Espartano27
Madmaxista
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Al lado de los neցros
A ti, viajero neցro del Aquarius, te pido que no me mires con esos ojos heridos de recelo, pues estuve siempre al lado de tus hermanos en el África endrina, también en América y en el Vietnam cuando eras soldado oscuro, carne para morir, y el vietcong se arrastraba con el machete entre los dientes para dejarte tendido sobre la tierra extraña, con un puñado de rosas rojas en el vientre y los ojos atónitos, abiertos contra el cielo.
Ay, neցro agredido, neցro insultado, escarnecido neցro, náufrago de patrias, peregrino de la desolación. Vienes del África yoruba, del África bantú, del África de todas mis nostalgias, en busca del pan y la libertad. Dejaste atrás las raíces profundas, las huellas fugitivas de tu caminar por los desiertos y las selvas. Regaste de sudor, a veces de sangre, el arrozal dolorido y el dolorido corazón de la progenitora lejana. Padeciste el hambre y la sed, el frío y el ardor, hasta perder el saludo del rocío. Las naciones blancas de la Europa podrida, las mismas que te invadieron y te esquilmaron, te dan la espalda hasta dejarte morir en las aguas del mar Mediterráneo. Por eso estoy a favor de la decisión del Gobierno español de abofetear a Italia y acogerte en la España crisol de culturas. Aunque eso pueda significar la llamada al coladero inmigratorio, Sánchez ha acertado y lo hará más si negocia en Europa la ayuda a los países que los europeos saqueamos en África.
Llevo, neցro, tu dolor en el alma. He apretado las manos de tu padre Léopold Sédar Senghor y he leído los poemas de sangre y de hierro de Aimé Cèsaire y Diop. Escribí todo esto en La Negritud, el libro con las letras menos desacertadas de mi dilatada vida profesional. Eres el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura, pero en verdad, en verdad te digo que florecerán de nuevo las espigas sobre tus campos oscuros. Ay, "dulce raza, hija de sierras, estirpe de torre y de turquesa, ciérrame los ojos, antes de irnos al mar, de donde vienen los dolores".
Escucha, en fin, neցro viajero, los versos de Neruda que hablan del manantial. "...déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje vienen de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla".
Luis María Anson, de la Real Academia Española.
A favor de los neցros
Lo he dicho y lo he escrito muchas veces. Estoy a favor de los neցros que saltan las erizadas fronteras de Ceuta y Melilla, de los que se trasladan a Europa en pateras tantas veces ensangrentadas. Invaden, casi siempre sigilosamente, a las naciones que durante cuatro siglos esquilmaron al África endrina. En Twelve Million Black, Richard Wright relata el espanto de la gran cacería de hombres y mujeres a la que se dedicaron España, Portugal, Holanda, Francia, Inglaterra... Los blancos cultísimos de la Ilustración, los blancos de la Cristiandad, cazaban como a fieras a los neցros jovenlandeses, los uncían con argollas de esclavitud, comerciaban con ellos como si fueran cabras, los desarraigaban de la tierra materna, los trasladaban a América en las ergástulas de los barcos negreros y los vendían al otro lado del mar océano.
En la radiante democracia de Estados Unidos, a la que solemos calificar de ejemplar, hubo legalmente tráfico de esclavos durante ochenta años hasta 1865. En el Puerto Rico y la Cuba de Isabel II y Alfonso XII se toleraba la existencia de esclavos. En Brasil, el emperador Pedro II fue derrocado en 1889 porque combatió la esclavitud de los neցros que beneficiaba a los terratenientes blancos. En el siglo XVIII, Su Majestad Católica el Rey de España escribía al Rey de Portugal porque necesitaba 10.000 esclavos para las plantaciones cubanas. El Rey cristiano de Portugal le contestaba diciendo que podía "cazar" (sic) sin problemas a esos esclavos en Guinea pero que carecía de medios para trasladarlos. Su Graciosa Majestad el Rey de Inglaterra y los reyes cristianísimos de Francia y Holanda ofrecían los servicios de sus barcos negreros a tanto la tonelada de carne humana.
