LoQueNoCuentan
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El Mundial de 1982 fue de muy triste recuerdo para Maradona (ya jugador del Barça) y para Argentina. El pibe de oro, que recibió, ante la pasividad del referee, un rumano llamado Rainea, golpes, agarrones y tarascadas del perversos y mezquino defensa italiano Gentile, acabó expulsado cuando, desquiciado perdido, se tomó la justicia por su mano en el siguiente enfrentamiento contra Brasil, con la albiceleste ya eliminada, al golpear con la pierna el abdomen del canarinho Batista que, previamente, había hecho una antiestética entrada a su compatriota Barbas. Era su primera doble derrota, en la vertiente humana y deportiva.
De hecho, Maradona, desde el primer día que pisó Barcelona, lo hizo envuelto en una aura de perdedor de la que no pudo desprenderse nunca. Sus genialidades en el campo no acababan de ser correspondidas eficazmente por los motivos que fueran; pero de todas formas, Diego deslumbró. Sus disparos con la izquierda imprimían a la pelota la velocidad de un misil tierra-tierra, sus caracoleos sobre si mismo levantaban a la grada, su eléctrica conducción del esférico siempre con la punta izquierda y su finta final para romper por la mitad a la defensa arrancaban rugidos del especial público del Nou Camp, quisquilloso, maníaco-depresivo y con centenares de obsesiones varias.
Una vez, existió este Maradona
Maradona no era ni Pelé, Cruyff o Di Stéfano. No tenía la inmensa inteligencia del brasileño, ni el cambio de ritmo del holandés, ni la omnipresencia del argentino, pero si que contaba entre otras cosas, con la mejor pierna izquierda que ha visto el fútbol moderno (con permiso de la del húngaro Puskas) capaz de hacer con la pelota lo que se propusiera, un talento natural y disponía en el Barça de un lugarteniente llamado Bernd Schuster, un alemán que cuando se dirigía hacia la última frontera enemiga, la tierra parecía abrirse bajo sus pies en una excitante sensación de vértigo.
El inicio de la Liga 1982-83 trae consigo los inevitables sobresaltos que el Barça lleva sin remedio en su ADN, pero el beatífico éxtasis que envuelve la relación de Maradona y la cúpula del FCB se resquebraja alarmantemente en Noviembre de aquél 1982, cuando el pibe tiene la desvergüenza de amenazar al presidente mas presidencialista de la entidad desde los tiempos de Enrique Llaudet advirtiéndole: "Yo voy a salir de noche cuando quiera y con quien yo quiera". Mal íbamos. José Luis Núñez le replicó días mas tarde vía L´Equipe, el histórico diario francés: "Diego debe cuidar su imagen y estar dispuesto a comprender la línea de conducta que se ha de observar en Europa para seguir en el FC Barcelona. Si no lo entiende, de nada sirve castigarle, es mejor que abandone el club".
Empezaba a traslucir lenta pero inexorablemente a la opinión pública la mala imagen del jugador mejor pagado de la plantilla rodeado de aquella corte de bufones, palmeros y aprovechados. Núñez insinuó la posibilidad de que si no cambiaba el turbio ambiente que envolvía al astro argentino, devolverlo a su club de origen, Argentinos Juniors, según especificaba una cláusula del que se denominó en su momento como el contrato del siglo.
Pasaron meses antes de que Maradona volviera a engancharse con Núñez. En medio de ello, no olvidemos, la hepatitis. La fricción la provocó un encuentro de homenaje en Munich a Paul Breitner, un sujeto con pasado madridista que, dicho sea de paso, siempre despreció al Barça. La directiva blaugrana negó el permiso al argentino (que en realidad apenas conocía al jugador del Bayern) para asistir al evento. En el asunto, también andaba metido Schuster. Es conveniente recordar que el affaire estalla pocos días antes de la final de Copa del Rey entre el Barça y el Madrid, el 4 de Junio de 1983. El pibe inicia los hostilidades públicamente: "Si usted quiere, presidente, ahora mismo rescindimos el contrato".
