Matt Haig: "La generación más conectada de la historia es también la más solitaria"

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Matt Haig: "La generación más conectada de la historia es también la más solitaria"

Con la vuelta al trabajo acaba la mayor etapa de desconexión del año. Cada vez más estudios prueban el vínculo entre tecnología, ansiedad y aislamiento. Matt Haig lo cuenta en 'Apuntes de un planeta estresado'.

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Para Matt Haig (Sheffield, Inglaterra, 1975) el mantra de la publicidad que dice que el sesso es lo que vende no es cierto: «Lo que vende es el miedo». La tecnología ha logrado que en lugar de imaginar las peores catástrofes, seamos testigos de ellas en directo: desde la búsqueda del cadáver de una gran esquiadora olímpica hasta un tiroteo en un instituto de Texas. Un bombardeo de información que exige atención perpetua, sin descanso, mucho menos reflexión, y cuyas consecuencias suponen una espiral de ansiedad colectiva.

Haig sufrió una depresión desencadenada a los 24 años que le llevó a intentar matarse, de la que salió gracias a la literatura y que contó en Razones para seguir viviendo (Ed. Seix Barral), un libro en el que afronta el tema de la salud mental. Ahora regresa al género autobiográfico con Apuntes sobre un planeta estresado (Ed. Destino), testimonio entre dietario y manual de autoayuda dedicado a los perjuicios de la vida hiperconectada.

En el regreso de las vacaciones concluye la mayor desconexión informativa del año. Los móviles y el email del trabajo vuelven a bombear como si no hubiera un mañana. Para Haig urge una defensa de la cordura, un detox digital para hacer frente a la angustia, la falta de autoestima y la impericia social que supone la gota malaya de las decenas de whatsapps, los me gusta y los tuits.

¿Cómo nos aísla la tecnología de nosotros mismos? La tecnología alimenta la idea de conexión, mientras que en realidad nos hace sentirnos más solos. No es casualidad que, según muchos estudios, la generación más conectada de la historia sea también la más solitaria. Las redes sociales son como una sustancia adictiva que promete satisfacer el deseo, a la vez que lo profundiza.

El correo, la deforestación de la selva amazónica, las tras*ferencias bancarias, el crecimiento demográfico, los corredores de maratón, las noticias, los viajes... son sólo algunos ejemplos de cosas que son mucho más rápidas que lo que eran a principios de siglo.

Casi todo es presa de la celeridad que nos impone la revolución tecnológica que está en marcha. Y cuyos daños colaterales aún no somos capaces de procesar.
En realidad, Haig es una especie de neurótico bienhumorado con capacidad de análisis. Alguien para el que cada lunar en la piel es un posible cáncer y que cada lapsus de memoria, un principio de Alzheimer.

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Apuntes sobre un planeta estresado es en cierta forma un manual de instrucciones para no ser lobotomizados por nuestros smartphones. Una resistencia que intenta alejar al teléfono psíquica y físicamente, eliminar las notificaciones y concienciar para que cuando nuestra batería esté al 2% no nos de un ataque de histeria. Por ello propone los siguientes mandamientos: «No insultar al teléfono, no suplicar al teléfono, no negociar con el teléfono, no lanzarlo al otro lado de la habitación...».

Haig, que ha vendido un millón de ejemplares en Reino Unido y ha sido traducido a 40 idiomas, es un hombre que considera que ha vivido agobiado mucho tiempo. Está angustiado tanto por el futuro de dentro de 10 años como por los (aún más angustiosos) próximos 10 minutos. Sus temores son casi patológicos. Una prueba: recordando las impactantes campañas de salud pública emitidas en televisión en los años 80, el escritor inglés escribe lo siguiente: «Años antes de que tuviera sesso, a mí me resultaba fácil imaginar que tenía sida».

El bombardeo virtual es algo bastante reciente. Tengamos en cuenta que en el año 2000 no existían Gmail, Netflix, ni WhatsApp o YouTube y que nadie había inventado las bitcoins. Por supuesto, nadie sabía lo que era un selfie, ni podía imaginar que la Fundéu BBVA elegiría ésta como palabra del año en 2014. Estos canales de información están tan presentes que da la impresión de que antes de su nacimiento nos comunicábamos por tantán. Si a un adolescente se le habla de la era pre-internet, es posible que asocie ese periodo casi lindante con el Paleolítico.

