Vlad_Empalador
Será en Octubre
Los narcopisos invaden Villaverde: "Están sembrando el terror en el barrio"
PREMIUM
En lo que va de 2022, los residentes han registrado 12 narcopisos y hace dos semanas salieron a la calle a protestar contra el abandono institucional
Un drojadicto sale de un narcopiso.JAVIER BARBANCHO
Imagina que tu portal se convierte en un desfile de drojadictos; imagina que tus noches se tras*forman en una sucesión de ruidos, portazos y broncas; imagina que coger el ascensor de tu casa sea un deporte de riesgo.
La vida de muchos vecinos del casco histórico de Villaverde Alto se ha convertido en un sobresalto continuo ante la proliferación de narcopisos, que se reproducen como la espuma por su distrito.
«El barrio se está llenando de personas que necesitan una dosis de heroína. Los tienes a todas horas. Esto es un sin vivir. Rompen cristales, se miccionan, hacen sus necesidades y amenazan a los vecinos. Sientes la impotencia de ver cómo arruinan por lo que llevas trabajando toda tu vida», relata Pedro Romero, creador de la Plataforma contra la droja.
Villaverde siempre ha sido un barrio castigado por los estupefacientes, pero ahora se produce un fenómeno distinto: el trapicheo que antes tenía lugar en las calles o en el polígono industrial Marconi se ha metido dentro de las casas.
Así, en lo que va de 2022, los residentes han registrado 12 narcopisos y hace dos semanas salieron a la calle a protestar contra el abandono institucional.
TRASIEGO CONTINUO
En el número 3 del Paseo Alberto Palacios el trajín de toxicómanos es constante. No se trata de una avenida escondida o de una vía recóndita sino que es uno de las bulevares centrales de Villaverde Alto. Los jubilados pasan la tarde sentados en un banco, al mismo tiempo que una toxicómana va pidiendo dinero para la dosis.
«Tienes que tener cuidado porque si están con el mono son capaces de robarte cualquier cosa. Se dedican a recaudar cinco o seis euros y así tienen para un chute en uno de los pisos», advierte Romero, que reside en ese portal del Paseo Alberto Palacios.
Lejos de alejar la droja del barrio, el desmantelamiento de 18 narcochabolas y fumaderos de heroína en el polígono de Marconi el pasado mes de mayo y de otro asentamiento ilegal en agosto ha provocado el efecto contrario: los traficantes se han mudado al centro de Villaverde Alto.
«Hasta ahora nosotros no habíamos padecido los narcopisos porque los yonquis se encontraban en Villaverde Bajo y en San Cristóbal de los Ángeles. Pero, cuando la Policía presiona en una zona, se mueven a otra. El barrio está cada vez peor porque es como una onda expansiva y se corre la voz», afirma Javier Cuenca, de la asociación de vecinos La Incolora.
Una yonqui hace sus necesidades en un inmueble.
A todo ello hay que sumar el auge del consumo de la heroína, una droja que era casi residual hace unos años y que ha vuelto con fuerza después de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, debido a sus económicos precios.
La mayoría de estos nuevos narcopisos no son viviendas okupadas, sino que tienen dueños, lo que hace más difícil poder actuar contra ellos. Según relatan los residentes, algunos de sus propietarios son yonquis de toda la vida que han heredado el piso de sus padres y ahora lo dedican al trapicheo.
En estos domicilios se ofrecen todo tipo de drojas: hachís, marihuana, cocaína, pastillas, heroína y, en algunos de ellos, también se ejerce la prespitación.
Los vecinos llevan tiempo investigando su modus operandi para poder combatirlos. Cada vivienda tiene un jefe con un equipo de personas a su cargo: vigilantes en la puerta y porteadores, que son los que tras*portan el dinero y la droja y que suelen ser menores de edad.
En los apartamentos sólo tienen la cantidad de droja necesaria para uno o dos días, de tal manera que si la Policía entra allí apenas encuentra material.
CÉLULAS ORGANIZADAS
«Cada piso funciona como una célula perfectamente organizada y están conectadas unas con otras. Siempre están vigilando a la Policía y van por delante de ella. Esto es como un coche-bomba que funciona a cámara lenta y está sembrando el terror en el barrio. Y es un sistema que ha venido para quedarse», insiste Romero.
