Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray

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Madmaxista
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Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray

“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”. Según la historia que varias generaciones de españoles han aprendido, así terminó Miguel de Unamuno su interpelación al general José Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Así se redimió el intelectual vasco de su apoyo a los golpistas, y así se convirtió en símbolo de la democracia contra la dictadura, la civilización contra la barbarie y el bien contra el mal. Cómo no emocionarse ante el sabio anciano encarándose contra la bestialidad del general mutilado. Sus palabras son parte de la mitología española, un evangelio de valentía cívica ante el que solo cabe aplaudir con reverencia.

Tal vez los más perspicaces han supuesto siempre que aquel discurso estaba embellecido y retocado para la posteridad. Ha habido biógrafos de Unamuno, como el matrimonio Rabaté, Colette y Jean-Claude, autores de una monografía monumental y canónica, que ya señalaron que el relato de los sucesos del paraninfo se tomaba “muchas libertades” y obedecía “a una voluntad de dramatizar los hechos con todos los ingredientes indispensables para su teatralización”. Los Rabaté identificaron al autor de esta versión popular, quitándole mucho crédito. Ahora, el historiador Severiano Delgado, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, ha reconstruido paso a paso cómo se formó esta leyenda y ha dibujado una escena plausible de lo que realmente pudo suceder aquella mañana, basándose en los testimonios de quienes lo presenciaron.

Es imposible reconstruir las palabras de Unamuno porque, aunque el acto se retransmitió por la radio, el rector habló sin micrófono y no se registró su intervención, pero Delgado cree que se pueden acotar los temas que abordó y el tono en que los expuso a partir de tres testimonios presenciales publicados: el de Eugenio Vegas Latapié, dirigente de Renovación Española; el de José Pérez-López Villamil, psiquiatra de Millán Astray, y el de Esteban Madruga, vicerrector (este último, recogido por Emilio Salcedo, el primer biógrafo de Unamuno). Todos se alejan del relato inventado de Luis Portillo.

“MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA”

Basándose en los pocos testigos del acto que escribieron su testimonio, Severiano Delgado ha reconstruido aquel 12 de octubre de 1936. Fue una mención de Unamuno a José Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, lo que provocó la ira de Millán Astray, que era veterano de aquella guerra y no soportaba que se citase como ejemplo de hispanidad a quien consideraba un enemigo. “¡Muera la intelectualidad traidora!” fue lo que gritó, según Delgado, a lo que siguió un tumulto de voces entre las que destacó la del profesor Ramón Bermejo, que dijo: “Aquí estamos en la casa de la inteligencia”. Millán Astray zanjó el barullo ordenando a Unamuno que acompañara a la mujer de Franco, Carmen Polo, a la salida. No hubo réplica ni solemnidad, tampoco armas encañonando al rector. La reunión se disolvió entre gritos y fanfarronadas.

Estos testimonios permiten a Delgado afirmar que ni Millán Astray gritó “¡muera la inteligencia!” ni Unamuno le interpeló con prosodia y dignidad: “Fue un acto brutalmente banal, donde se dieron cuatro voces y se despidieron a la salida, un tumulto habitual en discursos y charlas de los años treinta, donde la gente se exaltaba con facilidad. Se ha exagerado muchísimo el dramatismo de lo que sucedió allí”, cuenta. Una posible prueba de que Unamuno no lo vivió como algo trascendente fue que, al terminar, siguió su rutina diaria y apareció por el casino para tomar café después de comer, como siempre. “Allí, algunos contertulios le insultaron y abuchearon —relata el historiador—, produciéndose una situación muy tirante, hasta que su hijo Rafael, avisado telefónicamente por alguien, se presentó en el casino para proteger a su padre y llevarlo a casa. En esos momentos es cuando, probablemente, Unamuno se dio cuenta de que el incidente del paraninfo había tenido más repercusión de la que él pensaba”.

Todo empezó, según Delgado (que lleva años investigando la figura de Unamuno en Salamanca), en 1941, un lustro después del incidente. Luis Portillo era un joven profesor de Salamanca que participó en la guerra en el bando republicano y se exilió en Londres. Había coincidido con Unamuno en la universidad, pero ya no estaba allí el 12 de octubre. Tuvo noticias de lo sucedido a través de la prensa francesa y de la republicana, que refirieron todo de oídas, sin ningún testimonio presencial. Desde enero de 1937 se hablaba de un enfrentamiento épico entre el filósofo y el fascista, en textos tan entusiastas como poco fiables. Mientras, en la prensa franquista, todo era silencio.