A todo esto, seguían las celebraciones en discotecas de la zona alta de Barcelona entre botellería fina y balcóns y boquitas pintadas de jovencitas con la mirada triste que podían explicar como las gastaba el clan del ídolo en las fiestas íntimas a cambio de unas monedas, un ídolo que aseguraba: "Prefiero la fin si no juego", en una rabiosa afirmación de amor propio que nunca le sirvió para integrarse ni en Barcelona, ni en Catalunya aunque arriesgara su prestigio jugando lesionado un sábado por la noche contra el Español y un desdichado miércoles europeo en Old Trafford contra el Manchester United.
La final de Copa 1983: Urruti; Sánchez, Schuster, Julio Alberto, Gerardo, Migueli, Carrasco, Víctor, Esteban, Marcos y Maradona.
La directiva barcelonista le consintió mucho y en su mayoría, mal. Cuando Udo Lattek desapareció de la órbita blaugrana, le regalaron un entrenador -Menotti- que pese a asegurar a un Núñez que ya estaba de los nervios que "a estos chicos los controlo", siguió permitiendo la nocturnidad de gran parte de los jugadores porque, en el fondo, él también era un noctámbulo. El Flaco Menotti introdujo una modificación significativa en los horarios de entrenamiento semanales: serían a las cinco de la tarde (1)
En sus dos temporadas en el Nou Camp, Diego apenas disputó la mitad del calendario. Dejando de lado, aquellas míticas e intermitentes dolencias ciáticas que iban y venían como la marea, una rotura fibrilar (Septiembre del 82), un tirón muscular (Febrero del 84) y un esguince de tobillo (Diciembre del 82, gentileza del defensa de la Real Sociedad, Górriz, que lo hinchó a patadas durante todo el partido) pocos días después del cual contrae una hepatitis vírica que lo inmoviliza durante tres meses, perdiéndose 14 partidos de Liga y las eliminatorias europeas. Cierta revista, recogiendo la vox populi, la tachó en realidad de mal venéreo. El argentino la llevó a los tribunales.
El Pelusa, no obstante, sufrió su lesión mas grave la noche del sábado, 24 de Septiembre de 1983, en un encuentro liguero contra el Athletic de Bilbao. El defensa vasco Andoni Goicoechea fue a buscarlo hasta casi el circulo central y su hachazo destrozó el tobillo izquierdo del astro argentino que tardó tres meses y medio en volver a los campos de fútbol. Su estrella, en Barcelona, ya no volvería a resplandecer pese a su espectacular retorno el 8/1/1984 en el Nou Camp ante el Sevilla marcando dos goles. Había ya un imparable run-run en el que la palabra maldita tomaba cuerpo aunque Diego se prestara para realizar un spot para la Generalitat "... si te ofrecen drojas, di simplemente, no" (2).
El cabezón Czysterpiller con Maradona y con La Copa del Rey.
El barcelonismo, empezó invariablemente a cuestionar su rendimiento con los 25 millones de pesetas mensuales que costaba. "Los catalanes son muy especiales, parece como si yo les estuviera robando la plata", afirmó por esa época. "No soporto que me llamen Sudamericano", dijo poco después. Su asimilación social era imposible, en realidad, ya quería irse.
La final de Copa del Rey de 1984 es uno de los episodios mas tristes de la historia del fútbol español. Maradona se dejó arrastrar por las provocaciones y el futbolista que cada domingo encajaba un variado surtido de golpes sin vengarse jamás, se enzarzó en una pelea barriobajera al final del partido, cuando un tal Sola -suplente del Athletic- se le acercó al final del partido para buscarle las cosquillas y acabó con unos cuantos dientes rotos y una conmoción cerebral de caballo. Las escenas de la gresca que se generalizó ante los ojos de millones de españoles, fueron dantescas. Todos fueron culpables, en especial Javier Clemente y sus curiosas teorías sobre la raza vasca, pero aquél fue el último partido oficial de Maradona con el Barça.
