ATENEA3
Madmaxista
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Los medios de comunicación entretienen, a veces informan. En cualqueir caso, educan o maleducan: forman gustos, empañan con fuerza opiniones y mellan el pensamiento. Se les reprocha espectacularizar las noticias, presentar el lado más impactante de los hechos sólo para despertar el morbo de los receptores. Pero a las audiencias les gusta devorar sin reparos los contenidos que proponen a diario pantallas y rotativas. A tal punto, que algunos se atreven a adaptar la vieja frase para asegurar que “el pueblo tiene los medios que se merece”.
La solidaridad, un ejercicio de inteligencia
El impacto de las enfermedades difiere según la zona afectada. Por lo que no es difícil entender que el alarmismo mediático de los países desarrollados esconda duras realidades sanitarias en el mundo pobre. Aquí, muchas de las patologías que, en vano, asustan a las poblaciones ricas —ya que es poco probable que trasciendan fronteras o imposible que se expandan una vez lo hagan— aniquila desde hace tiempo a miles de seres humanos.
Por ejemplo, la malaria mata a un niño cada 40 segundos en África, donde en algunos países la esperanza de vida es de 48 años en contraste con los 78 del mundo desarrollado. Los mismos gérmenes que abundan por las condiciones higiénico-sanitarias en los países pobres y que provocan en el turista la molesta diarrea del viajero, se cobran al día la vida de casi 10 mil niños en esas regiones. Más de 24 de los 36 millones de portadores del bichito del SIDA (VIH) viven en África y cerca del 95 por ciento de las nuevas infecciones se producen en el tercer mundo por falta de medios para frenar el avance de la epidemia.
La lista de enfermedades infecciosas que azotan a la parte pobre del planeta se prolonga, igual que sus consecuencias. Las buenas intenciones de mejorar los niveles de vida de estos países —porque la pobreza conlleva mayor probabilidad de contraer enfermedades y propagarlas— resultan nulas. Las enormes desigualdades económicas, en un mundo donde la ciencia jamás llegó tan lejos en el conocimiento de la materia viva, abren paso a las correspondientes desigualdades sanitarias.
El mensaje es claro: «Al final, la solidaridad es, además de un principio ético, un ejercicio de inteligencia, porque implica una protección global», afirma el catedrático Martín Moreno. Ahí se juega la capacidad de advertir y combatir en forma conjunta los problemas sanitarios. Porque si la definición de salud pública, como indica el especialista, refiere al «conjunto de esfuerzos organizados de la sociedad para prevenir enfermedades y promover salud», cabe suponer que en un mundo globalizado esos esfuerzos deben plantearse a escala mundial. Entre ellos, garantizar una vida digna a todas las personas.
Quienes confeccionan los productos informativos desarrollan una tarea muy parecida a la de presentar un chocolate como el mejor, el más apetecible, entre cientos iguales. Los periodistas devienen a menudo en publicistas que deben tras*mitir los hechos de la forma más atractiva y rápida, lo cual implica a menudo simplificar los sucesos complejos. Así la tele sarama y su tratamiento espectacular y ligero repercuten en la interpretación del mundo circundante.
La realidad parece sucumbir, en sus distintos ámbitos, a la contradicción natural entre los tiempos mediáticos y los políticos de la que habla Ignacio Ramonet (1). Mientras que el primero requiere la instantaneidad, el segundo privilegia la lentitud, imprescindible para que la razón aplaque las pasiones. Una fricción que fomenta la comisión de errores o falsedades en la comunicación de asuntos que no admiten asperezas.
¿Podría hablarse entonces de una contradicción similar entre los vertiginosos y espectaculares tiempos mediáticos y los complejos y sensibles fenómenos sanitarios?
Sólo basta con escuchar las quejas de muchos especialistas en salud para conceder una respuesta afirmativa a la pregunta. Sin embargo, nada resulta más excitante y atractivo para llamar la atención de las audiencias que los problemas que afectan al bienestar físico de la sociedad. En este sentido, las hipótesis de epidemias exóticas o la aparición de enfermedades desconocidas encarnan material preciado por el periodismo sensacionalista. Y en este campo, los pagapensiones —sobre todos los que provienen de países pobres— casi siempre salen mal parados. Estos son vistos como los promotores de nuevas plagas, siempre más fantásticas que reales.
