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Interesante historia del profesor británico Martin Bernal. Ante la publicación de su "Atenea de color", la Unión Europea sacó becas especiales para intentar combatir su libro, financiando 8 tesis doctorales bajo ese objetivo. También le intentaron expulsar de la universidad.
Atenea de color y el Afrocentrismo
Durante 12 años Martin Bernal fue madurando sus teorías y en 1987 estas se convirtieron al fin en un libro, Atenea de color: las raíces afroasiáticas de la civilización clásica. El impacto fue enorme, al poco tiempo de su publicación, y tanto a nivel académico como popular. Abordaremos más adelante el pánico que sufrieron nuestros respetables catedráticos, porque ahora me interesa más que comencemos analizando la ola de entusiasmo que la obra de Bernal produjo entre los llamados afrocentristas. Pero primero hay que preguntarse qué es el afrocentrismo y qué tiene Martin Bernal de afrocentrista. El afrocentrismo es un movimiento intelectual “a la contra”, es decir, nacido para equilibrar los agravios provocados por una ideología anterior, el eurocentrismo. En sentido estricto, todo aquel que considere que a los jovenlandeses se les ha usurpado, tergiversado o minusvalorado su legado antropológico e histórico ya es afrocentrista. Luego, como en todas las casas, los hay moderados y radicales, cultos e ignorantes, pacíficos y violentos, mestizados y racistas, etc. Es el astuto eurocentrismo el que se encarga cada día de propagar que afrocentrista sólo hay uno: muy radicalizado, inculto hasta la vergüenza ajena, disfrazado de lo que él cree que es tribal, gritón y sacadineros. En cuanto a la adscripción de Bernal dentro de la corriente afrocentrista, tenemos la suerte de contar con sus propias declaraciones al respecto. Justo al final de Atenea de color, Martin Bernal aborda el trabajo de investigadores considerados por muchos “afrocentristas”, y paso a citar textualmente:
“Curiosamente, me resulta más fácil situarme no sólo a mí personalmente, sino también a mi propaganda del modelo antiguo revisado, en el marco de los estudiosos neցros que en el de la ortodoxia académica”.
¿Basta esta declaración para considerar a Bernal afrocentrista? En sentido estricto sí, como también a mí y a muchos más. Somos personas a las que nos indigna que la verdad histórica sea manipulada por racistas blancos en perjuicio de África. Ahora bien, justo después de la cita anterior nuestro autor precisa:
“A mi juicio, me encuentro en el segundo grupo de Carruthers, es decir, entre los que él denomina despectivamente “neցros intelectuales”. Me alegro mucho de estar en la agradable compañía de Dubois, Mazrui y todos los que, sin pintar a la totalidad de los antiguos egipcios con los rasgos de los jovenlandeses occidentales de hoy día, consideran que Egipto era esencialmente africano”.
Para los no familiarizados con la literatura “afrocentrista”, lo que Martin Bernal nos viene a explicar aquí es que es del ala más moderada y conciliadora del afrocentrismo, e indirectamente deja bien claro que no desea ser confundido con los sectores más hooligans y descuidados intelectualmente dentro del movimiento. Sospecho que no se trata tanto de un remilgo personal como de una precaución de cara al stablishment eurocentrista. Es muy curioso que Martin Bernal no mencione como tal el afrocentrismo, sino que hable de “científicos norteamericanos de raza de color”. Si se documentan verán que el debate está planteado como “afrocentristas” vs. “especialistas en culturas clásicas”, algo a todas luces tendencioso. ¿Por qué no hablar simplemente de “eurocentristas vs. afrocentristas” o, puestos en la corrección política, de “especialistas en culturas europeas vs especialistas en culturas africanas y orientales”?
En cualquier caso, mi opinión es que Atenea de color es una obra que no ha sido bien entendida ni por los unos ni por los otros, usándola como estandarte que portar o que derribar sin saber bien su contenido. El volumen primero, único publicado en España, se limita a analizar los cambios en el paradigma historiográfico sobre los orígenes de Grecia. Partimos de un modelo antiguo, admitido y confirmado por los propios griegos clásicos, que defiende a Fenicia y Egipto como padres culturales de gran parte de lo que entendemos por griego. Dicho modelo perdura hasta el sXVIII, cuando los egipcios pierden el favor de Europa pues su idiosincrasia comienza a evocar tanto a la masonería como al esclavo africano. Más tarde, entre los sXIX y XX, comienza una ola de antisemitismo en Europa que no parará hasta el Holocausto nancy, y que como es natural afectará gravemente la reputación de los fenicios. El resultado es que hoy todos vivimos sumergidos en la burbuja eurocéntrica e indoeuropeísta, y que cuesta la misma vida plantear siquiera como hipótesis que algo sustancial de los griegos, “quintaesencia de lo europeo”, pueda deberse a pueblos orientales y jovenlandeses. Esto es muy a la ligera lo que defienden las 500 páginas del libro, a lo que añade Martin Bernal un optimista broche final: dado que el paradigma actual es sólo una acumulación de prejuicios eurocentristas hoy vencidos por el grueso de la sociedad occidental, y dado que cada día intervienen más especialistas no occidentales en los debates historiográficos, el modelo vigente tiene sus días contados. Pero no hay en el libro ninguno de los temas que se consumen en la literatura afrocentrista al uso, tampoco su tono rebelde, ni en fin nada que especialmente sirviera para provocar tanta indignación y tanta algarabía según qué bando. Sin embargo, en un debate tan polarizado como el que nos ocupa, Bernal fue etiquetado como afrocentrista radical tanto por sus adversarios como por sus supuestos simpatizantes.