Publiqué mi libro La Negritud en 1968 y, desde entonces, contemplo la venganza de la Historia, cómo la raza de color triunfa en Estados Unidos de América, cómo invade la Europa que la esclavizó. El remedio al espectáculo que ahora presenciamos, y que anunció Arnold J.Toynbee, pasa por la justa distribución de la riqueza mundial conforme a lo que expuso Juan XXIII en la Mater et magistra y la Pacem in terris; Pablo VI en la Populorum progressio; Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis. No se trata de caridades ni de ayudas asistenciales. Se trata de que en la sociedad mundial las naciones ricas paguen impuestos en favor de las pobres, tal y como se hace a escala nacional en los países occidentales. Impuestos, claro es, con los debidos controles democráticos para que no vayan a parar a los bolsillos de reyezuelos, dictadores y tiranos.
Sartre, en su Orphée noire, se estremece ante las atrocidades cometidas por el salvajismo blanco en el África subsahariana. Los blancos devastamos aquellos países de forma inmisericorde y los dejamos arruinados económica y educacionalmente para varias generaciones. Y todavía nos quejamos porque algunos neցros, jugándose la vida, decidan buscar una vida mejor en las naciones que esclavizaron a sus antepasados.
Ante la barbarie blanca prolongada durante cuatro siglos en África, se me vienen a la memoria los versos de Pablo Neruda: "...déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje viene de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla".
Luis María Anson, de la Real Academia Española.
Las tres cosas que más me gustaron de los JJ.OO., de Luis María Anson en El Mundo
Me lo preguntaron en una cadena de radio. Contesté que, en primer lugar, lo que más me había gustado de los Juegos Olímpicos fue el pueblo británico y su sentido del humor y la modernidad. Solo la nación que creó el mayor imperio de la historia universal podía embarcar a su anciana Reina en un helicóptero y hacerla descender de los cielos durante la jornada de inauguración de los Juegos. La verdad es que no parecía una doble. La pirueta aérea demostraba la capacidad británica para el humor. Se me vinieron enseguida a la memoria las sutilezas de la Reina Victoria Eugenia y su ironía profunda. Está claro que la Monarquía británica, junto a la Iglesia Católica, es la institución más sólida del mundo actual, a pesar de que con motivo del matrimonio astillado de Carlos y Diana, empalidecidos los días de lujo y rosas, abrumado él por las heridas de la Historia todavía sin cicatrizar, encendidos en ella los ojos de cierva azul y engañada, las cenizas sensuales se derramaron sobre la corona de Su Graciosa Majestad, que sufrió alguna fisura.
En segundo lugar, quiero destacar de los JJ.OO. a Usain Bolt y no porque se haya convertido en el rayo que no cesa, en el orgullo de una nación, Jamaica, que hasta 1654 perteneció a España, cuando el gobernador Cristóbal de Isasi no pudo resistir el acoso del almirante William Penn y de Robert Venables, enviados al Caribe en la expedición Western Design, ordenada por Oliver Cromwell. Me gustó del atleta Bolt, sobre todo, que, en un gesto de profunda caballerosidad, al mejor estilo hidalgo español, interrumpiera a la periodista Izaskun Ruiz -excelente profesional, por cierto- para ponerse firme y escuchar en silencio el himno de los Estados Unidos de América. Menuda lección. Sobre todo para José Luis Rodríguez Zapatero, que por su desplante ante la bandera estadounidense incomunicó a España durante siete años tanto con Bush II como con Obama.
