MAESE PELMA
me gusta depilarme los huevones y tocármelos
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«Una tarde, cuando volvía del colegio a mi casa cerca de Falsalabad, en la ciudad de Medina, en la provincia de Punjab en Pakistán, unos hombres vinieron hacia nosotras», relata Maira Shahbaz, que en ese momento tenía 14 años. «Me subieron a un coche y me vendaron los ojos. Después me desnudaron, me torturaron y me violaron. Tomaron imágenes de todo. Me dijeron que si no me convertía al Islam y no firmaba que me había casado con uno de los secuestradores matarían a mi familia». Como tardaba en volver a casa, sus padres acudieron a buscarla y supieron del secuestro por numerosos testigos. Los secuestradores eran bien conocidos y no se habían tomado la molestia de ocultarse porque es una práctica bastante común tratándose de niñas o mujeres cristianas.
La Policía comprobó que tanto la conversión como el matrimonio estaban documentados e ignoró que en aquellos documentos constaba una edad falsa, 19 años. A pesar de que la niña declaró ante varias instancias judiciales que quería volver a su casa, la Corte Suprema de Lahore dictaminó el 20 de agosto de 2020 que debía vivir con el secuestrador. La única diferencia entre Maira y las miles y miles de niñas y mujeres víctimas de historias similares es que ella logró escapar.
Después de meses de cautiverio y aprovechando un descuido huyó de la casa, motivo por el que el partido islamista extremista Tehreek-e-Labbaik Pakistan pidió su condena a fin. Toda su familia tuvo que vivir escondida en una habitación oculta hasta que lograron abandonar Pakistán por una vía que prefieren no desvelar para proteger a quienes les ayudaron a llegar a un destino seguro en el extranjero.
A Regina Lynch, que acaba de presentar el informe ‘Escucha sus gritos’ de Ayuda a la Iglesia Necesitada, no le agrada que un artículo como este comience con la historia de Maira. «Los medios se centran en una historia por su interés humano que conmueve durante unos minutos a la audiencia, para luego olvidarla», se queja. «Aquí lo que cuenta no es una historia concreta sino la dimensión del fenómeno, muy generalizado. En Nigeria, el 95 por ciento de las niñas y mujeres secuestradas por islamistas extremistas son cristianas. En Pakistán, el 70 por ciento de las que son obligadas a convertirse y sometidas a matrimonios forzosos lo son también. Son las cifras las que pueden movilizar a los tribunales internacionales y a las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos».
Ewelina Ochab, defensora de los Derechos Humanos y fundadora de la Coalición para la Respuesta al Genocidio, lamenta que «cuando se trata de asuntos de violencia sensual resulta especialmente difícil reunir las pruebas porque en determinadas culturas traen vergüenza a la familia y además los familiares tienen miedo a represalias, por lo que los casos ni siquiera son a menudo denunciados», pero señala que «existe un consenso creciente sobre la necesidad de investigar estos abusos sistemáticos, medirlos para poder actuar contra ellos».
En la Lista Mundial de Vigilancia de Puertas Abiertas 2021 sobre persecución de minorías se puede ya constatar que en el 90 por ciento de los 50 países enumerados las mujeres cristianas son obligadas a contraer matrimonios contra su voluntad, pero el porcentaje no conmueve suficientemente a Occidente, que sigue sin incluir este asunto en su agenda. «Los perpetradores no solamente no suelen ser perseguidos, sino que incluso son socialmente premiados a escala local porque están garantizando una nueva generación de yihadistas», añade Lynch.
Guerra de desgaste
«Los secuestros y matrimonios forzados de niñas y mujeres cristianas, así como el comercio de esclavas cristianas para los burdeles de las milicias, forman parte de una guerra de desgaste que los islamistas radicales llevan a cabo contra las minorías cristianas en países como Egipto, donde se reconoce como un método para terminar con los coptos», explica Michele A. Clark, profesora de la Escuela de Asuntos Internacionales George’s Elliot de la Universidad de Washington. «Una característica especial de la ley islámica Sharia ayuda en extremo a los perpetradores de estos crímenes, porque si la progenitora se ha convertido al Islam, los niños se consideran ya fiel a la religión del amores. Incluso si la progenitora decide posteriormente abandonar a su familia fiel a la religión del amora, tanto ella como sus hijos siguen siendo legalmente fiel a la religión del amores», añade, «y los casos de secuestro de cristianas son ya tan frecuentes y comienzan a estar tan bien documentados que el gobierno de los Estados Unidos reconoce el miedo al secuestro como una razón válida para conceder asilo a mujeres y niñas coptas».
