Lo que va de Iessus a Jesucristo

M. Priede

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Nada que no sepamos, o sea, que el cristianismo fue obra de un judío romanizado y helenizado, Pablo, y el choque que tuvo con el judaísmo tradicional, el cual temía, y con razón, que aquello daría pie a otra religión diferente, puesto que no respetaba la unión de Dios con su pueblo. El judaísmo no es contrario a las conversiones, pero el converso ha de aceptar poner por encima de todo el pueblo que le adopta. Jon Juarisi sabe de esto, pero No, no voy a la sinagoga. En cuanto al judaísmo, hay interpretaciones y adaptaciones individuales muy distintas, con independencia de la dimensión comunitaria o colectiva. Pero no sé qué decirle. No me gusta hablar del tema. Jon Juaristi: Los nacionalismos no son reaccionarios, sino revolucionarios

Por otra parte refuerza de algún modo las tesis de Puente Ojea y que leí hace más de treinta años, según las cuales Cristo fue condenado por sedición a Roma y por denunciar a los cómplices de la clase sacerdotal judía. Aquí no habla de clases sino de 'facciones político–religiosas'. (Merece la pena leerlo completo. Breve y muy ilustrativo para el que quiera saber cómo un hombre bastante común (tenía pasión, eso sí, y don de la palabra) acaba convertido en un dios. De Iessus (en latín, que viene del hebreo Yehoshuah= «Yahvéh es salvación») a Jesucristo. En resumen: Cristo jamás fue cristiano:

