paco jones
Madmaxista
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Las vejaciones de las guardias nazis más sanguinarias de los campos de concentración
Actualmente, quizás pueda dar la impresión de que las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial por los seguidores de Hitler fueron una obra realizada exclusivamente por hombres. La realidad, por el contrario, es bien distinta. Y es que, no fueron pocos los campos de concentración en los que las oficiales de las SS sembraron el terror entre los presos mediante cientos de horribles castigos.
Sin embargo, de entre todos ellos existió uno en que estas crueles alemanas dejaron una imborrable huella: el de Ravensbrück (un centro de internamiento mayoritariamente femenino ubicado en Alemania donde fallecieron nada menos que 50.000 prisioneras). Así lo afirma, al menos, un nuevo libro en el que se narran pormenorizadamente los sucesos acaecidos en el lugar y del que habla extensamente el «Daily Mail» en su versión web.
Entre las torturadoras destacan algunas como Johanna Langefeld o Dorothea Binz. Nombres que –en muchos casos- han quedado olvidados por la Historia. Una buena parte de ellas, curiosamente, no contaban con una edad muy avanzada (de hecho, algunas accedieron al puesto con apenas 19 o 20 años), lo que hacía que fuesen muy apreciadas entre los guardias masculinos del campo –con los que solían coquetear de forma delicada y femenina-. Sin embargo, frente a los presos se tras*formaban y se convertían en auténticos demonios.
Las primeras mujeres de Ravensbrück
Una de las primeras mujeres que trabajó en Ravensbrück (de las más de 3.500 que pudieron contarse al terminar la contienda) fue Johanna Langefeld, la primera Oberaufseherin (jefa de la guardia). Esta mujer se caracterizó por imponer todo tipo de crueles castigos a las prisioneras como mantenerlas durante horas de pie bajo la lluvia y el frío (sin apenas ropa) durante horas y horas.
También solía flagelarlas sin contemplaciones durante largos períodos de tiempo. Sin embargo, estaba en contra de usar a las reclusas como sujetos de pruebas para experimentos científicos, por lo que no tardó en ser sustituida por ser «demasiado blanda».
No sucedió lo mismo con Dorothea Binz, una mujer bellísima según los propios prisioneros pero que, llegado el momento, disfrutaba dando palizas y torturando a los presos que se encontraban en el pabellón de castigo del campamento. Entre sus prácticas más crueles, solía empaparles en agua helada para luego darles múltiples golpes.
Esta alemana fue particularmente dura con los prisioneros del Ejército Rojo (a los cuales llamaba «cerdos rusos»), quienes, por su parte, crearon una poco sutil estrofa para referirse a ella: «Una hermosa rubia, eres tan bella, con brillantes tus ojos azules… Pero si pudiéramos, nos gustaría destrozar tu alma y estrangular tu corazón sediento de sangre».
En una ocasión, Binz observó como una prisionera corría para lanzarse contra la valla electrificada del campo y suicidarse. Ella la detuvo y, a continuación, la llevó al pabellón de castigo donde golpeó sus muslos esqueléticos con un bastón durante varios minutos.
Por entonces, la soldado contaba con poco más de 20 años, pues había adquirido su puesto cuando apenas 19 (tras alistarse en el ala femenina del partido nancy). Entre sus «logros» también se encuentra el haber colaborado en la creación de un cuarto en el que se dejaban morir a los bebés a los que hubieran dado a luz las presas.
La crueldad femenina
En este campo de concentración también trabajó la Doctora Herta Oberheuser. Esta mujer, alta y rubia, solía ir ataviada con una blusa tras*parente que se ponía sobre su ropa interior de tonalidad rosaSegún el libro, solía administrar inyecciones letales a su discreción, llegando a asesinar a un adolescente porque se había orinado en la cama debido al miedo. En una ocasión, cuando los presos se quejaron de que tenían sed, les ofreció agua mezclada con vinagre.
Entre los muros del lugar también se hallaba Elisabeth Marschall, la enfermera jefe, quien se quedaba con toda la comida que llegaba de la Cruz Roja para los bebés del campamento y les dejaba morir de hambre. Finalmente, los prisioneros tampoco podrían olvidar a Ruth Neudeck, una guardia que disfrutaba golpeándoles con una fusta y que justificaba su uso afirmando que se negaba a tocarles debido a que estaban infestados de piojos.
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