A_tope_4_ever
Madmaxista
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Bueno, primero que nada, comentar que lo que voy a escribir a continuación, no le resultará en absoluto novedoso a muchos foreros. Simplemente me aburro y me apetece escribir un poco sobre nuestro país sin más pretensión que la de crear un relato entretenido y -quizá- didáctico. Tal vez a alguien le aporte algo.
(NOTA: Como veo que me está quedando un tocho monumental, sólo dejo la primera parte, terminaré las demás cuando tenga algo más de tiempo libre. Por favor moderadores, no me lo mováis a política. La parte de economía y sociedad se me ha quedado fuera pero la añadiré en cuanto pueda.)
Los Cinco Problemas que asolan España
Cinco son los grandes problemas que -en mi opinión- asolan nuestro país y que conforman, en última instancia, la gran debacle social en la que nos encontramos ahora mismo. La crisis, precariedad y miseria en la que se ha sumido a las clases populares crece por momentos, al igual que lo hace su frustración y el peligro de un estallido de violencia social.
La complejidad de dichos problemas es extraordinaria, por lo que no es raro que pensadores e intelectuales de todo signo se pierdan en sus análisis dentro del seno de una de las problemáticas en exclusiva. Ésto hace que, generalmente, su discurso carezca de visión de conjunto, resultando sus conclusiones, si no equivocadas, sí un tanto incompletas. De poco servirá el abordar en exclusiva una problemática social, debemos abordarlas todas ellas atajando los problemas de raíz, si queremos que nuestro país algún día deje de ser el reino de la pandereta.
A continuación voy a intentar describir brevemente cuales son -en mi opinión- esas problemáticas. Esas bestias parásitas y crueles que llevan desangrando este país demasiado tiempo ya.
El problema cultural
Los gobernantes no son un reflejo de su pueblo. Es el pueblo el que es un reflejo de sus gobernantes.
Al igual que el padre educa al hijo, o el maestro al alumno, los gobernantes de una nación, a través de los mecanismos sociales y de propaganda de la época, juegan un papel primordial en el moldeado del comportamiento de sus gobernados.
¿En qué afectan a la educación de Juan Luis Cebrián, Florentino Pérez, Emilio Botín, la Duquesa de Alba o Zapatero los hábitos del currito español? En nada prácticamente.
Ellos viven -al igual que sus equivalentes feudales- en sus lujosas residencias situadas en barrios privilegiados, se educan en carísimo centros privados reservados para la élite económica, trabajan en puestos asociados a las altas esferas y viajan en sus tras*portes personales, alejados del vulgo. Poco hay pues, que los vincule al españolito de a pié. Es más, normalmente, el español medio es para ellos un incordio, un mulo desobediente, una cifra en un informe estadístico que pide mucho y curra poco. Su empatía para con las clases populares es nula, y eso, cuando lo que sienten no es un ferviente desprecio.
¿En qué afectan a la educación del currito español los hábitos de su oligarquía? En casi todo.
Desde ser educado en los centros que ellos controlan, hasta la propaganda que recibe a través de los medios de adoctrinación, pasando por el entorno económico en el que debe desenvolverse: todo está controlado y condicionado por la oligarquía, y es esta la que, de manera fulminante, determina en gran medida la calidad humana y el porvenir de su pueblo, no al revés.
Una vez aclarado lo anterior, podemos preguntarnos ¿y cómo es la oligarquía española? ¿qué valores le viene tras*mitiendo a su pueblo? La respuesta a esa pregunta es, por desgracia, muy triste. La oligarquía que lleva rigiendo los destinos de España a lo largo de los últimos siglos es una de las más podridas, decadentes y despóticas de cuantas pueblan Occidente. Una panda de inútiles y traidores que heredaron el país más poderoso del planeta y lo redujeron con su inoperancia a camarero de Europa.
