Asurbanipal
Será en Octubre
LAS HISTORIAS QUE NOS CREEMOS ACERCA LA RIQUEZA REPENTINA
Los suecos sienten culpa si les toca la lotería (y nosotros nos lo fundimos todo)
A Julián le tocaron 150 millones de pesetas en la lotería del Niño. De eso hace nueve años. Ahora vive modestamente en su piso de Santander
19.12.2011 – 06:00 H.
A Julián le tocaron 150 millones de pesetas en la lotería del Niño. De eso hace nueve años. Ahora vive modestamente en su piso de Santander y del dinero nada se sabe. Desapareció en una nube de alcohol, mujeres, apuestas millonarias y viajes a todo tren con unos amigos que ya nunca se pasan a visitarlo. Se acerca la Navidad, y con ella los españoles prestan atención al interno runrún de algo peculiar: la convicción de que este año les tocará la lotería. Y con ella, el disfrute anticipado y la anticipada duda: ¿qué haré con todo ese dinero que voy a tener mañana? No me vaya a equivocar…
Pero Julián ya no tiene dudas. Ni ha vuelto a jugar a la lotería. Ahora está más preocupado de intentar conservar su trabajo de vigilante jurado; él no participa ya de esa ilusión colectiva que José Miguel Fernández Dols, catedrático de psicología social de la UAM, no duda en calificar como “nuestro único ejercicio colectivo de ilusión si exceptuamos seguir a la selección cuando gana un mundial, que es cada 100 años. Uno de los grandes momentos, y de los pocos, donde se produce un proceso unánime de tipo emocional”. Un proceso al que se llega de maneras diversas. María, una mujer de cuarenta y cinco años, lleva jugando desde pequeña por pura tradición familiar observada por todos y cada uno de los miembros. Nunca le ha tocado ni un céntimo pero, afirma, “sin la posibilidad, las navidades no son lo mismo. Yo siempre me visualizo en fin de año en el Caribe”. Otros, como Miguel, administrativo, juegan por un mecanismo psicológico distinto. “Todos en el curro compran lotería”, comenta, “imagínate la cara de orate que se te queda si toca y tú no has comprado ningún billete”.
En el otro extremo del espectro al que habita Julián está Eva, noruega, ganadora en su país de un premio de 15.000 euros al mes durante diez años. Su vida sigue casi exactamente igual. “Por supuesto”, dice, vivimos como antes, excepto que tenemos una casa algo más grande y que no miramos tanto los precios de las cosas (...). Por lo demás nada ha cambiado, no tenemos un Mercedes aparcado en la puerta”.:Aplauso:
El testimonio está sacado de un estudio de Anna Hedenus, profesora del departamento de sociología de la universidad de Gotenburgo, en Suecia, que ha estudiado, basándose en entrevistas a ganadores de premios, cómo afrontan sus compatriotas una situación así, y ha encontrado notables claroscuros, en parte extrapolables a una sociedad como la española.
Las cosas que no deben hacerse
El eje de su desarrollo se encuentra en lo que denomina cautionary tale o “historia de advertencia”. Una que todos conocemos, la de Julián, la que retrata al ganador sin cabeza que, millonario de pronto, es incapaz de resistirse a sus impulsos hedonistas y, tras dejar el trabajo, se lo funde todo en poco tiempo terminando peor que empezó. Hedenus sostiene que esa situación es porcentualmente muy pequeña, pero que sirve como advertencia y pauta social repetida a través del tiempo.