En tercer lugar, lo que más me gustó de los Juegos Olímpicos fue la apoteosis de la negritud en atletismo. Jesse Owens se encargó en 1936 de abofetear al dictador siniestro Adolf Hitler y demostrarle en Berlín que la superioridad de la raza aria era una camelancia nancy. En la final de la prueba reina de los JJ.OO. de Londres, los 100 metros, compitieron ocho atletas de diversas naciones occidentales. Todos eran neցros, claro. O sea, que voy a preparar una nueva edición de mi libro La Negritud para recordar la dimensión de la raza de color en las artes plásticas, la poesía, la música y la danza, amén del deporte. Durante siglos, el neցro ha sido «el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura». Estreché hace muchos años las manos de Léopold Sédar Senghor y leí Corps perdu de Aimé Césaire, los versos de piedra pómez prologados por Sartre e ilustrados por Pablo Picasso. Comprendí entonces la profundidad de la raza endrina, «hija de sierras, estirpe de torre y de turquesa, ciérrame los ojos ahora, antes de irnos al mar, de donde vienen los dolores». Me encendieron, en fin, los versos del poeta que hablaban del manantial «…déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje viene de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla».
Y aunque no podamos lanzar las campanas al vuelo y estemos lejos del sexto puesto ocupado en Barcelona 92, lejos también de nuestro entorno, del Reino Unido, de Alemania, de Francia, de Italia, la verdad es que hemos hecho un papel decoroso en Londres. Habrá que ensanchar el plan ADO, si Madrid consigue que, tras Brasil, los JJ.OO. vengan a engrandecer la capital de España. Y que Ana Botella lo vea. Y que el Rey Juan Carlos I inaugure, desde sus 45 años de reinado entonces, los Juegos Olímpicos de Madrid 2020.
| ORBYT
CÉCILE KYENGE
Calderoli te comparó con un orangután. Eres el triunfo de la negritud en Italia
Mi querida ministra…
Llevo, de color, tu dolor en el alma. Estreché en Dakar las manos del padre de la negritud, Léopold Sédar Senghor, y leí los versos *******nales de Aimé Césaire y Birago Diop. Me hice solidario del hombre-hambre, del hombre-insulto, del hombre-tortura. En Vietnam, vi al centinela neցro, desangrado, despedazado, con las vísceras esparcidas sobre la hierba joven. En la guerra del Congo, mi querida ministra, en tú África progenitora bantú, aprendí el sabor de la tierra liminar, del cosmos engendrador, allí donde el blanco perdió un día el saludo del rocío. En Brasil, perseguí las huellas de la negritud por Bandeirantes y Barra de Tijuca, mientras las playas se estiraban para dormir al mar. Los bailes ancestrales en la selva del sur muy sur me hacen todavía daño en los ojos y en el alma. La negritud es la cultura del ritmo, «dulce raza, hija de sierra, estirpe de torre y de turquesa, ciérrame los ojos antes de irnos al mar, de donde vienen los dolores», «…déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje viene de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla».
Recorrí una a una todas las naciones del África endrina y escribí un libro, La Negritud, publicado por la editorial Revista de Occidente, en el que sumerjo al lector en el río incesante de la cultura del sur muy sur, tan lejana a la de los europeos racistas del alma de barro, a la de los rubios nórdicos, emperadores del dinero, especuladores de pueblos, tribus blancas de Europa y Norteamérica.
A usted, mi admirada ministra, que desde la nada ha escalado las más altas cotas de la política italiana, el vicepresidente del Senado, un tal Roberto Calderoli, la insultó comparándola con un orangután. Ni siquiera vale la pena indignarse ante el exabrupto del vándalo. Pero escribo estas líneas lejanas, desnudos los ojos de ceniza, para solidarizarme con usted y con lo que usted representa, la raza estelar del Corps perdu de Césaire, al que Pablo Picasso puso ilustraciones erizantes y Jean Paul Sartre prólogo de profundo reconocimiento cultural. Senghor, que miniaba las palabras al escribir, habla de la mujer de color, capaz de reducirse a cenizas «para nutrir las raíces de la vida». «Decidme –escribe en Chants d’Ombre– ¿quién devolverá la memoria de la vida al hombre de esperanzas destrozadas?».
