MONCHITO POPPER
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Debo, ante todo, confesar, para ser absolutamente sincero, que nunca he recibido ninguna clase de invitación o sugestión de nadie, para serlo. Sin duda, nadie vio en mí condiciones o inclinaciones para ello.
Debo, en segundo lugar, decir que cuanto voy a responder, con toda honestidad, no supone, en modo alguno, ni una crítica general a la idea, respetable y acertada, de los institutos seculares de la Iglesia; ni nada que pueda suponer algo despectivo para los miembros del Opus Dei, entre los cuales conozco no pocos que son personas dignas de toda estima y elogio.
Yo contesto, simplemente, a la pregunta. ¿Por qué no pertenezco al Opus Dei?
En primer lugar, porque -desgraciadamente para mí- nunca me he sentido digno de una vocación de perfección. Tampoco -afortunadamente para mí- he sido un oportunista que haya buscado ayudas de tipo espiritual, para problemas de naturaleza temporal.
En segundo lugar, porque, aceptando como acepto -en principio- la idea de los institutos temporales, discrepo de la inclusión entre las actividades de sus miembros las relaciones con la Política y la Economía. Es bien sabido que la gula, la libido y otros vicios capitales, tienen un límite en la humana naturaleza; pero no así la soberbia, la pasión de mandar y la codicia, que son insaciables. Pero, además, aunque fuese verdad que en esas actividades se actúa de modo individual, nadie lo creerá. Yo, desde luego, nunca lo he creído. Y algo debe de ir en esta línea de pensamiento en Roma, cuando ahora el Opus Dei quiere renunciar a su estatuto de instituto secular.
En tercer lugar, mi experiencia personal de cómo han funcionado las cosas, en la práctica, en nuestro país, me ha confirmado en que esas aprensiones no eran vanas. Ningún fin, en mi opinión, puede justificar ciertos medios y determinadas premisas. El tiempo inexorable nos juzgará a todos y aclarará las confusiones del presente. Entre tanto, procuremos todos colaborar, según conciencia, con la verdadera, maravillosa y eterna obra de Dios.
Debo, en segundo lugar, decir que cuanto voy a responder, con toda honestidad, no supone, en modo alguno, ni una crítica general a la idea, respetable y acertada, de los institutos seculares de la Iglesia; ni nada que pueda suponer algo despectivo para los miembros del Opus Dei, entre los cuales conozco no pocos que son personas dignas de toda estima y elogio.
Yo contesto, simplemente, a la pregunta. ¿Por qué no pertenezco al Opus Dei?
En primer lugar, porque -desgraciadamente para mí- nunca me he sentido digno de una vocación de perfección. Tampoco -afortunadamente para mí- he sido un oportunista que haya buscado ayudas de tipo espiritual, para problemas de naturaleza temporal.
En segundo lugar, porque, aceptando como acepto -en principio- la idea de los institutos temporales, discrepo de la inclusión entre las actividades de sus miembros las relaciones con la Política y la Economía. Es bien sabido que la gula, la libido y otros vicios capitales, tienen un límite en la humana naturaleza; pero no así la soberbia, la pasión de mandar y la codicia, que son insaciables. Pero, además, aunque fuese verdad que en esas actividades se actúa de modo individual, nadie lo creerá. Yo, desde luego, nunca lo he creído. Y algo debe de ir en esta línea de pensamiento en Roma, cuando ahora el Opus Dei quiere renunciar a su estatuto de instituto secular.
En tercer lugar, mi experiencia personal de cómo han funcionado las cosas, en la práctica, en nuestro país, me ha confirmado en que esas aprensiones no eran vanas. Ningún fin, en mi opinión, puede justificar ciertos medios y determinadas premisas. El tiempo inexorable nos juzgará a todos y aclarará las confusiones del presente. Entre tanto, procuremos todos colaborar, según conciencia, con la verdadera, maravillosa y eterna obra de Dios.