M. Priede
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Le falta decir que el fin de la esclavitud se proclamó para los esclavos del sur, en el norte continuó. Buscaba fragmentar la sociedad sureña. Lo mismo hace hoy la élite, porque el desatino de los disturbios está premeditado. No hace falta dirigirlo, basta con dejar hacer.
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Lo que el viento nunca se llevó
Hacia mediados de la Guerra Civil (1861-65), el presidente Abraham Lincoln manifestó:
“Nosotros, todos, estamos por la libertad; pero empleando la misma palabra no expresamos la misma cosa. Para algunos, la palabra libertad puede significar que cada hombre haga lo que quiere de sí mismo y del producto de su trabajo; mientras que para otros, la misma palabra puede significar que algunos hombres hagan lo que les dé la gana con otros hombres y con el producto del trabajo de éstos…” (Howard Selsam, Socialismo y ética, Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires, pp. 249 y 250).
Y en otra ocasión: “Es mi propósito no interferir directa o indirectamente en las instituciones esclavistas, en los estados en que existan […] jamás he estado en sentido alguno de parte de la igualdad social y política entre la raza blanca y la de color […] En no menor grado que ningún otro, yo me inclino a dar la supremacía a la raza blanca […].
[…] Este gobierno no ha de sufrir siempre que subsistan a medias la esclavitud y la libertad […]. Mi objetivo supremo es el de salvar la unión, no el de salvar o destruir la esclavitud. Si pudiese salvar la unión sin liberar esclavo alguno lo haría desde luego; pero como esto no es posible, destruiré la esclavitud para salvar la unión”. (Meca, J., Abraham Lincoln íntimo, México, 1967, Editora Nacional, pp. 73-299).
Para Marx, Engels y los abolicionistas de la época, el Lincoln republicano y antirracista (así como el demócrata Barack Obama) les entusiasmaba mucho más que el político. Ni hablar de la revolución de Haití (1791-1803), que hasta hoy sigue pagando el precio de haber sido demasiado anticolonialista, demasiado anticlasista, demasiado antimperialista, demasiado antirracista. Y por haber exportado su causa hasta Louisiana, que entonces iba de Nueva Orleans a la frontera con Canadá y era colonia de Francia.
Desde inicios de 1700 hasta 1850, los castos puritanos gringos cazaron en África cientos de miles de personas que, en calidad de esclavos, los trasladaron a sus plantaciones en navíos españoles, ingleses, holandeses y portugueses.
El fenómeno de la esclavitud estuvo a punto de quebrar en dos a los estados unidos. Así lo reconoció, paradójicamente, la hiperracista e hipertaquillera película muda El nacimiento de una nación (1915), dirigida por W. D. Griffith: La traída de los jovenlandeses a las plantaciones americanas, primera semilla de la desunión.
El 1º de enero de 1863, en plena guerra civil, Lincoln proclamó la abolición de la esclavitud y, finalmente, el norte industrial y liberal se impuso al sur esclavista y conservador. En ambos bandos, 670 mil muertos. Sin embargo, y así como en su momento las potencias europeas se concedieron una tregua en sus interminables guerras de familia para cargar contra Haití, los ideales antirracistas de Washington se detuvieron en el sur. Para, desde allí, exportar las nuevas formas de esclavitud en el Caribe y América Central.
Los estados del sur perdieron la guerra. Pero las llamadas leyes de Jim Crowe (1870) consagraron la segregación racial en el nivel estatal y local, y estuvieron vigentes hasta los años de 1960. Entre 1880 y 1960, el Congreso estadounidense registró el linchamiento de 5 mil ciudadanos afroestadounidenses (20 mil, según otras fuentes), siendo el estado de Misisipí el último en abolir la esclavitud… ¡en 2013!
En diciembre de 2002, el republicano Trent Lott, proclamado líder del Senado, declaró que de haber continuado las políticas de segregación racial, Estados Unidos habría sido un mejor país. Lott pronunció sus palabras en un acto de homenaje de celebración del centenario de Strom Thurmond, el más viejo del Senado, quien era recordado por sus palabras durante la campaña presidencial de 1948: No hay suficientes tropas en el ejército para obligar a los sureños a admitir a la raza de color en nuestros teatros, nuestras piscinas, nuestras escuelas y nuestros hogares.
Naturalmente, el presidente W. Bush se vio obligado a condenar lo dicho por su aliado Trent Lott. Olvidando que un año atrás, en octubre de 2001, preguntó al presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso: ¿Ustedes también tienen neցros?
Así pues, de aquellos barros estos lodos. El lodo de seguir creyendo que racismo y esclavitud son meros epifenómenos de la lucha anticapitalista.
Después de todo, algún historiador curioso podría indagar si Derek Chauvin (el policía que con su rodilla asesinó a George Floyd), desciende del oficial francés Nicolas Chauvin, condecorado por Napoleón, y que pasó a la historia como ideólogo del supremacismo nacionalista, o chovinismo.
