_Mickey_Mouse_
Madmaxista
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El mundo moderno que detesta la nueva derecha no es en realidad una creación de la izquierda: lo es de una derecha que, con una cierta pereza, hemos dado en llamar 'neoliberal'
Los discursos económicos de Reagan y Thatcher, los dos grandes referentes de la derecha occidental en las últimas décadas, estaban llenos de alusiones al emprendimiento, el ingenio, la superación y la competitividad. En realidad, esas ideas impregnaban también los principios que no afectaban directamente a la economía: eran, para ellos, valores jovenlandesales que sustentaban las vidas valiosas. Trabajar mucho, inventar cosas nuevas, dejar atrás lo ineficiente y lo innecesario. Reagan alababa sistemáticamente a los pagapensiones, que en muchos casos encarnaban esas virtudes mejor que nadie. Thatcher llegó a ser el emblema político de la idea de destrucción creativa: la apuesta por la eficiencia quizá significara que algunas empresas, sectores e individuos saldrían perdiendo, pero la sociedad en su conjunto se beneficiaba.
Pues bien, esas ideas han muerto con la nueva derecha. En gran medida, porque esta ha entendido que ese discurso era profundamente contradictorio con los valores conservadores que decía propugnar. Por eso vale la pena leer el primer discurso de Giorgia Meloni en el Parlamento italiano como primera ministra, que pronunció anteayer. El resumen sería: “Si cambias la economía, inevitablemente cambias la sociedad. Y nuestro papel consiste, precisamente, en evitar que la sociedad cambie demasiado”.
Porque el mundo moderno que detesta la nueva derecha, la que encarnan Meloni, Le Pen, los trumpistas y una parte de Vox, no es en realidad una creación de la izquierda: lo es de una derecha que, con una cierta pereza, hemos dado en llamar neoliberal. Esta derecha no se dio cuenta, o no quiso darse cuenta, de que existe una vinculación causa-efecto entre liberalizar las economías y liberalizar las costumbres. Era completamente imposible desregular las finanzas, premiar la economía del conocimiento, apoyar el desarrollo tecnológico y reducir los impuestos a las grandes empresas sin provocar, al mismo tiempo, que la sociedad se volviera más urbana y menos rural, más elitista, más dominada por universitarios, más centrada en el ocio y los servicios, que en ella las mujeres tuvieran un papel más importante en el mercado de trabajo y menor en casa, y las reglas jovenlandesales se relajaran o hasta saltaran por los aires. En España, ese sueño lo encarnó en parte José María Aznar, que quiso cambiar la economía del país sin que la sociedad se desanclara de sus valores tradicionales. Por supuesto, eso no sucedió ni sucederá nunca. No hace falta ser marxista para darse cuenta de que cuando cambias la economía, acabas cambiándolo todo.
No hace falta ser marxista para darse cuenta de que cuando cambias la economía, cambias todo
Por eso el discurso de Meloni, quizá la política más inteligente y dúctil de esta nueva derecha surgida del autoritarismo de raíces fascistas, pero que no sabemos hasta dónde llegará en su constante tras*formación, fue tan interesante. En él hubo viejos elementos de la tradición conservadora italiana y europea: “Nuestras empresas nos piden por encima de todo menos burocracia (…) necesitamos menos reglas, pero reglas que sean claras para todo el mundo”, dijo. “Reduciremos las cargas impositivas para las empresas y las familias”, siguió. “Para salir de la edad de hielo demográfica, necesitamos un plan a gran escala, tanto económico como cultural, para poner a las familias en el centro de nuestra sociedad”. Todo ortodoxo. Pero también dijo que “la manera de reducir la deuda no es la ciega austeridad impuesta en los años pasados (…). El camino es un crecimiento económico duradero y estructural”. Y que iba a favorecer los “planes de jubilación temprana mediante mecanismos compatibles con la sostenibilidad del sistema de pensiones”. En declaraciones recientes, Meloni se ha comprometido también con el respeto al medioambiente —“no hay nada más de derechas que la ecología. La derecha ama el medioambiente porque ama la tierra, la identidad, la patria”, ha dicho— y con la tras*ición energética y la lucha contra el cambio climático.