“Es sin duda un producto social”, comenta a El confidencial, “y hay dos razones principales por las cuales esta historia es contada más frecuentemente que la de los ganadores cautelosos. Para empezar, los casos extremos dan mejores historias para los periódicos, gastar demasiado poco llama la atención tanto como gastar demasiado, ya que ambos escenarios se desvían de lo que creemos que nosotros mismos haríamos y de lo que percibimos como la conducta adecuada. Lo que nos lleva a la segunda razón: esa historia nos ayuda a ver y definir cuál es el comportamiento proscrito socialmente y nos convence de que, de algún modo, somos mejores que ese desafortunado ganador”
Además, para Hedenus, permite introducir la jovenlandesal en la ecuación: “es la manera en la que la gente habla de ética y de jovenlandesal sin tener que expresarlo en términos generales o abstractos y su forma hace más fácil hablar de normas sin empezar una discusión ‘política’. No hay diferencia entre hablar del ganador que derrocha, la famosa de la tele que bebe demasiado, el alto cargo político que no paga sus impuestos o la progenitora soltera que gasta todo su tiempo libre en ayudar a los pobres: las historias funcionan como un punto de referencia sobre el cual reflejamos nuestro propio comportamiento”.
La vida del revés con 3 millones
La historia de Julián ejemplifica ese cautionary tale, y por mucho que estadísticamente sea rara, se encuentra a poco que uno rasque. Martín es primo de Julián y a él también le ha tocado la lotería. Más recientemente y más intensamente. 3 millones de euros del Euromillón que casi le ponen la vida “del revés”. “Hubo un momento en que me costó enfriarme, pensé que iba a acabar como mi primo”, comenta. Al final bajó de la nube. Se ha comprado una mansión, es cierto, pero sigue en su mismo pueblo, ha mantenido el trabajo y se ha asegurado de evitarse problemas y disputas familiares dando a sus hijos lo que querían con salomónica igualdad: a cada uno un coche y un pisito.
Pese a que la publicidad de las loterías está basada en apelar a los sueños de cambio de la gente, lo cierto es que, afirma Hedenus, “a menudo la gente no quiere cambiar su manera de vivir ya que eso significaría que tendrían que cambiar también sus relaciones con amigos y familia así como la percepción y el sentido de quienes son ellos mismos”. El dinero les permite, irónicamente, no tener que cambiar: “Funciona como una seguridad para el futuro que garantice que no tendrán que cambiar, que pueden continuar con su forma actual de vida incluso si se quedan sin empleo o caen enfermos”.
“Hay un estudio clásico que comparó a los ganadores de grandes sumas en la lotería con personas aquejadas de enfermedades incurables”, apunta Fernández Dols. “Lo que se mostró es que, en ambos casos, tras un breve periodo quienes eran personas con una visión positiva de la vida volvían a ese estado, aunque tuviesen un problema grave y quienes tenían una visión negativa volvían a tenerla, aunque hubiesen ganado millones”. El estrés del ganador puede presentarse, desde luego, pero, dice, “el caso es ver como cada persona es capaz de negociar el estrés, y como en cualquier otra situación, hay quien lo hace bien y quien no. Quien tiende a ser infeliz lo hace por mucho que sus circunstancias materiales mejoren súbitamente”.
Fernández Dols hace hincapié, sin embargo, en que entrar en el mundo de los ricos de pronto es como acceder a un país completamente nuevo (como, comenta, se retrata acertadamente en el libro del periodista Robert Frank Richistan: A Journey Through the American Wealth Boom and the Lives of the New Rich). “Cuando sucede”, dice, “se da un interesante proceso de adaptación en el que hay que rehacer el propio concepto. Se trata en efecto de un país nuevo, con nuevos niveles de comparación, con formas distintas de felicidad, en el que pueden asaltarte miedos nuevos, como el miedo a que te aprecien por tu dinero y no por lo que eres, y en el que hay nuevas pautas de consumo, nuevos amigos, distintos niveles de inflación. Un país en el que esperabas ser clase alta y probablemente eres sólo clase media.... La integración, lógicamente, es lenta y a veces puedes llegar a pensar que el viejo país era mejor”.
