planpatriota
Baneado
La revista 'The Economist' acaba de elegir los peores aeródromos del mundo para viajar en su artículo 'Puerta de embarque al infierno'. Este reportero ha sufrido los tres primeros de su lista
Procura hacer tus necesidades antes del viaje. En el aeropuerto de Juba (Sudán del Sur) no hay retretes. Sabes cuando entras, pero jamás cuando sales. No hay luz eléctrica, así que el personal te registra a mano en los mostradores de facturación. El comprobante de tu maleta también va a escrito a mano y no lleva el código de barras. Si te la pierden, tus opciones de recuperarla son escasas. Nunca pierdas el contacto visual con ella, que vuela y no precisamente a tu destino. No hay cinta para equipajes, así que tienes que llevarla tú mismo hasta el avión. Hace un calor insoportable dentro, pero no existe el aire acondicionado. Alguien puso una máquina hace años en un lateral, pero se olvidó de colocar enchufes y ya se ha oxidado con la lluvia que se filtra por todos lados. Olvídate de tomar un refresco: no hay bar.
La terminal de salidas (llamar terminal a ese cajón de ladrillo es otorgarle una categoría superior a la que merece) no tiene tamaño para que se formen colas, así que los pasajeros se arremolinan a voces en torno a los mostradores.
Cuando al fin tienes tu billete y pagas las tasas de salida del país (un tipo te cobra lo que quiera y se lo guarda en el bolsillo de su camisa) pasas al control de pasajeros, donde una mujer te revisa la maleta porque el escáner prehistórico dejó de funcionar hace años. La zona de embarque del aeropuerto de Juba es otra sala aún más pequeña que la anterior donde no hay asientos para todos.
La única tienda tiene cinco metros cuadrados y es la única que vende bombones Ferrero Rocher en todo el país. En cuanto salgas del aeropuerto el calor terminará de derretirlos.
En mi primera visita al país, en 2011, un trabajador humanitario me indicó el agujero de un morterazo de la guerra con el norte en uno de los laterales. En 2017, después de años de llegar montañas de dinero en ayuda al desarrollo, ese agujero seguía en el mismo lugar.
La ruina del aeropuerto de Juba (Sudán del Sur) también alcanza a su torre de control. La inflación y el desabastecimiento de gasolina han provocado en varias ocasiones que el generador se apague y la torre de control deje de funcionar.
Hace unos meses, un avión comercial de Ethiopian Airlines tuvo que ordenar el tráfico de otros cuatro aparatos en el aire desde su misma cabina ante el silencio del propio aeropuerto. The Economist ha elegido este aeródromo como el peor del mundo en su edición de este mes. Este reportero lo ha sufrido en varias ocasiones. Incluso el segundo y el tercero de esa lista: Bangui (República Centroafricana) y Lubumbashi (Congo), aunque merecerían un puesto de honor otros como el de Mogadiscio, el más bombardeado del mundo, o el de Goma, también en el Congo, que tiene una colección de aviones de pasajeros estrellados junto a la pista de despegue. Son lugares donde uno se estresa, pero nunca se aburre.
El aeropuerto de Bangui no es mejor que el de Juba y hasta hace poco poseía un campo de desplazados en un cementerio de aviones junto a la pista. Dentro, el personal tiene sus propias maneras de torturarte: el registro también es manual, aunque las maletas sí salen por una cinta. Da igual. Si el viajero cree que va a escapar pronto del aeropuerto no sabe a lo que se expone. Varios funcionarios se aseguran de que nadie salga sin revisar maleta por maleta. Cuando encuentran algo sospechoso, se paraliza todo el proceso, aunque quede todo el avión de Air France esperando en una sala en la que apenas cabes de pie y en la que sudas como en una sauna. Delante de mí pillaron a un tipo con cartuchos en su equipaje. Resultó ser un cazador de elefantes.
De nuevo, más formularios a mano, gritos, empujones, confusión... Una hora después, comienza de nuevo el registro deteniéndose en cada objeto extraño. Al aeropuerto de Bangui llegas de día y sales de noche. Si lo que intentas es salir del país la aerolínea te recomienda estar cuatro horas antes. La razón la entiendes cuando llega el control de pasajeros. Unos militares auscultan hasta el último milímetro de tu ropa, el bolsillo interior de la maleta, un doble fondo, la ranura para tarjetas de la cámara y cualquier otro lugar susceptible de guardar diamantes, una de las riquezas del país. Por último, el aeropuerto de Lubumbashi existe, pero podría no existir. Hay un edificio pero no sirve de nada. No hay luz, ni bares, ni tiendas. No serviría ni como parada del autobús para hacer una escala.
Como no hay nada que comer después de varias horas de viaje, sales de la terminal (sin que nadie te pida ni un papel) y puedes comprar fruta a unas señoras que tienen puestos al otro lado de la carretera. Si te entretienes mucho tendrás que correr detrás del avión de hélice cuando enfila la pista de despegue.
