Mario Conde: «Podían mandarme a la guandoca o al infierno, pero el mito no consiguieron tocarlo»

jamoma6

Conde Drâcula
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19 Jun 2022
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"Si a Jay Gatsby no le hubiesen descerrajado un tiro por la espalda en la novela de Scott Fitzgerald hoy viviría en Edimburgo y se llamaría Mario Conde. Los dos fueron jóvenes mientras se sucedían las fiestas, ya no había ley seca, pero se bebía lo mismo. En ellas estaba todo el mundo. Había misterio, todos —incluida la beautiful people, que era el régimen de los ochenta—– querían saber quién era aquel muchacho elegante del que todo el mundo hablaba. También España era joven, guapa y todo era posible. Había toreros y banqueros, movidas y hasta los escritores se hacían millonarios. Era un tiempo en el que queríamos dar más altos a cámara porque sabíamos que el mundo nos miraba. España, de la entrada en la Comunidad Económica Europea a Barcelona 92, pasando por Sevilla.

Después se pinchó la ilusión, cambió el mundo, intervinieron Banesto, Mario Conde pasó más de un lustro entre rejas, cayeron las Torres Gemelas, volaron los trenes de Atocha, y en España, desde entonces, vivimos con una ilusión medio pensionista que consiste en llegar a final de mes y que nos dejen en paz. “Aquella España de los noventa que estaba preparada para abrirse al mundo”, dice él. Hoy habla para Zenda el hombre al que millones de españoles querían parecerse hace apenas treinta años. El banquero al que conocían más personas según las encuestas de la época que al líder de la oposición. Abogado del Estado, empresario, banquero, mito erótico con corbata de parte del sector femenino patrio, y también del masculino en las facultades de económicas de aquella década.


Ahora recibe en Edimburgo. Sigue gastando gomina y la misma mirada que llenó periódicos desde la venta de Antibióticos en 1987, pero asegura que ya no le interesa ni el poder ni la actualidad, “ni por todo el oro del mundo”.


—Habrá quien piense que Mario Conde se ha ido de España por motivos económicos, fiscales.



"Edimburgo no está en la Unión Europea. Si te interesa fiscalmente tienes que irte a Portugal. O si no, a Andorra. O a cualquier sitio donde haya un tratado, pero aquí no"


—Edimburgo no está en la Unión Europea. Si te interesa fiscalmente tienes que irte a Portugal. O si no, a Andorra. O a cualquier sitio donde haya un tratado, pero aquí no. Además, que es complicado ser residente en Escocia. Yo hablé con unos abogados y me dijeron que sólo hay tres posibilidades: la primera, que encuentre usted un trabajo por cuenta ajena, a lo que yo dije que ya había trabajado mucho en mi vida y que se acabó. Segundo, que montara una empresa, y contesté que ya no monto ni una churrería, porque estoy hasta los bemoles. Y la tercera, que se case usted con una escocesa. ¡Ah! Eso ya me interesó más. Le dije que si me garantizaba el divorcio y no me exigía el coito… Así que no, yo estoy aquí estudiando, y no me quedo más de seis meses tampoco.

—¿Estudiando? ¿Otra vez? Se ha pasado la vida estudiando: primero una carrera, después unas oposiciones, más tarde para banquero.

—Me encanta estudiar, me ha gustado toda la vida. No sé leer, lo que sé es estudiar. Tardo en leer un libro que me interesa mucho más que la media, pero resulta que luego me lo sé. La base de que me guste estudiar es que lo que nos hace verdaderamente libres es el conocimiento. Mi padre decía que hay dos tipos de personas: “los que van por el mundo como una maleta y los que llevan la maleta”. Los que llevan la maleta son los que dirigen, y la maleta somos, bueno, son —se autocorrige rápido— una inmensa mayoría. Y luego tengo un sentimiento de curiosidad innato. Es decir, te asomas aquí y te preguntas: ¿esta ciudad de cuándo es? Del siglo XIII. Ya ¿y la tecnología para levantar esos edificios tan altos? La cantidad de obreros que se habrán apiolado… ¿Y por qué los hacían tan altos entonces? Vamos, que yo no soy capaz de mirar sin sentir curiosidad, porque todo lo que veo me llama la atención y trato de encontrarle una explicación. Rehúyo lo que David Hume y otros por aquí llamaban el pensamiento mágico. El pensamiento mágico —apunta— es la explicación de la realidad a través de dogmas, que es muy respetable, pero yo distingo los dogmas para la vida eterna y los dogmas de diario. Los dogmas para la vida eterna están muy bien, usted puede creer lo que le dé la gana. Ahora, no me diga que la explicación de un señor que se cae de un edificio y se mata es porque Dios lo ha querido así. No, se mata por la ley de la gravedad, 9,8 metros por segundo —recita ágilmente de memoria—.

