HaCHa
Rojo cabrón, en tu ojo ciego es leyenda
«En la guerra se robó mucho». Era una de las frases de mi bisabuelo, un tipo singular. Si alguna vez hago autoficción, será con su historia. Era un conservador: orden, propiedad, familia, etc. En los años 30, llegó a ser concejal por las derechas en un pueblo de Tierra de Campos y simpatizó con la rebelión hasta que se dio cuenta de que la idea no era restaurar la monarquía o instaurar una dictadura como la de Primo de Rivera, sino acabar con la mitad del país. Más o menos, como el Unamuno de Mientras dure la guerra. Estuvo cerca de correr la misma suerte por no colaborar. Los que él consideraba que tenían que defender el orden, la propiedad y la familia llevaban a cabo una revolución, fusilaban a la gente y se quedaban con sus propiedades. «Los más sinvergüenzas de cada pueblo se hicieron de Falange para poder robar, apiolar y violar», decía.
«Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles» era otra frase que repetía durante la tras*ición. Para una persona conservadora, el Registro de la Propiedad era el lugar adecuado para realizar el proceso que entendemos por reparación y que las asociaciones de víctimas suelen resumir en un lema: memoria, dignidad y justicia. Evidentemente, nunca se hizo. No se revisó y, quizá por eso, hay grupos que se creen propietarios del país. España sigue siendo producto de la revolución franquista. Revolución: cambio radical en la estructura social, económica y política de un país.
La tras*ición legitimó ese proceso revolucionario, confirmando propiedades, nomenclaturas, instituciones y cargos, como la propia Jefatura del Estado. Incluso, las sentencias con sus destituciones e incautaciones. Al hacerlo, realizó una deslegitimación implícita del período democrático anterior, la Segunda República, con el que la nueva democracia no trataba de conectar. Quizá, por temor, pero también porque no quedaba nadie para hacerlo. Había un nuevo país y el nuevo régimen sólo podía nacer desde la desmemoria, el olvido. Esta última frase es de Rafael Chirbes.
Una de las críticas que recibía el escritor valenciano era que escribía novelas viejas, realistas, más propias de los 50 o 60 que de los 80 o 90. En sus novelas, utiliza lo que llamaba la estrategia del boomerang: mirar al pasado para entender el presente. Para él, el relato de la tras*ición estaba escrito con buena letra, el disfraz de las mentiras. El franquismo había comenzado a tener legitimidad cuando había tras*formado la victoria en paz y la había unido a progreso: asfaltado de calles, agua y luz, viviendas, electrodomésticos, coche, vacaciones, etc.
España entró en un ciclo de crecimiento económico que completó el proceso revolucionario creando un nuevo país. Es algo que Max Aub explica en su libro La gallina ciega, donde describe una visita a España en 1969. No la reconoce ni él es reconocido. El relato de los exiliados es extranjero. Todo el país es fruto del régimen, incluida la oposición. Hay franquistas y antifranquistas. Estos últimos, partidos y sindicatos, no planteaban recuperar la legitimidad republicana rota por el golpe de Estado, sino un nuevo marco al estilo del resto de países europeos.
En Por cuenta propia, Chirbes tiene palabras duras para los últimos: «Los hijos de la burguesía –algunos procedentes de las clases medias profesionales que habían apoyado incondicionalmente al régimen o que incluso habían creado capital a su sombra– se pusieron al frente de los movimientos estudiantiles, de movimientos comunistas y de extrema izquierda, para investirse de la legitimidad que estaba naciendo». Es Ramón Tamames o el hijo rojo de José Ricart en La caída de Madrid. El viejo empresario franquista le pregunta de dónde cree que ha salido su universidad en el extranjero o sus vacaciones, todo eso que ahora dice que odia y quiere abolir. Los progres siempre reciben palos en las novelas de Chirbes. Más que abolir, la idea era sustituir. La gran operación fue el asalto y robo de las siglas del PSOE, un momento que el relato oficial presenta como un triunfo de la juventud frente a los que querían seguir amarrados al pasado. El eje viejo-nuevo es algo que suele funcionar.
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«Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles» era otra frase que repetía durante la tras*ición. Para una persona conservadora, el Registro de la Propiedad era el lugar adecuado para realizar el proceso que entendemos por reparación y que las asociaciones de víctimas suelen resumir en un lema: memoria, dignidad y justicia. Evidentemente, nunca se hizo. No se revisó y, quizá por eso, hay grupos que se creen propietarios del país. España sigue siendo producto de la revolución franquista. Revolución: cambio radical en la estructura social, económica y política de un país.
La tras*ición legitimó ese proceso revolucionario, confirmando propiedades, nomenclaturas, instituciones y cargos, como la propia Jefatura del Estado. Incluso, las sentencias con sus destituciones e incautaciones. Al hacerlo, realizó una deslegitimación implícita del período democrático anterior, la Segunda República, con el que la nueva democracia no trataba de conectar. Quizá, por temor, pero también porque no quedaba nadie para hacerlo. Había un nuevo país y el nuevo régimen sólo podía nacer desde la desmemoria, el olvido. Esta última frase es de Rafael Chirbes.
Una de las críticas que recibía el escritor valenciano era que escribía novelas viejas, realistas, más propias de los 50 o 60 que de los 80 o 90. En sus novelas, utiliza lo que llamaba la estrategia del boomerang: mirar al pasado para entender el presente. Para él, el relato de la tras*ición estaba escrito con buena letra, el disfraz de las mentiras. El franquismo había comenzado a tener legitimidad cuando había tras*formado la victoria en paz y la había unido a progreso: asfaltado de calles, agua y luz, viviendas, electrodomésticos, coche, vacaciones, etc.
España entró en un ciclo de crecimiento económico que completó el proceso revolucionario creando un nuevo país. Es algo que Max Aub explica en su libro La gallina ciega, donde describe una visita a España en 1969. No la reconoce ni él es reconocido. El relato de los exiliados es extranjero. Todo el país es fruto del régimen, incluida la oposición. Hay franquistas y antifranquistas. Estos últimos, partidos y sindicatos, no planteaban recuperar la legitimidad republicana rota por el golpe de Estado, sino un nuevo marco al estilo del resto de países europeos.
En Por cuenta propia, Chirbes tiene palabras duras para los últimos: «Los hijos de la burguesía –algunos procedentes de las clases medias profesionales que habían apoyado incondicionalmente al régimen o que incluso habían creado capital a su sombra– se pusieron al frente de los movimientos estudiantiles, de movimientos comunistas y de extrema izquierda, para investirse de la legitimidad que estaba naciendo». Es Ramón Tamames o el hijo rojo de José Ricart en La caída de Madrid. El viejo empresario franquista le pregunta de dónde cree que ha salido su universidad en el extranjero o sus vacaciones, todo eso que ahora dice que odia y quiere abolir. Los progres siempre reciben palos en las novelas de Chirbes. Más que abolir, la idea era sustituir. La gran operación fue el asalto y robo de las siglas del PSOE, un momento que el relato oficial presenta como un triunfo de la juventud frente a los que querían seguir amarrados al pasado. El eje viejo-nuevo es algo que suele funcionar.
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Los dueños del país | lamarea.com
Jorge Dioni López recuerda una frase de su bisabuelo: «Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá abrazo entre españoles».
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