Las más altas instancias españolas han estado -y están- ocupadas por una caterva de incapaces, necios y tiranos que bien podrían haberse escapado del Infierno de Dante. De todo ha habido -y hay- entre esta camarilla: desde el malnacido que entrega en bandeja el país a los franceses y después fusila a los patriotas que lo defendieron del invasor, a una cortesana de palacio, pasando por sinvergüenzas de todo pelaje que tan pronto te llevan a miles de jóvenes españoles a morir perversosmente en jovenlandia, que te pierden colonias de ultramar por pura arrogancia. Politicastros que venderían a su progenitora por sacar brillo el poder. Mandos militares que tratan a sus subordinados a patadas. Una nobleza que no sabe ver más allá del vivir de rentas -o su equivalente moderno, el ladrillo- mientras en Europa estalla la revolución industrial... Si observamos detenidamente las acciones de aquellos que han ocupado -y ocupan- los más altos puestos de responsabilidad en España, conoceremos el verdadero significado de la palabra “esperpento”.
Su inutilidad y estulticia jovenlandesal sólo son comparables a la salvaje violencia con la que están dispuestos a reprimir cualquier movimiento popular que aspire a bajarlos de la poltrona. Lógico, serán unos perversoss, pero no tienen por qué ser necesariamente orates: saben perfectamente que fuera de la órbita del poder se comerían solemnemente los mocos. Antes reducirían a cenizas cada metro cuadrado de la península ibérica que renunciarían a sus privilegios... y esto, por desgracia, es algo que a nivel subconsciente tiene muy bien aprendido el pueblo español: siempre que ha osado resistirse al poder establecido ha sido masacrado y devuelto violentamente al redil.
En España, nunca ha rodado por los suelos la cabeza del tirano. Al contrario. Mientras la oligarquía española dilapidaba por doquier lo que quedaba del imperio, los muertos siempre los ponía el pueblo. No importa cuan salvaje fuera la estupidez del monarca -o presidente- de turno, cuan grande el latrocinio, innecesario el sufrimiento o enorme la pérdida derivada de sus acciones. Por muy flagrante que sea el destrozo que el gobernante ha causado al país, nunca ha pagado seriamente por sus pecados. Siempre han sido las cabezas de los valientes que han osado desafiar al poder las que se han clavado en la picota. Ese es el orgullo de la casta y nuestra vergüenza como españoles.
En España, el pueblo tiene miedo al poder, mientras que el poder se ríe del pueblo.
Esta situación de tensión latente prolongada durante siglos ha dejado una profunda impronta en la psique del español medio -no en vano ha supuesto frecuentemente episodios traumáticos, de un enorme sufrimiento para la población-. La rebeldía contra el opresor nunca se ha premiado en nuestro país con vítores y aplausos, más bien con la horca y el paredón. De padres a hijos, de abuelos a nietos... el miedo al poderoso se viene tras*mitiendo en España de generación en generación. Esto ha hecho al español medio sumiso y rastrero con el poder. No ve sentido en la rebeldía, pues la rebeldía sólo le ha traído vanos quebraderos de cabeza. No tiene esperanza. No cree en algo mejor. Traga sin rechistar con todo lo que le vomitan desde arriba y luego ventila su frustración con sus iguales o con los de abajo.
A su vez, los poderosos, se saben seguros de si mismos, y se crecen. Con una satisfacción casi sádica, refuerzan su autoestima reventando la de sus subalternos, a los que tratan a patadas sabiéndose impunes. Peor aún son aquellos españoles que, tras una larga temporada recibiendo miserias como lacayo, por fin algún día llegan a capataz... ¡huy estos! ¡Que tiemble aquel que tenga por jefe a un español previamente acomplejado por su superior! Gota a gota, de arriba a abajo, el despotismo, el miedo y la falta de empatía con el prójimo se extienden a toda la población. Desde el albañil cuarentón que fue puteado sin compasión de joven y ahora picardea sin descanso al novato de la obra, al empresario palillero que tiene menos escrúpulos que vergüenza, pasando por el político mafioso, la España de El Buscón de Quevedo sigue más viva que nunca.