El ejemplo de lo que sucedió en su portal ilustra muy bien la dificultad para acabar con estos negocios. Tras varias denuncias, la Policía entró el 29 de septiembre en el narcopiso de su bloque con una orden judicial, detuvo a los cabecillas y precintó la vivienda. Pero a los dos días ya estaban en la calle y habían quitado el precinto.
«Cuando les dijimos que no lo podían hacer, nos amenazaron y nos dijeron que éramos unos 'chivatos me gusta la fruta' y que no les íbamos a mover de allí. Se habían llevado la droja y la Policía no encontró casi nada. Ahora hemos vuelto a la casilla de salida», se queja Romero.
Otro de los narcopisos de Villaverde.J. BARBANCHO
Los vecinos lamentan la falta de herramientas legales con las que cuenta la Policía para combatir los narcopisos y piden un cambio legislativo con el fin de que sea posible intervenir estas viviendas donde se trafica con droja.
«Si un bar vende papelinas, al día siguiente lo clausuran. ¿Por qué en un piso no se puede hacer nada? La propiedad privada no puede estar tan protegida cuando se utiliza para cometer delitos», critica Romero, creador de la Plataforma contra la droja de Villaverde.
A juicio de Javier Cuenca, de la asociación La Incolora, se trata más de un problema judicial que policial, porque los agentes intervienen, pero la Justicia tarda meses en actuar.
Mientras tanto el barrio de Villaverde se va degradando a marchas forzadas y muchos residentes ya piensan en mudarse: «He visto de todo, pero lo de ahora nunca. Es peor que la época dura de los 80 porque antes se pinchaban en el parque. Por la noche, oyes voces y te despiertas con ansiedad a las 4 de la mañana porque les escuchas decir que van a quemar la casa. Te minan la jovenlandesal y la salud mental. Por muy fuerte que seas esto te come la vida. Es un Estado fallido porque, al final, la que me tengo que ir del barrio soy yo que llevo aquí 55 años», critica otra vecina.
PREMIUM
- ANA DEL BARRIO
Madrid
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En lo que va de 2022, los residentes han registrado 12 narcopisos y hace dos semanas salieron a la calle a protestar contra el abandono institucional
Un drojadicto sale de un narcopiso.JAVIER BARBANCHO
Imagina que tu portal se convierte en un desfile de drojadictos; imagina que tus noches se tras*forman en una sucesión de ruidos, portazos y broncas; imagina que coger el ascensor de tu casa sea un deporte de riesgo.
La vida de muchos vecinos del casco histórico de Villaverde Alto se ha convertido en un sobresalto continuo ante la proliferación de narcopisos, que se reproducen como la espuma por su distrito.
«El barrio se está llenando de personas que necesitan una dosis de heroína. Los tienes a todas horas. Esto es un sin vivir. Rompen cristales, se miccionan, hacen sus necesidades y amenazan a los vecinos. Sientes la impotencia de ver cómo arruinan por lo que llevas trabajando toda tu vida», relata Pedro Romero, creador de la Plataforma contra la droja.
Villaverde siempre ha sido un barrio castigado por los estupefacientes, pero ahora se produce un fenómeno distinto: el trapicheo que antes tenía lugar en las calles o en el polígono industrial Marconi se ha metido dentro de las casas.
Así, en lo que va de 2022, los residentes han registrado 12 narcopisos y hace dos semanas salieron a la calle a protestar contra el abandono institucional.
TRASIEGO CONTINUO
En el número 3 del Paseo Alberto Palacios el trajín de toxicómanos es constante. No se trata de una avenida escondida o de una vía recóndita sino que es uno de las bulevares centrales de Villaverde Alto. Los jubilados pasan la tarde sentados en un banco, al mismo tiempo que una toxicómana va pidiendo dinero para la dosis.
«Tienes que tener cuidado porque si están con el mono son capaces de robarte cualquier cosa. Se dedican a recaudar cinco o seis euros y así tienen para un chute en uno de los pisos», advierte Romero, que reside en ese portal del Paseo Alberto Palacios.