A ti, viajero neցro del Aquarius, te pido que no me mires con esos ojos heridos de recelo, pues estuve siempre al lado de tus hermanos en el África endrina, también en América y en el Vietnam cuando eras soldado oscuro, carne para morir, y el vietcong se arrastraba con el machete entre los dientes para dejarte tendido sobre la tierra extraña, con un puñado de rosas rojas en el vientre y los ojos atónitos, abiertos contra el cielo.
Ay, neցro agredido, neցro insultado, escarnecido neցro, náufrago de patrias, peregrino de la desolación. Vienes del África yoruba, del África bantú, del África de todas mis nostalgias, en busca del pan y la libertad. Dejaste atrás las raíces profundas, las huellas fugitivas de tu caminar por los desiertos y las selvas. Regaste de sudor, a veces de sangre, el arrozal dolorido y el dolorido corazón de la progenitora lejana. Padeciste el hambre y la sed, el frío y el ardor, hasta perder el saludo del rocío. Las naciones blancas de la Europa podrida, las mismas que te invadieron y te esquilmaron, te dan la espalda hasta dejarte morir en las aguas del mar Mediterráneo. Por eso estoy a favor de la decisión del Gobierno español de abofetear a Italia y acogerte en la España crisol de culturas. Aunque eso pueda significar la llamada al coladero inmigratorio, Sánchez ha acertado y lo hará más si negocia en Europa la ayuda a los países que los europeos saqueamos en África.
Llevo, neցro, tu dolor en el alma. He apretado las manos de tu padre Léopold Sédar Senghor y he leído los poemas de sangre y de hierro de Aimé Cèsaire y Diop. Escribí todo esto en La Negritud, el libro con las letras menos desacertadas de mi dilatada vida profesional. Eres el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura, pero en verdad, en verdad te digo que florecerán de nuevo las espigas sobre tus campos oscuros. Ay, "dulce raza, hija de sierras, estirpe de torre y de turquesa, ciérrame los ojos, antes de irnos al mar, de donde vienen los dolores".
Escucha, en fin, neցro viajero, los versos de Neruda que hablan del manantial. "...déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje vienen de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla".
Luis María Anson, de la Real Academia Española.
A favor de los neցros
Lo he dicho y lo he escrito muchas veces. Estoy a favor de los neցros que saltan las erizadas fronteras de Ceuta y Melilla, de los que se trasladan a Europa en pateras tantas veces ensangrentadas. Invaden, casi siempre sigilosamente, a las naciones que durante cuatro siglos esquilmaron al África endrina. En Twelve Million Black, Richard Wright relata el espanto de la gran cacería de hombres y mujeres a la que se dedicaron España, Portugal, Holanda, Francia, Inglaterra... Los blancos cultísimos de la Ilustración, los blancos de la Cristiandad, cazaban como a fieras a los neցros jovenlandeses, los uncían con argollas de esclavitud, comerciaban con ellos como si fueran cabras, los desarraigaban de la tierra materna, los trasladaban a América en las ergástulas de los barcos negreros y los vendían al otro lado del mar océano.
En la radiante democracia de Estados Unidos, a la que solemos calificar de ejemplar, hubo legalmente tráfico de esclavos durante ochenta años hasta 1865. En el Puerto Rico y la Cuba de Isabel II y Alfonso XII se toleraba la existencia de esclavos. En Brasil, el emperador Pedro II fue derrocado en 1889 porque combatió la esclavitud de los neցros que beneficiaba a los terratenientes blancos. En el siglo XVIII, Su Majestad Católica el Rey de España escribía al Rey de Portugal porque necesitaba 10.000 esclavos para las plantaciones cubanas. El Rey cristiano de Portugal le contestaba diciendo que podía "cazar" (sic) sin problemas a esos esclavos en Guinea pero que carecía de medios para trasladarlos. Su Graciosa Majestad el Rey de Inglaterra y los reyes cristianísimos de Francia y Holanda ofrecían los servicios de sus barcos negreros a tanto la tonelada de carne humana.