Se creía inspirado y dotado por una supuesta entidad suprema, Dios, la cual le habría encargado guiar al pueblo hebreo antes del Juicio Final. Su pretensión era recuperar los principios de la Antigua Alianza, que él consideraba contaminados por la interpretación «hipócrita» que de ella hacían los escribas y los fariseos. Jesús era un judío purista que creía en la llegada inminente del fin del mundo. El papel que desempeñó encajaba perfectamente dentro de la tradición mesiánica de que era partícipe el judaísmo más providencialista, que desde hacía siglos estaba esperando la llegada del Enviado. En el Antiguo Testamento esto se hace patente en profetas como Isaías, Daniel o Ezequiel{7}, quienes pronosticaban la futura llegada de un guía aglutinador del pueblo de Sión.​
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La imagen de Jesús enseguida fue desvirtuada conforme la secta judía de los nazarenos se tras*formaba en una nueva religión. Para sus primeros seguidores, Jesús fue rabino, profeta y Mesías. Los profetas fueron denunciantes, intérpretes teológicos y consejeros prácticos. El profetismo comenzó defendiendo la pureza de la religión yahvista contra las desviaciones. Dentro de la historia del pueblo hebreo ha habido muchos personajes que se han autoproclamado Mesías. Así, tenemos figuras como Teudas (año 44 d.C.), Benjamín, ‘El Egipcio’ (58 d.C.), Simón Bar-Kochba (131 d.C.), David Alray (1160 d.C.), Sabatai Zeví (1648 d.C.) y Lubavitch (actualidad). Todos ellos asumieron el papel profético libertador de Israel existente en el Antiguo Testamento, al igual que Jesús.​
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En el contexto temporal próximo y contemporáneo a la vida de Jesús, el judaísmo se encontraba dividido en varias facciones político–religiosas. De entre ellas, se tiene constancia de la existencia de al menos cuatro corrientes principales, a las que habría que añadir la de los samaritanos. Siguiendo al historiador judío Flavio Josefo y en base a lo que sabemos en la actualidad, éstas son:​
Saduceos.- Formaban la nobleza sacerdotal y laica, ocupando el estrato superior de la sociedad hebrea. Representaban la ideología conservadora, que en lo religioso anteponía la autoridad del Pentateuco (los cinco libros de la Ley: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) a la ley oral. Los saduceos pretendían una vinculación directa a Sadoc, el sumo sacerdote a quien David pusiera la frente del templo de Yahvéh; eran una derivación del sacerdocio sadocita, el legítimo. Dominaban en el Sanedrín y tenían la responsabilidad del culto en el templo de Jerusalén así como de las ordenaciones sacerdotales. No creían en la existencia del más allá, ni en la resurrección de los muertos, así como tampoco en la actuación de los ángeles ni de la Providencia. Tenían una concepción religiosa no antropomórfica.​
Fariseos.- Surgieron probablemente del movimiento hasídico del siglo II a.C., pero sus raíces quizá se hunden en la época de dominación persa (siglo VI-V a.C.). Eran representantes del movimiento sacerdotal creado tras el destierro babilónico del siglo VI. Daban tanta importancia a la ley escrita como a la tradición oral. Acomodaban la interpretación de la Ley a las necesidades de cada momento. Controlaban la religiosidad de las sinagogas y las escuelas rabínicas, tanto elementales como superiores, en donde se dedicaban al estudio de los textos religiosos. Su doctrina de salvación era generosa con los israelitas, siendo menos entusiastas con los paganos, aunque la intensidad de tal diferencia de trato varía según los maestros o los libros. Los fariseos eran laicos y solían estar presididos por escribas (seglares cultos). Antonio Piñero considera como doctrina propia del fariseísmo la concepción de Dios como un ser absolutamente espiritual, trascendente, incomprensible, sabio, justo, misericordioso y padre de los hombres. El nombre de Dios no podía ser pronunciado, sino sustituido por otros términos. Ellos pensaban que Dios podía ser adorado desde cualquier lugar y que el hombre es libre para elegir el bien o el mal. Los fariseos concebían la creación divina del ser humano, así como la existencia de la resurrección, los ángeles, los demonios, los espíritus y el Juicio Final. Eran enemigos de los romanos y, al igual que en la época macedónica, rechazaban las imposiciones externas, aunque sin adoptar una postura violenta.​
Esenios.- El desarrollo de esta secta tuvo lugar entre los siglos II a.C. y I d. C. Probablemente, su origen deba situarse en los exiliados hebreos de Babilonia, quienes durante el destierro conservaron una visión hiperpurista del dogma religioso, el cual llevarían consigo tras su regreso a Palestina. Según Josefo, los esenios aparecieron en tiempos de Jonatan Macabeo, quien al enfrentarse al Maestro de Justicia, provocó la ruptura del bloque hasídico y la consiguiente dispersión de los distintos grupos judíos, que anteriormente habían formado un todo homogéneo para hacer frente a Antíoco IV. Varios autores del siglo I d. C. se ocuparon en describir la vida de los esenios, como el naturalista latino Plinio el Viejo, el ya mencionado Josefo, Filón de Alejandría y, ya en el siglo III d. C., Hipólito de Roma. Además de la información que nos dan estos autores, tenemos otra fuente complementaria, los Manuscritos del Qumrán, redactados por los propios esenios durante su estancia a orillas del Mar Muerto. Los esenios conformaban una corriente ascética de tipo mesiánico, la cual planteaba una religiosidad intransigente unida a un anhelo aislacionista. Hacían vida cenobítica –ermitaña– en torno al desierto y creían que el templo de Jerusalén estaba mancillado por un sacerdocio indigno, pues se autoconsideraban los únicos herederos del auténtico Israel, utilizando para sí mismos la denominación de «el resto». El esenismo tuvo sus principales focos de recepción en algunas ciudades de ****a y a orillas del Mar Muerto. Llevaban una vida comunitaria y no existía propiedad privada entre ellos. Se regían por un sistema normativo riguroso que penaba la más leve falta. Los interesados en entrar a la secta debían someterse a un período de prueba que duraba tres años. En las plegarias que precedían a la comida debían jurar ser piadosos; observar la justicia con los hombres; no perjudicar a nadie; socorrer a los justos y reprobar a los injustos; obedecer a la autoridad permitida por Dios; no ser insolente cuando se tiene un rango superior; no distinguirse de los demás en la forma de vestir; no robar ni buscar ganancias ilícitas; no ocultar nada a la comunidad y no descubrir nada de ella a los ajenos de la misma (ni los libros ni los nombres de sus ángeles tutelares). Los esenios expulsaban de la comunidad a quienes cometían graves infracciones, a los que solían abandonar a su suerte, aunque podían readmitir a los arrepentidos. Se reunían un centenar de personas para tratar los asuntos judiciales. Veneraban a Moisés y castigaban con la fin a quien blasfemaba contra él. Obedecían a los ancianos y se lavaban después de hacer las necesidades corporales. Se subdividían en cuatro grupos dependiendo de la fecha o antigüedad de ingreso en la comunidad. Muchos de los miembros vivían más de cien años. Su cosmovisión concebía que los cuerpos son incorruptibles y las almas inmortales, considerando el cuerpo como una guandoca temporal. Creían, al igual que los griegos, que a las almas buenas les estaba reservada una jovenlandesada más allá del «Océano», y a las malas una lóbrega caverna. Algunos preveían el futuro a través de los libros sagrados. En sus ceremonias compartían pan y vino. Josefo señala a otro grupo de esenios, semejante en todo a los anteriores salvo en que son partidarios del matrimonio. Los esenios del Qumrán, tal y como ha demostrado la arqueología, sabían fabricar armas. Según Filón y Josefo, el número total de esenios se cifraba en 4.000.​
