El Pionero
Alcalde y presidente de Fútbol Paco premium
Como la cigarra del cuento, Alemania se prepara para una situación energética impensable hace solo unos meses, cuando a un ciudadano germano le sonaría a chiste que le dijeran que estarían buscando como locos la palabra «leña» en el Google patrio.
Más madera, es la guerra. Y no es una expresión, porque hasta los analistas del Deutsche Bank predicen que se usará crecientemente la madera para calentar a los habitantes de la cuarta potencia económica mundial.
Y es que ya es oficial, y las mismas autoridades lo advierten cada vez más claro: el racionamiento, como en la posguerra, no se descarta en absoluto, igual que se teme un recrudecimiento de la conflictividad social. Este otoño, en fin, no solo va a arder la madera, sino también las calles.
Robert Habeck, ministro de Economía y vicecanciller, ya había implorado a los alemanes que se moderen con la calefacción (ha recomendado una temperatura máxima aún más baja que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez), y ahora ha advertido que, en el caso de los edificios públicos, esas recomendaciones serán obligaciones, salvo en el caso de los hospitales.
Las nuevas regulaciones formarán parte de una nueva Ley de Seguridad Energética, ha reconocido Habeck en declaraciones al Suddeutsche Zeitung, y se sumarán a las prohibiciones previamente anunciadas sobre el calentamiento de piscinas privadas. Además, los edificios y monumentos dejarán de estar iluminados por la noche y habrá restricciones en la publicidad iluminada, al tiempo que anuncia que «también se necesita más ahorro en el entorno laboral».
Días antes, el responsable del organismo regulador de la red eléctrica, Klaus Müller, admitió en el dominical del diario Welt que las familias tendrán que hacer este invierno un esfuerzo ímprobo y reducir un 20% su consumo habitual de electricidad si quieren que el gas llegue hasta diciembre. «Si no ahorramos mucho y obtenemos combustible adicional, tendremos un problema».
Y, sí, de acuerdo, la oleada turística rusa de Ucrania y las consiguientes sanciones constituyen un «cisne neցro» que nadie hubiera podido anticipar. Pero de la dependencia del gas ruso ya les advirtió Donald Trump, por muchas risas que se echaran a su costa en el momento, y el fantasioso entusiasmo ecologista que les llevó a cerrar centrales nucleares a cascoporro sí es responsabilidad de la clase política alemana, una responsabilidad que los ciudadanos no dejarán de recordarles cuando llegue el frío.
Porque esa es la segunda parte: los disturbios civiles. En entrevista concedida a la cadena ZDF, Stephan Kramer, que dirige el servicio de Inteligencia nacional en el estado de Turingia, advirtió que las protestas «legítimas» por la crisis energética podrían ser «secuestradas por extremistas». Y nos tememos que esa etiqueta se la van a colgar a muchos, como en Holanda.
Kramer dijo que las autoridades se preparan para protestas callejeras por «escasez de gasolina, problemas de energía, dificultades de suministro, posible recesión, desempleo, pero también la creciente pobreza de la clase media». «Es probable que nos enfrentemos a protestas masivas y disturbios», continuó. «Estamos lidiando con un estado de ánimo muy cargado emocionalmente, agresivo y pesimista sobre el futuro en la sociedad, cuya confianza en el estado, sus instituciones y actores políticos está llena de dudas masivas». Comparado con lo que viene, advierte Kramer, las multitudinarias protestas contra las restricciones pandémicas, que en Alemania llegaron a cierto grado de violencia, «parecerán una fiesta de cumpleaños infantil».
Más madera, es la guerra. Y no es una expresión, porque hasta los analistas del Deutsche Bank predicen que se usará crecientemente la madera para calentar a los habitantes de la cuarta potencia económica mundial.
Y es que ya es oficial, y las mismas autoridades lo advierten cada vez más claro: el racionamiento, como en la posguerra, no se descarta en absoluto, igual que se teme un recrudecimiento de la conflictividad social. Este otoño, en fin, no solo va a arder la madera, sino también las calles.
Robert Habeck, ministro de Economía y vicecanciller, ya había implorado a los alemanes que se moderen con la calefacción (ha recomendado una temperatura máxima aún más baja que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez), y ahora ha advertido que, en el caso de los edificios públicos, esas recomendaciones serán obligaciones, salvo en el caso de los hospitales.
Las nuevas regulaciones formarán parte de una nueva Ley de Seguridad Energética, ha reconocido Habeck en declaraciones al Suddeutsche Zeitung, y se sumarán a las prohibiciones previamente anunciadas sobre el calentamiento de piscinas privadas. Además, los edificios y monumentos dejarán de estar iluminados por la noche y habrá restricciones en la publicidad iluminada, al tiempo que anuncia que «también se necesita más ahorro en el entorno laboral».
Días antes, el responsable del organismo regulador de la red eléctrica, Klaus Müller, admitió en el dominical del diario Welt que las familias tendrán que hacer este invierno un esfuerzo ímprobo y reducir un 20% su consumo habitual de electricidad si quieren que el gas llegue hasta diciembre. «Si no ahorramos mucho y obtenemos combustible adicional, tendremos un problema».
Y, sí, de acuerdo, la oleada turística rusa de Ucrania y las consiguientes sanciones constituyen un «cisne neցro» que nadie hubiera podido anticipar. Pero de la dependencia del gas ruso ya les advirtió Donald Trump, por muchas risas que se echaran a su costa en el momento, y el fantasioso entusiasmo ecologista que les llevó a cerrar centrales nucleares a cascoporro sí es responsabilidad de la clase política alemana, una responsabilidad que los ciudadanos no dejarán de recordarles cuando llegue el frío.
Porque esa es la segunda parte: los disturbios civiles. En entrevista concedida a la cadena ZDF, Stephan Kramer, que dirige el servicio de Inteligencia nacional en el estado de Turingia, advirtió que las protestas «legítimas» por la crisis energética podrían ser «secuestradas por extremistas». Y nos tememos que esa etiqueta se la van a colgar a muchos, como en Holanda.
Kramer dijo que las autoridades se preparan para protestas callejeras por «escasez de gasolina, problemas de energía, dificultades de suministro, posible recesión, desempleo, pero también la creciente pobreza de la clase media». «Es probable que nos enfrentemos a protestas masivas y disturbios», continuó. «Estamos lidiando con un estado de ánimo muy cargado emocionalmente, agresivo y pesimista sobre el futuro en la sociedad, cuya confianza en el estado, sus instituciones y actores políticos está llena de dudas masivas». Comparado con lo que viene, advierte Kramer, las multitudinarias protestas contra las restricciones pandémicas, que en Alemania llegaron a cierto grado de violencia, «parecerán una fiesta de cumpleaños infantil».