La reacción eurocentrista-oficalista
Antes de la aparición de Atenea de color, el entramado académico occidental tenía absolutamente neutralizados a los afrocentristas. Era relativamente fácil contener sus vindicaciones, muchas absolutamente legítimas, insinuando que en su condición de afroamericanos andaban desesperados por legitimar su genealogía esclava, que carecían en su mayoría de títulos académicos homologados, y que en todo caso su acalorado discurso chirriaba con la flemática actitud del verdadero científico. Ya saben, aquello de que los neցros valen para la música y el deporte pero no para reflexionar, sólo que dicho con mucho más disimulo. En realidad podemos decir que no existía debate entre ellos, que ambos bandos ignoraban los materiales de trabajo del contrincante, encerrados los académicos en sus grises publicaciones y los afrocentristas en sus foros de orgullo afrodescendiente. Comprensible es que los eurocentristas entraran en shock cuando un blanco, de sólida formación académica, y usando argumentos de lo más atemperados, pusiera en jaque el paradigma que tan cómodamente habían defendido hasta entonces. El proceso mediante el cual la vieja guardia racista reordenó filas para contraatacar a Atenea de color me parece sumamente revelador en sí mismo, así que me voy a permitir detenerme en datos que de otro modo estarían fuera de lugar.
Las fechas, por ejemplo, son importantísimas. Como vimos, el impacto de Atenea de color fue casi inmediato desde que en 1987 se publicó su primer volumen. Sin embargo, los académicos blancos no reaccionaron hasta casi una década después, ¿por qué? Mi opinión es que no tuvieron oportunidad de hacerlo hasta entonces porque dicho libro es sencillamente imbatible con argumentos. En primer lugar porque Martin Bernal estaba a salvo de todas esas insinuaciones que se podían hacer para desprestigiar el trabajo de otros afrocentristas: no era “afro” en absoluto, ni sentía desprecio por los métodos de investigación más ortodoxos, ni era siquiera un perdido de la vida que buscara notoriedad haciendo de abogado del diablo. Simplemente era alguien como ellos, racial, cultural y profesionalmente, con una evidente falta de intereses por una u otra postura del debate, que hacía unas preguntas y formulaba unos retos tan racionales como impertinentes. Por otra parte, Bernal se comporta muy a menudo más como un periodista de la Historiografía que como un historiador, lo cual da una fuerza increíble a sus argumentos. No “opina” que tal o cual preboste de la cultura occidental fuera un impresentable sino que nos demuestra que aquellos ilustrados, románticos o victorianos eran imperialistas y racistas redomados porque así lo decían abiertamente en sus obras y, lo que es peor, porque reconocían que este prejuicio iluminaba su interpretación del pasado humano. La cuestión no tiene vuelta de hoja por mucho que nos avergüence como herencia y, si tan cierto es que nos abruma, ¿a qué esperamos para cambiar las cosas? El cabreo académico fue por tanto doble, tanto por implicar a Egipto y Canaan en la génesis de la muy blanquísima Grecia, como por poner totalmente de manifiesto que los dioses fundadores de nuestras actuales Ciencias Sociales eran unos fanáticos racistas de muy dudosos métodos en su investigación. Pero, como dije, tuvieron que callar y morder su venenosa lengua durante nueve años más.
En 1991 se publicó un segundo volumen de Atenea de color, dedicado a las pruebas arqueológicas, y al fin los chacales tuvieron hueso que roer. Vaya por delante que sólo he leído en su totalidad el primer volumen de Atenea de color, que este segundo y el tercero (lingüística) que aparecería en 2006 sólo los conozco por la crítica y algunos extractos sueltos captados en la red. Sin embargo, parece evidente que dichas secuelas han presentado flancos más vulnerables que el primer volumen. No es que piense que Martin Bernal haya descuidado su método de investigación o haya perdido su imparcialidad en estos trabajos sino simplemente que se adentró en terrenos mucho más resbaladizos.