Al haber perdido la esperanza de librarse de sus opresores, el pueblo español interioriza y asume la opresión como algo cotidiano. La abraza. Pisar o que te pisen, no hay más en la España de castas y estamentos. Dando por sentado que desde las alturas les va a caer sarama a punta pala, los españoles viven en una continua guerra no declarada los unos con los otros. Es una situación terrible, una especie de macabra carrera cuesta arriba por una montaña de estiércol, en la que el único fin de los participantes es cerciorarse de que hay alguien que traga más cosa que uno mismo. Esto hace de la envidia una constante en los españoles. Es un mecanismo defensivo. Hay que controlar en todo momento al vecino para estar siempre un escalón por encima de él. Siempre. Y si no lo estamos, lo aparentamos. Y si no lo aparentamos, mentimos. Los triunfos del vecino duelen como una puñalada en el hígado, pues le alejan a él de la miseria de ser el último mono, a la vez que nos la deja más cerca a nosotros.
Cualquier cosa vale en la sagrada lucha espiritual de todo español por asegurarse de que existe en su entorno alguien más estropeado que él mismo.
Por otro lado, combinada con el despotismo popular y tras*mitida a la población en la misma manera, se encuentra la sempiterna falta de respeto por cualquier tipo de normativa o responsabilidad. De nuevo, es algo en lo que la oligarquía lleva sirviendo de ejemplo al pueblo desde hace cientos de años, saltándose a la torera cualquier ley o constitución que se tercie, mientras acribilla a la población a impuestos, tributos y leyes injustas de toda clase. De igual manera que la impotencia frente a la tiranía, al ser asumida por la población, degenera en aberrantes conductas sociales de opresión y servilismo, la desigualdad ante la ley deriva en la aversión y el rechazo activo a la misma por parte del pueblo. Si no hay igualdad ante ella, la ley se convierte en un instrumento más de explotación por parte de la oligarquía dominante y como tal es despreciada -de manera activa o pasiva- por los dominados.
En España no existen la Ley ni el Estado de Derecho -no hablemos ya de la justicia-, en España existen los que dictan el reglamento y los que deben acatarlo bajo amenaza violenta.
Frente a esta situación declaradamente injusta e ilegítima, y de nuevo, ante la impotencia de no poder cambiarla, los españoles recurren a la picaresca. ¡Ya que no pueden hacer que los gobernantes acaten la ley, ellos tampoco la acatarán! Otra vez, un gesto de rebeldía despechada, un gesto de desesperanza. El español renuncia a darse un verdadero estado de derecho y opta por el "sálvese quien pueda". Frustrado por no poder impedir que la oligarquía defraude, opta por defraudar el también. No aceptará ninguna responsabilidad jovenlandesal cuando le pillen, pues en el fondo se siente coartado jovenlandesalmente por el fraude institucionalizado de los demás.
Así se fragua la cultura del chanchullo y del “¡lgtb el último!”. Con una población que da por sentado que el que más puede más roba. Con un ciudadano medio que no se queja de que los poderes públicos defrauden, sino de que no le dejen defraudar a él también. Donde al que hiere a un ladrón que intentaba robarle le denuncian, y al que arruina un ayuntamiento bajo una avalancha de corrupción le hacen entrevistas en la tele. Donde partidos políticos con decenas de imputados por corrupción reciben reiteradas mayorías absolutas. Un país en el que el trabajador honrado es “el orate” mientras que el ilegal caradura es “el listo”. Un país enfermo y podrido tras siglos de estar influenciado por una oligarquía enferma y podrida. Un país que, bajo el papel de regalo, las luces de colores, las buenas palabras y el perfume caro, sigue siendo un pestilente régimen feudal con todas las de la ley.
España no puede ser un país próspero y moderno mientras que los españoles no se liberen de su complejo servilesco y bandolero. Mas el pueblo español no podrá librarse de la corrupción y el despotismo popular crónicos, mientras su fuente primordial sea la élite dirigente del país.
[YOUTUBE]WP58qosKuKw[/YOUTUBE]
El problema psicológico social
Princess of barrio powerpointista futbolera channel Nº5 tortilla de patata extreme experience
El problema político
Henry Kissinger's Risk party
El problema ideológico
Izquierda vs derecha fight! -Arriba arbitra, abajo paga, recoge los trastos y limpia-
El problema económico
esto va p'arriba
Tu bi continui...