Zelotes.- Es la cuarta secta descrita por Josefo en sus Antigüedades judías. Doctrinalmente, coincidían con los fariseos en todo salvo en que no admitían más señor que a Dios. Josefo da menos importancia a los zelotes ( «celosos») que a otras variantes judaicas. Eran contrarios a pagar tributo al emperador romano y a los matrimonios mixtos entre judíos y no judíos. Propugnaban la acción violenta, con la que pretendían crear un Estado teocrático libre de extranjeros y de paganos. Se cree que el fundador de la secta fue Judas el Galileo, natural de Gamala, quien tenía un fuerte talante independentista. Los zelotes iniciaron la crisis que daría lugar a la primera guerra hebraica (66-73 d. C.) contra Roma.​
Samaritanos.- El caso samaritano es singular ya que se trata del único grupo judío que nunca ha sido expulsado de Palestina. Escisión religiosa del S. VI a. C –como consecuencia del conflicto surgido entre los hebreos palestinos y los que regresaron del exilio babilonio–, los samaritanos tienen su templo en el monte Gerizim y siguen realizando prácticas ancestrales como la de sacrificar corderos. Actualmente, este colectivo lo conforman medio millar de personas, quienes se autoconsideran los verdaderos portadores del judaísmo.​
El predicador judío hacía constantes referencias a pasajes del Antiguo Testamento en sus parábolas, el cual nunca rechazó como punto de inspiración para la tradición hebrea. Así, en los versículos 17 y 18 del capítulo quinto del Evangelio según Mateo dice:
XVII. «No penséis que he venido para abolir la Ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir
XVIII. «Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido.»
En otros pasajes Jesús insiste en la profesión judaica de su mensaje. Mateo vuelve a reflejar este hecho cuando narra la recomendación que el predicador hace a sus discípulos al respecto (Mt 10, 5-7): «No vayáis a los gentiles ni penetréis en ciudad de samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y en vuestro camino predicad diciendo: El Reino de Dios se acerca». Más adelante, el predicador se justifica ante una mujer cananea que tiene una hija endemoniada y a la que, en principio, él niega ayuda argumentando que (Mt 10,5-7): «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel... No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos».​
Marcos y Lucas también recogieron la vocación exclusivista de Jesús, quien ya tenía predefinidos a los receptores de su mensaje. En Marcos (cap. 12, vers. 28-31), el profeta resume así la asunción de la ley mosaica: «Se le acercó uno de los escribas que había escuchado la disputa, el cual le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús contestó: ’Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas‘. El segundo es éste: ‘Amarás al prójimo como a ti mismo’. Mayor que estos no hay mandamiento alguno». Lucas, por su parte, relata de la siguiente manera el encuentro inesperado acontecido entre Cleofás, otro discípulo y Jesús, a quien no reconocen y desvelan su pasión (Lc. Cap. 24, vers. 19-21): «Lo de Jesús Nazareno, varón y profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; como le entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados para que fuese condenado a fin y crucificado. Nosotros esperábamos que sería Él quien rescataría a Israel; más con todo, van ya tres días de esto».
Jesús no escribió nada, no tuvo cargo sacerdotal alguno, no salvó al pueblo de Israel, ni fundó una nueva religión. La acción del predicador fue espontánea y no tenía una proyección de futuro a largo plazo. La conversión de la secta judía de los cristianos en una nueva religión tuvo lugar a finales del siglo I, a partir de varios acontecimientos:​
La intervención de Pablo, quien condujo al grupo a la herejía al sacralizar la figura de Jesús y predicar su mensaje entre la población pagana de Oriente Medio y Asia Menor, lo que le enfrentó a la corriente purista dirigida por Santiago, hermano de Jesús, que pretendía seguir una directriz propiamente hebraica. El precedente de dicha herejía se encuentra en Jerusalén, donde se produjeron las primeras disensiones entre los israelitas de lengua aramea y los helenizados. Los helenistas se enfrentaron a los hebreos tradicionalistas en las sinagogas de la Diáspora a raíz de la actuación de Esteban, un judío griego que criticaba a Moisés. Fue acusado de blasfemo por atacar al templo y a la Ley. Los ****o-cristianos helenistas se dispersaron por Palestina tras el linchamiento de Esteban, hacia el 33-35 d. C. Los helenistas, que tenían ideas universalistas, pronto se independizaron de la facción más conservadora{8}. Los representantes del helenismo fundaron la comunidad de Antioquía, no seguían la ley mosaica y tenían como objetivo la conversión de los gentiles. Su fundación data del año 35 y de aquí procede Pablo (Saulo de Tarso){9}, quien predicó durante más de dos años en Siria, Cilicia y Grecia. El dogma principal de esta comunidad era el anuncio de la crucifixión y de la resurrección de Jesús. En el año 49 o 50, tuvo lugar una asamblea reconciliadora en Jerusalén, en donde Pedro, que defendía la expansión a los gentiles, y los judaizantes radicales llegaron a un compromiso por el que se eximía del cumplimiento de la ley mosaica a los cristianos procedentes de la gentilidad, pero obligándoles a abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos y a no ingerir sangre, ni consumir animales estrangulados, así como a no contraer uniones ilegales. Con todo, las tensiones continuaron, pues Pablo reivindicaba su evangelio como opuesto a la Ley al equiparar a judíos y gentiles en sus Cartas a los romanos, a los gálatas y a los corintios. El reformador rompió con el legalismo hebreo al afirmar que la sola fe en Jesús era suficiente para obtener la salvación. Con esta maniobra, Pablo universalizó y dio pie a la paganización del mensaje judaico de Jesús, tergiversando así el sentido original del mismo. Reformula la Alianza con el Nuevo Israel, que tiene en el Mesías a su eje de referencia. Pablo reinterpreta al personaje con ideas nuevas: Ley mosaica → Amor a Jesús y fe en la Resurrección; circuncisión carnal → conversión espiritual; visión hebrea → interpretación helena; Jesús hombre → Cristo sacralizado como un semidios.​
**​
La nueva religión inició su expansión en las sinagogas de la Diáspora, en donde los seguidores de la secta cristiana coexistían con otras variantes judaicas. Los primeros seguidores del cristianismo eran hebreos y gentiles vinculados al judaísmo. Los israelitas exiliados se dividían en: judíos de Ley, nacidos de progenitora hebrea; judíos conversos, paganos convertidos que siguen los 613 preceptos dietéticos y sociales de la religión mosaica; y temerosos de Dios (prosélitos de la puerta), individuos vinculados al judaísmo que reconocen a un Dios único pero no están circuncidados ni siguen los preceptos mosaicos. Los temerosos de Dios son los que primero y en mayor número se convirtieron al cristianismo. Posteriormente, la fe cristiana se expandió casi exclusivamente entre los paganos, dejando a los judíos como un elemento extraño y antitético a la doctrina de Jesús.​