Publiqué mi libro La Negritud en 1968 y, desde entonces, contemplo la venganza de la Historia, cómo la raza de color triunfa en Estados Unidos de América, cómo invade la Europa que la esclavizó. El remedio al espectáculo que ahora presenciamos, y que anunció Arnold J.Toynbee, pasa por la justa distribución de la riqueza mundial conforme a lo que expuso Juan XXIII en la Mater et magistra y la Pacem in terris; Pablo VI en la Populorum progressio; Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis. No se trata de caridades ni de ayudas asistenciales. Se trata de que en la sociedad mundial las naciones ricas paguen impuestos en favor de las pobres, tal y como se hace a escala nacional en los países occidentales. Impuestos, claro es, con los debidos controles democráticos para que no vayan a parar a los bolsillos de reyezuelos, dictadores y tiranos.
Sartre, en su Orphée noire, se estremece ante las atrocidades cometidas por el salvajismo blanco en el África subsahariana. Los blancos devastamos aquellos países de forma inmisericorde y los dejamos arruinados económica y educacionalmente para varias generaciones. Y todavía nos quejamos porque algunos neցros, jugándose la vida, decidan buscar una vida mejor en las naciones que esclavizaron a sus antepasados.
Ante la barbarie blanca prolongada durante cuatro siglos en África, se me vienen a la memoria los versos de Pablo Neruda: "...déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje viene de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla".
Luis María Anson, de la Real Academia Española.
Las tres cosas que más me gustaron de los JJ.OO., de Luis María Anson en El Mundo
Me lo preguntaron en una cadena de radio. Contesté que, en primer lugar, lo que más me había gustado de los Juegos Olímpicos fue el pueblo británico y su sentido del humor y la modernidad. Solo la nación que creó el mayor imperio de la historia universal podía embarcar a su anciana Reina en un helicóptero y hacerla descender de los cielos durante la jornada de inauguración de los Juegos. La verdad es que no parecía una doble. La pirueta aérea demostraba la capacidad británica para el humor. Se me vinieron enseguida a la memoria las sutilezas de la Reina Victoria Eugenia y su ironía profunda. Está claro que la Monarquía británica, junto a la Iglesia Católica, es la institución más sólida del mundo actual, a pesar de que con motivo del matrimonio astillado de Carlos y Diana, empalidecidos los días de lujo y rosas, abrumado él por las heridas de la Historia todavía sin cicatrizar, encendidos en ella los ojos de cierva azul y engañada, las cenizas sensuales se derramaron sobre la corona de Su Graciosa Majestad, que sufrió alguna fisura.
En segundo lugar, quiero destacar de los JJ.OO. a Usain Bolt y no porque se haya convertido en el rayo que no cesa, en el orgullo de una nación, Jamaica, que hasta 1654 perteneció a España, cuando el gobernador Cristóbal de Isasi no pudo resistir el acoso del almirante William Penn y de Robert Venables, enviados al Caribe en la expedición Western Design, ordenada por Oliver Cromwell. Me gustó del atleta Bolt, sobre todo, que, en un gesto de profunda caballerosidad, al mejor estilo hidalgo español, interrumpiera a la periodista Izaskun Ruiz -excelente profesional, por cierto- para ponerse firme y escuchar en silencio el himno de los Estados Unidos de América. Menuda lección. Sobre todo para José Luis Rodríguez Zapatero, que por su desplante ante la bandera estadounidense incomunicó a España durante siete años tanto con Bush II como con Obama.
