Suko
Madmaxista
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Los recortes del PSOE, sin que arda la calle
María Jesús Montero, ministra de Hacienda. Europa Press
No hace falta ser Pitágoras o Euler para entender que si la gente no trabaja no podrá pagar impuestos y, por tanto, habrá menos recursos para pagar las pensiones, los sueldos públicos y todo lo demás.
Hace algunos meses advertí que el deterioro económico del país nos abocaba a un recorte del Estado de Bienestar y algún tipo silvestre de esa izquierda primaria que puebla las redes cargó contra mi persona con duros epítetos, tal vez porque, evidenciando una carencia de comprensión lectora o un exceso de pasión, el sujeto en cuestión era incapaz de distinguir un pronóstico de un deseo. O quizás porque son muchos en este país los que, sumidos en algunas materias en la indigencia intelectual, siguen pensando que el Estado de Bienestar es un estado de ánimo y que basta con desearlo para tenerlo. Pueden incluso tener una amplia influencia social, haber acabado sesudas carreras o llevar colgada en la frente la chapa del intelectual, y aun así, seguir pensando que los recursos del Estado vienen, como los niños, de París. Sin ir más lejos, una señora que está de vuelta como Rosa Villacastín, a la que he oído decir algo así como que la Sanidad pública no tiene más recursos por culpa de la privada. ¿Cómo? Precisamente la pública puede ser algo mejor porque algunos, después de financiarla con sus impuestos, deciden no utilizarla y pagarse la suya.
No hace falta ser Pitágoras o Euler para entender que si la gente no trabaja no podrá pagar impuestos y, por tanto, habrá menos recursos para pagar las pensiones, los sueldos públicos y todo lo demás. No habrá dinero para contratar más sanitarios por mucho que la situación lo requiera. Habrá que hacer esos recortes que el imaginario progre atribuye siempre a la derecha. ¿Pero hay alguien con dos dedos de frente en este país que crea que a los políticos, sean de izquierdas o de derechas, les gusta hacer recortes?
Pues bien, como la derecha sigue neutralizada y condenada a absorber oposición por la división del voto, por sus propios errores y calamidades, por su vehemencia y por una maquinaria desinformativa que juzga sus pecados con mayor severidad, es a esa otra parte de la izquierda -la que no es tan primaria y tiene que actuar mientras algunos compañeros de banco juegan con la bola- a la que le toca materializar el recorte. Me refiero a congelar ahora o segar más tarde los sueldos públicos (los de los aplaudidos sanitarios incluidos), a pelar las pensiones de los abuelos y a retrasar la edad de jubilación para hacerlas sostenibles, a negar por la vía burocrática o la letra pequeña la mayor parte de esas dádivas impagables que promete el vicepresidente Iglesias, a impulsar que los ERTE computen como paro consumido o a recortar el gasto público. Y hay que decir en honor a la verdad que, gracias a que es la izquierda la que gobierna, algunas de esas medidas necesarias se podrán tomar, no sé si en la dimensión adecuada, sin que arda la calle. Con el cómplice silencio de sindicatos y otras terminales organizadas que rara vez representan el interés general. Terminales que, en plena esa época en el 2020 de la que yo le hablo, están plenamente entregadas a la cacería organizada por Sánchez contra Díaz-Ayuso por la situación en Madrid, mientras tragan sin rechistar el declive general de España, con unos errores de gestión del Gobierno central que destrozan el percentil de la media mundial. Terminales que soportan la sarna con gusto, porque no les pica.
Para que la píldora de los recortes que va a materializar este Gobierno se digiera sin problema se van a aplicar todas las vaselinas ideológicas que haya en el mercado para hacernos creer que todo es necesario para evitar que clonen a Franco, empezando por una Ley de Memoria Democrática, que pretende restaurar la historia como Cecilia Giménez restauró el Cristo de Borja hasta convertirlo en el Ecce Mono. Con la diferencia de que Cecilia era una deliciosa abuela que actuaba de buena fe y unos cuantos miembros de este Gobierno no. Esta misma semana escuché a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en la televisión de todos los españoles acusar una vez más al Partido Popular de haber recortado el sueldo de los funcionarios cuando llegó la crisis. No creo que la señora Montero haya olvidado que quien recortó el sueldo de los funcionarios cuando llegó la crisis fue un tal Rodríguez Zapatero. La intervención de la ministra fue alcanzando un nivel surrealista cuando se le ocurrió criticar la subida de impuestos (esta vez cierta) también del PP en plena crisis. Que se aclare la ministra. Si la subida de impuestos del PP en plena crisis le parecía una aberración, ¿por qué pretende repetirla? Si este es el rigor al narrar los acontecimientos recientes, qué no harán con lo ocurrido hace ochenta años en la nueva versión de la formación del espíritu nacional.
Esto explica que algunos intelectuales honestos de la izquierda se desmarquen ante este ejercicio de hipocresía, mientras otros hacen fila para recoger las antorchas con las que quemar a las brujas. ¿Cómo es posible que una Ley de Memoria Democrática no requiera un consenso entre españoles -que sí lo tuvo la tras*ición- y la puedan aprobar unilateralmente algunos representantes de una mitad que no buscan la verdad ni la reparación sino la venganza? Triste manera de construir el futuro de nada. Tanto ruido me reafirma en que habrá recortes y que ese ineludible ejercicio de responsabilidad hará inviable el proyecto de lo que Tom Burns llama los Presupuestos del Frente Popular.