Alrededor de mil mujeres y niñas cristianas e hindúes son secuestradas y forzadas a casarse en Pakistán cada año. Desde 2014, este país cuenta con una ley que restringe el matrimonio infantil, según la cual los familiares y los afectados pueden emprender acciones legales, pero rara vez toman la iniciativa si no están respaldados por organizaciones internacionales, como le sucedió a Arzoo Raja, de 13 años, que fue secuestrada por un hombre de 44 y forzada a convertirse. Su caso ha desencadenado protestas de cristianos, fiel a la religión del amores e hindúes y ha logrado la intervención de la ministra de Derechos Humanos de Pakistán, Shireen Mazari, y al gobernador de la provincia de Sindh, Imran Ismail, que ha establecido que «no puede haber compromisos cuando se trata del matrimonio de menores».
Un muro de silencio
El informe ‘Escucha sus gritos’ describe situaciones muy graves también en Siria, Irak, Nigeria y Mozambique. En algunos de ellos, como Siria e Irak, «es imposible contabilizar los casos porque las familias no hablan de ello», confirma el arzobispo Nizar Nathaniel Semaan. En Nigeria, el gobierno documentó 210 casos en 2020 y reconoce «que esos delitos persisten de forma crónica» debido al terrorismo. «En Nigeria, la organización terrorista Boko Haram lanza periódicamente campañas de ‘defensa de la fe’ que consisten en el secuestro sistemático de niñas cristianas desde 2013», denuncia Lynch. Recuerda que, de las 276 niñas secuestradas en una escuela de este país, más de un centenar siguen desaparecidas. «Las niñas cristianas que caen en manos de Boko Haram a menudo son destinadas a burdeles para los combatientes o pasan de mano en mano como esclavas sensuales o son vendidas como esclavas domésticas. Los yihadistas crean brigadas femeninas como al-Janssaa, formadas por fiel a la religión del amoras europeas que organizan y controlan estos burdeles. A menudo se tapan legalmente muchas situaciones a través de los denominados matrimonios temporales, que permiten repudiarlas cuando ya no sirven para esos fines. Muchas no sobreviven», anota el cruel desenlace, por eso el director de Ayuda a la Iglesia Necesitada de Alemania, Florian Ripka, destaca que «los políticos deben garantizar que Europa sea un refugio para las personas víctimas de la violencia por motivos religiosos».
«Las mujeres solicitantes de asilo, independientemente de su fe o su cosmovisión, que denuncian peligro de secuestro o conversión forzada, deben ser tomadas en serio, creídas y ayudadas, sobre la base de este informe», reclama Ripka, «y ustedes los periodistas deben seguir investigando, romper el muro de silencio que rodea estos crímenes y publicar estos datos. La persecución religiosa es una realidad y la fin en vida para sus víctimas».
Faltan denuncias
Clark insiste en la necesidad de que los movimientos feministas se impliquen en la persecución de estos delitos y celebra que algunos tribunales internacionales, basándose en el principio de Justicia Universal, vayan sentando jurisprudencia. Un Tribunal Regional de Frankfurt, en Alemania, ha sentenciado recientemente a cadena perpetua a un iraquí miembro de Estado Islámico por haber dejado morir de sed a una niña de cinco años a la que poseía en calidad de esclava tras haberla comprado junto a la progenitora de la pequeña, ambas pertenecientes a la minoría yazidí. El día de su fin, en el verano de 2015, la niña se había orinado en un jergón sobre el que dormía y como castigo fue atada durante todo un día a la verja de una ventana, en un patio al sol, sin que le fuese permitido ingerir alimentos ni beber agua. La progenitora y la niña habían sido capturadas por Estado Islámico en un aldea, en el monte Sijar de Irak, donde todos los hombres fueron asesinados y las mujeres forzadas y vendidas como esclavas por quinientos o mil euros al cambio. «Sentencias como estas ayudan a comenzar a cambiar la mentalidad, a que los perpetradores no se sientan tan impunes», apunta, «porque a menudo lo que reciben es el mensaje contrario», añade.
