Los estrechos (y olvidados) vínculos de Unamuno con el fundador de la Falange que le costaron el Nobel

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Los estrechos (y olvidados) vínculos de Unamuno con el fundador de la Falange que le costaron el Nobel
El pensador recibió en su casa a José Antonio Primo de Rivera, un muchacho con «mucho talento y una cabeza que funciona perfectamente», y aceptó su invitación para asistir a un mítin del partido. En contra del mito, muchos falangistas se preocuparon porque no le ocurriera nada al vasco tras el incidente con Millán Astray
SeguirCésar CerveraCésar Cervera@C_Cervera_MActualizado:10/10/2019 23:10h2NOTICIAS RELACIONADAS

La película «Mientras dure la guerra», de Alejandro Amenábar, ha devuelto a la actualidad el choque dialéctico que el filósofo Miguel de Unamuno mantuvo en el Paraninfo de Salamanca con Millán Astray, fundador de la Legión, donde, según algunas fuentes, los militares y falangistas armados entre el público a punto estuvieron de linchar al rector. La cinta, sin embargo, pasa de puntillas sobre la compleja relación que, incluso antes del golpe de Estado del 18 de julio, desarrolló el pensador vasco con varios miembros de la Falange, entre ellos su fundador.
Con pocos medios y menos apoyos sociales, José Antonio Primo de Rivera, primogénito del dictador, creó en el otoño de 1933 Falange, un partido político nacional sindicalista que fusionó el fascismo italiano con elementos patrios como la defensa de la unidad de España o la preminencia del catolicismo. En 1934, Falange se fusionaría con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, de modo que en cuestión de un año Primo de Rivera se encumbró como jefe principal e icono de este movimiento extremo con escaso apoyo electoral pero con gran presencia en la calle.
Entre los falangistas y jóvenes socialistas se produjo una guerra abierta desde que, en enero de 1934, las balas de la izquierda mataron al simpatizante de Falange Francisco de Paula Sampol y después al militante Matías Montero, abatido mientras vendía periódicos de su partido. Falange contestó con virulencia a estos atentados. El pistolerismo se instaló en el panorama político hasta el extremo de que el gobierno del Frente Popular, en cuanto alcanzó el poder, declaró ilegal a la Falange como «responsable de desórdenes públicos», aunque después los tribunales revocaran esta medida.

La indulgencia inicial con el fascismo
El nacimiento de la Falange fue celebrado por muchos intelectuales que aún no comprendían el trasfondo de lo que estaba ocurriendo en Europa. Así ocurrió con Unamuno que, como explica Jon Juaristi en su libro «Miguel de Unamuno» (Colección Españoles Eminentes), aplaudió el discurso fundacional de Falange: «No disgustó a Unamuno, pero sí, y mucho, a su yerno, al que hace sabedor de su opinión vagamente favorable al hijo del dictador». El yerno del filósofo, José María Quiroga, le reprochó a su familiar su «sorprendente indulgencia con el incipiente fascismo español que había denostado solo un año antes».
De hecho, Unamuno había escrito días antes un duro artículo contra las JONS de Onésimo Redondo, pero de la noche a la mañana le dio por simpatizar con José Antonio, cuyo padre, el dictador Primo de Rivera, había ordenado años antes el destierro de Unamuno a la isla de Fuerteventura y que, en tono cruel, afirmaba que el vasco «no es sabio ni nada que se le parezca y de ello estamos convencidos en España, donde no hace falta quitarle la careta».
«Yo quería conocerle, Don Miguel, porque admiro su obra literaria y, sobre todo, su pasión castiza por España, que no ha olvidado usted ni aun en su labor política de las Constituyentes»
José Antonio tampoco heredó la animadversión de su padre hacia Unamuno. En el libro «José Antonio: Realidad y mito», Joan Maria Thomàs explica que el abogado y político falangista estaba deseando conocer al filósofo «para explicarle cómo el antiseparatismo del catedrático de Salamanca había inspirado su propio pensamiento y para, consciente o inconscientemente, mostrarle las diferencias existentes entre él y su proyecto... y los de su padre, antiguo enemigo del escritor». En definitiva, concluye este autor, la obra de Unamuno había influido decisivamente en la formación de las ideas de José Antonio, quien lo respetaba «profundamente».
Finalmente, Unamuno recibió al fundador de Falange en su casa de Bordadores, donde acudió acompañado por Francisco Bravo y Rafael Sánchez Mazas. La reunión se desarrolló en un ambiente cercano dado que Bravo era amigo de uno de los hijos del catedrático, Fernando, mientras que Sánchez Mazas compartían parentesco con el vasco por parte de su abuela, la poetisa Matilde de Orbegozo. Según escribió Bravo, José Antonio se dirigió en términos muy amistosos al pensador:
«Yo quería conocerle, Don Miguel, porque admiro su obra literaria y, sobre todo, su pasión castiza por España, que no ha olvidado usted ni aun en su labor política de las Constituyentes. Su defensa de la unidad de la Patria frente a todo separatismo nos conmueve a los hombres de nuestra generación»».
Miguel de Unamuno en La Flecha
Miguel de Unamuno en La Flecha

