Los asesinos de Sandra Palo a los que el sistema protege.

MAESE PELMA

por el ojo ciego una buena platano
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11 Jul 2021
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1. Rafael García Fernández, 'Rafita', tenía 14 años, aunque desde los 7 venía delinquiendo en la llamada 'banda del chupete'. Solo pasó cuatro años en un centro de menores y otros tres en supuesta libertad vigilada, aunque realmente desde entonces ha ido engarzando detenciones, unas 25, y entradas y salidas de prisión por su pertenencia a distintas organizaciones criminales. Cuando la Comunidad de Madrid le abrió la puerta a su libertad, en 2007 (contra el criterio de Fiscalía y técnicos, pues solo había mostrado interés en carpintería en esos cuatro años de encierro), Mari Mar Bermúdez ya predijo lo que ocurriría. Jamás ha pedido perdón ni ha mostrado arrepentimiento real. «La asignatura pendiente en este país somos las víctimas. A nosotros nos han tratado como de segunda categoría. En el caso de las víctimas del terrorismo, las han ayudado. Han estado más reconocidas. En el nuestro, para nada».

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2. Ramón Santiago Jiménez, 'Ramón', que era vecino de la Cañada Real y de 16 años entonces, acumula otra veintena de reseñas posteriores. Padre como el Rafita de dos niños, ahora dice que se 'dedica' a la música urbana y a fanfarronear de coches de alta gama y una vida labrada al margen de la ley en redes sociales.
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3. Ramón Manzano Manzano, 'Ramoncín', también menor de edad en 2003 (17 años), pasó ocho años en un centro hasta octubre de 2012; no se le conoce otra vida que la criminal, aún en estos días.
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4. Francisco Javier Astorga Luque, 'Malaguita', ahora con 38 años, nacido en ciudad andaluza y vecino de Vallecas, fue arrestado un mes después del suceso, tras robar un coche y atropellar a un peatón. Le condenaron a 64 años de guandoca. Le quedan, al menos, cinco (y máximo, otros cinco más) a la sombra, en la prisión de Herrera de la Mancha (Ciudad Real). Ha contado con preso sombra (en aplicación del protocolo antisuicidios) y ha trabajado en el economato de la guandoca.
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Tenía 22 años cuando la violaron y la quemaron.

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Así la mataron.


Aquella tarde, Sandra salía de su casa en el barrio de Las Margaritas en Getafe para encontrarse al norte de Madrid con sus compañeros de clase. Sobre las dos y media de la madrugada decidió regresar a casa. Ese mismo día era la comunión de su hermano pequeño, Ismael, y no quería llegar demasiado tarde. Se despidió de sus amigas en la plaza Elíptica (Carabanchel) para coger el Búho de regreso. Incluso envió un mensaje a sus padres informándoles que estaba esperando al autobús. No estaba sola, su novio la acompañaba.

Por otro lado, cuatro jóvenes entre 14 y 18 años montados en un ZX verde oscuro se dirigían a un garaje de Alcorcón para cambiar de vehículo. Esa noche querían realizar varios alunizajes y lo tenían todo listo. Ya entonces, fuentes policiales confirmaron que los cuatro delincuentes se dedicaban a robar tiendas empotrando coches contra los escaparates. Entre todos acumulaban en torno a 700 denuncias.

Durante el trayecto, arribaron a la plaza Elíptica donde se encontraba la pareja. Fue entonces cuando Francisco Javier Astorga Luque, ‘El Malaguita (tenía 18 años y cinco meses), le dijo a uno de los menores: “Haz todo lo que sea necesario para que suba al coche porque quiero liarme con ella”. Amenazados a punta de navaja, Sandra y su acompañante subieron al vehículo, pero a los pocos kilómetros se deshicieron del chico. Como luego se supo durante el juicio, las súplicas de la chica fueron una constante. Solo pedía que la dejaran marchar para acudir a la Primera Comunión de su hermano. Sin embargo, los delincuentes hicieron caso omiso a sus peticiones.

Después de secuestrarla y de que Juan Ramón Manzano Manzano (‘Ramoncín’) y Rafael Fernández García (‘El Rafita’) en la parte trasera del vehículo, impidiesen que Sandra huyese, decidieron parar en un descampado junto a la carretera de Toledo (N-401). Allí se encontraba la fábrica de rótulos Fraile y donde comenzó la tortura de Sandra.

Primero, los dos menores anteriormente citados junto a Ramón Santiago Jiménez (‘Ramón’), la inmovilizaron para que no pudiese escapar y comenzaron a violarla. Uno detrás de otro, durante cuarenta y cinco minutos. La joven intentó resistirse pidiendo auxilio sin éxito. Tras la violenta agresión sensual y completamente extenuada, Sandra intentó ponerse en pie. Pero ‘El Malaguita’ se percató que podía delatarles y decidió acabar con su vida.

Aprovechándose de lo malherida que se encontraba la joven, el mayor de edad se metió en el coche y lo aceleró hasta atropellarla brutalmente. La empotró contra el muro trastero de la fábrica. Como continuaba moviéndose aceleró de nuevo y repitió la acción hasta en “quince ocasiones”. Los jóvenes eran conscientes que si les identificaba tendrían problemas. Portaban ya multitud de antecedentes policiales a sus espaldas. Así que para borrar huellas, se acercaron a una gasolinera en Santa María de la Cabeza, compraron un euro de gasolina y regresaron. Allí, una Sandra agonizante intentaba sobrevivir. Después de rociarla con el líquido inflamable, la prendieron fuego. “Su fin fue agónica y atroz, y se ensañaron con la víctima para ocultar su violación”, recalcó la fiscal durante el juicio.

Mientras tanto, los padres de Sandra Palo denunciaban su desaparición en una comisaría madrileña. Esperaban que su hija volviese a tiempo para la celebración. Esa misma mañana, la familia acudía a la iglesia por la comunión del pequeño y a las doce y media regresaron al domicilio. Allí les esperaba la policía para darles la mala noticia. A las 7:40 de la mañana, un camionero que se dirigía dirección Toledo avistó un bulto en un camino perpendicular a la autovía a la altura del kilómetro 8,200, en Leganés. Cuando se bajó y comprobó de qué se trataba, llamó inmediatamente a las autoridades. Había encontrado a una mujer muerta, calcinada y con evidentes signos de violencia. Era Sandra Palo.
 
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