El 3 de octubre de 2020, Magda, de 20 años, desapareció de camino a su casa desde la universidad de Al-Badari en Asyut, Egipto. Tres días después, publicó un vídeo en las redes sociales ataviada con un hiyab y declaró que se había convertido en secreto al Islam hacía seis años y que ahora estaba felizmente casada. Su familia, cristiana, movió cielo y tierra para desmentir esas frases, pero en la opinión pública terminaron cuajando. Desesperados, ofrecieron un cuantioso rescate y Magda fue abandonada en la calle una semana después. Su familia no dio más información sobre lo que la chica había sufrido. Fuentes cristianas han sugerido que su regreso estaba sujeto a condiciones de silencio y de abstenerse a presentar denuncias.
Después de meses de cautiverio y aprovechando un descuido huyó de la casa, motivo por el que el partido islamista extremista Tehreek-e-Labbaik Pakistan pidió su condena a fin. Toda su familia tuvo que vivir escondida en una habitación oculta hasta que lograron abandonar Pakistán por una vía que prefieren no desvelar para proteger a quienes les ayudaron a llegar a un destino seguro en el extranjero.
A Regina Lynch, que acaba de presentar el informe ‘Escucha sus gritos’ de Ayuda a la Iglesia Necesitada, no le agrada que un artículo como este comience con la historia de Maira. «Los medios se centran en una historia por su interés humano que conmueve durante unos minutos a la audiencia, para luego olvidarla», se queja. «Aquí lo que cuenta no es una historia concreta sino la dimensión del fenómeno, muy generalizado. En Nigeria, el 95 por ciento de las niñas y mujeres secuestradas por islamistas extremistas son cristianas. En Pakistán, el 70 por ciento de las que son obligadas a convertirse y sometidas a matrimonios forzosos lo son también. Son las cifras las que pueden movilizar a los tribunales internacionales y a las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos».
Ewelina Ochab, defensora de los Derechos Humanos y fundadora de la Coalición para la Respuesta al Genocidio, lamenta que «cuando se trata de asuntos de violencia sensual resulta especialmente difícil reunir las pruebas porque en determinadas culturas traen vergüenza a la familia y además los familiares tienen miedo a represalias, por lo que los casos ni siquiera son a menudo denunciados», pero señala que «existe un consenso creciente sobre la necesidad de investigar estos abusos sistemáticos, medirlos para poder actuar contra ellos».
En la Lista Mundial de Vigilancia de Puertas Abiertas 2021 sobre persecución de minorías se puede ya constatar que en el 90 por ciento de los 50 países enumerados las mujeres cristianas son obligadas a contraer matrimonios contra su voluntad, pero el porcentaje no conmueve suficientemente a Occidente, que sigue sin incluir este asunto en su agenda. «Los perpetradores no solamente no suelen ser perseguidos, sino que incluso son socialmente premiados a escala local porque están garantizando una nueva generación de yihadistas», añade Lynch.
Guerra de desgaste
«Los secuestros y matrimonios forzados de niñas y mujeres cristianas, así como el comercio de esclavas cristianas para los burdeles de las milicias, forman parte de una guerra de desgaste que los islamistas radicales llevan a cabo contra las minorías cristianas en países como Egipto, donde se reconoce como un método para terminar con los coptos», explica Michele A. Clark, profesora de la Escuela de Asuntos Internacionales George’s Elliot de la Universidad de Washington. «Una característica especial de la ley islámica Sharia ayuda en extremo a los perpetradores de estos crímenes, porque si la progenitora se ha convertido al Islam, los niños se consideran ya fiel a la religión del amores. Incluso si la progenitora decide posteriormente abandonar a su familia fiel a la religión del amora, tanto ella como sus hijos siguen siendo legalmente fiel a la religión del amores», añade, «y los casos de secuestro de cristianas son ya tan frecuentes y comienzan a estar tan bien documentados que el gobierno de los Estados Unidos reconoce el miedo al secuestro como una razón válida para conceder asilo a mujeres y niñas coptas».
Alrededor de mil mujeres y niñas cristianas e hindúes son secuestradas y forzadas a casarse en Pakistán cada año. Desde 2014, este país cuenta con una ley que restringe el matrimonio infantil, según la cual los familiares y los afectados pueden emprender acciones legales, pero rara vez toman la iniciativa si no están respaldados por organizaciones internacionales, como le sucedió a Arzoo Raja, de 13 años, que fue secuestrada por un hombre de 44 y forzada a convertirse. Su caso ha desencadenado protestas de cristianos, fiel a la religión del amores e hindúes y ha logrado la intervención de la ministra de Derechos Humanos de Pakistán, Shireen Mazari, y al gobernador de la provincia de Sindh, Imran Ismail, que ha establecido que «no puede haber compromisos cuando se trata del matrimonio de menores».