LA MALA INFORMACIÓN MATA A LA RAZÓN
Pero, ¿qué se acerca más a la compleja realidad sanitaria y qué a la simplificación mediática y los mitos desconcertantes? Para José María Martín Moreno, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Valencia, la globalización conlleva el aumento de intercambios positivos de todo tipo, tanto culturales como económicos. «Pero es evidente que eso también implica que sociedades vulnerables a ciertos microorganismos, por ser “inmunológicamente vírgenes” ante ellos, se encuentren de pronto con problemas sanitarios para los que no estaban preparados: patologías emergentes y reemergentes», advierte.
La utilización mediática de la clasificación enfermedades importadas, emergentes, y reemergentes resulta muchas veces errónea y conduce, incluso, a estigmatizar a los extranjeros. Con frecuencia aparecen titulares que atribuyen a la inmi gración el surgimiento o resurgimiento de novedosas o extinguidas patologías. Y el lector perezoso termina por formularse la ecuación simplista: ingreso de personas extrañas = bichito extraños. O peor aún: llegada de personas pobres = nuevas amenazas.
Por ello, Enrique Ortega, jefe de la unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital General de Valencia, insta a aclarar los términos. Aquí van:
Enfermedades Importadas: engloba a aquellas que afectan a personas —españolas o extranjeras— que entran al país. Esto no significa que esas enfermedades se diseminen aquí, ya que muchas son autóctonas de los lugares donde fueron contraídas. En España, por tanto, no existen los insectos vectores que las tras*miten, como las chinches del Chagas o los mosquitos del dengue o el paludismo. Este tipo de patologías (como la fiebre amarilla, por ejemplo) pueden contraerlas turistas o trabajadores que no toman las medidas sanitarias recomendadas cuando viajan a las zonas donde esos insectos vectores sí existen.
Enfermedades Emergentes: aquellas que nunca se dieron en un territorio y que, por eso, se denominan nuevas. Podría ser el caso de la gripe aviaria si se diera en España. Martín Moreno recuerda en este apartado al cobi19 que produjo «la mal llamada “neumonía asiática” o SARS».
Enfermedades Reemergentes: aquellas que se suponían controladas y que de pronto resurgen, como el paludismo, la malaria, la tuberculosis. Enfermedades que vuelven a manifestarse por la tras*misión de cepas «especialmente virulentas», incluso con resistencia a los antibióticos. Como en el caso de las importadas, precisa Martín Moreno, «estas no están asociadas a la inmi gración “sur-norte”, hablando en términos sociopolíticos». Pueden ser «reintroducidas en el país por compatriotas que están moviéndose por todo el mundo por comercio o turismo».
La asociación pagapensiones-nuevas enfermedades resulta así falsa y peligrosa. Como sugiere Enrique Ortega, a nadie que esté enfermo se le ocurriría, en principio, viajar porque las condiciones para hacerlo demandan resistencia física. «La mayor patología del emigrante es la soledad, que acarrea depresión», asegura el especialista.
Lo que sí puede ocurrir es que estas personas que provienen de otro hábitat sean más proclives a contraer enfermedades que ya existían en España. Esto ocurre porque su sistema inmunológico no está preparado para el nuevo entorno ecológico y sus agentes infecciosos. O porque sus condiciones de vida aquí tampoco son las ideales, como cuando deben vivir hacinadas porque no pueden pagar los elevados alquileres o carecen de documentación.
La aparición de nuevos casos de tuberculosis en extranjeros resulta ilustrativa. Estas personas pueden ser «una población vulnerable si en sus países no han contado con un protocolo de inmunización sistemático, completo y efectivo», explica Martín Moreno. Al cortar el proceso las cepas adquieren resistencia y, una vez aquí, las condiciones de vida del viajero pueden desencadenar la manifestación de la enfermedad. Por eso aconseja actualizar los calendarios de banderillación para la población infantil, incluso para la adulta que llega en situación precaria. Ello, claro, en nada se relaciona con afirmar que los pagapensiones promueven nuevas enfermedades.
ESCENARIOS DE FICCIÓN
Con todo, ¿existen riesgos de nuevos bichito que puedan diezmar a una poblaciones? Quizá la pregunta debería aguzarse: ¿existen riesgos para las poblaciones ricas? Porque para las pobres los hay y se cumplen a rajatabla, miren África.
