Klaus María
Fiat iustitia et pirias mundus
Los señoritos del siglo XXI: lo que se nos escapa de las nuevas clases altas
Los viejos estereotipos sobre las élites siguen activos, en parte porque no se ha entendido la nueva naturaleza de los verdaderamente ricos. Esa incomprensión genera efectos políticos sustanciales
Los señoritos del siglo XXI: lo que se nos escapa de las nuevas clases altas
Los viejos estereotipos sobre las élites siguen activos, en parte porque no se ha entendido la nueva naturaleza de los verdaderamente ricos. Esa incomprensión genera efectos políticos sustanciales
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¡Menos protocolo y más patatas!, la novela de José Miguel Fernández Sastrón, exmarido de Simoneta Gómez-Acebo, hija de la infanta Pilar de Borbón, ha dado más munición a quienes caricaturizan a las clases altas españolas a partir de los viejos estereotipos, con señoras de apellidos compuestos que tienen su propio capellán, hijos vagos en consejos de administración de empresas familiares, las fincas y demás. Lo cierto es que los nuevos señoritos, las nuevas élites, distan ya de tales retratos.. Y no porque hayan constituido una clase avanzada, sino porque están de regreso: se parecen más a la clase rentista que componía la aristocracia británica de finales del XIX.
Esta clase ha quedado constituida por la economía forjada en la era de la globalización feliz. Las fábricas se llevaron a China y el nivel de vida de las clases medias y de las trabajadoras occidentales decayó para que esta nueva nobleza del siglo XXI pudiera vivir su tiempo sin roces con la realidad. La globalización no se puso en marcha para generar más eficiencia económica, para que la productividad aumentase o para que la competitividad fuese mayor, sino para asentar la separación de estas élites.
No producen nada, simplemente compran algo ya existente con dinero que no tienen para venderlo tiempo después. Como lo hacen sin apenas invertir, las firmas adquiridas se cargan de deuda. Como hay que hacerlas eficientes, suelen recortar en mano de obra y en costes de proveedores. Y como la deuda hay que abonarla, los consumidores deben pagar precios más elevados. Esa es una de las principales causas de la inflación en los alimentos en Reino Unido. No es algo que ocurra en el extranjero, es una constante de este tipo de capitalismo.
El rentismo no lo constituyen, como se suele afirmar en redes sociales, esas personas que tienen un par de pisos para alquilar; no se trata de gente mayor robándole la vida a los jóvenes. El rentismo es una estructura de la economía que impulsa lo contrario del trickle-down: se trata de que el dinero fluya de abajo hacia arriba. El capital está organizado de tal manera que ya no necesita inventar nuevos productos o servicios, ni poner en marcha nuevos negocios. Se limita a estar presente en el accionariado de grandes empresas monopolistas u oligopolistas, muchas de ellas de sectores que fueron públicos, para aprovechar su poder de mercado y conseguir el mayor beneficio posible; o a realizar prácticas como las de Asda y Morrison en las que está inmerso buena parte del private equity; o a invertir en instrumentos ventajistas como el high frequency trading.
La época que viene tras la globalización feliz es incierta, y aunque se estén adivinando ya los caminos que va a tomar, todavía no están bien definidos. Pero, gire hacia donde gire, si no nos alejamos de manera radical de esta estructura rentista de la economía, el mundo va a ser mucho más duro. Las tras*formaciones del orden global no van a ir solo de EEUU contra China, de rusos e iraníes o de las consecuencias de la guerra de Gaza. La economía planificada de los rentistas, que fueron los principales beneficiarios de los años globales, nos ha metido en un lío notable en todos los niveles y, para salir de él, tenemos que reorientar de manera decidida nuestras estructuras hacia lo productivo. De lo contrario, todo será arriba y abajo, señores y sirvientes, y no hay mejor manera de que Occidente decline en el mundo.