En 1941, Portillo colaboraba con el servicio exterior de la BBC, junto a otro español, Arturo Barea, y en contacto con un gran conocedor de España y muy sensible a la causa de los exiliados republicanos, George Orwell. Fue este último quien puso a ambos en contacto con el prestigioso crítico Cyril Connelly, quien a su vez les encargó dos relatos para la revista literaria que dirigía, Horizons. Barea entregó un capítulo de las memorias que estaba escribiendo (que titularía La forja de un rebelde), y Portillo compuso una narración ficticia del acto del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de Salamanca. Ambas fueron traducidas al inglés por Ilse Barea, la mujer de Arturo. El texto de Portillo se titulaba Unamuno’s Last Lecture. “El relato tiene una clara intención literaria, no historiográfica”, explica Delgado. “Portillo no intenta describir objetivamente el acto del paraninfo, al que no asistió, sino hacer una recreación literaria destinada a subrayar la brutalidad de Millán Astray, con Unamuno en el papel del valiente que se atreve a enfrentarse al infame militar”.

Allí están todos los elementos canónicos: el discurso de Millán Astray con su “¡muera la inteligencia!”, la dignidad soberbia del sabio y la escenografía fascista y asfixiante (un retrato en sepia de Franco presidiendo la sala y el público gritando “España, una, grande y libre”).

“Portillo acomodó la escenografía a la imagen difundida por el cine y la prensa ya concluida la Guerra Civil. En realidad, el paraninfo no estaba presidido por un retrato sepia de Franco, quien había sido elegido jefe del Estado unos días antes, ni se dieron los que en el franquismo se llamaban los gritos de rigor. Y el discurso que Portillo puso en boca de Millán Astray es de su propia invención (de Portillo) de arriba abajo”.

El de Unamuno también es una invención, pero al menos está sostenida por lo que Portillo conocía del personaje, a quien había tratado y leído. Eran cosas que había dicho de alguna u otra forma en otros sitios. Por ejemplo, la frase de “venceréis pero no convenceréis”, que Unamuno pronunció en otras ocasiones y que debió de ser más o menos así: “Tenéis que tener en cuenta que vencer no es convencer y conquistar no es convertir”.

Aquel relato se publicó en una revista literaria, con clara intención literaria, destinada a un público muy minoritario, por lo que apenas nadie se enteró. Sin embargo, en 1953, Cyril Connolly lo volvió a publicar en una antología de los mejores artículos de Horizon, que se tituló The Golden Horizon. Un ejemplar de ese volumen cayó en manos de un joven investigador que estaba escribiendo una monografía sobre la Guerra Civil llamado Hugh Thomas. Su obra se tituló The Spanish Civil War (1961), y en ella incluyó el relato de Portillo prácticamente sin retocar, con retrato en sepia y gritos franquistas incluidos, tomándolo por una crónica veraz.

El libro de Thomas tuvo un éxito enorme, y a él se debe la popularización de la historia de Portillo como narración oficial. “Ese relato ha tenido como consecuencia que todavía en nuestros días se siga considerando el discurso de Unamuno escrito por Luis Portillo como palabras textuales del rector de Salamanca”, lamenta Delgado, quien cree que “es imposible reconstruir la literalidad del discurso pronunciado por Miguel de Unamuno”, en el que, según los testigos citados, el rector criticó que las mujeres salmantinas acudieran a los fusilamientos, entre otras cosas. “La prensa local salmantina del día siguiente no hizo más que vagas referencias a su intervención, aunque reprodujo con amplitud las del resto de los oradores”.

Toda la investigación de Severiano Delgado se basa en documentos digitalizados de acceso gratuito en bibliotecas y archivos, “por lo que cualquiera puede comprobarlo desde su casa”.

Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray | Cultura | EL PAÍS
 
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Pero en los últimos meses de su vida hizo declaraciones, una de ellas en público ante Millán Astray y otros dirigentes de la España nacional y la mujer de Franco, contra los numerosos asesinatos que realizaban los franquistas. Si no hubiera sido una persona muy famosa internacionalmente, lo hubieran asesinado a él también.
 
Si todo fue una coña marinera porque Millan o Carmen Polo no lo negaron? No lo entiendo.

Fuera de ideologias la historieta es huevonuda y bonita.
 
Claaaaroooo, por eso la maquinaria de propaganda del franquismo, el propio Astray o sus herederos, jamás negaron la mayor, posiblemente porque fue diferente, eso sí a peor...