Pero ¿cómo se consigue eso sin reformas, sin innovación y sin un poco de destrucción creativa? Meloni no lo dijo. Si lo que la vieja derecha no veía o no quería ver era que no puedes hacer reformas radicales de la economía sin que se produzcan cambios drásticos en la sociedad, el punto ciego de la nueva derecha puede ser el inverso: que si quieres mantener una estructura social tradicional centrada en la familia, la pequeña empresa y el campo, quizá no puedas tener ese crecimiento económico “duradero y estructural” que te sanee las cuentas, ni cambiar por completo la energía con la que haces funcionar el país.
La respuesta que muchas formaciones de nueva derecha están dando a esta contradicción consiste, simplemente, en ampliar el papel del Estado en la economía. A largo plazo, no funcionará. Pero el discurso de Meloni señala el verdadero potencial que tiene esta nueva derecha en Europa. Meloni rehúye los tópicos más cerriles del republicanismo estadounidense acerca del clima y la ciencia, condenó en su discurso las dictaduras fascistas del siglo XX y en especial las leyes antisemitas de Mussolini, tiene una hija fuera del matrimonio, pero defiende la familia tradicional, y citó a dos papas distintos en su intervención, habló bien de Europa, pero pidió un papel más importante para su país, y criticó las subidas de los tipos de interés del BCE, afirmó que no permitirá que sigan llegando pagapensiones ilegales a Italia, pero insistió en que “no pretendemos en ningún caso cuestionar el derecho de asilo para quienes huyen de la guerra y la persecución”.
Ahora mismo, no sabemos hasta dónde llegará la capacidad de síntesis ideológica de Meloni y su Gobierno, ni qué son simples palabras frente a los difíciles hechos. Sus compañeros de viaje son tan toscos que es dudoso que puedan convertir esas ideas en un plan. Pero la primera ministra italiana y la nueva derecha han detectado el gran error intelectual de la derecha economicista tradicional y su autoengaño acerca de la compatibilidad de la reforma económica radical y el conservadurismo social. Sus fracasos vendrán por otro lado, y sin duda llegarán, porque es imposible que Italia pueda crecer sin reformas profundas, tras dos décadas prácticamente sin hacerlo. Pero su discurso conservador, más identitario que economicista, puede funcionar electoralmente. Lo cual no es muy buena noticia.
Los discursos económicos de Reagan y Thatcher, los dos grandes referentes de la derecha occidental en las últimas décadas, estaban llenos de alusiones al emprendimiento, el ingenio, la superación y la competitividad. En realidad, esas ideas impregnaban también los principios que no afectaban directamente a la economía: eran, para ellos, valores jovenlandesales que sustentaban las vidas valiosas. Trabajar mucho, inventar cosas nuevas, dejar atrás lo ineficiente y lo innecesario. Reagan alababa sistemáticamente a los pagapensiones, que en muchos casos encarnaban esas virtudes mejor que nadie. Thatcher llegó a ser el emblema político de la idea de destrucción creativa: la apuesta por la eficiencia quizá significara que algunas empresas, sectores e individuos saldrían perdiendo, pero la sociedad en su conjunto se beneficiaba.
Pues bien, esas ideas han muerto con la nueva derecha. En gran medida, porque esta ha entendido que ese discurso era profundamente contradictorio con los valores conservadores que decía propugnar. Por eso vale la pena leer el primer discurso de Giorgia Meloni en el Parlamento italiano como primera ministra, que pronunció anteayer. El resumen sería: “Si cambias la economía, inevitablemente cambias la sociedad. Y nuestro papel consiste, precisamente, en evitar que la sociedad cambie demasiado”.
Porque el mundo moderno que detesta la nueva derecha, la que encarnan Meloni, Le Pen, los trumpistas y una parte de Vox, no es en realidad una creación de la izquierda: lo es de una derecha que, con una cierta pereza, hemos dado en llamar neoliberal. Esta derecha no se dio cuenta, o no quiso darse cuenta, de que existe una vinculación causa-efecto entre liberalizar las economías y liberalizar las costumbres. Era completamente imposible desregular las finanzas, premiar la economía del conocimiento, apoyar el desarrollo tecnológico y reducir los impuestos a las grandes empresas sin provocar, al mismo tiempo, que la sociedad se volviera más urbana y menos rural, más elitista, más dominada por universitarios, más centrada en el ocio y los servicios, que en ella las mujeres tuvieran un papel más importante en el mercado de trabajo y menor en casa, y las reglas jovenlandesales se relajaran o hasta saltaran por los aires. En España, ese sueño lo encarnó en parte José María Aznar, que quiso cambiar la economía del país sin que la sociedad se desanclara de sus valores tradicionales. Por supuesto, eso no sucedió ni sucederá nunca. No hace falta ser marxista para darse cuenta de que cuando cambias la economía, acabas cambiándolo todo.
