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Himbersor
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Por Magdalena del Amo.- Mientras los robos, altercados, navajazos y trapicheos varios se suceden en las calles, con total impunidad, la policía se ocupa en los nuevos quehaceres covidianos, como es irrumpir en las discotecas nocturnas, convertidas en cotos de caza, armados hasta los dientes, como para detener a terroristas. Sea en el papel de perros o en el de cazadores, lo cierto es que estos agentes antidisturbios, pagados por la sociedad, aceptan sin rechistar la representación de la performance, para ilustrar los telediarios y las tertulias de loros sabelotodo cómplices del fraude. Se necesitan escenas impactantes para seguir alimentando el monstruo pandémico y que la historia para no dormir no decaiga. Hay que incrementar el acoso y seguir mostrando que estamos ante un gran peligro causado por un bichito misterioso que, a pesar de no haber sido aislado, purificado y secuenciado, muta continuamente dando lugar a variantes exóticas cada vez más mediáticas. Un bichito caprichoso y errático que actúa por horas, por días, por zonas y por ambientes. Primero atacó sin piedad a los viejos –hagámonos los orates y obviemos las sedaciones masivas por el vergonzoso “triaje de guerra”. Es como si el bichito y su pléyade de variantes actuase estratégicamente como hacen las bandas criminales humanas. Ahora, les toca el turno a los niños. Han conseguido meterlos en el carrusel de las dosis de por vida. Aparte de la cantaleta de los contagios, arguyen su derecho a tener el pasaporte el bichito. El mismo patrón argumentario del falso filántropo Bill Gates cuando anunció la banderilla de puntos cuánticos o chips “para que los desheredados del mundo, que ni siquiera tienen registro de nacimiento, puedan estar censados”. ¡Menudo favor! ¿No se preguntan por qué todo esto? ¿No les parece extraño? ¿Suelen preguntarse o cuestionarse algo cuando visionan o leen las noticias? ¿Han pensado que podría tratarse de un montaje? Dejo estas preguntas para la reflexión.
Imágenes impactantes y reales –sin ensayo ni teatro— son las que se ocultan sistemáticamente, mostrando a personas que caen al suelo tras recibir la banderilla, o afectados por las secuelas irreversibles, como infartos, trombos, mielitis, neumonías, daños neurológicos y muertes, aparte de otros efectos menos graves, como dolores de cabeza, cansancio y malestar general, en definitiva, pérdida de la calidad de vida. Todo esto se oculta, gracias a quienes dirigen la representación y a todos sus eslabones. Hemos hablado en otras ocasiones de terrorismo informativo, refiriéndonos a los medios de comunicación oficialistas, pero ya va siendo hora de dar un paso más y hablar de terrorismo médico. No entra en este apartado la clase médica al completo; tampoco los equivocados, que no saben de qué va esto y actúan de buena fe; pero sí los que son conscientes del engaño y callan por sus particulares conflictos de intereses, del tipo que sea. ¿Cómo es posible que un profesional obligado por el Juramento Hipocrático a obrar con rectitud se erija en servidor de los intereses políticos y económicos, en detrimento de la salud de los ciudadanos, que prometen defender por encima de todo? Los vemos a todas horas mintiendo, infundiendo miedo sobre estadísticas, contagios, ingresados, ucis y muertes. Quieren obsesionarnos, desquiciarnos, robarnos no solo la libertad, sino la esperanza; que soñemos con el bichito y la fin, y que eso sea nuestro primer pensamiento al despertar por la mañana.
El grado de surrealismo al que están llegando haría babear al guionista de Groucho Max. Según una noticia de ayer, un grupo de sanitarios se fue de cena; eso sí, ataviados con todos los accesorios pandémicos: todos medicados, con el pasaporte el bichito, el test negativo, con su mascarilla, más su dosis de miedo omicroniano. A las pocas horas, la variante se carcajea y da un montón de positivos, obligados ahora a guardar cuarentena. Los maestros Ciruela enseguida improvisaron todo tipo de explicaciones. ¡El colmo del absurdo! Pero nada es al azar. Son estrategias de control, a través de la confusión y la disociación, como ocurre con la información de doble vínculo. Ante esto, caben dos reacciones, dependiendo de la fase de saturación: 1) un despertar repentino por el procesamiento de la información en la esfera cognitiva consciente, y 2) un “cortocircuito” en el hipocampo que provoca la rendición total del sujeto. La claudicación se ve reforzada por las frases intencionadas de los “maestritos” de turno con las que torturan a la audiencia: “no hemos aprendido y ha vuelto a pasar”. Una clara manifestación de la culpa, que se sustancia en un “me rindo”, “no entiendo nada” o “cada vez entiendo menos”. Es el equivalente a reconocer que “ellos saben lo que hacen” y “solo queda obedecer”. Así es como los ciudadanos se convierten en piltrafas andantes, zombis, marionetas autómatas sin capacidad de pensar, deducir y discernir. Han entregado sus mentes hasta un punto de difícil retorno. Cuando las personas caen en este estado, no es fácil ayudarlas a salir del pozo y a recuperar su autoestima y posición de equilibrio.
Quienes sabiendo la verdad –y hacemos hincapié en los médicos, como guardianes sagrados de la salud— deciden continuar con el engaño, están sirviendo a enemigos de la humanidad, que representan o forman parte de los grandes grupos de poder del mundo, auténticos dueños de vidas y haciendas. Grupos económicos y mediáticos, agencias de noticias, holdings, tras*nacionales, farmacéuticas, agroquímicos, todos ellos interconectados con grupos terroristas, sectas destructivas y el crimen organizado con sus canales de *******astia, pronografía, tráfico de drojas, de obras de arte, de órganos, de personas y sicariato privado y de Estado. La cúpula de toda esta “cosa extraña”, que nunca se había hecho visible con tanto desafío es realmente siniestra.
Afortunadamente, cada vez es mayor el número de sanitarios que se posicionan a favor de la verdad. Pero están vetados. Solo se da voz a los que alimentan el miedo y aconsejan la banderilla –primera, segunda, tercera, cuarta dosis, y así ad infinitum—, a pesar de no inmunizar y de sus muchos efectos adversos; además de agitar el repruebo contra los no medicados, que es el tema de moda.
Esto no quiere decir que no haya esperanza para la humanidad y que los “amos del mundo” vayan a tener éxito en la implementación de su plan de dominio. Estamos seguros de que no podrán, por muy tenebroso que lo veamos. Es cierto que estamos inmersos en un túnel oscuro moviéndonos a tientas. Aun así caminamos con nuestras tenues lámparas hacia la luz del sol. Son muchos profesionales de diferentes ámbitos trabajando para el bien. Científicos, médicos, abogados, jueces, periodistas, profesores y otros, están en la lucha, invirtiendo su tiempo, poniendo en juego su trabajo y arriesgando su prestigio e incluso su vida. Los mártires de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo no son los muertos por el bichito, sino los asesinados por defender la verdad, por desvelar las mentiras de la OMS y los gobiernos del mundo, por denunciar el genocidio contra la humanidad. Pero la verdad vencerá. El Bien se impondrá al Mal. No perdamos la esperanza. La levadura está haciendo su función.
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*Psicóloga, periodista y escritora