José María del Olmo Gutiérrez, La creación de la fábula de Jesucristo: del Mesías histórico judío al mito del Dios encarnado universal, El Catoblepas 195:13, 2021
 
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Reza Aslan, autor de "el zelote", tiene una visión diferente. Quien creó una nueva religión fue precisamente Pablo, que mistificó la idea de un Jesús humano que era la encarnación del espíritu Santo. Y ese misterio fue divulgado con fruición en contra de los apóstoles. Precisamente el primer concilio, el de Jerusalén fue para advertir a Pablo que no debía decir según qué cosas, como que los gentiles no debían ser circuncidados por ser una práctica bárbara. Al final se acordó que la ley no venía de Jesús, sino de Moisés, dada a su vez por Dios y que, ciertamente, lo único que hacía Jesús era cumplir la ley.

"Después de la destrucción del templo, con la Ciudad Santa arrasada hasta los cimientos y los restos de la asamblea de Jerusalén dispersados, Pablo experimentó una impresionante rehabilitación en la comunidad cristiana. Con la posible excepción del documento Q (que es, en última instancia, un texto hipotético), los únicos escritos sobre Jesús que existían en el 70 e. c. eran las cartas de Pablo. Esas cartas habían estado en circulación desde la década de los 50. Habían sido escritas para las comunidades de la diáspora, que después de la destrucción de Jerusalén eran las únicas comunidades cristianas que quedaban. Sin la asamblea progenitora para guiar a los seguidores de Jesús, la conexión del movimiento con el judaísmo se rompió, y Pablo se convirtió en el principal vehículo a través del cual una nueva generación de cristianos conoció a Jesús el Cristo. Incluso los evangelios fueron profundamente influenciados por las cartas de Pablo. Se puede rastrear la huella de la teología paulina en Marcos y Mateo. Pero es en el Evangelio de Lucas, escrito por uno de los devotos discípulos de Pablo, donde se puede ver el predominio de las ideas de Pablo, mientras que el Evangelio de Juan es poco más que la teología paulina en forma de relato.