Dice que los adolescentes están más cómodos interactuando en línea que en una fiesta. ¿Pueden los smartphones destruir socialmente a una generación? El problema es que nuestra sociedad considera que la salud mental es secundaria respecto a la salud física. Hablamos todo el rato de dietas, de deporte y de horas de sueño, pero no sobre nuestro bienestar psicológico. ¿Es posible vivir desconectado en 2019 sin ser un marginado? Es muy difícil. Ya gran parte de nuestras vidas (trabajo, compras y relaciones personales) están unidas al uso de la tecnología, pero creo que las personas deberían ser conscientes del tiempo consumido y de lo adictiva que puede llegar a ser.

La respuesta de Haig la refrendan estudios recientes. Una investigación publicada en Computers in Human Behavior advierte que el uso de siete de las 11 redes sociales más populares multiplica por tres el riesgo de sufrir depresión y ansiedad si se compara con personas que sólo usan dos o ninguna. Los usuarios de Facebook tienen más síntomas depresivos que los que no lo usan.

Las redes de la Red cada día son más resistentes y opresivas. Venden un sentimiento de superación enfermizo. La publicidad o las fotos de una influencer de la moda reflejan cuerpos y rostros fabulosos, de mentira. Ahí radica la trampa denunciada por Haig: para que la gente quiera superarse primero hay que hacer que se sienta insatisfecha con ella misma.

«Siempre estamos un poco por detrás de nuestro yo de internet», advierte. El yo de internet es una máquina de anhelos.

Si hoy, 5 de septiembre, tecleamos en Google: «Cómo puedo ser...», las cinco primeras opciones de autocompletar aparecidas en España son: «feliz», «youtuber», «millonario», «rico» y (curiosamente) «misionero». Este buscador ejerce no sólo de oráculo, sino también de pozo de los deseos de la comunidad.
Las redes sociales son como un bar a las tres de la mañana, cuando tus amigos ya se han ido a casa
Rara vez somos conscientes de que nuestras emociones no son nuestras, de que nos vienen dadas por la masa virtual. Para Haig esto no implica una crítica ludita. La tecnología tiene aspectos muy positivos. No vivimos en un mundo que es peor que el de hace 50 años -incluso utiliza el optimismo estadístico popularizado por el psicólogo experimental Steven Pinker para defender las bondades de la época actual-, pero también está detrás de la formación de individuos nerviosos e infelices.

Porque para escuchar que el mundo va fatal no necesitamos a Matt Haig ni a nadie, para eso tenemos Twitter, el mayor termómetro del cabreo ideado por el ser humano. Incluso Instagram, la red social del buenrollo tiene su lado oscuro.

¿Cómo redefine Instagram nuestra percepción de la belleza? Instagram no nos ofrece una ventana al mundo. No es una muestra representativa de la sociedad. Las personas ven las publicaciones más populares de aquéllos a quienes siguen, por lo que desde el principio se convierte en una representación desigual. Especialmente porque la gente sigue a muchos famosos o personas convencionalmente atractivas. Instagram nos va moldeando poco...... Entonces Instagram y las demás redes crean una expresión homogeneizada de belleza.Tal vez. Pero para mí el verdadero problema es que la tecnología pronto permitirá reflejarnos de forma muy diferente a lo que somos en la realidad. Esto va a hacer que las personas tengan dificultades para aceptar su propia apariencia. Incluso más que hoy.

Otro de los desasosiegos del inglés radica en la próxima robotización de la sociedad y en que la inteligencia artificial tenga sentimientos. Para protestar por el imparable devenir del progreso tecnológico, Haig boicotea las cajas de autoservicio de los supermercados en un gesto de desafío pro independencia de lo humano.

Quizás por ese gamberrismo ético describe las redes en su libro como una resaca de soledad para la que es inútil el ibuprofeno: «Con ellas se tiene la sensación de estar en un bar a las tres de la madrugada cuando tus amigos ya se han ido a casa».