Para mí el error de Martin Bernal, si es que podemos llamarlo así, es que no ha sabido o no se ha atrevido a ser más ambicioso. La Arqueología y la Lingüistica hoy hegemónicas no sólo hunden sus raíces ideológicas en ese pasado racista y colonial, sino también sus métodos, nomenclatura, etc., y por tanto es absurdo cambiar el paradigma si al mismo tiempo pretendes seguir con las maneras del anterior. Bernal debería saberlo mejor que nadie, pues la simpatía que tanto él como su padre han mostrado por los científicos de los países socialistas debió enseñarle que, por ejemplo, existe una metodología de investigación marxista totalmente distinta de la capitalista-occidental. Estos dos volúmenes de continuación usan demasiado el método de los académicos eurocéntricos porque es evidente que están escritos con la intención de convencerlos, pero obrando así Martin Bernal les pone su cabeza en bandeja de plata. Muy a propósito debo decir que este es el motivo de que mi Afroiberia y yo nos cuidemos mucho de caer en esa trampa, en “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace” y “la parte contratante de la primera parte” de los ratones de departamento. Lo cierto es que, en el caso de Bernal, 1991 fue la fecha en que todos esos ratones respiraron algo aliviados tras casi una década de retortijones. En cuanto tuvieron en sus manos aquel segundo volumen se pusieron a planear el contraataque. Y de qué modo.
Con toda humildad, pero encarecidamente, reto a cualquiera a que me envíe un comentario, público o privado, donde se cite a otro investigador (de ciencias sociales o exactas, actual o pretérito) que haya sido tratado como a continuación describiré respecto a Martin Bernal. En 1996 se publicó un libro expresamente escrito para destrozar todo lo que Atenea de color representaba. No me refiero a que en el curso del acalorado debate historiográfico la corriente contraria a Bernal publicara sus ideas, de tal modo que todos supiéramos implícitamente que tal manual era la réplica a Atenea de color, pues eso hubiera sido tan corriente como legítimo. Tan sólo el título del libro, Black Athena Revisited (Atenea de color Revisada), creo que lo dice todo. Por si fuera poco, Atenea de color Revisada fue concebida como una obra coral donde participaron al menos 20 (¡veinte!) especialistas. Una veintena de investigadores punteros, procedentes de las más variadas ramas del saber antropológico, se coordinaron como bailarinas para arremeter sin piedad, y en publicación ad hoc, las ideas de un único investigador. Aún más extraño es, si cabe, el hecho de que este fatal ataque se lanzara contra un investigador proveniente de un ámbito académico tan lejano a ellos como la sinología, alguien que en definitiva bastaba con haber ignorado. Confieso mis dudas acerca de la espontaneidad de esta lluvia de ataques tan virulenta como profesional, y en mi blog (Afroiberia) hay espacio para las teorías de la conspiración siempre que estén tan justificadas como ahora. Me parece evidente que ciertas elites culturales necesitaban que la cuestión quedara zanjada cuanto antes, mandar una clara señal a la comunidad académica sobre qué les ocurre a quienes cruzan ciertas líneas.
Para comandar la revancha estas jerarquías ocultas se sirvieron de un “hombre de trabajo manual”, aunque en este caso fue mujer. Mary Lefkowitz no sólo es uno de los coordinadores, junto a Guy McLean Rogers, del proyecto B. A. Revisited, sino que es el miembro del equipo que más en activo mantiene la cruzada anti-afrocentrista. Tal y como hicimos con Martin Bernal, vamos a intentar sondear sus intereses ideológicos a partir de algunos datos de su vida y su profesión. Lefkowitz es una judía especialista en culturas griega y latina, lo que equivale a decir que está tremendamente asimilada por la cultura occidental, y que por tanto es perfecta para este proyecto (de haber sido europea “de verdad” todos la habrían tachado ipso facto de racista y ariófila). Añadamos además que es viuda del famoso “clasicista” británico, Sir Hugh Lloyd-Jones, ultra-conservador que consideraba “sarama” al afrocentrismo en bloque (de hecho, hay rumores de que ejerció una fuerte influencia sobre la actitud de su esposa). Sin embargo, si escuchamos las declaraciones de M. Lefkowitz, pareciéramos estar ante el mismísimo Ned Flanders:
“La gente me preguntaba, ¿por qué te molesta? Si esta gente se siente mejor consigo mismos creyendo todo eso, ¿por qué no dejarlos? Pero yo no podía hacer eso. Soy una académica. Me preocupo por la verdad. La gente parece haber olvidado como se ha usado la Historia en la Alemania nancy y en la Unión Soviética con propósitos políticos”
Si tan preocupada está por la verdad, ¿no cree que en su lista de manipuladores históricos se le ha quedado gente en el tintero? No se, Europa con el colonialismo o USA con los nativos americanos y los esclavos jovenlandeses… cosas sin importancia supongo para ella, pues siendo judía (y por tanto víctima del revisionismo nancy-islamista) no ha tenido reparos en rebajar el holocausto afroamericano a un perversos millón de víctimas. Eso por no volver a plantear cómo siendo para ella tan perentorio luchar por “la verdad” y contra la corrupción de almas que supone el afrocentrismo, tardó casi diez años en contestar las exitosas teorías de Martin Bernal. La realidad es que esta señora tiene tan poco que ver con “la verdad” que los jueces la han sentenciado de libelista y difamadora (caso Tony Martin) y ella no sólo se ha jactado de ello sino que luego ha ido a recoger un premio otorgado por la Anti-Defamation League of B’nai B’rith por “desafiar firmemente las erróneas demandas afrocentristas”. Parece ser que por culpa de los judíos radicales y los neցros radicales, la convivencia entre ambas comunidades tardará en ser fluida en Estados Unidos. Mientras tanto, Lefkowitz ha publicado dos libros más atacando el afrocentrismo (Not Out of Africa e History Lessons), además de pasear por cuanto plató televisivo haya tenido a bien invitarla.