—De cualquier otra forma, volvemos al mythos griego…

—El abandono del pensamiento mágico a mí me parece decisivo, y es lo que ha hecho evolucionar a la sociedad, claro. Otros te dicen que eso implica el abandono de la faceta espiritual del ser humano, pero no es así necesariamente. La ciencia es una explicación tras*itoria de lo real, porque la ciencia va evolucionando. La ciencia es una incorporación de conceptos que han pertenecido a la magia —sigue cavilando el entrevistado—. Yo me he pasado toda la vida estudiando, y aquí lo que hago es estudiar. Básicamente, lo que estoy estudiando es ese movimiento que ellos llaman Enlightenment —Ilustración, para el lector que no quiera recurrir al traductor—. Recibir la luz. Una explicación no mágica para decir: «Señores, ¿por qué en una ciudad como Edimburgo, en un momento cómo aquel, coinciden Hume, Robert Burns, Sir Walter Scott…?». En fin… En todas las ramas del saber… Voltaire decía que había llegado un momento en ese instante histórico en el que, para cualquier cosa seria que quisieras saber, tenías que pasar por Escocia. Como ves, me gusta estudiar y estoy estudiando.

—¿Y por qué en Escocia? También se puede estudiar en la biblioteca de El guanol.



"Tengo algo que no he tenido en mi vida, y se llama anonimato. Hay veces, cuando aparecen españoles, que tengo que ir disfrazado con un gorro y demás"


—Escocia, porque me ha fascinado siempre. Segundo, desde que descubro mi ADN, después de hacerme unos análisis, incorporo un factor más. Y tercero, porque tenía ansia de conocer Edimburgo. Vine en el 2022, me pareció fascinante, aunque estuve poco tiempo y me fui a las Highlands. Y ahora me pasa una cosa: yo paseo por aquí y veo belleza. Además tengo algo que no he tenido en mi vida, y se llama anonimato. Hay veces, cuando aparecen españoles, que tengo que ir disfrazado con un gorro y demás. El otro día en el cementerio de Greyfriars un español muy gracioso preguntó si se podían hacer una foto. Si la hacía él no salía, así que se lo pidió a otro tipo que andaba por allí y añadió: “Apunte bien, porque ahora mismo hay más historia importante aquí que toda la de este cementerio”. ¡Toma ya!, —añade con guasa—. Edimburgo es una ciudad humana, vas a todos lados andando. Me parece sorprendente que en mil seiscientos y pico tuvieran esa capacidad de planificación urbanística. Cuando estoy aquí el taxi no sé ni lo que es.

—Es curioso que hable de anonimato un hombre que lleva toda la vida sin saber lo que es, y al que tampoco parecía interesarle.

El anonimato es una maravilla. Te voy a contar un detalle: yo iba a un pub que está por allí abajo —apunta en dirección contraria a nuestros pasos—, iba disfrazado con sombrero, gafas, bufanda, hasta que caí en la cuenta: ¿quién me iba a conocer aquí? Era un sitio muy clásico, lleno de escoceses, desde 1840, que se toman sus pintas con puntualidad cada día. Pedía mi cerveza y me trataban normal, hasta que un día vi que la chica que trabajaba tras la barra había cambiado la actitud y miraba con distancia. Me contó que el día anterior entró un grupo de españoles. “Usted estaba al fondo y dijeron que no sabíamos lo importante que era y cosas así”. Claro, ya no he vuelto.

—Va incluido en la marca Mario Conde, ¿no?