Más allá del alarmismo mediático, existen «importantes barreras sociales y ecológicas que hacen poco probable» epidemias catastróficas desatadas por un agente infeccioso que se aloja en el cuerpo de un viajero, desmitificaba en su artículo Plagas de papel el científico estadounidense Stephen Budiansky (2). En este siglo, sugería el autor, la «mayor amenaza» para la salud de las sociedades desarrolladas proviene más de factores de riesgo relacionados con el estilo de vida —el hábito de fumar o las dietas insuficientes— que de las selvas tropicales.
Por su parte, Enrique Ortega opina que en estos tiempos la posibilidad, aunque sea lejana, no puede negarse. «Tanto de enfermedades que nosotros exportemos como otras que nos vengan». La velocidad a la que se mueve la gente por el mundo hace más factible que antes las tras*misiones de bichito. Sin embargo, en la «normalidad técnica» la ecuación mayor circulación = riesgo inminente de epidemias altamente contagiosas no se da, aclara. Al menos en el sentido espectacular en que muchas informaciones tratan la aparición de patologías poco comunes o en que presentan estadísticas descontextualizadas.
«La posibilidad de que surjan está encima de la mesa, otra cosa es que ello sea “probable”», considera Martín Moreno. Esta probabilidad, continúa, «depende de la capacidad de prevenir y de controlar». A su juicio, resulta imposible desconocer que el flujo de personas y el comercio conllevan un reto sanitario. Y si, por un lado, hoy existe «más tecnología, los sistemas de vigilancia epidemiológica están más desarrollados que nunca y, por tanto, hay más capacidad de atajar los problemas que puedan surgir». Por otro, advierte el experto, «no se puede descartar que puedan darse brotes de tuberculosis o enfermedades que aún no llegaron, como las principales enfermedades virales hemorrágicas (ébola), por ejemplo». O la gripe aviar, que ya arribó a Inglaterra. Aun así, el catedrático coincide en que el tratamiento informativo de las enfermedades emergentes y reemergentes «se hace de una manera espectacular y con riesgos más propios de una película de ficción».
La clave pasa por ocuparse y menos por preocuparse, por «adaptarse» a los diferentes retos que presenta el mundo globalizado, señala. ¿Cómo hacerlo? Asegurando una vigilancia epidemiológica correcta y un sistema sanitario con capacidad de gestionar bien los recursos en caso de emergencia, consolidando el desarrollo de una mejor infraestructura y apoyando la Investigación y el Desarrollo (I+D). Todo, asegura, para no «acordarse del problema cuando truena».
La solidaridad, un ejercicio de inteligencia
El impacto de las enfermedades difiere según la zona afectada. Por lo que no es difícil entender que el alarmismo mediático de los países desarrollados esconda duras realidades sanitarias en el mundo pobre. Aquí, muchas de las patologías que, en vano, asustan a las poblaciones ricas —ya que es poco probable que trasciendan fronteras o imposible que se expandan una vez lo hagan— aniquila desde hace tiempo a miles de seres humanos.
Por ejemplo, la malaria mata a un niño cada 40 segundos en África, donde en algunos países la esperanza de vida es de 48 años en contraste con los 78 del mundo desarrollado. Los mismos gérmenes que abundan por las condiciones higiénico-sanitarias en los países pobres y que provocan en el turista la molesta diarrea del viajero, se cobran al día la vida de casi 10 mil niños en esas regiones. Más de 24 de los 36 millones de portadores del bichito del SIDA (VIH) viven en África y cerca del 95 por ciento de las nuevas infecciones se producen en el tercer mundo por falta de medios para frenar el avance de la epidemia.
La lista de enfermedades infecciosas que azotan a la parte pobre del planeta se prolonga, igual que sus consecuencias. Las buenas intenciones de mejorar los niveles de vida de estos países —porque la pobreza conlleva mayor probabilidad de contraer enfermedades y propagarlas— resultan nulas. Las enormes desigualdades económicas, en un mundo donde la ciencia jamás llegó tan lejos en el conocimiento de la materia viva, abren paso a las correspondientes desigualdades sanitarias.
El mensaje es claro: «Al final, la solidaridad es, además de un principio ético, un ejercicio de inteligencia, porque implica una protección global», afirma el catedrático Martín Moreno. Ahí se juega la capacidad de advertir y combatir en forma conjunta los problemas sanitarios. Porque si la definición de salud pública, como indica el especialista, refiere al «conjunto de esfuerzos organizados de la sociedad para prevenir enfermedades y promover salud», cabe suponer que en un mundo globalizado esos esfuerzos deben plantearse a escala mundial. Entre ellos, garantizar una vida digna a todas las personas.