Conclusión
Si hay algo que ha hecho incuestionable la valía de Martin Bernal ha sido precisamente la exagerada reacción de sus adversarios. Lefkowitz y compañía quieren dar a su discurso un tono campestre, como quien perdona la vida a Bernal, como quien incluso entiende sus entusiasmos e imprudencias propias de profano, pero que por otra parte se siente obligado a amonestarlo por el bien de las generaciones futuras y para no crear más confusión entre los jovenlandeses. Pero si Martin Bernal es sólo un iluso con argumentos de pacotilla, ¿a qué viene tal contraataque? No se dan el pasaporte moscas a cañonazos. La amenaza que Atenea de color y su autor suponen para el paradigma eurocentrista vigente es muy, muy real.Atenea de color Revisada no fue escrita para acallar el debate actual, por otra parte circunscrito a ambientes digamos marginales, sino para hacerlo con una decena de ellos que se desarrollarán en el futuro y de los que Martin Bernal será semilla.
Cuando compré Atenea de color (vol. 1 en español) me sentí defraudado, pues entonces yo era un veinteañero más juerguista que estudioso y, dentro de mis incipientes investigaciones, más tendente al radicalismo afrocentrista que a otra cosa. Tras la euforia de la adquisición comencé a hojearlo, pero aquello no tenía en absoluto el aspecto ni el tono del libro reivindicativo que esperaba. Martin Bernal es tan políticamente correcto, tan academicista, tan “blanquito” en definitiva, que me pareció tibio y distante. Sobre todo me fastidió que aquello no pasara de una mera introducción erudita, que todas las pruebas, la sustancia, se postergase para los correspondientes volúmenes sobre arqueología y lingüística. Más de 500 páginas que Bernal podía haber dedicado a iluminarme sobre la africanidad y el semitismo de los griegos se iban prácticamente al vertedero enzarzándose en lo que me parecían estériles debates sobre si era más racista Hume que Locke, Gotinga que Cambridge, Dupond que Dupont. Así es Atenea de color, en absoluto un listado con las glorias históricas de los jovenlandeses, sino la enumeración exhaustiva, humilde, a veces tediosa, de cada erudito de cada nación y fratría académica de la Europa moderna y contemporánea. Y tras cada uno de estos nombres, casi siempre citando sus propias palabras, aparece el grado de racismo que padecía y cómo este afectó su carrera y obra académica. Nada más y nada menos.
Hoy considero a Martin Bernal como el autor que más ha hecho a favor del denominado “afrocentrismo”. Cuando llevas un tiempo seriamente comprometido en la lucha dialéctica contra el eurocentrismo, compruebas que el principal obstáculo en tu tarea es siempre el de las intenciones, es decir, demostrar que los académicos también hacen trampas. En diversos artículos de Afroiberiahemos hablado de cómo la sociedad tiende a estereotipar a los investigadores como profesores chiflágoras que no saben ni en qué año viven ni que sus pantalones tienen bragueta y, por tanto, ajenos a la politiquería y los prejuicios. Si no eres un radical, pues en ese caso vives feliz, fanático y sin remordimientos, a menudo te irás a la cama pensando si no habrás llegado un poco demasiado lejos con tus manías, si no estás inventando enemigos donde no los hay: “ese cráneo de neցro que reconstruyen como un tirolés raro… bueno, quizás es que son así de pencos”, “esas similitudes entre el musteriense de ambas costas gibraltareñas…a lo mejor no tienen mucha comunicación la universidad española y las magrebíes”, etc. La impagable deuda que tengo con Atenea de color es que me ayuda a dormir, que me proporciona una base inquebrantable sobre la que construir mi trabajo a diario a pesar de que todo mi entorno piense que quijoteo más de la cuenta. Martin Bernal me demuestra, cada vez que lo necesito, que sí, que aquellos abuelos tenían más peligro que una caja de bombas, racistas hasta las trancas y mezquinos en sus intereses coloniales y esclavistas. Lo que es mejor, dado que dichos elementos son los fundadores de nuestras Ciencias Humanas, que se los adora como a dioses, y que la mayoría de sus asertos siguen vigentes y protegidos por tropas de a veinte colaboradores pluma en mano, la vida y obra de Martin Bernal me inspira para seguir armando jaleo. Estoy convencido de que el señor Bernal jamás imaginó el revuelo que su libro iba a provocar, pero estoy aún más seguro de que volvería a enfrentarse con toda la caterva eurocéntrica si de nuevo lo enviásemos a su revelador 1975. Como demostré al principio, su pasión por el estudio y su espíritu crítico le vienen de casta.