En un relato, William Faulkner escribió: El pasado nunca muere. Ni siquiera pasa.
José Steinsleger
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Lo que el viento nunca se llevó
Hacia mediados de la Guerra Civil (1861-65), el presidente Abraham Lincoln manifestó:
“Nosotros, todos, estamos por la libertad; pero empleando la misma palabra no expresamos la misma cosa. Para algunos, la palabra libertad puede significar que cada hombre haga lo que quiere de sí mismo y del producto de su trabajo; mientras que para otros, la misma palabra puede significar que algunos hombres hagan lo que les dé la gana con otros hombres y con el producto del trabajo de éstos…” (Howard Selsam, Socialismo y ética, Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires, pp. 249 y 250).
Y en otra ocasión: “Es mi propósito no interferir directa o indirectamente en las instituciones esclavistas, en los estados en que existan […] jamás he estado en sentido alguno de parte de la igualdad social y política entre la raza blanca y la de color […] En no menor grado que ningún otro, yo me inclino a dar la supremacía a la raza blanca […].
[…] Este gobierno no ha de sufrir siempre que subsistan a medias la esclavitud y la libertad […]. Mi objetivo supremo es el de salvar la unión, no el de salvar o destruir la esclavitud. Si pudiese salvar la unión sin liberar esclavo alguno lo haría desde luego; pero como esto no es posible, destruiré la esclavitud para salvar la unión”. (Meca, J., Abraham Lincoln íntimo, México, 1967, Editora Nacional, pp. 73-299).
Para Marx, Engels y los abolicionistas de la época, el Lincoln republicano y antirracista (así como el demócrata Barack Obama) les entusiasmaba mucho más que el político. Ni hablar de la revolución de Haití (1791-1803), que hasta hoy sigue pagando el precio de haber sido demasiado anticolonialista, demasiado anticlasista, demasiado antimperialista, demasiado antirracista. Y por haber exportado su causa hasta Louisiana, que entonces iba de Nueva Orleans a la frontera con Canadá y era colonia de Francia.
Desde inicios de 1700 hasta 1850, los castos puritanos gringos cazaron en África cientos de miles de personas que, en calidad de esclavos, los trasladaron a sus plantaciones en navíos españoles, ingleses, holandeses y portugueses.
El fenómeno de la esclavitud estuvo a punto de quebrar en dos a los estados unidos. Así lo reconoció, paradójicamente, la hiperracista e hipertaquillera película muda El nacimiento de una nación (1915), dirigida por W. D. Griffith: La traída de los jovenlandeses a las plantaciones americanas, primera semilla de la desunión.
El 1º de enero de 1863, en plena guerra civil, Lincoln proclamó la abolición de la esclavitud y, finalmente, el norte industrial y liberal se impuso al sur esclavista y conservador. En ambos bandos, 670 mil muertos. Sin embargo, y así como en su momento las potencias europeas se concedieron una tregua en sus interminables guerras de familia para cargar contra Haití, los ideales antirracistas de Washington se detuvieron en el sur. Para, desde allí, exportar las nuevas formas de esclavitud en el Caribe y América Central.
Los estados del sur perdieron la guerra. Pero las llamadas leyes de Jim Crowe (1870) consagraron la segregación racial en el nivel estatal y local, y estuvieron vigentes hasta los años de 1960. Entre 1880 y 1960, el Congreso estadounidense registró el linchamiento de 5 mil ciudadanos afroestadounidenses (20 mil, según otras fuentes), siendo el estado de Misisipí el último en abolir la esclavitud… ¡en 2013!
En diciembre de 2002, el republicano Trent Lott, proclamado líder del Senado, declaró que de haber continuado las políticas de segregación racial, Estados Unidos habría sido un mejor país. Lott pronunció sus palabras en un acto de homenaje de celebración del centenario de Strom Thurmond, el más viejo del Senado, quien era recordado por sus palabras durante la campaña presidencial de 1948: No hay suficientes tropas en el ejército para obligar a los sureños a admitir a la raza de color en nuestros teatros, nuestras piscinas, nuestras escuelas y nuestros hogares.
Naturalmente, el presidente W. Bush se vio obligado a condenar lo dicho por su aliado Trent Lott. Olvidando que un año atrás, en octubre de 2001, preguntó al presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso: ¿Ustedes también tienen neցros?
Así pues, de aquellos barros estos lodos. El lodo de seguir creyendo que racismo y esclavitud son meros epifenómenos de la lucha anticapitalista.
Después de todo, algún historiador curioso podría indagar si Derek Chauvin (el policía que con su rodilla asesinó a George Floyd), desciende del oficial francés Nicolas Chauvin, condecorado por Napoleón, y que pasó a la historia como ideólogo del supremacismo nacionalista, o chovinismo.
En un relato, William Faulkner escribió: El pasado nunca muere. Ni siquiera pasa.
José Steinsleger