La concepción de Pablo del cristianismo puede haber sido anatema antes del 70 e. c. Pero después su idea de una religión completamente nueva, libre de la autoridad de un templo que ya no existía, sin los límites de una ley que ya no importaba y separado de un judaísmo que se había convertido en paria, fue adoptada con entusiasmo por los conversos de todo el Imperio romano. Por eso, en el 398 e. c., cuando según la leyenda, otro grupo de obispos se reunió en concilio en la ciudad de Hipona, en la actual Argelia, para canonizar lo que sería conocido como Nuevo Testamento, decidieron incluir en las Escrituras cristianas una carta de Santiago, el hermano y sucesor de Jesús, dos cartas de Pedro, el líder de los apóstoles y primero entre los Doce, tres cartas de Juan, el amado discípulo y pilar de la Iglesia, y catorce de Pablo, el desviacionista menospreciado por los líderes de Jerusalén. De hecho, más de la mitad de los veintisiete libros que actualmente conforman el Nuevo Testamento son de Pablo o tratan de él.

No es de extrañar. Después de la destrucción de Jerusalén, el cristianismo fue casi exclusivamente una religión de gentiles; y necesitaba una teología gentil. Y eso es precisamente lo que les proporcionó Pablo. Entre la visión de Santiago de una religión judía, vinculada a la Ley de Moisés y procedente de un nacionalista judío que combatió contra Roma, y la de Pablo, de una religión romana, separada del provincianismo judío, que para obtener la salvación no exigía nada más que creer en Cristo, la segunda y tercera generaciones de seguidores de Jesús tuvieron una elección muy fácil."

...

"Pablo escribe: «el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (Romanos 3:28). Santiago llama a eso la opinión de una «persona insensata», rebatiendo que «la fe sin obras [de la ley] está muerta» (Santiago 2:26).

Pablo opina que tales «obras» son irrelevantes para obtener la salvación, mientras que Santiago afirma que son un requisito para creer en Jesús como Cristo. Para demostrar su postura, Santiago ofrece un ejemplo elocuente, que demuestra que está refutando específicamente a Pablo en su epístola. «¿No estaba Abraham nuestro padre justificado por obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?», dice Santiago, aludiendo al relato de que Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac a instancias del Señor (Génesis 22:9-14). «¿Veis cómo la fe va de la mano con las
obras [de Abraham], cómo fue a través de sus obras que se realizó completamente su fe? Y fue cumplida la escritura que dice: “Abraham creyó a Dios, y le fue imputado a justicia”, y fue llamado amigo de Dios» (Santiago 2:23)."

"Lo que hace que este ejemplo sea tan elocuente es que es el mismo que Pablo usa con frecuencia en sus cartas cuando argumenta algo totalmente opuesto. «¿Qué, pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según la carne? —escribe Pablo—. Que si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, mas no para con Dios. Porque ¿qué dice la escritura? “Y creyó Abraham a Dios, y le fue atribuido a justicia”» (Romanos 4:1-3; véase también Gálatas 3:6-9)."


Y concluye:

"Esto no significa que Santiago y los apóstoles no estuvieran interesados en dirigirse a los gentiles, o que creyeran que éstos no podían unirse a su movimiento. Tal como indica su decisión en el Concilio Apostólico, Santiago estaba dispuesto a renunciar a la práctica de la circuncisión y a otras «limitaciones de la Ley» en el caso de los gentiles conversos. Él no quería forzar a los gentiles a que se convirtieran en judíos antes de que se les permitiera convertirse en cristianos. Simplemente insistía en que no se alejaran completamente del judaísmo, que se mantuvieran en cierta medida fieles a las creencias y las prácticas del hombre a quien afirmaban estar siguiendo (Hechos de los Apóstoles 15:12-21). De lo contrario, el movimiento corría el riesgo de convertirse en una religión totalmente nueva, y eso era algo que ni Santiago ni su hermano Jesús podrían haber imaginado."


Bueno, una vez leído todo, veo que ambas cosas están en consonancia.
Precisamente tenemos aquí al apóstol purista de Jesús, hebraico y discípulo. Líder de los demás. Cabeza de la primera iglesia (ecclessia, ed, asamblea) cristiana. Santiago.
 
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