El peso de las expectativas ajenas
En los países calvinistas, hay que añadir a todo ello un parámetro extra: un cierto sentido de culpa sobre el dinero ganado sin un trabajo previo. “La ética de trabajo protestante y calvinista”, comenta Hedenus, “restringe cómo debe ser gastado el dinero y hasta qué punto el ganador debe hablar de sus gastos. El dinero de un premio de lotería no debería sustituir al sueldo ganado en el trabajo. Una consecuencia relacionada es que el dinero del premio se distingue de ese sueldo, así que se les da distintos significados en la economía privada del ganador. Por ejemplo, éste suele destacar que ha usado el dinero del premio para saldar deudas, mientras que ha usado el de su sueldo para los gastos diarios”. Esos ganadores se sienten a menudo necesitados de excusas para el gasto. Las expectativas de los demás, de la sociedad, pesan sobre él: “Muchos ganadores hablan de sus decisiones y actos como si estuvieran en una discusión con alguien. A menudo también se refieren a esas conversaciones cuando alguien espera que gasten más o que cambien más. La razón para afirmar que ‘no son ese tipo de persona’ es, por tanto, mostrar que se han mantenido “sinceros” en su relación consigo mismos y que han resistido tanto la presión social como la de sus amigos, familias y colegas así como el infeliz escenario que se cuenta sobre el ganador que derrocha”.
En España, confirma Fernández Dols, no se dan ni ese sentido de culpa ni esa necesidad de justificación. Lo que sí se da es, reitera, el peculiar fenómeno de la ilusión. “La ilusión es una emoción muy nuestra, y aunque supongo que cualquiera puede sentir algo parecido, es una palabra que tiene difícil traducción en otros idiomas. Por ejemplo, en inglés ‘illusion’ es más como un espejismo, algo que no existe y quizá negativo, mientras que aquí es esa especie de anticipación positiva de la felicidad, esa vivencia de la felicidad misma antes de que suceda, esa capacidad de sentir algo antes de que ocurra”
Una capacidad que, está comprobado, tiene un uso positivo para enfrentar problemas graves de salud, por ejemplo. Y, sin duda, para encarar el cierre del año con alegría y con la esperanza de una vida nueva. Aunque sea la misma.
Lotería de Navidad: Los suecos sienten culpa si les toca la lotería (y nosotros nos lo fundimos todo). Noticias de Alma, Corazón, Vida
Los suecos sienten culpa si les toca la lotería (y nosotros nos lo fundimos todo)
A Julián le tocaron 150 millones de pesetas en la lotería del Niño. De eso hace nueve años. Ahora vive modestamente en su piso de Santander
19.12.2011 – 06:00 H.
A Julián le tocaron 150 millones de pesetas en la lotería del Niño. De eso hace nueve años. Ahora vive modestamente en su piso de Santander y del dinero nada se sabe. Desapareció en una nube de alcohol, mujeres, apuestas millonarias y viajes a todo tren con unos amigos que ya nunca se pasan a visitarlo. Se acerca la Navidad, y con ella los españoles prestan atención al interno runrún de algo peculiar: la convicción de que este año les tocará la lotería. Y con ella, el disfrute anticipado y la anticipada duda: ¿qué haré con todo ese dinero que voy a tener mañana? No me vaya a equivocar…
Pero Julián ya no tiene dudas. Ni ha vuelto a jugar a la lotería. Ahora está más preocupado de intentar conservar su trabajo de vigilante jurado; él no participa ya de esa ilusión colectiva que José Miguel Fernández Dols, catedrático de psicología social de la UAM, no duda en calificar como “nuestro único ejercicio colectivo de ilusión si exceptuamos seguir a la selección cuando gana un mundial, que es cada 100 años. Uno de los grandes momentos, y de los pocos, donde se produce un proceso unánime de tipo emocional”. Un proceso al que se llega de maneras diversas. María, una mujer de cuarenta y cinco años, lleva jugando desde pequeña por pura tradición familiar observada por todos y cada uno de los miembros. Nunca le ha tocado ni un céntimo pero, afirma, “sin la posibilidad, las navidades no son lo mismo. Yo siempre me visualizo en fin de año en el Caribe”. Otros, como Miguel, administrativo, juegan por un mecanismo psicológico distinto. “Todos en el curro compran lotería”, comenta, “imagínate la cara de orate que se te queda si toca y tú no has comprado ningún billete”.