Iñaki Garay, director adjunto de EXPANSIÓN
- IÑAKI GARAY
María Jesús Montero, ministra de Hacienda. Europa Press
No hace falta ser Pitágoras o Euler para entender que si la gente no trabaja no podrá pagar impuestos y, por tanto, habrá menos recursos para pagar las pensiones, los sueldos públicos y todo lo demás.
Hace algunos meses advertí que el deterioro económico del país nos abocaba a un recorte del Estado de Bienestar y algún tipo silvestre de esa izquierda primaria que puebla las redes cargó contra mi persona con duros epítetos, tal vez porque, evidenciando una carencia de comprensión lectora o un exceso de pasión, el sujeto en cuestión era incapaz de distinguir un pronóstico de un deseo. O quizás porque son muchos en este país los que, sumidos en algunas materias en la indigencia intelectual, siguen pensando que el Estado de Bienestar es un estado de ánimo y que basta con desearlo para tenerlo. Pueden incluso tener una amplia influencia social, haber acabado sesudas carreras o llevar colgada en la frente la chapa del intelectual, y aun así, seguir pensando que los recursos del Estado vienen, como los niños, de París. Sin ir más lejos, una señora que está de vuelta como Rosa Villacastín, a la que he oído decir algo así como que la Sanidad pública no tiene más recursos por culpa de la privada. ¿Cómo? Precisamente la pública puede ser algo mejor porque algunos, después de financiarla con sus impuestos, deciden no utilizarla y pagarse la suya.
No hace falta ser Pitágoras o Euler para entender que si la gente no trabaja no podrá pagar impuestos y, por tanto, habrá menos recursos para pagar las pensiones, los sueldos públicos y todo lo demás. No habrá dinero para contratar más sanitarios por mucho que la situación lo requiera. Habrá que hacer esos recortes que el imaginario progre atribuye siempre a la derecha. ¿Pero hay alguien con dos dedos de frente en este país que crea que a los políticos, sean de izquierdas o de derechas, les gusta hacer recortes?
Pues bien, como la derecha sigue neutralizada y condenada a absorber oposición por la división del voto, por sus propios errores y calamidades, por su vehemencia y por una maquinaria desinformativa que juzga sus pecados con mayor severidad, es a esa otra parte de la izquierda -la que no es tan primaria y tiene que actuar mientras algunos compañeros de banco juegan con la bola- a la que le toca materializar el recorte. Me refiero a congelar ahora o segar más tarde los sueldos públicos (los de los aplaudidos sanitarios incluidos), a pelar las pensiones de los abuelos y a retrasar la edad de jubilación para hacerlas sostenibles, a negar por la vía burocrática o la letra pequeña la mayor parte de esas dádivas impagables que promete el vicepresidente Iglesias, a impulsar que los ERTE computen como paro consumido o a recortar el gasto público. Y hay que decir en honor a la verdad que, gracias a que es la izquierda la que gobierna, algunas de esas medidas necesarias se podrán tomar, no sé si en la dimensión adecuada, sin que arda la calle. Con el cómplice silencio de sindicatos y otras terminales organizadas que rara vez representan el interés general. Terminales que, en plena esa época en el 2020 de la que yo le hablo, están plenamente entregadas a la cacería organizada por Sánchez contra Díaz-Ayuso por la situación en Madrid, mientras tragan sin rechistar el declive general de España, con unos errores de gestión del Gobierno central que destrozan el percentil de la media mundial. Terminales que soportan la sarna con gusto, porque no les pica.
Para que la píldora de los recortes que va a materializar este Gobierno se digiera sin problema se van a aplicar todas las vaselinas ideológicas que haya en el mercado para hacernos creer que todo es necesario para evitar que clonen a Franco, empezando por una Ley de Memoria Democrática, que pretende restaurar la historia como Cecilia Giménez restauró el Cristo de Borja hasta convertirlo en el Ecce Mono. Con la diferencia de que Cecilia era una deliciosa abuela que actuaba de buena fe y unos cuantos miembros de este Gobierno no. Esta misma semana escuché a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en la televisión de todos los españoles acusar una vez más al Partido Popular de haber recortado el sueldo de los funcionarios cuando llegó la crisis. No creo que la señora Montero haya olvidado que quien recortó el sueldo de los funcionarios cuando llegó la crisis fue un tal Rodríguez Zapatero. La intervención de la ministra fue alcanzando un nivel surrealista cuando se le ocurrió criticar la subida de impuestos (esta vez cierta) también del PP en plena crisis. Que se aclare la ministra. Si la subida de impuestos del PP en plena crisis le parecía una aberración, ¿por qué pretende repetirla? Si este es el rigor al narrar los acontecimientos recientes, qué no harán con lo ocurrido hace ochenta años en la nueva versión de la formación del espíritu nacional.
Esto explica que algunos intelectuales honestos de la izquierda se desmarquen ante este ejercicio de hipocresía, mientras otros hacen fila para recoger las antorchas con las que quemar a las brujas. ¿Cómo es posible que una Ley de Memoria Democrática no requiera un consenso entre españoles -que sí lo tuvo la tras*ición- y la puedan aprobar unilateralmente algunos representantes de una mitad que no buscan la verdad ni la reparación sino la venganza? Triste manera de construir el futuro de nada. Tanto ruido me reafirma en que habrá recortes y que ese ineludible ejercicio de responsabilidad hará inviable el proyecto de lo que Tom Burns llama los Presupuestos del Frente Popular.
Iñaki Garay, director adjunto de EXPANSIÓN