En los peores aeropuertos del planeta | internacional
Procura hacer tus necesidades antes del viaje. En el aeropuerto de Juba (Sudán del Sur) no hay retretes. Sabes cuando entras, pero jamás cuando sales. No hay luz eléctrica, así que el personal te registra a mano en los mostradores de facturación. El comprobante de tu maleta también va a escrito a mano y no lleva el código de barras. Si te la pierden, tus opciones de recuperarla son escasas. Nunca pierdas el contacto visual con ella, que vuela y no precisamente a tu destino. No hay cinta para equipajes, así que tienes que llevarla tú mismo hasta el avión. Hace un calor insoportable dentro, pero no existe el aire acondicionado. Alguien puso una máquina hace años en un lateral, pero se olvidó de colocar enchufes y ya se ha oxidado con la lluvia que se filtra por todos lados. Olvídate de tomar un refresco: no hay bar.
La terminal de salidas (llamar terminal a ese cajón de ladrillo es otorgarle una categoría superior a la que merece) no tiene tamaño para que se formen colas, así que los pasajeros se arremolinan a voces en torno a los mostradores.
Cuando al fin tienes tu billete y pagas las tasas de salida del país (un tipo te cobra lo que quiera y se lo guarda en el bolsillo de su camisa) pasas al control de pasajeros, donde una mujer te revisa la maleta porque el escáner prehistórico dejó de funcionar hace años. La zona de embarque del aeropuerto de Juba es otra sala aún más pequeña que la anterior donde no hay asientos para todos.
La única tienda tiene cinco metros cuadrados y es la única que vende bombones Ferrero Rocher en todo el país. En cuanto salgas del aeropuerto el calor terminará de derretirlos.
En mi primera visita al país, en 2011, un trabajador humanitario me indicó el agujero de un morterazo de la guerra con el norte en uno de los laterales. En 2017, después de años de llegar montañas de dinero en ayuda al desarrollo, ese agujero seguía en el mismo lugar.
La ruina del aeropuerto de Juba (Sudán del Sur) también alcanza a su torre de control. La inflación y el desabastecimiento de gasolina han provocado en varias ocasiones que el generador se apague y la torre de control deje de funcionar.
Hace unos meses, un avión comercial de Ethiopian Airlines tuvo que ordenar el tráfico de otros cuatro aparatos en el aire desde su misma cabina ante el silencio del propio aeropuerto. The Economist ha elegido este aeródromo como el peor del mundo en su edición de este mes. Este reportero lo ha sufrido en varias ocasiones. Incluso el segundo y el tercero de esa lista: Bangui (República Centroafricana) y Lubumbashi (Congo), aunque merecerían un puesto de honor otros como el de Mogadiscio, el más bombardeado del mundo, o el de Goma, también en el Congo, que tiene una colección de aviones de pasajeros estrellados junto a la pista de despegue. Son lugares donde uno se estresa, pero nunca se aburre.
El aeropuerto de Bangui no es mejor que el de Juba y hasta hace poco poseía un campo de desplazados en un cementerio de aviones junto a la pista. Dentro, el personal tiene sus propias maneras de torturarte: el registro también es manual, aunque las maletas sí salen por una cinta. Da igual. Si el viajero cree que va a escapar pronto del aeropuerto no sabe a lo que se expone. Varios funcionarios se aseguran de que nadie salga sin revisar maleta por maleta. Cuando encuentran algo sospechoso, se paraliza todo el proceso, aunque quede todo el avión de Air France esperando en una sala en la que apenas cabes de pie y en la que sudas como en una sauna. Delante de mí pillaron a un tipo con cartuchos en su equipaje. Resultó ser un cazador de elefantes.
De nuevo, más formularios a mano, gritos, empujones, confusión... Una hora después, comienza de nuevo el registro deteniéndose en cada objeto extraño. Al aeropuerto de Bangui llegas de día y sales de noche. Si lo que intentas es salir del país la aerolínea te recomienda estar cuatro horas antes. La razón la entiendes cuando llega el control de pasajeros. Unos militares auscultan hasta el último milímetro de tu ropa, el bolsillo interior de la maleta, un doble fondo, la ranura para tarjetas de la cámara y cualquier otro lugar susceptible de guardar diamantes, una de las riquezas del país. Por último, el aeropuerto de Lubumbashi existe, pero podría no existir. Hay un edificio pero no sirve de nada. No hay luz, ni bares, ni tiendas. No serviría ni como parada del autobús para hacer una escala.
Como no hay nada que comer después de varias horas de viaje, sales de la terminal (sin que nadie te pida ni un papel) y puedes comprar fruta a unas señoras que tienen puestos al otro lado de la carretera. Si te entretienes mucho tendrás que correr detrás del avión de hélice cuando enfila la pista de despegue.
En los peores aeropuertos del planeta | internacional
Última edición: