Lo que en hombres son hilos de Forocoches, en mujeres adquiere una insólita respetabilidad mediática: "Mi experiencia con el succionador de clítoris"

Omnia

Madmaxista
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Todo en ellas es bonito, maravilloso, místico, mediático. Si un hombre se pajea es un perdedor poco agradable. Si lo hacen ellas es una aventura de emociones bellas, divertidas, liberadoras.





Mi experiencia con el succionador de clítoris

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La primera vez que oí hablar del succionador de clítoris fue durante una entrevista que David Broncano le hizo a la cineasta Leticia Dolera en el programa La Resistencia. Ella aseguraba que, con el aparato en cuestión, te corres en cinco segundos. “Bueno, igual diez”, concedía. Unas semanas después, al final de una cena, la anfitriona sacaba (sin estrenar) el Satisfyer que le habían regalado dos amigas por su cuarenta cumpleaños. Una de ellas la precavió: al probar el suyo, alcanzó tal nivel de éxtasis que lo lanzó por los aires, mientras su cuerpo se contraía con un desconcertado ¡¿pero esto qué es?!

Desde entonces, no hay conversación en la que no aparezca el Satisfyer. Mujeres hablando de un juguete sensual con la naturalidad con la que hablarían de una serie o del fisio. La masturbación femenina ha dejado de ser tabú. Mientras tomábamos unas cañas, hace unos días, una chica confesaba estar desesperada porque extravió el cargador de la batería, y cuando ha vuelto al método tradicional, nada es lo mismo. Otra decía que lo mejor es que no hace falta perder tiempo concentrándote en fantasías; si estás tensa o estresada, sacas el succionador, te lo acercas a los genitales, y en un par de minutos, puedes seguir con lo tuyo. El efecto es inmediato, y está despojado de connotaciones eróticas. La foto de uno de mis grupos de WhatsApp es un Satisfyer. Unas compañeras de trabajo compraron, juntas, nueve de golpe.

Las claves del éxito

Tanto es así que, según la compañía sueca Lelo, España es el país europeo donde ha vendido más estimuladores este año. Entre septiembre y noviembre, las ventas de sus modelos Sona y Sona 2 se han disparado en un 440% con respecto al mismo periodo de 2018.¿Las claves del éxito? Por una parte, dicen los fabricantes, el empoderamiento femenino. Por otra, haber desterrado la forma fálica para proporcionar placer, habitual en los vibradores tradicionales. También han contribuido el testimonio de varias influencers sin pelos en la lengua

“Si no estáis entendiendo que el boom del satisfyer es porque han creado un aparato no-fálico que realmente estimula a la gente con shishi, y por primera vez nos hemos abierto a hablar de que nos masturbamos y lo hemos naturalizado, es que estáis perdidísimos”, explicaba en un tuit muy celebrado la autora Clara Duarte, que tiene más de treinta y seis mil seguidores en Twitter.

Pero, ¿realmente es para tanto? ¿Supondrá este invento, como aseguran muchos comentarios online, el fin del hombre?Dispuesta a averiguarlo, al más puro estilo gonzo, adquiero por internet un Satisfyer Pro 2. Hay tanta demanda que, me advierten, la entrega se demorará unos días. Ha sido el objeto de deseo del Black Friday y el Cyber Monday. Sigo mirando comentarios; son entusiastas e hilarantes. Por ejemplo: “Una no se conoce a sí misma hasta que no prueba el Satisfyer. Mi casa está sucia, mi perro tiene hambre, mis amigos me echan de menos... estoy atrapada en este cacharro, pero feliz”. Otra asegura guardarlo en la caja fuerte para no morir de inanición.
¿Cómo funciona?

Advertencia para despistados: aunque se le llame popularmente “succionador”, no es que succione. No lo intenten por ahí. tras*mite vibraciones a una membrana que no llega a tocar el clítoris, y que emite “ondas expansivas y pulsaciones excitantes”, según la descripción del producto. Así se evitan irritaciones y molestias por contacto. Existen varios niveles de vibración, y la idea es ir jugando con ellos, también en la ducha o la bañera. De hecho, el grado de placer se acentúa si el aparato está mojado, por lo que se recomienda el uso de lubricante. Sobre todo teniendo en cuenta que se utiliza sin preámbulos.

Por fin llega el paquete. Es miércoles. Son las tres y cuarto de la tarde. Alguien cocina en un piso vecino. Fuera llueve a cántaros y el cartón del envoltorio está empapado, a punto de deshacerse. Temo que el repartidor haya visto su contenido. Recuerdo un tuit de la pintora Paula Bonet, que decía: “Explicarle al señor del control de seguridad del aeropuerto de Barcelona que lo que tiene en las manos es un Satisfyer Pro de la leche. Lo mejor: la sonrisa de la señora mayor que venía detrás”.

Pero yo soy reservada y pudorosa. Y aquí me tienen, a punto de probar el juguete erótico más vendido en la actualidad para contarlo públicamente. En el reverso de la caja, rosa pastel, aparece la foto de una chica en camiseta blanca, gabardina rosa, ropa interior lilas de algodón, y tacones.