Todo se derrumbaba a velocidad de vértigo. La presunta genialidad financiera que supuso su fichaje empezó a deshacerse como azúcar en el café. Su representante, el innombrable Jorge Czysterpiller (3), uno de los personajes mas esperpénticos que jamás han pululado por el universo blaugrana, organizó la Maradona Production´s, a la que no llegaban contratos ni queriendo y desde la óptica del FCB, los 1.200 millones de pesetas que costó el pibe, no se amortizaban ni en cuatro días ni en cuatrocientos, con goles, publicidad o ingresos de televisión. Era una fin anunciada. Se trataba de que el aburguesamiento chulesco y hortera en el que le habían sumido varios de sus compatriotas que vivían a su costa, revoloteando a su sombra y metiendo la nariz en su intimidad, ahora sabemos exactamente hasta que extremo, desaparecieran del entorno del FCB cuanto antes.
El 1 de Julio de 1984, Diego Armando Maradona, se convierte en jugador del Nápoli. Sobre los 1.300 millones de pesetas, luego el Barça, económicamente, aún sale ganando. Antes, no obstante, hay que soportar declaraciones del pibe del estilo de: "... si no me dejan marchar, tendrán problemas". Y lo que es peor, ya consumado el fichaje tener que oir como testamento blaugrana del "10" cosas como estas:
- No me arrepiento de nada; solo me siento como un bebé recién nacido.
- Me ataban unas cadenas muy fuertes, pero las rompí.
- Catalunya es un lugar hermoso para vivir, menos para un futbolista.
- El club es el que debe dar explicaciones a la afición.
- Los directivos azulgrana no me han comprendido.
- A Núñez solo le diría "buenas noches".
Es triste que la pérdida de un jugador de esta dimensión cause alivio pero es justamente lo que una gran parte del barcelonismo, hastiado de tanta movida, polémica y conflicto, sintió. La sensación de desprenderte de algo que te está perjudicando. Es posible, como dijo el astro, que los catalanes son muy especiales, pero desde el primer momento, cuando Maradona aterriza en Barcelona con todo su séquito variopinto, encabezado por el peculiar Jorge Czysterpiller, algo no acaba de cuadrar; no se si estética, conceptual o reglamentariamente. Y ya instalado en el barrio de Pedralbes (concretamente en el Paseo de los Tilos) en una mansión de estilo inglés con toda la camada de aduladores e insectos a su alrededor, las juergas se suceden una detrás de otra a la que no son ajenas componentes de la primera plantilla del FCB (4). Durante algún tiempo, mientras las genialidades del argentino, se iban sucediendo aunque fuera intermitentemente, el barcelonismo miró hacia otro lado, posteriormente, ya fue imposible.
Empieza la batalla campal al término de la final copera de 1984: Sola, suplente, va a por lana y sale trasquilado. El rodillazo de Maradona es terrible. Va a ser su último partido oficial con el Barça .
Treinta años después de su llegada al FC Barcelona, prefiero quedarme con lo bueno, que fue mucho, y olvidar una serie de cosas -que también son bastantes-, que tengo en mi papelera de reciclaje particular. Como se demostró en el Nápoli, Maradona siempre fue un exagerado para todo. O cielo o infierno. La historia de su vida.
No he vuelto a ver a un jugador con sus características, de verdad. Su pierna izquierda ha sido irrepetible y proclamarse campeón del mundo con la Argentina de los Ruggieri, Valdano, Burruchaga, Pumpido y demás astros, una epopeya de la que ni un Pelé, ni un Cruyff, hubieran sido capaces. Ellos siempre necesitaron jugar arropados, como nuestro Messi. Aplíquese lo mismo al Nápoli: los dos scudettos los gana Maradona. Siempre se buscó la vida para lo bueno y lo malo.
A pesar de sus excesos, trifulcas y conflictos: ¿qué hubiera pasado si en sus dos años en el Barça no se le cruzan una hepatitis y un jugador llamado Goicoechea?
Ya nunca lo sabremos.
(1) Es posible que la directiva blaugrana desconociera que Maradona nunca perdonó a Menotti que no contara con él para el Mundial de Argentina ´78.
(2) Maradona se inicia con las drojas cuando se encuentra convaleciente a causa de la lesión que le produjo Goicoechea.
(3) La relación del pelusa con el cabezón, acabó como tantas otras, de forma traumática, tras una supuesta mala gestión de su amigo de la infancia. El resentimiento de Maradona fue tan grande que cuando años después, Czysterpiller le envió una participación para asistir a su boda, Diego se la devolvió.