Publicado originalmente en: Afroiberia
Atenea de color y el Afrocentrismo
Durante 12 años Martin Bernal fue madurando sus teorías y en 1987 estas se convirtieron al fin en un libro, Atenea de color: las raíces afroasiáticas de la civilización clásica. El impacto fue enorme, al poco tiempo de su publicación, y tanto a nivel académico como popular. Abordaremos más adelante el pánico que sufrieron nuestros respetables catedráticos, porque ahora me interesa más que comencemos analizando la ola de entusiasmo que la obra de Bernal produjo entre los llamados afrocentristas. Pero primero hay que preguntarse qué es el afrocentrismo y qué tiene Martin Bernal de afrocentrista. El afrocentrismo es un movimiento intelectual “a la contra”, es decir, nacido para equilibrar los agravios provocados por una ideología anterior, el eurocentrismo. En sentido estricto, todo aquel que considere que a los jovenlandeses se les ha usurpado, tergiversado o minusvalorado su legado antropológico e histórico ya es afrocentrista. Luego, como en todas las casas, los hay moderados y radicales, cultos e ignorantes, pacíficos y violentos, mestizados y racistas, etc. Es el astuto eurocentrismo el que se encarga cada día de propagar que afrocentrista sólo hay uno: muy radicalizado, inculto hasta la vergüenza ajena, disfrazado de lo que él cree que es tribal, gritón y sacadineros. En cuanto a la adscripción de Bernal dentro de la corriente afrocentrista, tenemos la suerte de contar con sus propias declaraciones al respecto. Justo al final de Atenea de color, Martin Bernal aborda el trabajo de investigadores considerados por muchos “afrocentristas”, y paso a citar textualmente:
“Curiosamente, me resulta más fácil situarme no sólo a mí personalmente, sino también a mi propaganda del modelo antiguo revisado, en el marco de los estudiosos neցros que en el de la ortodoxia académica”.
¿Basta esta declaración para considerar a Bernal afrocentrista? En sentido estricto sí, como también a mí y a muchos más. Somos personas a las que nos indigna que la verdad histórica sea manipulada por racistas blancos en perjuicio de África. Ahora bien, justo después de la cita anterior nuestro autor precisa:
“A mi juicio, me encuentro en el segundo grupo de Carruthers, es decir, entre los que él denomina despectivamente “neցros intelectuales”. Me alegro mucho de estar en la agradable compañía de Dubois, Mazrui y todos los que, sin pintar a la totalidad de los antiguos egipcios con los rasgos de los jovenlandeses occidentales de hoy día, consideran que Egipto era esencialmente africano”.
Para los no familiarizados con la literatura “afrocentrista”, lo que Martin Bernal nos viene a explicar aquí es que es del ala más moderada y conciliadora del afrocentrismo, e indirectamente deja bien claro que no desea ser confundido con los sectores más hooligans y descuidados intelectualmente dentro del movimiento. Sospecho que no se trata tanto de un remilgo personal como de una precaución de cara al stablishment eurocentrista. Es muy curioso que Martin Bernal no mencione como tal el afrocentrismo, sino que hable de “científicos norteamericanos de raza de color”. Si se documentan verán que el debate está planteado como “afrocentristas” vs. “especialistas en culturas clásicas”, algo a todas luces tendencioso. ¿Por qué no hablar simplemente de “eurocentristas vs. afrocentristas” o, puestos en la corrección política, de “especialistas en culturas europeas vs especialistas en culturas africanas y orientales”?
En cualquier caso, mi opinión es que Atenea de color es una obra que no ha sido bien entendida ni por los unos ni por los otros, usándola como estandarte que portar o que derribar sin saber bien su contenido. El volumen primero, único publicado en España, se limita a analizar los cambios en el paradigma historiográfico sobre los orígenes de Grecia. Partimos de un modelo antiguo, admitido y confirmado por los propios griegos clásicos, que defiende a Fenicia y Egipto como padres culturales de gran parte de lo que entendemos por griego. Dicho modelo perdura hasta el sXVIII, cuando los egipcios pierden el favor de Europa pues su idiosincrasia comienza a evocar tanto a la masonería como al esclavo africano. Más tarde, entre los sXIX y XX, comienza una ola de antisemitismo en Europa que no parará hasta el Holocausto nancy, y que como es natural afectará gravemente la reputación de los fenicios. El resultado es que hoy todos vivimos sumergidos en la burbuja eurocéntrica e indoeuropeísta, y que cuesta la misma vida plantear siquiera como hipótesis que algo sustancial de los griegos, “quintaesencia de lo europeo”, pueda deberse a pueblos orientales y jovenlandeses. Esto es muy a la ligera lo que defienden las 500 páginas del libro, a lo que añade Martin Bernal un optimista broche final: dado que el paradigma actual es sólo una acumulación de prejuicios eurocentristas hoy vencidos por el grueso de la sociedad occidental, y dado que cada día intervienen más especialistas no occidentales en los debates historiográficos, el modelo vigente tiene sus días contados. Pero no hay en el libro ninguno de los temas que se consumen en la literatura afrocentrista al uso, tampoco su tono rebelde, ni en fin nada que especialmente sirviera para provocar tanta indignación y tanta algarabía según qué bando. Sin embargo, en un debate tan polarizado como el que nos ocupa, Bernal fue etiquetado como afrocentrista radical tanto por sus adversarios como por sus supuestos simpatizantes.