Miguel de Unamuno vence: el mito se mantiene en pie | Cultura | EL PAÍS

Varios expertos consideran que su enfrentamiento con Millán Astray fue de calado y que su intervención casa con lo conocido

Aún es pronto para saber si ha vencido, pero ya se puede decir que ha convencido a medias. Unamunistas e intelectuales han comentado el reportaje publicado ayer en estas páginas, titulado “Lo que Unamuno nunca dijo”, que refería una investigación del historiador salmantino Severiano Delgado en la que se concluye que la versión popular y más conocida del enfrentamiento entre el rector de Salamanca y el general franquista el 12 de octubre de 1936 es en realidad un mito literario. A juzgar por sus opiniones, Unamuno parece que resiste.El catedrático emérito de la Sorbona Jean-Claude Rabaté y su esposa, Colette, considerados como los unamunólogos más respetados, concuerdan con que lo que hoy se conoce fue una “recreación literaria” del periodista Luis Portillo. De hecho, no creen que la investigación de Delgado añada nada nuevo a lo ya escrito por el matrimonio, En el torbellino: Unamuno en la guerra civil, que complementa la monumental biografía que dedicaron al escritor vasco hace nueve años. Sin embargo, no están de acuerdo en la idea de que fue un tumulto de poca importancia: “No hay que exagerar el episodio, pero tampoco minimizarlo. La realidad es que nunca podremos saber qué dijo Unamuno exactamente, sólo tenemos las 40 palabras que escribió en un sobre mientras los demás intervenían. Sí, la versión es un relato más o menos ficticio y podemos pasarnos la vida discutiendo sobre lo que dijo o no dijo, pero el espíritu, la idea, permanece, y el mito creado es muy importante, porque escenifica el enfrentamiento histórico entre una memoria republicana y otra franquista”, explica Jean-Claude.

Para Andrés Trapiello, que trata aquel 12 de octubre en Las armas y las letras, no solo afirma que el mito sigue vigente, sino que, como también dice Rabaté, cree que hay pruebas que acreditan que aquel no fue un enfrentamiento menor o vulgar: “Fue enormemente grave, y tal vez la mayor evidencia sea que el franquismo nunca intentó desmentirlo, como sí hizo con Lorca. Cuando el río suena, agua lleva. También hay un discurso de Millán Astray el 18 de octubre en el que vuelve a hacer una arenga violenta contra los intelectuales, cartas de Unamuno que recogen los Rabaté… Vamos, no niego que se haya hecho literatura con el episodio, pero el mito sigue siendo válido, aunque no se dijeran textualmente las palabras que conocemos”.
Café en el casino

Que Unamuno fuera a tomar café al casino aquel día, lo que para Delgado probaría que no le dio mucha importancia, no es relevante para Rabaté, que asegura que “era algo lógico en un hombre de costumbres”, ni para Trapiello: “Es posible que Unamuno no fuera consciente de lo que había sucedido, cosa normal: a menudo no nos damos cuenta de la importancia de lo que vivimos hasta que ha pasado un tiempo”. El historiador Andreu Navarra, que acaba de terminar un libro sobre el Unamuno viajero y ha abordado las relaciones entre los intelectuales antes de la guerra, cree que esa desubicación de Unamuno se debió a que, “como les pasó a Baroja, a Marañón y a Ortega y Gasset, era un liberal que abrazó tímidamente el franquismo y no entendió su violencia ni fue capaz de preverla”. Por eso considera muy positivo que se “desdramatice” y se presente un personaje “sin etiquetas, que no fue fascista, pero tampoco un héroe”.

Para el historiador Santos Juliá, las licencias poéticas y los relatos exagerados son vicios propios del periodismo de la época, que tampoco se molestaba por encontrar testigos directos de los acontecimientos: “Los reportajes sobre el fusilamiento de Lorca, por ejemplo, son de una novelería absoluta. En un contexto tan politizado, es lógico que se escriban relatos que refuerzan la convicción de la maldad del otro y de la santidad del propio. Unamuno murió como mártir y santo, y no tiene nada de extraño que triunfase esa versión, porque era lo que se esperaba de él, no se entendía que no se hubiese unido a la defensa de la República”.

Para Rabaté, no está en entredicho “la lucidez de Miguel de Unamuno” ni su figura de “intelectual castigado por el franquismo”. Navarra opina que “la izquierda necesita el mito para poder leerlo y redimirlo (a Unamuno)”. Y Trapiello no tiene intención de cambiar gran cosa en su nueva edición de Las armas y las letras: “Añadiré alguna novedad, pero creo que el enfrentamiento conserva su significado”.
 
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