Quienes confeccionan los productos informativos desarrollan una tarea muy parecida a la de presentar un chocolate como el mejor, el más apetecible, entre cientos iguales. Los periodistas devienen a menudo en publicistas que deben tras*mitir los hechos de la forma más atractiva y rápida, lo cual implica a menudo simplificar los sucesos complejos. Así la tele sarama y su tratamiento espectacular y ligero repercuten en la interpretación del mundo circundante.
La realidad parece sucumbir, en sus distintos ámbitos, a la contradicción natural entre los tiempos mediáticos y los políticos de la que habla Ignacio Ramonet (1). Mientras que el primero requiere la instantaneidad, el segundo privilegia la lentitud, imprescindible para que la razón aplaque las pasiones. Una fricción que fomenta la comisión de errores o falsedades en la comunicación de asuntos que no admiten asperezas.
¿Podría hablarse entonces de una contradicción similar entre los vertiginosos y espectaculares tiempos mediáticos y los complejos y sensibles fenómenos sanitarios?
Sólo basta con escuchar las quejas de muchos especialistas en salud para conceder una respuesta afirmativa a la pregunta. Sin embargo, nada resulta más excitante y atractivo para llamar la atención de las audiencias que los problemas que afectan al bienestar físico de la sociedad. En este sentido, las hipótesis de epidemias exóticas o la aparición de enfermedades desconocidas encarnan material preciado por el periodismo sensacionalista. Y en este campo, los pagapensiones —sobre todos los que provienen de países pobres— casi siempre salen mal parados. Estos son vistos como los promotores de nuevas plagas, siempre más fantásticas que reales.
LA MALA INFORMACIÓN MATA A LA RAZÓN
Pero, ¿qué se acerca más a la compleja realidad sanitaria y qué a la simplificación mediática y los mitos desconcertantes? Para José María Martín Moreno, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Valencia, la globalización conlleva el aumento de intercambios positivos de todo tipo, tanto culturales como económicos. «Pero es evidente que eso también implica que sociedades vulnerables a ciertos microorganismos, por ser “inmunológicamente vírgenes” ante ellos, se encuentren de pronto con problemas sanitarios para los que no estaban preparados: patologías emergentes y reemergentes», advierte.
La utilización mediática de la clasificación enfermedades importadas, emergentes, y reemergentes resulta muchas veces errónea y conduce, incluso, a estigmatizar a los extranjeros. Con frecuencia aparecen titulares que atribuyen a la inmi gración el surgimiento o resurgimiento de novedosas o extinguidas patologías. Y el lector perezoso termina por formularse la ecuación simplista: ingreso de personas extrañas = bichito extraños. O peor aún: llegada de personas pobres = nuevas amenazas.
Por ello, Enrique Ortega, jefe de la unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital General de Valencia, insta a aclarar los términos. Aquí van:
Enfermedades Importadas: engloba a aquellas que afectan a personas —españolas o extranjeras— que entran al país. Esto no significa que esas enfermedades se diseminen aquí, ya que muchas son autóctonas de los lugares donde fueron contraídas. En España, por tanto, no existen los insectos vectores que las tras*miten, como las chinches del Chagas o los mosquitos del dengue o el paludismo. Este tipo de patologías (como la fiebre amarilla, por ejemplo) pueden contraerlas turistas o trabajadores que no toman las medidas sanitarias recomendadas cuando viajan a las zonas donde esos insectos vectores sí existen.
Enfermedades Emergentes: aquellas que nunca se dieron en un territorio y que, por eso, se denominan nuevas. Podría ser el caso de la gripe aviaria si se diera en España. Martín Moreno recuerda en este apartado al cobi19 que produjo «la mal llamada “neumonía asiática” o SARS».
Enfermedades Reemergentes: aquellas que se suponían controladas y que de pronto resurgen, como el paludismo, la malaria, la tuberculosis. Enfermedades que vuelven a manifestarse por la tras*misión de cepas «especialmente virulentas», incluso con resistencia a los antibióticos. Como en el caso de las importadas, precisa Martín Moreno, «estas no están asociadas a la inmi gración “sur-norte”, hablando en términos sociopolíticos». Pueden ser «reintroducidas en el país por compatriotas que están moviéndose por todo el mundo por comercio o turismo».