La reacción eurocentrista-oficalista
Antes de la aparición de Atenea de color, el entramado académico occidental tenía absolutamente neutralizados a los afrocentristas. Era relativamente fácil contener sus vindicaciones, muchas absolutamente legítimas, insinuando que en su condición de afroamericanos andaban desesperados por legitimar su genealogía esclava, que carecían en su mayoría de títulos académicos homologados, y que en todo caso su acalorado discurso chirriaba con la flemática actitud del verdadero científico. Ya saben, aquello de que los neցros valen para la música y el deporte pero no para reflexionar, sólo que dicho con mucho más disimulo. En realidad podemos decir que no existía debate entre ellos, que ambos bandos ignoraban los materiales de trabajo del contrincante, encerrados los académicos en sus grises publicaciones y los afrocentristas en sus foros de orgullo afrodescendiente. Comprensible es que los eurocentristas entraran en shock cuando un blanco, de sólida formación académica, y usando argumentos de lo más atemperados, pusiera en jaque el paradigma que tan cómodamente habían defendido hasta entonces. El proceso mediante el cual la vieja guardia racista reordenó filas para contraatacar a Atenea de color me parece sumamente revelador en sí mismo, así que me voy a permitir detenerme en datos que de otro modo estarían fuera de lugar.
Las fechas, por ejemplo, son importantísimas. Como vimos, el impacto de Atenea de color fue casi inmediato desde que en 1987 se publicó su primer volumen. Sin embargo, los académicos blancos no reaccionaron hasta casi una década después, ¿por qué? Mi opinión es que no tuvieron oportunidad de hacerlo hasta entonces porque dicho libro es sencillamente imbatible con argumentos. En primer lugar porque Martin Bernal estaba a salvo de todas esas insinuaciones que se podían hacer para desprestigiar el trabajo de otros afrocentristas: no era “afro” en absoluto, ni sentía desprecio por los métodos de investigación más ortodoxos, ni era siquiera un perdido de la vida que buscara notoriedad haciendo de abogado del diablo. Simplemente era alguien como ellos, racial, cultural y profesionalmente, con una evidente falta de intereses por una u otra postura del debate, que hacía unas preguntas y formulaba unos retos tan racionales como impertinentes. Por otra parte, Bernal se comporta muy a menudo más como un periodista de la Historiografía que como un historiador, lo cual da una fuerza increíble a sus argumentos. No “opina” que tal o cual preboste de la cultura occidental fuera un impresentable sino que nos demuestra que aquellos ilustrados, románticos o victorianos eran imperialistas y racistas redomados porque así lo decían abiertamente en sus obras y, lo que es peor, porque reconocían que este prejuicio iluminaba su interpretación del pasado humano. La cuestión no tiene vuelta de hoja por mucho que nos avergüence como herencia y, si tan cierto es que nos abruma, ¿a qué esperamos para cambiar las cosas? El cabreo académico fue por tanto doble, tanto por implicar a Egipto y Canaan en la génesis de la muy blanquísima Grecia, como por poner totalmente de manifiesto que los dioses fundadores de nuestras actuales Ciencias Sociales eran unos fanáticos racistas de muy dudosos métodos en su investigación. Pero, como dije, tuvieron que callar y morder su venenosa lengua durante nueve años más.
En 1991 se publicó un segundo volumen de Atenea de color, dedicado a las pruebas arqueológicas, y al fin los chacales tuvieron hueso que roer. Vaya por delante que sólo he leído en su totalidad el primer volumen de Atenea de color, que este segundo y el tercero (lingüística) que aparecería en 2006 sólo los conozco por la crítica y algunos extractos sueltos captados en la red. Sin embargo, parece evidente que dichas secuelas han presentado flancos más vulnerables que el primer volumen. No es que piense que Martin Bernal haya descuidado su método de investigación o haya perdido su imparcialidad en estos trabajos sino simplemente que se adentró en terrenos mucho más resbaladizos.