En el otro extremo del espectro al que habita Julián está Eva, noruega, ganadora en su país de un premio de 15.000 euros al mes durante diez años. Su vida sigue casi exactamente igual. “Por supuesto”, dice, vivimos como antes, excepto que tenemos una casa algo más grande y que no miramos tanto los precios de las cosas (...). Por lo demás nada ha cambiado, no tenemos un Mercedes aparcado en la puerta”.:Aplauso:
El testimonio está sacado de un estudio de Anna Hedenus, profesora del departamento de sociología de la universidad de Gotenburgo, en Suecia, que ha estudiado, basándose en entrevistas a ganadores de premios, cómo afrontan sus compatriotas una situación así, y ha encontrado notables claroscuros, en parte extrapolables a una sociedad como la española.
Las cosas que no deben hacerse
El eje de su desarrollo se encuentra en lo que denomina cautionary tale o “historia de advertencia”. Una que todos conocemos, la de Julián, la que retrata al ganador sin cabeza que, millonario de pronto, es incapaz de resistirse a sus impulsos hedonistas y, tras dejar el trabajo, se lo funde todo en poco tiempo terminando peor que empezó. Hedenus sostiene que esa situación es porcentualmente muy pequeña, pero que sirve como advertencia y pauta social repetida a través del tiempo.
No hay diferencia entre el ganador que derrocha y la famosa que bebe demasiado
“Es sin duda un producto social”, comenta a El confidencial, “y hay dos razones principales por las cuales esta historia es contada más frecuentemente que la de los ganadores cautelosos. Para empezar, los casos extremos dan mejores historias para los periódicos, gastar demasiado poco llama la atención tanto como gastar demasiado, ya que ambos escenarios se desvían de lo que creemos que nosotros mismos haríamos y de lo que percibimos como la conducta adecuada. Lo que nos lleva a la segunda razón: esa historia nos ayuda a ver y definir cuál es el comportamiento proscrito socialmente y nos convence de que, de algún modo, somos mejores que ese desafortunado ganador”
Además, para Hedenus, permite introducir la jovenlandesal en la ecuación: “es la manera en la que la gente habla de ética y de jovenlandesal sin tener que expresarlo en términos generales o abstractos y su forma hace más fácil hablar de normas sin empezar una discusión ‘política’. No hay diferencia entre hablar del ganador que derrocha, la famosa de la tele que bebe demasiado, el alto cargo político que no paga sus impuestos o la progenitora soltera que gasta todo su tiempo libre en ayudar a los pobres: las historias funcionan como un punto de referencia sobre el cual reflejamos nuestro propio comportamiento”.
La vida del revés con 3 millones
La historia de Julián ejemplifica ese cautionary tale, y por mucho que estadísticamente sea rara, se encuentra a poco que uno rasque. Martín es primo de Julián y a él también le ha tocado la lotería. Más recientemente y más intensamente. 3 millones de euros del Euromillón que casi le ponen la vida “del revés”. “Hubo un momento en que me costó enfriarme, pensé que iba a acabar como mi primo”, comenta. Al final bajó de la nube. Se ha comprado una mansión, es cierto, pero sigue en su mismo pueblo, ha mantenido el trabajo y se ha asegurado de evitarse problemas y disputas familiares dando a sus hijos lo que querían con salomónica igualdad: a cada uno un coche y un pisito.
Pese a que la publicidad de las loterías está basada en apelar a los sueños de cambio de la gente, lo cierto es que, afirma Hedenus, “a menudo la gente no quiere cambiar su manera de vivir ya que eso significaría que tendrían que cambiar también sus relaciones con amigos y familia así como la percepción y el sentido de quienes son ellos mismos”. El dinero les permite, irónicamente, no tener que cambiar: “Funciona como una seguridad para el futuro que garantice que no tendrán que cambiar, que pueden continuar con su forma actual de vida incluso si se quedan sin empleo o caen enfermos”.