"Todavía me escriben chavales de catorce años porque por las redes sociales ven las entrevistas de YouTube"


—En España yo soy Mario Conde, sí. Es un eslogan, un mito, una marca si lo prefieres, que tiene sus connotaciones buenas o malas, según para quién. Así que cuando yo me aproximo a una persona es inevitable que en su mente exista el «Marioconde» —dice de corrido—. Pero aquí soy yo, para bien o para mal, y si a alguien le caigo bien es porque soy yo. Me hace mucha ilusión cuando he pasado en Edimburgo unos meses y a la vuelta me reciben en los pubs que frecuento con un “oh, what a joy to see you!”. Es por primera vez en los últimos cuarenta años que yo soy yo, para bien o para mal; con mis defectos, que son muchísimos, con mis virtudes, que no sé cuales son, pero si me conoces, me conoces a mí. Lo verdaderamente interesante del anonimato es que me descubro a mí mismo. Aquella frase muy antigua que dice: “Nosotros somos como nos relacionamos”. Todos tenemos un concepto de nosotros que es una maravilla, somos entre Superman, Batman y Robin, los tres incluso —apunta con ironía—, pero después resulta que no. Es decir, que somos lo que los demás ven en nosotros, el resto es mentira. Yo veo que cuando entré en el hotel esta última vez los chicos de recepción me habían comprado un libro con las páginas en blanco y en la primera habían escrito: “¡Bienvenido!”. A mí, no a Mario Conde. Pensé: “No estoy tan mal, chico. No he perdido la práctica”. Luego vuelvo a España otra vez y me preguntan qué opino de la amnistía. ¡Que le den por ojo ciego a la amnistía, que estoy aquí paseando por la calle, dejadme en paz! ¿Yo que sé lo que habrán hecho? Obviamente, tengo mi concepto como jurista, pero aquí estoy viviendo yo. En España es inútil, porque es un caso digno de estudio. Todavía me escriben chavales de catorce años porque por las redes sociales ven las entrevistas de YouTube. Me decía una joven, que quería hacer una tesis doctoral, que yo llevaba en el candelero desde 1984. De aquello han pasado cuarenta años. Desde entonces un sector se me ha echado encima y han dicho de todo, desde que mataba perros o desayunaba cráneos de abuelos enfermos hasta que comía niños para merendar. Vaya, que nada de lo que ocurría en España era ajeno a mí, por lo visto. El pensamiento mágico del que hablábamos antes. En vez de Dios era yo el que obraba todo. A pesar de eso, treinta años y alguna prensa machacona, ves a la gente por aquí y te tratan con afecto y admiración.

—¿Hay mucha gente que quiere seguir siendo Mario Conde?

—Cioran es una de mis lecturas preferidas, aunque es muy agrio. A mí me impresionó su primer libro, En las cimas de la desesperación. Él es hijo de un pastor que está casado con una señora, claro. Bueno, claro entonces. Hoy vete tú a saber —añade—. Cioran era un tipo de veinte años con insomnio que salía a pasear por las noches y al volver hacía ruido y despertaba a la progenitora, y en una de aquellas noches ella le dice que la tiene hasta los bemoles. Bueno, no exactamente igual, supongo que se lo diría en rumano. Pero la clave no está ahí, está en esa otra frase que le dice: «Si llego a saber que eras así, habría abortado”. El tipo se quedó clavado. Todo lo que soy yo es una decisión de mi progenitora, comprendió. Entonces él, que se quería dar de baja con frecuencia, decidió vivir y escribir un libro y después otro maravilloso y otro. Bueno, pues Cioran dice que cuando el mito prende en el alma humana no hay forma de arrancarlo.

—¿Es usted un mito?



