Las salas de conciertos valencianas temen un cierre en cadena: “Nos están estrangulando”

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Las salas de conciertos valencianas temen un cierre en cadena: “Nos están estrangulando”




Las salas de conciertos valencianas temen un cierre en cadena: “Nos están estrangulando”
Los promotores denuncian falta de interés político en equipararlos al resto de actividades culturales en las medidas contra la esa época en el 2020 de la que yo le hablo y que llevan dos meses recibiendo visitas de la policía local

CLAUDIO MORENO
Valencia - 15 NOV 2020 - 07:45 CET
Los dueños de cinco locales de conciertos de Valencia.
Los dueños de cinco locales de conciertos de Valencia.MÒNICA TORRES
Llegan al encuentro un poco abatidos, a tono con los nubarrones plantados sobre Valencia. No es para menos: su sector afronta una crisis a causa de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo del cobi19 que dejará pérdidas anuales de 120 millones en España, según estimaciones de la Plataforma de Salas de Concierto (PSDC). Por eso, antes de hacer la foto que ilustra el artículo, los cinco dueños de salas convocados inician un debate sobre cómo encarar los próximos meses. “Debemos abrir todos a la vez, no de uno en uno”, empuja Óscar Iglesias, socio fundador del grupo Groovelives y dueño de varias discotecas en la ciudad. Paradójicamente su grupo acaba de cerrar La 3 en pleno décimo aniversario y no tiene intención de retomar la actividad. “Que sirva de aviso a las instituciones y al resto de salas: morir en silencio no merece la pena”, advierte. Pero los demás propietarios, con proyectos más personales, se aferran a la vocación y estiran la agonía. Denuncian falta de interés político en equipararlos al resto de actividades culturales. Y cuentan que llevan dos meses recibiendo visitas de la policía local.

“A mí me vinieron el 8 de octubre tras el concierto de The Kabooms”, cuenta Pepe de Rueda, dueño de 16 Toneladas. “Cuando vieron mi licencia de sala de baile sonrieron como diciendo: te hemos pillado”, narra. “Dijeron que habíamos metido más gente de la permitida, pero no era verdad, el aforo restringido es de 90 personas y vinieron 62, y podía demostrarlo porque grabé el concierto. Después les enseñé un salvoconducto de la Secretaría de Salud Pública y un papel del Instituto Valenciano de Cultura que nos acredita como sala de conciertos; entonces llamaron a su jefe, éste vino, miró el papel y dijo: esto no vale para nada”. La inspección se saldó con una apertura de expediente. Y la sala está cerrada desde ese día. Algo parecido vivieron en Matisse en septiembre. “Llegaron un martes de música clásica y les pedí que volvieran el viernes para enseñarles mi salvoconducto”, relata José Ramón Martín, jefe de la sala. “El viernes aparecieron durante el concierto de Carlos Torres y al ver el papel dijeron: menudo cromo te has buscado, ¿nos dejas escanearlo?”. Matisse bajó la persiana –temporalmente– varias semanas después. Más reciente fue la visita al Loco Club, concretamente el 31 de octubre tras la actuación de Futuro Terror. “Entraron diciendo que habían visto el concierto en las redes y que aquello estaba prohibido. Cuando les enseñé el salvoconducto se quedaron sorprendidos”, relata Lorenzo Melero, padre del negocio.

La sorpresa de los agentes sirve para ilustrar el caos normativo en el que trabajan las salas de conciertos de la Comunidad Valenciana. Tras el confinamiento pudieron abrir unas semanas –y gastar más pista con el mobiliario de aislamiento que con las zapatillas–, pero el 17 agosto apareció en el DOGV una resolución que suspendía la actividad de discotecas, salas de baile, karaokes y bares de copas con y sin actuaciones musicales. Luego, el 7 de septiembre, la secretaria autonómica de Salud Pública, Isaura Navarro, firma una instrucción que permite la actividad de las “salas de conciertos” pero sin ofrecer servicio de bar. Es el salvoconducto entregado a la policía. El “cromo”. La confusión llega porque a efectos legales no existen licencias de bares de copas ni licencias de salas de conciertos, con lo que todos estos locales de música en vivo se ven obligados a elegir en el registro entre licencias de café-concierto, pub, sala de baile o discoteca. Más ocio nocturno que actividad cultural. Ninguna asimilable al salvoconducto. “Es increíble que un documento oficial utilice nombres de cosas inexistentes”, critica José Ramón Martín.