Su repruebo a Twitter es público [aunque tiene una cuenta con 332.000 seguidores] ¿por qué los periodistas lo sobrevaloramos cuando los tuiteros son sólo una pequeña parte de la sociedad?Twitter es donde los periodistas pasan gran parte de sus vidas, por lo que no sorprende que se convierta cada vez más en noticia. Mi problema es que es un medio diseñado para el conflicto.

En este caso, Matt Haig ha desenterrado el hacha de guerra.

TURISTAS SIN MÓVIL: DE LA FRUSTRACIÓN A LA LIBERACIÓN


Quizás hayas intentado seguir durante las vacaciones el recurrente consejo de olvidarte del móvil para desconectar. Pero en un mundo hiperconectado en el que usamos internet para casi todo, incluidas muchas actividades de ocio, una cosa es decirlo y otra poder cumplirlo. Ya hay hoteles en los que, conscientes de lo difícil que es prescindir voluntariamente de ellos, incautan los dispositivos móviles al llegar. Que nuestra debilidad no sea un obstáculo para lograr el tan recomendado detox digital.

Pero, ¿cómo nos sentimos cuando dejamos de usar nuestros dispositivos de la noche a la mañana? ¿Realmente nos hace disfrutar más de nuestro tiempo libre o estamos tan acostumbrados a consultarlos que dejar de hacerlo nos angustia? Un equipo de científicos de Reino Unido y de Nueva Zelanda se hizo esta pregunta y para responderla, examinó sus propias emociones y las de 24 personas antes, durante y después de sus vacaciones, en las que tuvieron restringido el acceso a móviles, ordenadores, tabletas y navegadores. Los participantes, procedentes de siete países, viajaron a 17 destinos y sus estancias tuvieron distintas duraciones.

Pues bien, los resultados, publicados en la revista Journal of Travel Research, muestran que aunque muchos viajeros experimentaron al principio ansiedad y frustración, al cabo de unos días aseguraron haber disfrutado e incluso sentirse liberados. Eso sí, unos tardaron muy poco en adaptarse y a otros les llevó más tiempo.

«En nuestro mundo actual, permanentemente conectado, la gente está acostumbrada a recibir información de forma constante. Pero cada vez hay más personas cansadas de esta conexión continua a través de la tecnología y por eso se está poniendo de moda el turismo sin internet (digital-free tourism en inglés)», reflexiona Wenjie Cai, investigador de la University of Greenwich Business School y autor principal del estudio.

Según Cai, los participantes afirmaron que durante sus viajes analógicos tuvieron mayor contacto con otros viajeros y con población local, y pasaron más tiempo con sus acompañantes. Muchos subrayaron que al no distraerse con los mensajes, notificaciones y alertas habituales, estuvieron mucho más atentos a lo que veían y a lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, prescindir de Google Maps, por ejemplo, causó ansiedad a algunos de ellos, temerosos de no poder orientarse.

Y es que para muchos turistas, la tecnología es una parte importante de sus viajes. De hecho, un informe británico de 2017 (The UK Gadget Habit Report) reveló que la gente tiende a llevarse de vacaciones un 38% más de dispositivos de los que suele utilizar en su día a día. Los mapas de carretera han sido sustituidos por los navegadores para llegar a nuestros destinos, buscamos recomendaciones y reservamos restaurantes y hoteles a través de aplicaciones, hacemos fotos y vídeos y los compartimos a través de las redes sociales.

Pero sin internet, los consejos para el viaje llegaron a través de otras personas. Algunos participantes destacaron que, al conversar más con otros viajeros y con población local, obtuvieron excelentes recomendaciones e información sobre sitios interesantes no incluidos en guías o en sitios de viajes.

El destino también influyó: los que fueron a ciudades experimentaron más ansiedad y frustración que aquellos que optaron por unas vacaciones rurales.

Una vez que volvieron a encenderlos, muchas personas dijeron sentirse «abrumados» por la avalancha de mensajes y notificaciones recibidas tras varios días off. No obstante, aseguraron que volverían a repetir la desconexión digital.

También hubo participantes que, aunque lo intentaron, no lograron prescindir del móvil y admitieron haberlos encendido, bien porque no se sentían seguros, porque se habían perdido o porque tuvieron asuntos personales que les obligaron a estar conectados.
 
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