(NOTA: Como veo que me está quedando un tocho monumental, sólo dejo la primera parte, terminaré las demás cuando tenga algo más de tiempo libre. Por favor moderadores, no me lo mováis a política. La parte de economía y sociedad se me ha quedado fuera pero la añadiré en cuanto pueda.)
Los Cinco Problemas que asolan España
Cinco son los grandes problemas que -en mi opinión- asolan nuestro país y que conforman, en última instancia, la gran debacle social en la que nos encontramos ahora mismo. La crisis, precariedad y miseria en la que se ha sumido a las clases populares crece por momentos, al igual que lo hace su frustración y el peligro de un estallido de violencia social.
La complejidad de dichos problemas es extraordinaria, por lo que no es raro que pensadores e intelectuales de todo signo se pierdan en sus análisis dentro del seno de una de las problemáticas en exclusiva. Ésto hace que, generalmente, su discurso carezca de visión de conjunto, resultando sus conclusiones, si no equivocadas, sí un tanto incompletas. De poco servirá el abordar en exclusiva una problemática social, debemos abordarlas todas ellas atajando los problemas de raíz, si queremos que nuestro país algún día deje de ser el reino de la pandereta.
A continuación voy a intentar describir brevemente cuales son -en mi opinión- esas problemáticas. Esas bestias parásitas y crueles que llevan desangrando este país demasiado tiempo ya.
El problema cultural
Los gobernantes no son un reflejo de su pueblo. Es el pueblo el que es un reflejo de sus gobernantes.
Al igual que el padre educa al hijo, o el maestro al alumno, los gobernantes de una nación, a través de los mecanismos sociales y de propaganda de la época, juegan un papel primordial en el moldeado del comportamiento de sus gobernados.
¿En qué afectan a la educación de Juan Luis Cebrián, Florentino Pérez, Emilio Botín, la Duquesa de Alba o Zapatero los hábitos del currito español? En nada prácticamente.
Ellos viven -al igual que sus equivalentes feudales- en sus lujosas residencias situadas en barrios privilegiados, se educan en carísimo centros privados reservados para la élite económica, trabajan en puestos asociados a las altas esferas y viajan en sus tras*portes personales, alejados del vulgo. Poco hay pues, que los vincule al españolito de a pié. Es más, normalmente, el español medio es para ellos un incordio, un mulo desobediente, una cifra en un informe estadístico que pide mucho y curra poco. Su empatía para con las clases populares es nula, y eso, cuando lo que sienten no es un ferviente desprecio.
¿En qué afectan a la educación del currito español los hábitos de su oligarquía? En casi todo.
Desde ser educado en los centros que ellos controlan, hasta la propaganda que recibe a través de los medios de adoctrinación, pasando por el entorno económico en el que debe desenvolverse: todo está controlado y condicionado por la oligarquía, y es esta la que, de manera fulminante, determina en gran medida la calidad humana y el porvenir de su pueblo, no al revés.
Una vez aclarado lo anterior, podemos preguntarnos ¿y cómo es la oligarquía española? ¿qué valores le viene tras*mitiendo a su pueblo? La respuesta a esa pregunta es, por desgracia, muy triste. La oligarquía que lleva rigiendo los destinos de España a lo largo de los últimos siglos es una de las más podridas, decadentes y despóticas de cuantas pueblan Occidente. Una panda de inútiles y traidores que heredaron el país más poderoso del planeta y lo redujeron con su inoperancia a camarero de Europa.