La asociación pagapensiones-nuevas enfermedades resulta así falsa y peligrosa. Como sugiere Enrique Ortega, a nadie que esté enfermo se le ocurriría, en principio, viajar porque las condiciones para hacerlo demandan resistencia física. «La mayor patología del emigrante es la soledad, que acarrea depresión», asegura el especialista.
Lo que sí puede ocurrir es que estas personas que provienen de otro hábitat sean más proclives a contraer enfermedades que ya existían en España. Esto ocurre porque su sistema inmunológico no está preparado para el nuevo entorno ecológico y sus agentes infecciosos. O porque sus condiciones de vida aquí tampoco son las ideales, como cuando deben vivir hacinadas porque no pueden pagar los elevados alquileres o carecen de documentación.
La aparición de nuevos casos de tuberculosis en extranjeros resulta ilustrativa. Estas personas pueden ser «una población vulnerable si en sus países no han contado con un protocolo de inmunización sistemático, completo y efectivo», explica Martín Moreno. Al cortar el proceso las cepas adquieren resistencia y, una vez aquí, las condiciones de vida del viajero pueden desencadenar la manifestación de la enfermedad. Por eso aconseja actualizar los calendarios de banderillación para la población infantil, incluso para la adulta que llega en situación precaria. Ello, claro, en nada se relaciona con afirmar que los pagapensiones promueven nuevas enfermedades.
ESCENARIOS DE FICCIÓN
Con todo, ¿existen riesgos de nuevos bichito que puedan diezmar a una poblaciones? Quizá la pregunta debería aguzarse: ¿existen riesgos para las poblaciones ricas? Porque para las pobres los hay y se cumplen a rajatabla, miren África.
Más allá del alarmismo mediático, existen «importantes barreras sociales y ecológicas que hacen poco probable» epidemias catastróficas desatadas por un agente infeccioso que se aloja en el cuerpo de un viajero, desmitificaba en su artículo Plagas de papel el científico estadounidense Stephen Budiansky (2). En este siglo, sugería el autor, la «mayor amenaza» para la salud de las sociedades desarrolladas proviene más de factores de riesgo relacionados con el estilo de vida —el hábito de fumar o las dietas insuficientes— que de las selvas tropicales.
Por su parte, Enrique Ortega opina que en estos tiempos la posibilidad, aunque sea lejana, no puede negarse. «Tanto de enfermedades que nosotros exportemos como otras que nos vengan». La velocidad a la que se mueve la gente por el mundo hace más factible que antes las tras*misiones de bichito. Sin embargo, en la «normalidad técnica» la ecuación mayor circulación = riesgo inminente de epidemias altamente contagiosas no se da, aclara. Al menos en el sentido espectacular en que muchas informaciones tratan la aparición de patologías poco comunes o en que presentan estadísticas descontextualizadas.
«La posibilidad de que surjan está encima de la mesa, otra cosa es que ello sea “probable”», considera Martín Moreno. Esta probabilidad, continúa, «depende de la capacidad de prevenir y de controlar». A su juicio, resulta imposible desconocer que el flujo de personas y el comercio conllevan un reto sanitario. Y si, por un lado, hoy existe «más tecnología, los sistemas de vigilancia epidemiológica están más desarrollados que nunca y, por tanto, hay más capacidad de atajar los problemas que puedan surgir». Por otro, advierte el experto, «no se puede descartar que puedan darse brotes de tuberculosis o enfermedades que aún no llegaron, como las principales enfermedades virales hemorrágicas (ébola), por ejemplo». O la gripe aviar, que ya arribó a Inglaterra. Aun así, el catedrático coincide en que el tratamiento informativo de las enfermedades emergentes y reemergentes «se hace de una manera espectacular y con riesgos más propios de una película de ficción».
La clave pasa por ocuparse y menos por preocuparse, por «adaptarse» a los diferentes retos que presenta el mundo globalizado, señala. ¿Cómo hacerlo? Asegurando una vigilancia epidemiológica correcta y un sistema sanitario con capacidad de gestionar bien los recursos en caso de emergencia, consolidando el desarrollo de una mejor infraestructura y apoyando la Investigación y el Desarrollo (I+D). Todo, asegura, para no «acordarse del problema cuando truena».