Lejos de alejar la droja del barrio, el desmantelamiento de 18 narcochabolas y fumaderos de heroína en el polígono de Marconi el pasado mes de mayo y de otro asentamiento ilegal en agosto ha provocado el efecto contrario: los traficantes se han mudado al centro de Villaverde Alto.
«Hasta ahora nosotros no habíamos padecido los narcopisos porque los yonquis se encontraban en Villaverde Bajo y en San Cristóbal de los Ángeles. Pero, cuando la Policía presiona en una zona, se mueven a otra. El barrio está cada vez peor porque es como una onda expansiva y se corre la voz», afirma Javier Cuenca, de la asociación de vecinos La Incolora.
Una yonqui hace sus necesidades en un inmueble.
A todo ello hay que sumar el auge del consumo de la heroína, una droja que era casi residual hace unos años y que ha vuelto con fuerza después de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, debido a sus económicos precios.
La mayoría de estos nuevos narcopisos no son viviendas okupadas, sino que tienen dueños, lo que hace más difícil poder actuar contra ellos. Según relatan los residentes, algunos de sus propietarios son yonquis de toda la vida que han heredado el piso de sus padres y ahora lo dedican al trapicheo.
En estos domicilios se ofrecen todo tipo de drojas: hachís, marihuana, cocaína, pastillas, heroína y, en algunos de ellos, también se ejerce la prespitación.
Los vecinos llevan tiempo investigando su modus operandi para poder combatirlos. Cada vivienda tiene un jefe con un equipo de personas a su cargo: vigilantes en la puerta y porteadores, que son los que tras*portan el dinero y la droja y que suelen ser menores de edad.
En los apartamentos sólo tienen la cantidad de droja necesaria para uno o dos días, de tal manera que si la Policía entra allí apenas encuentra material.
CÉLULAS ORGANIZADAS
«Cada piso funciona como una célula perfectamente organizada y están conectadas unas con otras. Siempre están vigilando a la Policía y van por delante de ella. Esto es como un coche-bomba que funciona a cámara lenta y está sembrando el terror en el barrio. Y es un sistema que ha venido para quedarse», insiste Romero.
El ejemplo de lo que sucedió en su portal ilustra muy bien la dificultad para acabar con estos negocios. Tras varias denuncias, la Policía entró el 29 de septiembre en el narcopiso de su bloque con una orden judicial, detuvo a los cabecillas y precintó la vivienda. Pero a los dos días ya estaban en la calle y habían quitado el precinto.
«Cuando les dijimos que no lo podían hacer, nos amenazaron y nos dijeron que éramos unos 'chivatos me gusta la fruta' y que no les íbamos a mover de allí. Se habían llevado la droja y la Policía no encontró casi nada. Ahora hemos vuelto a la casilla de salida», se queja Romero.
Otro de los narcopisos de Villaverde.J. BARBANCHO
Los vecinos lamentan la falta de herramientas legales con las que cuenta la Policía para combatir los narcopisos y piden un cambio legislativo con el fin de que sea posible intervenir estas viviendas donde se trafica con droja.
«Si un bar vende papelinas, al día siguiente lo clausuran. ¿Por qué en un piso no se puede hacer nada? La propiedad privada no puede estar tan protegida cuando se utiliza para cometer delitos», critica Romero, creador de la Plataforma contra la droja de Villaverde.
A juicio de Javier Cuenca, de la asociación La Incolora, se trata más de un problema judicial que policial, porque los agentes intervienen, pero la Justicia tarda meses en actuar.
Mientras tanto el barrio de Villaverde se va degradando a marchas forzadas y muchos residentes ya piensan en mudarse: «He visto de todo, pero lo de ahora nunca. Es peor que la época dura de los 80 porque antes se pinchaban en el parque. Por la noche, oyes voces y te despiertas con ansiedad a las 4 de la mañana porque les escuchas decir que van a quemar la casa. Te minan la jovenlandesal y la salud mental. Por muy fuerte que seas esto te come la vida. Es un Estado fallido porque, al final, la que me tengo que ir del barrio soy yo que llevo aquí 55 años», critica otra vecina.