“Hay un estudio clásico que comparó a los ganadores de grandes sumas en la lotería con personas aquejadas de enfermedades incurables”, apunta Fernández Dols. “Lo que se mostró es que, en ambos casos, tras un breve periodo quienes eran personas con una visión positiva de la vida volvían a ese estado, aunque tuviesen un problema grave y quienes tenían una visión negativa volvían a tenerla, aunque hubiesen ganado millones”. El estrés del ganador puede presentarse, desde luego, pero, dice, “el caso es ver como cada persona es capaz de negociar el estrés, y como en cualquier otra situación, hay quien lo hace bien y quien no. Quien tiende a ser infeliz lo hace por mucho que sus circunstancias materiales mejoren súbitamente”.
Los ganadores se sienten a menudo necesitados de excusas para el gasto
Fernández Dols hace hincapié, sin embargo, en que entrar en el mundo de los ricos de pronto es como acceder a un país completamente nuevo (como, comenta, se retrata acertadamente en el libro del periodista Robert Frank Richistan: A Journey Through the American Wealth Boom and the Lives of the New Rich). “Cuando sucede”, dice, “se da un interesante proceso de adaptación en el que hay que rehacer el propio concepto. Se trata en efecto de un país nuevo, con nuevos niveles de comparación, con formas distintas de felicidad, en el que pueden asaltarte miedos nuevos, como el miedo a que te aprecien por tu dinero y no por lo que eres, y en el que hay nuevas pautas de consumo, nuevos amigos, distintos niveles de inflación. Un país en el que esperabas ser clase alta y probablemente eres sólo clase media.... La integración, lógicamente, es lenta y a veces puedes llegar a pensar que el viejo país era mejor”.
El peso de las expectativas ajenas
En los países calvinistas, hay que añadir a todo ello un parámetro extra: un cierto sentido de culpa sobre el dinero ganado sin un trabajo previo. “La ética de trabajo protestante y calvinista”, comenta Hedenus, “restringe cómo debe ser gastado el dinero y hasta qué punto el ganador debe hablar de sus gastos. El dinero de un premio de lotería no debería sustituir al sueldo ganado en el trabajo. Una consecuencia relacionada es que el dinero del premio se distingue de ese sueldo, así que se les da distintos significados en la economía privada del ganador. Por ejemplo, éste suele destacar que ha usado el dinero del premio para saldar deudas, mientras que ha usado el de su sueldo para los gastos diarios”. Esos ganadores se sienten a menudo necesitados de excusas para el gasto. Las expectativas de los demás, de la sociedad, pesan sobre él: “Muchos ganadores hablan de sus decisiones y actos como si estuvieran en una discusión con alguien. A menudo también se refieren a esas conversaciones cuando alguien espera que gasten más o que cambien más. La razón para afirmar que ‘no son ese tipo de persona’ es, por tanto, mostrar que se han mantenido “sinceros” en su relación consigo mismos y que han resistido tanto la presión social como la de sus amigos, familias y colegas así como el infeliz escenario que se cuenta sobre el ganador que derrocha”.
En España, confirma Fernández Dols, no se dan ni ese sentido de culpa ni esa necesidad de justificación. Lo que sí se da es, reitera, el peculiar fenómeno de la ilusión. “La ilusión es una emoción muy nuestra, y aunque supongo que cualquiera puede sentir algo parecido, es una palabra que tiene difícil traducción en otros idiomas. Por ejemplo, en inglés ‘illusion’ es más como un espejismo, algo que no existe y quizá negativo, mientras que aquí es esa especie de anticipación positiva de la felicidad, esa vivencia de la felicidad misma antes de que suceda, esa capacidad de sentir algo antes de que ocurra”
Una capacidad que, está comprobado, tiene un uso positivo para enfrentar problemas graves de salud, por ejemplo. Y, sin duda, para encarar el cierre del año con alegría y con la esperanza de una vida nueva. Aunque sea la misma.
Lotería de Navidad: Los suecos sienten culpa si les toca la lotería (y nosotros nos lo fundimos todo). Noticias de Alma, Corazón, Vida