Las más altas instancias españolas han estado -y están- ocupadas por una caterva de incapaces, necios y tiranos que bien podrían haberse escapado del Infierno de Dante. De todo ha habido -y hay- entre esta camarilla: desde el malnacido que entrega en bandeja el país a los franceses y después fusila a los patriotas que lo defendieron del invasor, a una cortesana de palacio, pasando por sinvergüenzas de todo pelaje que tan pronto te llevan a miles de jóvenes españoles a morir perversosmente en jovenlandia, que te pierden colonias de ultramar por pura arrogancia. Politicastros que venderían a su progenitora por sacar brillo el poder. Mandos militares que tratan a sus subordinados a patadas. Una nobleza que no sabe ver más allá del vivir de rentas -o su equivalente moderno, el ladrillo- mientras en Europa estalla la revolución industrial... Si observamos detenidamente las acciones de aquellos que han ocupado -y ocupan- los más altos puestos de responsabilidad en España, conoceremos el verdadero significado de la palabra “esperpento”.
Su inutilidad y estulticia jovenlandesal sólo son comparables a la salvaje violencia con la que están dispuestos a reprimir cualquier movimiento popular que aspire a bajarlos de la poltrona. Lógico, serán unos perversoss, pero no tienen por qué ser necesariamente orates: saben perfectamente que fuera de la órbita del poder se comerían solemnemente los mocos. Antes reducirían a cenizas cada metro cuadrado de la península ibérica que renunciarían a sus privilegios... y esto, por desgracia, es algo que a nivel subconsciente tiene muy bien aprendido el pueblo español: siempre que ha osado resistirse al poder establecido ha sido masacrado y devuelto violentamente al redil.
En España, nunca ha rodado por los suelos la cabeza del tirano. Al contrario. Mientras la oligarquía española dilapidaba por doquier lo que quedaba del imperio, los muertos siempre los ponía el pueblo. No importa cuan salvaje fuera la estupidez del monarca -o presidente- de turno, cuan grande el latrocinio, innecesario el sufrimiento o enorme la pérdida derivada de sus acciones. Por muy flagrante que sea el destrozo que el gobernante ha causado al país, nunca ha pagado seriamente por sus pecados. Siempre han sido las cabezas de los valientes que han osado desafiar al poder las que se han clavado en la picota. Ese es el orgullo de la casta y nuestra vergüenza como españoles.
En España, el pueblo tiene miedo al poder, mientras que el poder se ríe del pueblo.
Esta situación de tensión latente prolongada durante siglos ha dejado una profunda impronta en la psique del español medio -no en vano ha supuesto frecuentemente episodios traumáticos, de un enorme sufrimiento para la población-. La rebeldía contra el opresor nunca se ha premiado en nuestro país con vítores y aplausos, más bien con la horca y el paredón. De padres a hijos, de abuelos a nietos... el miedo al poderoso se viene tras*mitiendo en España de generación en generación. Esto ha hecho al español medio sumiso y rastrero con el poder. No ve sentido en la rebeldía, pues la rebeldía sólo le ha traído vanos quebraderos de cabeza. No tiene esperanza. No cree en algo mejor. Traga sin rechistar con todo lo que le vomitan desde arriba y luego ventila su frustración con sus iguales o con los de abajo.
A su vez, los poderosos, se saben seguros de si mismos, y se crecen. Con una satisfacción casi sádica, refuerzan su autoestima reventando la de sus subalternos, a los que tratan a patadas sabiéndose impunes. Peor aún son aquellos españoles que, tras una larga temporada recibiendo miserias como lacayo, por fin algún día llegan a capataz... ¡huy estos! ¡Que tiemble aquel que tenga por jefe a un español previamente acomplejado por su superior! Gota a gota, de arriba a abajo, el despotismo, el miedo y la falta de empatía con el prójimo se extienden a toda la población. Desde el albañil cuarentón que fue puteado sin compasión de joven y ahora picardea sin descanso al novato de la obra, al empresario palillero que tiene menos escrúpulos que vergüenza, pasando por el político mafioso, la España de El Buscón de Quevedo sigue más viva que nunca.