"En nuestra época de la universidad los bancos eran una estructura cerrada y el poder económico en general también. Habíamos aceptado un concepto feudal de la economía"


—En el momento en el que tú conviertes en posible una aspiración que llevaba la juventud contenida dentro. No es que seas rico, que es un factor, no es que seas guapo, que es un factor, no es que seas elegante, que también, lo importante es que abres una estructura cerrada. En nuestra época de la universidad los bancos eran una estructura cerrada y el poder económico en general también. Habíamos aceptado un concepto feudal de la economía. Mire, usted lo hereda o tiene que tener un padrino. Y de repente, las madres ven que se abre una luz y su hijo Manolito puede llegar a ser presidente del banco, cuando nunca lo habían pensado. Manolito lo más que podía ser era conserje y, si le iban las cosas de querida progenitora, director de la sucursal de Cuenca, que la oficina está en una casa colgada y se puede caer Manolito y se mata. De repente se abrió una luz.

—Se refiere a la meritocracia.

—Ni siquiera eso. Si yo explico que me despertaba a las cuatro de la mañana, que mientras los demás en Deusto se iban a jugar al Mentiroso yo me iba a estudiar, que saqué todo matrículas menos una, que era sobresaliente de honor. En Deusto nunca nadie había sacado todo matrículas, incluyendo todas menos una. Luego yo me despertaba a la una y media o dos de la mañana para estudiar la oposición de abogado del Estado. Que no es que yo sea más listo, que sí… Sobre todo la clave es que he sido más trabajador y constante. Entonces, eso ya no les hace gracia. Un día iba paseando por Santillana del Mar: «Don Mario, don Mario, yo soy letrado del ayuntamiento gracias a usted». «Será gracias a usted». «No, mire. Mi padre todas las mañanas a las siete y media golpeaba mi puerta y decía levántate, que a estas horas Mario Conde ya llevaría dos horas estudiando«. El mito no es por mí, sino porque desperté en ellos la posibilidad de ser. ¿Tú sabes lo que significa eso? Durante la evolución del ser humano, en las estructuras feudales, no se movía nada. Tú podías tener un comercio de la leche, sí, pero no eras noble. Dejamos más tarde el modelo feudal, pero fuimos heredando determinados mitos del comportamiento, como ocurría en los bancos que eran exactamente igual que la nobleza. En Banesto el consejo de administración se heredaba de padres a hijos. Era un modelo capitalista huevonudo, ¿no te digo? Pero nadie lo cuestionaba. Se aceptaba. Tenías un tío estudiando la carrera y su horizonte profesional estaba capado hasta que llegamos nosotros. Entonces, esa mitología fue una luz de esperanza. No pueden destruirlo, porque si destruyen eso tienen que conformarse con volver a ser ordenanza. Así que no se puede tocar. Hagan lo que hagan es inútil. Podían mandarme a la guandoca o al infierno, pero el mito no consiguieron tocarlo.

—¿Incluso lo que haga usted?

—Absolutamente. Es inútil, porque está ahí. Tú te ves a ti mismo con una posibilidad de ser. Te voy a dar un dato que es absolutamente acojonante: en el banco hicimos una encuesta para ver a qué figuras políticas y económicas conocían los ciudadanos. La mayoría de presidentes de banco no llegaban al diez por ciento, algunos políticos un setenta. Felipe González y yo, cerca del noventa por ciento.

—El caso es que lo metieron en la guandoca. Y ya que esto es una publicación cultural, para un tipo que ha tenido poder, fama, un banco, prestigio y que lo ha perdido, ¿qué es la cultura?



"Ahora se ha perdido el interés por la cultura. Uno de los daños terribles de las redes sociales es que la gente ha dejado de estudiar, ha dejado de leer, ha dejado de interesarse"