Para mí el error de Martin Bernal, si es que podemos llamarlo así, es que no ha sabido o no se ha atrevido a ser más ambicioso. La Arqueología y la Lingüistica hoy hegemónicas no sólo hunden sus raíces ideológicas en ese pasado racista y colonial, sino también sus métodos, nomenclatura, etc., y por tanto es absurdo cambiar el paradigma si al mismo tiempo pretendes seguir con las maneras del anterior. Bernal debería saberlo mejor que nadie, pues la simpatía que tanto él como su padre han mostrado por los científicos de los países socialistas debió enseñarle que, por ejemplo, existe una metodología de investigación marxista totalmente distinta de la capitalista-occidental. Estos dos volúmenes de continuación usan demasiado el método de los académicos eurocéntricos porque es evidente que están escritos con la intención de convencerlos, pero obrando así Martin Bernal les pone su cabeza en bandeja de plata. Muy a propósito debo decir que este es el motivo de que mi Afroiberia y yo nos cuidemos mucho de caer en esa trampa, en “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace” y “la parte contratante de la primera parte” de los ratones de departamento. Lo cierto es que, en el caso de Bernal, 1991 fue la fecha en que todos esos ratones respiraron algo aliviados tras casi una década de retortijones. En cuanto tuvieron en sus manos aquel segundo volumen se pusieron a planear el contraataque. Y de qué modo.
Con toda humildad, pero encarecidamente, reto a cualquiera a que me envíe un comentario, público o privado, donde se cite a otro investigador (de ciencias sociales o exactas, actual o pretérito) que haya sido tratado como a continuación describiré respecto a Martin Bernal. En 1996 se publicó un libro expresamente escrito para destrozar todo lo que Atenea de color representaba. No me refiero a que en el curso del acalorado debate historiográfico la corriente contraria a Bernal publicara sus ideas, de tal modo que todos supiéramos implícitamente que tal manual era la réplica a Atenea de color, pues eso hubiera sido tan corriente como legítimo. Tan sólo el título del libro, Black Athena Revisited (Atenea de color Revisada), creo que lo dice todo. Por si fuera poco, Atenea de color Revisada fue concebida como una obra coral donde participaron al menos 20 (¡veinte!) especialistas. Una veintena de investigadores punteros, procedentes de las más variadas ramas del saber antropológico, se coordinaron como bailarinas para arremeter sin piedad, y en publicación ad hoc, las ideas de un único investigador. Aún más extraño es, si cabe, el hecho de que este fatal ataque se lanzara contra un investigador proveniente de un ámbito académico tan lejano a ellos como la sinología, alguien que en definitiva bastaba con haber ignorado. Confieso mis dudas acerca de la espontaneidad de esta lluvia de ataques tan virulenta como profesional, y en mi blog (Afroiberia) hay espacio para las teorías de la conspiración siempre que estén tan justificadas como ahora. Me parece evidente que ciertas elites culturales necesitaban que la cuestión quedara zanjada cuanto antes, mandar una clara señal a la comunidad académica sobre qué les ocurre a quienes cruzan ciertas líneas.
Para comandar la revancha estas jerarquías ocultas se sirvieron de un “hombre de trabajo manual”, aunque en este caso fue mujer. Mary Lefkowitz no sólo es uno de los coordinadores, junto a Guy McLean Rogers, del proyecto B. A. Revisited, sino que es el miembro del equipo que más en activo mantiene la cruzada anti-afrocentrista. Tal y como hicimos con Martin Bernal, vamos a intentar sondear sus intereses ideológicos a partir de algunos datos de su vida y su profesión. Lefkowitz es una judía especialista en culturas griega y latina, lo que equivale a decir que está tremendamente asimilada por la cultura occidental, y que por tanto es perfecta para este proyecto (de haber sido europea “de verdad” todos la habrían tachado ipso facto de racista y ariófila). Añadamos además que es viuda del famoso “clasicista” británico, Sir Hugh Lloyd-Jones, ultra-conservador que consideraba “sarama” al afrocentrismo en bloque (de hecho, hay rumores de que ejerció una fuerte influencia sobre la actitud de su esposa). Sin embargo, si escuchamos las declaraciones de M. Lefkowitz, pareciéramos estar ante el mismísimo Ned Flanders:
“La gente me preguntaba, ¿por qué te molesta? Si esta gente se siente mejor consigo mismos creyendo todo eso, ¿por qué no dejarlos? Pero yo no podía hacer eso. Soy una académica. Me preocupo por la verdad. La gente parece haber olvidado como se ha usado la Historia en la Alemania nancy y en la Unión Soviética con propósitos políticos”
Si tan preocupada está por la verdad, ¿no cree que en su lista de manipuladores históricos se le ha quedado gente en el tintero? No se, Europa con el colonialismo o USA con los nativos americanos y los esclavos jovenlandeses… cosas sin importancia supongo para ella, pues siendo judía (y por tanto víctima del revisionismo nancy-islamista) no ha tenido reparos en rebajar el holocausto afroamericano a un perversos millón de víctimas. Eso por no volver a plantear cómo siendo para ella tan perentorio luchar por “la verdad” y contra la corrupción de almas que supone el afrocentrismo, tardó casi diez años en contestar las exitosas teorías de Martin Bernal. La realidad es que esta señora tiene tan poco que ver con “la verdad” que los jueces la han sentenciado de libelista y difamadora (caso Tony Martin) y ella no sólo se ha jactado de ello sino que luego ha ido a recoger un premio otorgado por la Anti-Defamation League of B’nai B’rith por “desafiar firmemente las erróneas demandas afrocentristas”. Parece ser que por culpa de los judíos radicales y los neցros radicales, la convivencia entre ambas comunidades tardará en ser fluida en Estados Unidos. Mientras tanto, Lefkowitz ha publicado dos libros más atacando el afrocentrismo (Not Out of Africa e History Lessons), además de pasear por cuanto plató televisivo haya tenido a bien invitarla.