(4) Urruti, en cierta ocasión, fue sorprendido en su buena fe al aceptar una invitación del pelusa para asistir a una de esas celebraciones. El inolvidable portero, tal como entró en el domicilio de Maradona, salió. No hicieron lo mismo varios de sus compañeros de equipo.
De hecho, Maradona, desde el primer día que pisó Barcelona, lo hizo envuelto en una aura de perdedor de la que no pudo desprenderse nunca. Sus genialidades en el campo no acababan de ser correspondidas eficazmente por los motivos que fueran; pero de todas formas, Diego deslumbró. Sus disparos con la izquierda imprimían a la pelota la velocidad de un misil tierra-tierra, sus caracoleos sobre si mismo levantaban a la grada, su eléctrica conducción del esférico siempre con la punta izquierda y su finta final para romper por la mitad a la defensa arrancaban rugidos del especial público del Nou Camp, quisquilloso, maníaco-depresivo y con centenares de obsesiones varias.
Una vez, existió este Maradona
Maradona no era ni Pelé, Cruyff o Di Stéfano. No tenía la inmensa inteligencia del brasileño, ni el cambio de ritmo del holandés, ni la omnipresencia del argentino, pero si que contaba entre otras cosas, con la mejor pierna izquierda que ha visto el fútbol moderno (con permiso de la del húngaro Puskas) capaz de hacer con la pelota lo que se propusiera, un talento natural y disponía en el Barça de un lugarteniente llamado Bernd Schuster, un alemán que cuando se dirigía hacia la última frontera enemiga, la tierra parecía abrirse bajo sus pies en una excitante sensación de vértigo.
El inicio de la Liga 1982-83 trae consigo los inevitables sobresaltos que el Barça lleva sin remedio en su ADN, pero el beatífico éxtasis que envuelve la relación de Maradona y la cúpula del FCB se resquebraja alarmantemente en Noviembre de aquél 1982, cuando el pibe tiene la desvergüenza de amenazar al presidente mas presidencialista de la entidad desde los tiempos de Enrique Llaudet advirtiéndole: "Yo voy a salir de noche cuando quiera y con quien yo quiera". Mal íbamos. José Luis Núñez le replicó días mas tarde vía L´Equipe, el histórico diario francés: "Diego debe cuidar su imagen y estar dispuesto a comprender la línea de conducta que se ha de observar en Europa para seguir en el FC Barcelona. Si no lo entiende, de nada sirve castigarle, es mejor que abandone el club".
Empezaba a traslucir lenta pero inexorablemente a la opinión pública la mala imagen del jugador mejor pagado de la plantilla rodeado de aquella corte de bufones, palmeros y aprovechados. Núñez insinuó la posibilidad de que si no cambiaba el turbio ambiente que envolvía al astro argentino, devolverlo a su club de origen, Argentinos Juniors, según especificaba una cláusula del que se denominó en su momento como el contrato del siglo.
Pasaron meses antes de que Maradona volviera a engancharse con Núñez. En medio de ello, no olvidemos, la hepatitis. La fricción la provocó un encuentro de homenaje en Munich a Paul Breitner, un sujeto con pasado madridista que, dicho sea de paso, siempre despreció al Barça. La directiva blaugrana negó el permiso al argentino (que en realidad apenas conocía al jugador del Bayern) para asistir al evento. En el asunto, también andaba metido Schuster. Es conveniente recordar que el affaire estalla pocos días antes de la final de Copa del Rey entre el Barça y el Madrid, el 4 de Junio de 1983. El pibe inicia los hostilidades públicamente: "Si usted quiere, presidente, ahora mismo rescindimos el contrato".
A todo esto, seguían las celebraciones en discotecas de la zona alta de Barcelona entre botellería fina y balcóns y boquitas pintadas de jovencitas con la mirada triste que podían explicar como las gastaba el clan del ídolo en las fiestas íntimas a cambio de unas monedas, un ídolo que aseguraba: "Prefiero la fin si no juego", en una rabiosa afirmación de amor propio que nunca le sirvió para integrarse ni en Barcelona, ni en Catalunya aunque arriesgara su prestigio jugando lesionado un sábado por la noche contra el Español y un desdichado miércoles europeo en Old Trafford contra el Manchester United.