Caída al vacío y crisis de identidad
Aunque la resolución de agosto cerró todas las salas, la instrucción de Salud Pública las habilita para abrir en formato teatro. Con sillas donde había pogos y mascaras tapándole el paso a la cerveza. Sin poder vender ni una botella de agua. ¿Sale a cuenta? “Las salas de conciertos vivimos de la venta de bebidas no de la música”, ataja Germán Escudero, gerente de Peter Rock. “Sin ingresos el problema vendrá cuando dejemos de pagar los alquileres y entremos en juicios. El invierno será duro”, anticipa. “Estamos aguantando a base de generar deuda en locales cerrados y carísimos de mantener”, añade Martín, actualmente dedicado al diseño de un especial navideño para maquillar el año. “Aquí estamos pensando en el dueño del negocio pero con nosotros caerán un montón de empleos directos e indirectos como las empresas de sonido, de iluminación, de limpieza, etc.”, agrega Melero. “Nos están estrangulando”, completa Óscar Iglesias. “El Estado dio ICOs para luego cobrárselos vía impuestos. Me das un crédito pero me cierras el negocio durante meses y sigues pasando impuestos sin congelar gastos comunes. Cualquiera entiende lo inviable de mantener una empresa en esas condiciones”, valora, y seguidamente desliza una imagen: “Es una caída al vacío con La 3 como ejemplo: el cierre justificado de un negocio perfectamente sano. Las demás irán detrás”.
Frente al desplome hay varias medidas en marcha y otras sin pinta de cuajar. Las primeras son dos líneas de ayudas del Instituto Valenciano de Cultura: una subvención a programación hecha y un ciclo de conciertos sin público cuyos gastos asumirá la Generalitat. “Las subvenciones están bien pero si llegan estando cerrados renunciaremos a ellas”, dice Melero. “Tengo que pagar 3.300 euros mensuales de alquiler, prefiero ayudas directas”, añade De Rueda. Las otras medidas nacen de las salas y apuntan al baile de licencias: “Que nos permitan hacer el uso de la hostelería –pide Iglesias–, el ayuntamiento nos denegó la terraza con una interpretación extrema de la norma. No queremos nocturnidad sino abrir por la tarde al tercio de aforo”. Pero el presidente de la asociación de salas En Viu, Fran Bordonado, cree que el reciclaje a hosteleros carece de lógica y reclama una solución más directa: “La Ley de Espectáculos Públicos dispone de licencias con música en vivo, basta con permitir la actividad controlada de esas licencias”. No parece inmediato.
A pregunta de este periódico, Generalitat y Ayuntamiento de Valencia se traspasan mutuamente la responsabilidad sobre las licencias de salas. Para terminar con las alternativas está la opción precaria elegida por el Loco Club, abrir sin barra y jugarse la foto con la policía, “un negocio ruinoso que mantiene la llamita viva”, y la opción elegida por el antiguo pianista –durante 6 años– en el Palau de Les Arts y ahora jefe de Matisse: buscar otro trabajo.
Finalmente, en medio de tanta incertidumbre las salas se han lanzado a debatir sobre su propia naturaleza, abriendo en paralelo una pequeña crisis de identidad. Sin un encaje legal claro buscan encontrar su sitio. Primera pregunta, ¿qué es una sala de conciertos? “No todos los establecimientos pueden catalogarse como tal, desde En Viu y el IVC hemos redactado un proyecto donde las definimos como salas con camerino, escenario, medios profesionales y una programación regular demostrable”, explica Bordonado. Segunda y más polarizante, ¿son las salas ocio nocturno? “Hay una discusión dentro de En Viu, están quienes prefieren considerarnos cultura y diferenciarnos del ocio nocturno y quienes prefieren ir todos a una”, cuenta Pepe de Rueda. “Yo soy las dos cosas y no quiero ponerle horarios a la cultura”, resuelve.
El debate es trascendente porque 35 salas de la región cargan con la cruz del ocio nocturno mientras bares, restaurantes, cines o teatros funcionan con relativa normalidad. Y desprovistas de su esencia cultural, arrojadas al saco de los locales sin música en vivo, la estadística de contagios juega muy en su contra: 2.387 casos acumulados en locales de ocio –sin discernir– frente a 29 en actividades culturales. “Nos meten en el saco del ocio por un criterio horario obviando nuestra actividad”, razona Bordonado, “pero me pregunto qué validez tiene una licencia nocturna con el toque de queda actual”.
 
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