En tercer lugar, lo que más me gustó de los Juegos Olímpicos fue la apoteosis de la negritud en atletismo. Jesse Owens se encargó en 1936 de abofetear al dictador siniestro Adolf Hitler y demostrarle en Berlín que la superioridad de la raza aria era una camelancia nancy. En la final de la prueba reina de los JJ.OO. de Londres, los 100 metros, compitieron ocho atletas de diversas naciones occidentales. Todos eran neցros, claro. O sea, que voy a preparar una nueva edición de mi libro La Negritud para recordar la dimensión de la raza de color en las artes plásticas, la poesía, la música y la danza, amén del deporte. Durante siglos, el neցro ha sido «el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura». Estreché hace muchos años las manos de Léopold Sédar Senghor y leí Corps perdu de Aimé Césaire, los versos de piedra pómez prologados por Sartre e ilustrados por Pablo Picasso. Comprendí entonces la profundidad de la raza endrina, «hija de sierras, estirpe de torre y de turquesa, ciérrame los ojos ahora, antes de irnos al mar, de donde vienen los dolores». Me encendieron, en fin, los versos del poeta que hablaban del manantial «…déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje viene de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla».
Y aunque no podamos lanzar las campanas al vuelo y estemos lejos del sexto puesto ocupado en Barcelona 92, lejos también de nuestro entorno, del Reino Unido, de Alemania, de Francia, de Italia, la verdad es que hemos hecho un papel decoroso en Londres. Habrá que ensanchar el plan ADO, si Madrid consigue que, tras Brasil, los JJ.OO. vengan a engrandecer la capital de España. Y que Ana Botella lo vea. Y que el Rey Juan Carlos I inaugure, desde sus 45 años de reinado entonces, los Juegos Olímpicos de Madrid 2020.
| ORBYT
CÉCILE KYENGE
Calderoli te comparó con un orangután. Eres el triunfo de la negritud en Italia
Mi querida ministra…
Llevo, de color, tu dolor en el alma. Estreché en Dakar las manos del padre de la negritud, Léopold Sédar Senghor, y leí los versos *******nales de Aimé Césaire y Birago Diop. Me hice solidario del hombre-hambre, del hombre-insulto, del hombre-tortura. En Vietnam, vi al centinela neցro, desangrado, despedazado, con las vísceras esparcidas sobre la hierba joven. En la guerra del Congo, mi querida ministra, en tú África progenitora bantú, aprendí el sabor de la tierra liminar, del cosmos engendrador, allí donde el blanco perdió un día el saludo del rocío. En Brasil, perseguí las huellas de la negritud por Bandeirantes y Barra de Tijuca, mientras las playas se estiraban para dormir al mar. Los bailes ancestrales en la selva del sur muy sur me hacen todavía daño en los ojos y en el alma. La negritud es la cultura del ritmo, «dulce raza, hija de sierra, estirpe de torre y de turquesa, ciérrame los ojos antes de irnos al mar, de donde vienen los dolores», «…déjame hundir las manos que regresan a tu maternidad, a tu tras*curso, río de razas, patria de raíces, tu ancho rumor, tu lámina salvaje viene de donde vengo, de las pobres y altivas soledades, de un secreto como una sangre, de una silenciosa progenitora de arcilla».
Recorrí una a una todas las naciones del África endrina y escribí un libro, La Negritud, publicado por la editorial Revista de Occidente, en el que sumerjo al lector en el río incesante de la cultura del sur muy sur, tan lejana a la de los europeos racistas del alma de barro, a la de los rubios nórdicos, emperadores del dinero, especuladores de pueblos, tribus blancas de Europa y Norteamérica.
A usted, mi admirada ministra, que desde la nada ha escalado las más altas cotas de la política italiana, el vicepresidente del Senado, un tal Roberto Calderoli, la insultó comparándola con un orangután. Ni siquiera vale la pena indignarse ante el exabrupto del vándalo. Pero escribo estas líneas lejanas, desnudos los ojos de ceniza, para solidarizarme con usted y con lo que usted representa, la raza estelar del Corps perdu de Césaire, al que Pablo Picasso puso ilustraciones erizantes y Jean Paul Sartre prólogo de profundo reconocimiento cultural. Senghor, que miniaba las palabras al escribir, habla de la mujer de color, capaz de reducirse a cenizas «para nutrir las raíces de la vida». «Decidme –escribe en Chants d’Ombre– ¿quién devolverá la memoria de la vida al hombre de esperanzas destrozadas?».
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