Sin morderse la lengua, Unamuno habría contestado aludiendo, según esta fuente, de forma somera a lo nocivo de la dictadura del padre de José Antonio, ante lo que los falangistas se tensaron y Bravo terció un «Bueno, Don Miguel. Aquello del padre de José Antonio es ya historia. Díganos cuándo le apuntamos para la Falange.
Sin alterarse lo más mínimo, Unamuno prosiguió con su conversación con los falangistas:
«Sí, aquello es historia. Y lo de ustedes es otra historia también [...]. Pero esto del fascismo yo no sé bien lo que es, ni creo que tampoco lo sepa Mussolini. Confío en que ustedes tengan, sobre todo, respeto a la dignidad del hombre. El hombre es lo que importa; después, lo demás, la sociedad, el Estado [...]. Confío en que no lleguen ustedes a esos extremos contra la cultura que se dan en otros sitios»
El vasco incluso aceptó una invitación para acudir a un mitin de FE de las JONS ese día, el 10 de febrero de 1935, y se desplazó con ellos y su hijo Fernando a pie hasta el Teatro Bretón de Salamanca, donde se celebraba el acto, conversando amigablemente con los tres falangistas. La prensa y los mentideros dieron cuenta del coqueteo del filósofo con este partido en términos poco positivos. El azañista Roberto Castrovido, amigo del catedrático, lo lamentó con amargura en el «Heraldo de Madrid».
«Pero esto del fascismo yo no sé bien lo que es, ni creo que tampoco lo sepa Mussolini. Confío en que ustedes tengan, sobre todo, respeto a la dignidad del hombre»
En «La Gaceta Regional», Unamuno explicó su presencia en el acto político y volvió a elogiar a José Antonio Primo de Rivera, al que separaba del resto de falangistas:
«Sí, ya me han dicho que se ha hablado bastante de mi asistencia al mitin organizado por Falange Española en Salamanca. Fui a este mitin como voy a todos los que quiero. No asisto a aquellos actos a los que me invita la empresa, sino a los que yo quiero ir. Cuando comenzó el mitin comenzaron a tirarme de la lengua, pero yo, naturalmente, ni interrumpí ni hice caso alguno. A mí no me tira nadie de la lengua: tengo por costumbre contestar a aquello que no se me pregunta y dejar sin respuesta aquello que se me interroga. Por lo demás, ese muchacho -refiriéndose a José Antonio- tiene mucho talento y una cabeza que funciona perfectamente. Llegará hasta donde quiera, porque, además, es un carácter de cuidado... ¡Mucho ojo con estos muchachos del brazo en alto!».

El premio desierto
En opinión de Francisco Blanco Prieto, autor de «Miguel de Unamuno» (Anthema ediciones), la razón por las que fue al acto electoral fue su «interés intelectual» y, de hecho, «si no hubiese asistido a aquel mitin le hubiesen dado probablemente el premio Nobel, pero después de aquello quedó estigmatizado». Curiosamente aquel año el galardón quedó desierto, a pesar de que G. K. Chesterton y Paul Valéryn eran junto a Unamuno los grandes favoritos. Algo que hasta entonces solo había ocurrido dos veces antes, cuando en 1914 y 1918 se cancelararon los premios por la Primera Guerra Mundial.
Si bien es imposible saber qué peso tuvieron las cuestiones políticas, se conocen las razones oficiosas por las que no le concedieron el premio gracias a que, en el año 2001, la Academia Sueca publicó las deliberaciones de los primeros 50 ganadores, que incluían las opiniones sobre los candidatos de 1935:
«Hay que leer sus obras despacio por su extrema profundidad y difícil comprensión. Además dificulta ese entendimiento las diferencias entre la cultura nórdica y la mediterránea, por lo que no recomendamos al candidato», dejaron dicho los miembros del jurado que, para colmo, añadieron a modo de crítica a Unamuno que es una persona «demasiado segura de sí misma».
José Antonio Primo de Rivera
José Antonio Primo de Rivera