La final de Copa 1983: Urruti; Sánchez, Schuster, Julio Alberto, Gerardo, Migueli, Carrasco, Víctor, Esteban, Marcos y Maradona.
La directiva barcelonista le consintió mucho y en su mayoría, mal. Cuando Udo Lattek desapareció de la órbita blaugrana, le regalaron un entrenador -Menotti- que pese a asegurar a un Núñez que ya estaba de los nervios que "a estos chicos los controlo", siguió permitiendo la nocturnidad de gran parte de los jugadores porque, en el fondo, él también era un noctámbulo. El Flaco Menotti introdujo una modificación significativa en los horarios de entrenamiento semanales: serían a las cinco de la tarde (1)
En sus dos temporadas en el Nou Camp, Diego apenas disputó la mitad del calendario. Dejando de lado, aquellas míticas e intermitentes dolencias ciáticas que iban y venían como la marea, una rotura fibrilar (Septiembre del 82), un tirón muscular (Febrero del 84) y un esguince de tobillo (Diciembre del 82, gentileza del defensa de la Real Sociedad, Górriz, que lo hinchó a patadas durante todo el partido) pocos días después del cual contrae una hepatitis vírica que lo inmoviliza durante tres meses, perdiéndose 14 partidos de Liga y las eliminatorias europeas. Cierta revista, recogiendo la vox populi, la tachó en realidad de mal venéreo. El argentino la llevó a los tribunales.
El Pelusa, no obstante, sufrió su lesión mas grave la noche del sábado, 24 de Septiembre de 1983, en un encuentro liguero contra el Athletic de Bilbao. El defensa vasco Andoni Goicoechea fue a buscarlo hasta casi el circulo central y su hachazo destrozó el tobillo izquierdo del astro argentino que tardó tres meses y medio en volver a los campos de fútbol. Su estrella, en Barcelona, ya no volvería a resplandecer pese a su espectacular retorno el 8/1/1984 en el Nou Camp ante el Sevilla marcando dos goles. Había ya un imparable run-run en el que la palabra maldita tomaba cuerpo aunque Diego se prestara para realizar un spot para la Generalitat "... si te ofrecen drojas, di simplemente, no" (2).
El cabezón Czysterpiller con Maradona y con La Copa del Rey.
El barcelonismo, empezó invariablemente a cuestionar su rendimiento con los 25 millones de pesetas mensuales que costaba. "Los catalanes son muy especiales, parece como si yo les estuviera robando la plata", afirmó por esa época. "No soporto que me llamen Sudamericano", dijo poco después. Su asimilación social era imposible, en realidad, ya quería irse.
La final de Copa del Rey de 1984 es uno de los episodios mas tristes de la historia del fútbol español. Maradona se dejó arrastrar por las provocaciones y el futbolista que cada domingo encajaba un variado surtido de golpes sin vengarse jamás, se enzarzó en una pelea barriobajera al final del partido, cuando un tal Sola -suplente del Athletic- se le acercó al final del partido para buscarle las cosquillas y acabó con unos cuantos dientes rotos y una conmoción cerebral de caballo. Las escenas de la gresca que se generalizó ante los ojos de millones de españoles, fueron dantescas. Todos fueron culpables, en especial Javier Clemente y sus curiosas teorías sobre la raza vasca, pero aquél fue el último partido oficial de Maradona con el Barça.
Todo se derrumbaba a velocidad de vértigo. La presunta genialidad financiera que supuso su fichaje empezó a deshacerse como azúcar en el café. Su representante, el innombrable Jorge Czysterpiller (3), uno de los personajes mas esperpénticos que jamás han pululado por el universo blaugrana, organizó la Maradona Production´s, a la que no llegaban contratos ni queriendo y desde la óptica del FCB, los 1.200 millones de pesetas que costó el pibe, no se amortizaban ni en cuatro días ni en cuatrocientos, con goles, publicidad o ingresos de televisión. Era una fin anunciada. Se trataba de que el aburguesamiento chulesco y hortera en el que le habían sumido varios de sus compatriotas que vivían a su costa, revoloteando a su sombra y metiendo la nariz en su intimidad, ahora sabemos exactamente hasta que extremo, desaparecieran del entorno del FCB cuanto antes.