No hace falta ser marxista para darse cuenta de que cuando cambias la economía, cambias todo
Por eso el discurso de Meloni, quizá la política más inteligente y dúctil de esta nueva derecha surgida del autoritarismo de raíces fascistas, pero que no sabemos hasta dónde llegará en su constante tras*formación, fue tan interesante. En él hubo viejos elementos de la tradición conservadora italiana y europea: “Nuestras empresas nos piden por encima de todo menos burocracia (…) necesitamos menos reglas, pero reglas que sean claras para todo el mundo”, dijo. “Reduciremos las cargas impositivas para las empresas y las familias”, siguió. “Para salir de la edad de hielo demográfica, necesitamos un plan a gran escala, tanto económico como cultural, para poner a las familias en el centro de nuestra sociedad”. Todo ortodoxo. Pero también dijo que “la manera de reducir la deuda no es la ciega austeridad impuesta en los años pasados (…). El camino es un crecimiento económico duradero y estructural”. Y que iba a favorecer los “planes de jubilación temprana mediante mecanismos compatibles con la sostenibilidad del sistema de pensiones”. En declaraciones recientes, Meloni se ha comprometido también con el respeto al medioambiente —“no hay nada más de derechas que la ecología. La derecha ama el medioambiente porque ama la tierra, la identidad, la patria”, ha dicho— y con la tras*ición energética y la lucha contra el cambio climático.
Pero ¿cómo se consigue eso sin reformas, sin innovación y sin un poco de destrucción creativa? Meloni no lo dijo. Si lo que la vieja derecha no veía o no quería ver era que no puedes hacer reformas radicales de la economía sin que se produzcan cambios drásticos en la sociedad, el punto ciego de la nueva derecha puede ser el inverso: que si quieres mantener una estructura social tradicional centrada en la familia, la pequeña empresa y el campo, quizá no puedas tener ese crecimiento económico “duradero y estructural” que te sanee las cuentas, ni cambiar por completo la energía con la que haces funcionar el país.
La respuesta que muchas formaciones de nueva derecha están dando a esta contradicción consiste, simplemente, en ampliar el papel del Estado en la economía. A largo plazo, no funcionará. Pero el discurso de Meloni señala el verdadero potencial que tiene esta nueva derecha en Europa. Meloni rehúye los tópicos más cerriles del republicanismo estadounidense acerca del clima y la ciencia, condenó en su discurso las dictaduras fascistas del siglo XX y en especial las leyes antisemitas de Mussolini, tiene una hija fuera del matrimonio, pero defiende la familia tradicional, y citó a dos papas distintos en su intervención, habló bien de Europa, pero pidió un papel más importante para su país, y criticó las subidas de los tipos de interés del BCE, afirmó que no permitirá que sigan llegando pagapensiones ilegales a Italia, pero insistió en que “no pretendemos en ningún caso cuestionar el derecho de asilo para quienes huyen de la guerra y la persecución”.
Ahora mismo, no sabemos hasta dónde llegará la capacidad de síntesis ideológica de Meloni y su Gobierno, ni qué son simples palabras frente a los difíciles hechos. Sus compañeros de viaje son tan toscos que es dudoso que puedan convertir esas ideas en un plan. Pero la primera ministra italiana y la nueva derecha han detectado el gran error intelectual de la derecha economicista tradicional y su autoengaño acerca de la compatibilidad de la reforma económica radical y el conservadurismo social. Sus fracasos vendrán por otro lado, y sin duda llegarán, porque es imposible que Italia pueda crecer sin reformas profundas, tras dos décadas prácticamente sin hacerlo. Pero su discurso conservador, más identitario que economicista, puede funcionar electoralmente. Lo cual no es muy buena noticia.
Lo que la nueva derecha ha entendido (y la vieja no quería reconocer)
El mundo moderno que detesta la nueva derecha no es en realidad una creación de la izquierda: lo es de una derecha que, con una cierta pereza, hemos dado en llamar 'neoliberal'
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