Al haber perdido la esperanza de librarse de sus opresores, el pueblo español interioriza y asume la opresión como algo cotidiano. La abraza. Pisar o que te pisen, no hay más en la España de castas y estamentos. Dando por sentado que desde las alturas les va a caer sarama a punta pala, los españoles viven en una continua guerra no declarada los unos con los otros. Es una situación terrible, una especie de macabra carrera cuesta arriba por una montaña de estiércol, en la que el único fin de los participantes es cerciorarse de que hay alguien que traga más cosa que uno mismo. Esto hace de la envidia una constante en los españoles. Es un mecanismo defensivo. Hay que controlar en todo momento al vecino para estar siempre un escalón por encima de él. Siempre. Y si no lo estamos, lo aparentamos. Y si no lo aparentamos, mentimos. Los triunfos del vecino duelen como una puñalada en el hígado, pues le alejan a él de la miseria de ser el último mono, a la vez que nos la deja más cerca a nosotros.
Cualquier cosa vale en la sagrada lucha espiritual de todo español por asegurarse de que existe en su entorno alguien más estropeado que él mismo.
Por otro lado, combinada con el despotismo popular y tras*mitida a la población en la misma manera, se encuentra la sempiterna falta de respeto por cualquier tipo de normativa o responsabilidad. De nuevo, es algo en lo que la oligarquía lleva sirviendo de ejemplo al pueblo desde hace cientos de años, saltándose a la torera cualquier ley o constitución que se tercie, mientras acribilla a la población a impuestos, tributos y leyes injustas de toda clase. De igual manera que la impotencia frente a la tiranía, al ser asumida por la población, degenera en aberrantes conductas sociales de opresión y servilismo, la desigualdad ante la ley deriva en la aversión y el rechazo activo a la misma por parte del pueblo. Si no hay igualdad ante ella, la ley se convierte en un instrumento más de explotación por parte de la oligarquía dominante y como tal es despreciada -de manera activa o pasiva- por los dominados.
En España no existen la Ley ni el Estado de Derecho -no hablemos ya de la justicia-, en España existen los que dictan el reglamento y los que deben acatarlo bajo amenaza violenta.
Frente a esta situación declaradamente injusta e ilegítima, y de nuevo, ante la impotencia de no poder cambiarla, los españoles recurren a la picaresca. ¡Ya que no pueden hacer que los gobernantes acaten la ley, ellos tampoco la acatarán! Otra vez, un gesto de rebeldía despechada, un gesto de desesperanza. El español renuncia a darse un verdadero estado de derecho y opta por el "sálvese quien pueda". Frustrado por no poder impedir que la oligarquía defraude, opta por defraudar el también. No aceptará ninguna responsabilidad jovenlandesal cuando le pillen, pues en el fondo se siente coartado jovenlandesalmente por el fraude institucionalizado de los demás.
Así se fragua la cultura del chanchullo y del “¡lgtb el último!”. Con una población que da por sentado que el que más puede más roba. Con un ciudadano medio que no se queja de que los poderes públicos defrauden, sino de que no le dejen defraudar a él también. Donde al que hiere a un ladrón que intentaba robarle le denuncian, y al que arruina un ayuntamiento bajo una avalancha de corrupción le hacen entrevistas en la tele. Donde partidos políticos con decenas de imputados por corrupción reciben reiteradas mayorías absolutas. Un país en el que el trabajador honrado es “el orate” mientras que el ilegal caradura es “el listo”. Un país enfermo y podrido tras siglos de estar influenciado por una oligarquía enferma y podrida. Un país que, bajo el papel de regalo, las luces de colores, las buenas palabras y el perfume caro, sigue siendo un pestilente régimen feudal con todas las de la ley.
España no puede ser un país próspero y moderno mientras que los españoles no se liberen de su complejo servilesco y bandolero. Mas el pueblo español no podrá librarse de la corrupción y el despotismo popular crónicos, mientras su fuente primordial sea la élite dirigente del país.
[YOUTUBE]WP58qosKuKw[/YOUTUBE]
El problema psicológico social
Princess of barrio powerpointista futbolera channel Nº5 tortilla de patata extreme experience
El problema político
Henry Kissinger's Risk party
El problema ideológico
Izquierda vs derecha fight! -Arriba arbitra, abajo paga, recoge los trastos y limpia-
El problema económico
esto va p'arriba
Tu bi continui...