El 1 de Julio de 1984, Diego Armando Maradona, se convierte en jugador del Nápoli. Sobre los 1.300 millones de pesetas, luego el Barça, económicamente, aún sale ganando. Antes, no obstante, hay que soportar declaraciones del pibe del estilo de: "... si no me dejan marchar, tendrán problemas". Y lo que es peor, ya consumado el fichaje tener que oir como testamento blaugrana del "10" cosas como estas:
- No me arrepiento de nada; solo me siento como un bebé recién nacido.
- Me ataban unas cadenas muy fuertes, pero las rompí.
- Catalunya es un lugar hermoso para vivir, menos para un futbolista.
- El club es el que debe dar explicaciones a la afición.
- Los directivos azulgrana no me han comprendido.
- A Núñez solo le diría "buenas noches".
Es triste que la pérdida de un jugador de esta dimensión cause alivio pero es justamente lo que una gran parte del barcelonismo, hastiado de tanta movida, polémica y conflicto, sintió. La sensación de desprenderte de algo que te está perjudicando. Es posible, como dijo el astro, que los catalanes son muy especiales, pero desde el primer momento, cuando Maradona aterriza en Barcelona con todo su séquito variopinto, encabezado por el peculiar Jorge Czysterpiller, algo no acaba de cuadrar; no se si estética, conceptual o reglamentariamente. Y ya instalado en el barrio de Pedralbes (concretamente en el Paseo de los Tilos) en una mansión de estilo inglés con toda la camada de aduladores e insectos a su alrededor, las juergas se suceden una detrás de otra a la que no son ajenas componentes de la primera plantilla del FCB (4). Durante algún tiempo, mientras las genialidades del argentino, se iban sucediendo aunque fuera intermitentemente, el barcelonismo miró hacia otro lado, posteriormente, ya fue imposible.
Empieza la batalla campal al término de la final copera de 1984: Sola, suplente, va a por lana y sale trasquilado. El rodillazo de Maradona es terrible. Va a ser su último partido oficial con el Barça .
Treinta años después de su llegada al FC Barcelona, prefiero quedarme con lo bueno, que fue mucho, y olvidar una serie de cosas -que también son bastantes-, que tengo en mi papelera de reciclaje particular. Como se demostró en el Nápoli, Maradona siempre fue un exagerado para todo. O cielo o infierno. La historia de su vida.
No he vuelto a ver a un jugador con sus características, de verdad. Su pierna izquierda ha sido irrepetible y proclamarse campeón del mundo con la Argentina de los Ruggieri, Valdano, Burruchaga, Pumpido y demás astros, una epopeya de la que ni un Pelé, ni un Cruyff, hubieran sido capaces. Ellos siempre necesitaron jugar arropados, como nuestro Messi. Aplíquese lo mismo al Nápoli: los dos scudettos los gana Maradona. Siempre se buscó la vida para lo bueno y lo malo.
A pesar de sus excesos, trifulcas y conflictos: ¿qué hubiera pasado si en sus dos años en el Barça no se le cruzan una hepatitis y un jugador llamado Goicoechea?
Ya nunca lo sabremos.
(1) Es posible que la directiva blaugrana desconociera que Maradona nunca perdonó a Menotti que no contara con él para el Mundial de Argentina ´78.
(2) Maradona se inicia con las drojas cuando se encuentra convaleciente a causa de la lesión que le produjo Goicoechea.
(3) La relación del pelusa con el cabezón, acabó como tantas otras, de forma traumática, tras una supuesta mala gestión de su amigo de la infancia. El resentimiento de Maradona fue tan grande que cuando años después, Czysterpiller le envió una participación para asistir a su boda, Diego se la devolvió.
(4) Urruti, en cierta ocasión, fue sorprendido en su buena fe al aceptar una invitación del pelusa para asistir a una de esas celebraciones. El inolvidable portero, tal como entró en el domicilio de Maradona, salió. No hicieron lo mismo varios de sus compañeros de equipo.