El académico Herr Hammarskjöld se lamentó de la exclusión final del escritor español: «No elegirle es no cumplir con lo dictado por Alfred Nobel en su testamento». La situación política del siguiente año, con el estallido de la Guerra Civil, restó de nuevo impulso a su candidatura y le consagró definitivamente como un eterno aspirante. Ya en 1928 había sido propuesto por la Academia sueca, pero fue entonces España quien se opuso. La dictadura de Primo de Rivera, a la que Unamuno se enfrentó hasta terminar desterrado, se negó a respaldar al que era, según la Academia, «quizás el personaje más importante de la literatura española contemporánea».
Parece que el propio Unamuno intuía que asistir al mitin fascista había influido en que no le concedieran este reconocimiento para el que había sido propuesto de forma insistente por diferentes instituciones españolas e hispanoamericanas. Tampoco le ayudó para librarse del estigma la lluvia de elogios que le siguió destinando José Antonio Primo de Rivera, que admiraba a Unamuno y a Ortega y Gasset, pidiendo «más respeto a la libertad profunda del hombre» y reivindicando «la poesía que promete» como legítima y principal inspiración de los pueblos. Tanto la visita a la casa del vasco como la posterior cena que compartió con él conmovieron a José Antonio que, a decir los asistentes, se mostró abstraído ese día en el mitin.
Ya fuera por la presión mediática o por su espíritu irrefrenable, el pensador vasco no tardó ni un soplido en cambiar su opinión sobre José Antonio, como el propio Bravo había vaticinado dado su carácter. En un artículo titulado «Otra vez con la juventud», publicado en «Ahora», cargó las tintas contra el falangista:
«Es un muchacho que se ha metido en un papel que no le corresponde. Es demasiado fino, demasiado señorito y, en el fondo, tímido para que pueda ser un jefe y, ni mucho menos, un dictador».
A lo que añadía, más como un elogio que como un defecto, que para ser un líder fascista era preciso ser «epiléptico».
«Arriba», órgano oficial de FET y de las JONS, replicó de inmediato con un texto no firmado, probablemente de Bravo, que tachaba al pensador de «viejo avariento» y «exhibicionista grotesco».

Tras el choque con Millán Astray
Fiel a su vocación de desagradar tanto a los «hunos como a los hotros», su enfrentamiento dialéctico con Millán Astray le colocó en octubre de 1936 en una posición muy delicada en las filas nacionales, pero más respaldado de lo que tradicionalmente se afirma. Como escribe Juaristi en la biografía mencionada, tras el incidente en el Paraninfo los falangistas decidieron tomar a Unamuno bajo su protección, «pese a todas las lindezas que había dicho y escrito de ellos» en el pasado, pues José Antonio y su entorno no habían dejado de admirar al filósofo.
El 13 de octubre, Francisco Bravo escribió a uno de los hijos del filósofo, Fernando Unamuno, recomendándole ir cuanto antes a Salamanca para convencer a su padre de que se abstuviera de irritar a los militares con más incidentes de esa índole. «Sería doloroso que a tu padre, cuya contribución al movimiento nacional es tan significativo y magnífico, sobre todo para el Extranjero, pudiera sucederle algún incidente desagradable», terminaba su carta. Esta preocupación por la situación del vasco se debía a la admiración que los intelectuales falangistas sentían hacia Unamuno, al que consideraban un pensador nacionalista-revolucionario, pero también a que la gresca en el Paraninfo, lejos de disgustarles, había entusiasmado a muchos por haberse atrevido a plantar cara a la derecha tradicional.
Unamuno sale del Paraninfo tras el famoso incidente con Millán-Astray
Unamuno sale del Paraninfo tras el famoso incidente con Millán-Astray - Ángel Laso

Con el fundador preso en la guandoca de Alicante, un sector importante de la Falange se sentía descontenta por lo que interpretaba como intentos de controlar el partido y desvirtuar su doctrina por parte de los militares y la derecha católica. De ahí que algunos militantes se acostumbraran a acompañar a Unamuno, visto como un disidente, durante sus paseos salmantinos, sin preocuparse del policía que nunca quitaba ojo al pensador. Hasta sus últimos años un grupo de intelectuales vinculados a Falange le asediaron amorosamente con cartas elogiosas y le visitaron en su casa.
Precisamente la tarde del 31 de diciembre de 1936, cuando murió en su domicilio salmantino, Unamuno se encontraba reunido con el falangista Bartolomé Aragón, antiguo alumno y profesor auxiliar de la Facultad de Derecho. Cuenta este testigo de excepción que Unamuno, después de pronunciar su última frase, «¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!», dejó caer su cabeza sobre el pecho, en un desvanecimiento. Su visitante no se atrevió a despertarlo, hasta que se dio cuenta, por el olor a chamusquina, que el viejo maestro inconsciente había metido su zapatilla en el brasero y se le estaba quemando. Esa tarde sufrió un infarto.
Para disipar los rumores de que Aragón Gómez había envenenado al maestro, el también falangista Víctor de la Serna convocó a los intelectuales falangistas y les ordenó hacer del entierro un acto de duelo y homenaje del partido. Gil Ramírez, futuro alcalde de Salamanca, dio el grito de rigor: «¡Miguel de Unamuno y Jugo!». A lo que los miembros de Falange respondieron: «¡Presente!».
 
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Si, la generación del 98 fue protofascista, empezando por Ortega y Gasset, y alguno más que eso, como Pío, que se llevaba con Nietzsche el canto de un duro
 
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