todavía era temprano, no haría un par de horas que mi viejo cliente estaba anunciado en la reja de entrada. Me lo había dicho uno de sus yernos a eso de las nueve de la mañana, un tío todavía joven, un chaval excepcional. Pidió tres cafés y una tostada para llevar mientras me contaba lo que habían sido sus últimas horas, tan parecidas a las de mi padre.
Era en la sala más grande, la misma de mi padre, la primera a la izquierda conforme se entra, esa que se alcanza tras bajar una escalera. Allí, todavía arriba, me encontré con una de sus hijas, la segunda, la mujer de aquel chaval, que lloraba rodeada por tres amigas.
- Hola.
- ¡Kufistooo! - y se echó a mi cuello y lloró más.
- Lo siento mucho, Gema. Lo siento mucho...
Era una niña cuando la conocí. Una niña que venía al bar con sus padres. Hace veinte años de esto.
- ¡Kufisto! Has venido...
- Claro...Lo siento mucho, pequeña, lo siento mucho...Tu padre fue un buen hombre -le dije al oído.
Y rompió a llorar.
Bajé las escaleras, entré en el salón y en un primer momento no reconocí a nadie. Pero vi a otro de los yernos sentado en una mesa secundaria, un compadre, y fui a él. Pronto se acercaron la hija mayor y después la esposa. Han sido tantos años, incluso durante su enfermedad...Abrazos emocionados, besos...La fin no deja de ser terrible en ningún caso. Demasiados recuerdos, demasiada memoria.
Dije lo que pude y salí. Gema estaba afuera y volvimos a abrazarnos. Ella está muy delicada de salud. Lloraba.
- Aguanta, Gema. Aguanta hoy, es el peor día...-le dije besándola.
- ¡Ay, Kufisto! ¡Y como le quería!
Es la más parecida a él. En todo.
Salí de allí trastornado y eché a andar para mi segundo turno el bar.
- ¿Qué tal, Kufisto? -dijo a modo de saludo mi más antiguo compadre.
- Bien.
Aparte de él y mi hermano pequeño poco más había en el bar. Comenté la noticia, hablamos un poco de ella, mi hermano se fue y pronto entramos en otros temas.
Mujeres. Mujeres que aman como locas, mujeres idas de la cabeza, mujeres que te comen los bemoles y el ojo del ojo ciego; mujeres casadas o divorciadas como él; pivones; mujeres de treinta, cuarenta, cincuenta años para las que nada es demasiado guarro.
- Ahora que estoy controlando el bebercio, Kufisto -dijo-, me doy cuenta de lo locas que están.
- Ya. Pero tú tienes pasta, yo no.
- Sí, bueno. Es verdad...Oye, ¿te vienes el viernes a la fiesta de mi cumpleaños?
- Sabes que no se me dan bien las fiestas.
- Era mi hija pequeña -dijo otro de mis compadres, también divorciado, quitándose el sempiterno auricular de la oreja. El mediodía de hoy en el bar, como tantas otras veces, se había tras*formado en la resaca del de ayer- Está de tele-operadora. Estudió Bellas Artes.
No pude sino reírme. Él también.
- ¡jorobar, tío! -respondí acordándome de la re-lectura de "Sumisión" de la tarde anterior, esa que al final de la tarde me había dejado con el cuello roto al creer que había encontrado una nueva y más cómoda forma de leer. Antes había terminado otra vez "Ampliación del campo de batalla"- ¡Esa es un carrera...! ¡Qué sé yo! O te haces maestro en la Universidad o te comes los mocos.
- Ya, ¿pero qué haces, Kufisto?
- Ya...
Bebimos. Mi hermano regresó y salimos a la terraza. Nos sentamos en una mesa alta y bebimos algo más hablando de música y pelis.
- ¿Vas andando? -le dije.
- No, hoy tengo el coche.
- Pues acércame a casa.
Todo en orden. La gata dormitaba en las cercanías de la persiana medio bajada. El calor la puede. El calor cae sobre el piso como un saco de harina bajo la promesa de un futuro pan.
- ¡Ey, nena!
Pronto cumplirá seis años. El gato que tuve duró diez; claro que su fin fue circunstancial, o eso quiero recordar; hay gatos que viven casi veinte años, si no más, como la que tuvo mi vieja.
- ¡Hola, pequeña! -le dije otra vez.
- ¡Mau!
Es arisca. Es arisca porque vive conmigo. También es verdad que fui yo quien la recogí de la calle cuando desesperada, siendo una cría, una tarde entró al bar una y otra vez. Estaba tan asustada, tan aterrorizada de la vida...
Ayer se ovilló sobre mis piernas mientras yo acababa de leer en mi nefasto nuevo sitio de lectura el final de la "Ampliación del campo de batalla"
Me jodió levantarme del sillón. Todavía no me dolía el cuello; eso vino después. Pero parecía tan feliz...
"Vamos, nena -pensé-, despierta suavemente" Pero estaba derrotada y yo tenía que miccionar.
- ¡Mau!
- ¡Quita, shishi!
Después de todo aún es joven. Y su memoria interna todavía tiene suficiente espacio.
- Voy a cambiarte por un teléfono nuevo, pequeña.
- ¡Mau!
- ¡Que no, que es broma!
- ¡Mau!