Conclusión
Si hay algo que ha hecho incuestionable la valía de Martin Bernal ha sido precisamente la exagerada reacción de sus adversarios. Lefkowitz y compañía quieren dar a su discurso un tono campestre, como quien perdona la vida a Bernal, como quien incluso entiende sus entusiasmos e imprudencias propias de profano, pero que por otra parte se siente obligado a amonestarlo por el bien de las generaciones futuras y para no crear más confusión entre los jovenlandeses. Pero si Martin Bernal es sólo un iluso con argumentos de pacotilla, ¿a qué viene tal contraataque? No se dan el pasaporte moscas a cañonazos. La amenaza que Atenea de color y su autor suponen para el paradigma eurocentrista vigente es muy, muy real.Atenea de color Revisada no fue escrita para acallar el debate actual, por otra parte circunscrito a ambientes digamos marginales, sino para hacerlo con una decena de ellos que se desarrollarán en el futuro y de los que Martin Bernal será semilla.
Cuando compré Atenea de color (vol. 1 en español) me sentí defraudado, pues entonces yo era un veinteañero más juerguista que estudioso y, dentro de mis incipientes investigaciones, más tendente al radicalismo afrocentrista que a otra cosa. Tras la euforia de la adquisición comencé a hojearlo, pero aquello no tenía en absoluto el aspecto ni el tono del libro reivindicativo que esperaba. Martin Bernal es tan políticamente correcto, tan academicista, tan “blanquito” en definitiva, que me pareció tibio y distante. Sobre todo me fastidió que aquello no pasara de una mera introducción erudita, que todas las pruebas, la sustancia, se postergase para los correspondientes volúmenes sobre arqueología y lingüística. Más de 500 páginas que Bernal podía haber dedicado a iluminarme sobre la africanidad y el semitismo de los griegos se iban prácticamente al vertedero enzarzándose en lo que me parecían estériles debates sobre si era más racista Hume que Locke, Gotinga que Cambridge, Dupond que Dupont. Así es Atenea de color, en absoluto un listado con las glorias históricas de los jovenlandeses, sino la enumeración exhaustiva, humilde, a veces tediosa, de cada erudito de cada nación y fratría académica de la Europa moderna y contemporánea. Y tras cada uno de estos nombres, casi siempre citando sus propias palabras, aparece el grado de racismo que padecía y cómo este afectó su carrera y obra académica. Nada más y nada menos.
Hoy considero a Martin Bernal como el autor que más ha hecho a favor del denominado “afrocentrismo”. Cuando llevas un tiempo seriamente comprometido en la lucha dialéctica contra el eurocentrismo, compruebas que el principal obstáculo en tu tarea es siempre el de las intenciones, es decir, demostrar que los académicos también hacen trampas. En diversos artículos de Afroiberiahemos hablado de cómo la sociedad tiende a estereotipar a los investigadores como profesores chiflágoras que no saben ni en qué año viven ni que sus pantalones tienen bragueta y, por tanto, ajenos a la politiquería y los prejuicios. Si no eres un radical, pues en ese caso vives feliz, fanático y sin remordimientos, a menudo te irás a la cama pensando si no habrás llegado un poco demasiado lejos con tus manías, si no estás inventando enemigos donde no los hay: “ese cráneo de neցro que reconstruyen como un tirolés raro… bueno, quizás es que son así de pencos”, “esas similitudes entre el musteriense de ambas costas gibraltareñas…a lo mejor no tienen mucha comunicación la universidad española y las magrebíes”, etc. La impagable deuda que tengo con Atenea de color es que me ayuda a dormir, que me proporciona una base inquebrantable sobre la que construir mi trabajo a diario a pesar de que todo mi entorno piense que quijoteo más de la cuenta. Martin Bernal me demuestra, cada vez que lo necesito, que sí, que aquellos abuelos tenían más peligro que una caja de bombas, racistas hasta las trancas y mezquinos en sus intereses coloniales y esclavistas. Lo que es mejor, dado que dichos elementos son los fundadores de nuestras Ciencias Humanas, que se los adora como a dioses, y que la mayoría de sus asertos siguen vigentes y protegidos por tropas de a veinte colaboradores pluma en mano, la vida y obra de Martin Bernal me inspira para seguir armando jaleo. Estoy convencido de que el señor Bernal jamás imaginó el revuelo que su libro iba a provocar, pero estoy aún más seguro de que volvería a enfrentarse con toda la caterva eurocéntrica si de nuevo lo enviásemos a su revelador 1975. Como demostré al principio, su pasión por el estudio y su espíritu crítico le vienen de casta.
Publicado originalmente en: Afroiberia