La cultura es lo que nos hace humanos. Yo tenía apenas catorce años, estaba en mi cuarto con mi perro y entró mi padre. Me dijo «toma», y me dio un libro. «Esto es lo que te va a hacer un ser humano completo: lee, estudia, conoce”. El libro que me entregó fue Así habló Zaratustra. Como comprenderás, con catorce años… Pero él no quería que lo leyera, quería que entendiera el valor del libro. Poco después, cuando estaba en Deusto, en primero de carrera leí una frase que decía: “El libro es un arma, úsalo”. Entonces, la cultura es lo que nos hace humanos, lo que nos permite pasar por la vida con un sentido mínimamente profundo de la existencia. Como decía David Hume, yo no soy ateo, yo lo único que digo es que mi faceta espiritual reconduce a una relación con Dios, pero yo no meto a Dios en la explicación de por qué cae una manzana de un árbol, eso ya lo explicó Newton. Así que la cultura para mí es clave. Es muy fuerte ser inculto. Se puede ser sabio y ser inculto, pero no hay nada más aburrido en mi vida que un ser inculto. Ahora se ha perdido el interés por la cultura. Uno de los daños terribles de las redes sociales es que la gente ha dejado de estudiar, ha dejado de leer, ha dejado de interesarse. “¿Qué es tal cosa? ¡Espérate que voy a Wikipedia!”. Está todo en el móvil. Afortunadamente, mis hijos han vivido y han mamado el amor por la cultura, por el saber y el conocimiento. Del mismo modo que el derecho te facilita una herramienta conceptual para entender lo que sí y lo que no, lo que se puede permitir, lo prohibido, la cultura te hace ser quien eres como persona, no como maleta.

—Y para alguien que dice que haciendo la cuenta de la vida lo que más ha sido en total es preso, ¿qué significa la cultura?

En la prisión descubres una parte de la sociedad, que no es tan distinta, por cierto: un reducto cerrado donde explicas los movimientos, el poder, las reglas… Además, para mí representó lo siguiente: creo que es la época de mi vida en la que más he leído. Leía todos los libros que podía desde las cuatro de la mañana.

—¿Qué lee el que se despierta a las cuatro de la mañana y no tiene a dónde ir?



"Me he definido como un peregrino de la certeza durante muchos años. He querido que existiese la certeza, y la certeza no existe"


—Pues leía básicamente mundo espiritual. Me he definido como un peregrino de la certeza durante muchos años. He querido que existiese la certeza, y la certeza no existe. Hay un día cuando murió mi mujer, Lourdes, que me fui a un sitio de esos que me produce mucha fascinación, un monasterio. Un monasterio cisterciense, para ser exactos. Por qué me dejaron entrar no lo sé, ni siquiera el abad se lo explicaba. Los cistercienses son otro caso, tampoco saben quién es Mario Conde, por suerte, pero me dejaron entrar. En una ocasión, a las cinco de la mañana, habíamos terminado la misa y el tipo que tocaba el órgano era un hombre de Bilbao de unos cincuenta años más o menos. Cuando salimos fuera, porque nos dejaban hablar cuando salías del monasterio, dentro no, estaba prohibido, le pregunté cuánto tiempo llevaba y me respondió que veinticinco años. «¿Siempre aquí? ¿No has tenido nunca dudas?». “Todos los días”, me dijo. Entonces le pregunté que qué hacía allí. Y me respondió de un modo que me ha marcado toda la vida: “Porque tampoco tengo ninguna certeza”.

—En la guandoca, los libros…

Buscaba una certeza. Con dieciocho años, cuando llegué a Deusto, iba todos los días a misa. Era un católico ferviente, pero en segundo de carrera la idea del Dios personal me abandonó, se fue. Recuerdo que iba todas las tardes a las ocho de la tarde a la iglesia a pedir que no se fuera, que no me dejara solo, pero se fue. Y fue tremendo. Entonces busqué refugio, porque es una sensación de soledad terrible, y caí en la náusea de Sartre. Y ahí consumí varios años de mi vida en Deusto. Te voy a contar una cosa curiosísima: hice un examen de religión en segundo de carrera y mi examen fue en plena crisis religiosa. Después me llamó mi padre y yo le resumí lo ocurrido. Yo le dije que no podía mentir y le expliqué la crisis y lo que pensaba. Más tarde me llamó el profesor, un jesuita, y me dijo que fuese a su despacho. Pensé que me iba a comunicar el suspenso. En cambio me dijo: «Quiero hablar con usted, me interesa su vivencia personal, he leído su examen.”. Yo le conté. Me dio las gracias y me fui. Al día siguiente, al recoger las papeletas con las notas, matricula de honor. Desde entonces mi amor por los jesuitas es total.

—Le gusta la historia.

¡No, la historia me apasiona!

—Pero Mario Conde es historiador, es escritor…



"Hay un camino para encontrarte, que es el ADN, ahora que se ha demostrado por la epigenética que las células tienen memoria"
 
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