Un muro de silencio
El informe ‘Escucha sus gritos’ describe situaciones muy graves también en Siria, Irak, Nigeria y Mozambique. En algunos de ellos, como Siria e Irak, «es imposible contabilizar los casos porque las familias no hablan de ello», confirma el arzobispo Nizar Nathaniel Semaan. En Nigeria, el gobierno documentó 210 casos en 2020 y reconoce «que esos delitos persisten de forma crónica» debido al terrorismo. «En Nigeria, la organización terrorista Boko Haram lanza periódicamente campañas de ‘defensa de la fe’ que consisten en el secuestro sistemático de niñas cristianas desde 2013», denuncia Lynch. Recuerda que, de las 276 niñas secuestradas en una escuela de este país, más de un centenar siguen desaparecidas. «Las niñas cristianas que caen en manos de Boko Haram a menudo son destinadas a burdeles para los combatientes o pasan de mano en mano como esclavas sensuales o son vendidas como esclavas domésticas. Los yihadistas crean brigadas femeninas como al-Janssaa, formadas por fiel a la religión del amoras europeas que organizan y controlan estos burdeles. A menudo se tapan legalmente muchas situaciones a través de los denominados matrimonios temporales, que permiten repudiarlas cuando ya no sirven para esos fines. Muchas no sobreviven», anota el cruel desenlace, por eso el director de Ayuda a la Iglesia Necesitada de Alemania, Florian Ripka, destaca que «los políticos deben garantizar que Europa sea un refugio para las personas víctimas de la violencia por motivos religiosos».
«Las mujeres solicitantes de asilo, independientemente de su fe o su cosmovisión, que denuncian peligro de secuestro o conversión forzada, deben ser tomadas en serio, creídas y ayudadas, sobre la base de este informe», reclama Ripka, «y ustedes los periodistas deben seguir investigando, romper el muro de silencio que rodea estos crímenes y publicar estos datos. La persecución religiosa es una realidad y la fin en vida para sus víctimas».
Faltan denuncias
Clark insiste en la necesidad de que los movimientos feministas se impliquen en la persecución de estos delitos y celebra que algunos tribunales internacionales, basándose en el principio de Justicia Universal, vayan sentando jurisprudencia. Un Tribunal Regional de Frankfurt, en Alemania, ha sentenciado recientemente a cadena perpetua a un iraquí miembro de Estado Islámico por haber dejado morir de sed a una niña de cinco años a la que poseía en calidad de esclava tras haberla comprado junto a la progenitora de la pequeña, ambas pertenecientes a la minoría yazidí. El día de su fin, en el verano de 2015, la niña se había orinado en un jergón sobre el que dormía y como castigo fue atada durante todo un día a la verja de una ventana, en un patio al sol, sin que le fuese permitido ingerir alimentos ni beber agua. La progenitora y la niña habían sido capturadas por Estado Islámico en un aldea, en el monte Sijar de Irak, donde todos los hombres fueron asesinados y las mujeres forzadas y vendidas como esclavas por quinientos o mil euros al cambio. «Sentencias como estas ayudan a comenzar a cambiar la mentalidad, a que los perpetradores no se sientan tan impunes», apunta, «porque a menudo lo que reciben es el mensaje contrario», añade.
El 3 de octubre de 2020, Magda, de 20 años, desapareció de camino a su casa desde la universidad de Al-Badari en Asyut, Egipto. Tres días después, publicó un vídeo en las redes sociales ataviada con un hiyab y declaró que se había convertido en secreto al Islam hacía seis años y que ahora estaba felizmente casada. Su familia, cristiana, movió cielo y tierra para desmentir esas frases, pero en la opinión pública terminaron cuajando. Desesperados, ofrecieron un cuantioso rescate y Magda fue abandonada en la calle una semana después. Su familia no dio más información sobre lo que la chica había sufrido. Fuentes cristianas han sugerido que su regreso estaba sujeto a condiciones de silencio y de abstenerse a presentar denuncias.