Levanta una bandera con una especie de diana. Delante pone: “The next sensual revolution”. En el interior, además del succionador, hay un cargador magnético por USB, un manual gráfico de instrucciones, y una mala noticia en el tríptico Safety Information: el primer proceso de carga puede durar hasta ocho horas.

De la histeria a la liberación

Mientras espero que no tarde tanto en estar listo, pienso en la ironía de que un vibrador simbolice el feminismo, cuando lo inventó un médico a finales del siglo XIX para combatir ese mal que supuestamente afectaba a las mujeres, denominado histeria. El estimulador tenía un uso terapéutico, y en los tratamientos anteriores a su creación, los doctores acariciaban manualmente a las pacientes hasta que llegaban al “paroxismo histérico”; es decir, el orgasmo. El deseo sensual femenino reprimido se consideraba una enfermedad.

Hoy el marketing vende el vibrador como una revolución sensual, de igual modo que los primeros, en la época victoriana, se ofrecían como terapia en los balnearios de lujo. La manera de referirse al placer femenino ha cambiado, y eso es lo revolucionario. Pero el sistema para alcanzar ese placer sin sesso, mediante un aparato, es el mismo, perfeccionado.

Mi primera vez

Dicen que el Satisfyer tiene forma de pingüino quienes evidentemente no han visto un pingüino en su vida. El cabezal –que puede extraerse para limpiarlo– es de silicona antialergénica y se ajusta ergonómicamente, rodeando el clítoris. Voy a comprobarlo. Por un momento dudo si poner música y apagar las luces, para crear ambiente. Es broma. Me bajo los pantalones, me tumbo en la cama boca arriba, acerco la cosa a mi vulva, y recuerdo que hay que ir aumentando el nivel de vibración si no quiero que me pase como a la amiga de mi amiga, esa que se volvió tan loca que lo lanzó por los aires.

Nivel uno. Vale. Es un poco incómodo saber que voy a tener que redactar esto. Será imposible dejarse llevar. Miro el techo. Nivel dos. Tengo que estar pendiente de todos los estímulos para poder describirlos luego. El aparato emite un discreto pop-pop-pop. Agradable, sin más. Nivel tres. Se nota el efecto ventosa por el que parece que te estén succionando la entrepierna. Es divertido. En el nivel cuatro, el cosquilleo resulta embriagador. Empiezan a subirme los calores, y un hormigueo se extiende por todo mi cuerpo. Qué absurdo, si mi cabeza está fría y centrada. Esta excitación no tiene ningún sentido, es incongruente. Socorro. A partir del nivel cinco, me da la risa. Una risa gozosa. Una risa de no puede ser. Una risa de incredulidad absoluta. Nivel seis. Jajajaja! A ver, concéntrate. Jajajajaja. En serio. Jajajajaja. Nadie que me oyera podría imaginar lo que estoy haciendo, qué está pasando aquí. Risa tipo droja, porro fuerte. Pero sin alucinar.

Nivel siete. Para, para, para. Espera, espera. Esto no hay quien lo aguante.

Soy incapaz de pasar del nivel siete. Y hay once.

En total, ha tras*currido un minuto.

Mi segunda vez

Tomo aire. Cuando me recupere, haré una segunda incursión. No es una excusa para engancharme, pero quiero ser exacta y es muy difícil de explicar. De momento, lo evalúo como placer insoportable. Mecánicamente eficaz. Raro de narices.

O sea, resulta que la excitación no es mental. Con una tecnología precisa, la reacción física es irreflexiva y espontánea, aun habiendo disociación cabeza-cuerpo. O sea, que podemos satisfacer un deseo que ni siquiera hemos llegado a tener. El apogeo se adelanta a la expectativa. O sea, que el clímax ya no es la culminación de una intensidad creciente, sino un estado efímero, muy fácil de provocar, que no requiere más que pulsar un botón. Lógico, en la era del clic y la inmediatez, en la que todo se consigue así, sin que aparentemente cueste nada.

La segunda vez que lo pruebo, pasado el efecto sorpresa, y entendiendo mejor cómo funciona el mecanismo, llego al último nivel. Mola bastante. Mi conclusión analítica es que, no se trata sólo de que el juguete carezca de forma fálica, es que tampoco puede considerarse exactamente un artefacto sensual. De hecho no tiene nada que ver con el sesso, ni lo sustituye, aunque el resultado sea un orgasmo. Es más bien un relajante, una alegría exprés, un buen complemento para el bienestar. Mi recapitulación corporal es sensiblemente más eufórica y extasiada, irreproducible aquí.
 
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Claro, virgen. El problema es que ellas pueden amarse a 200 tíos buenos cada semana y no quieren ni con uno. Por lo cual lo que tú hayas imitado o inventado al respecto ya imaginas cuánto tras*forma la realidad (cero) y en qué te convierte a ti (en iluso profundo ante cualquiera que te lea).

Pero eso no es la única prueba. Hay muchísimas más (famosas, chaturbate, gay4pay, lo que idolatran las niñas, cuántos chans/blogs/foros de sesso hay abiertos por mujeres, lo que hacen las foreras, los que dicen en foros de tías, pilinguis y puñeteros, fotos robadas en la playa a hombres, etc.)
Sudamericano acomplejado, cierra la boca que el que no tienes ni idea de cómo son las mujeres eres tú.
 
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