Buen artículo del genial Juliana:
Decíamos ayer que para el PSC se acerca la hora de pasar por el tubo. Después de haber amagado hace unos meses con un gran golpe de efecto (no votar los presupuestos del Estado si se retrasaba el nuevo modelo de financiación de la Generalitat), dentro de 24 horas sus 25 diputados apretarán disciplinadamente la clavija del sí, pese al incumplimiento del Gobierno. Un renglón torcido en el expediente de los capitanes del Baix Llobregat, buenos tácticos, pero no invencibles.
Sería interesante observar hoy la forma y dimensión del tubo por el cual van a tener que pasar.
El tubo tiene tramos muy retorcidos por la crisis económica. El brusco colapso del sector inmobiliario y del consumo ha provocado una brutal caída de los ingresos tributarios de las autonomías y de los ayuntamientos, en cuyas manos se halla la gestión de tres de los cuatro pilares del estado del bienestar español: la educación, la sanidad y los servicios sociales. El cuarto, las pensiones, se lo reserva la Administración central del Estado con un piquete de sindicalistas custodiando la caja única de la Seguridad Social. Esta caja única de las pensiones es hoy el gran baluarte de la unidad de España. Es más eficaz que el Ejército. (Basta observar la pirámide de edad de la población española para entenderlo).
La crisis dramatiza extraordinariamente todo debate a fondo sobre el reparto de la solidaridad interna. Pese a los eufemismos suavizantes y a las complejidades técnicas de la discusión, la corrección que plantea Catalunya es la siguiente: ceñir las obligaciones de la caja común a las prestaciones básicas de sanidad, educación y servicios sociales. La comunidad que quiera mantener una televisión autonómica, que se la pague de su bolsillo. La que quiera mantener una ratio de 22 empleados públicos por cada 100 habitantes, que se lo pague de su bolsillo. Quien quiera ofertar operaciones gratuitas de cambio de sesso, que se lo pague de su bolsillo. ¡Uy! La propuesta catalana plantea una corrección justa (propia de una socialdemocracia holandesa), pero cuestiona seriamente el modus operandi de un país que ha vivido años eufóricos (inéditos durante siglos) y hoy se enfrenta a un duro, durísimo, despertar. Un país sin mecanismos federales de control y corrección de sus equilibrios internos. Se entiende ahora porque Felipe González aconsejaba al PSOE aparcar la discusión del modelo de financiación territorial para centrar todos los esfuerzos en la crisis económica. Además de gran político, González es de Sevilla.
Y por Sevilla pasa el tubo. El PSOE nunca hará nada que soliviante la hipersensibilidad de los andaluces, porque gracias a la hipersensibilidad de los andaluces –¡nosotros no vamos a ser menos!- consiguió en 1981 derrotar y hundir a la UCD de Adolfo Suárez. Es falso de toda falsedad que el PSOE no sea un partido identitario. El PSOE derrotó a la UCD con la bandera verdiblanca del regionalismo andaluz y consiguió –he ahí su mérito- que la causa del regionalismo andaluz (la igualación del Sur) fuese aceptada como buena y deseable por la gran mayoría de la sociedad española. El PSOE es, en buena medida, el partido regionalista de la España meridional (Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha). El PSOE es la CiU del Sur. Conseguida una razonable igualación (en muchos pueblos de Andalucía se vive hoy notablemente mejor que en los barrios obreros de Santa Coloma de Gramenet, l'Hospitalet y Badalona), la ecuación ha comenzado a invertirse. El "nosotros no vamos a ser menos" comienza a ser el lema de un número cada vez mayor de catalanes. Andalucía y Catalunya son los dos pilares electorales del socialismo. He ahí un interesante nudo gordiano. En el interior del tubo.
Y dentro del tubo resuena una canción. Una magnética canción cuyo estribillo dice: ¡Hasta ahí podíamos llegar! El PSOE la escucha. El PSOE presta atención a los cantos de sirena de Rosa Díez. La señora Díez es una sirena ya madura, pero entona una melodía tremendamente grata a los oídos de muchos españoles. Una canción cautivadora, como todo himno simplificador: ¡La culpa es de las autonomías! ¡la lengua castellana está perseguida!, ¡las autonomías gastan sin ton ni son!, ¡devolvamos competencias al Estado!, ¡frenemos a vascos y catalanes! Amplificado por los medios de comunicación madrileños que desean la derrota de Mariano Rajoy como líder del Partido Popular, este himno está calando en amplias franjas del electorado de la derecha. Y también del PSOE, en menor medida (aparentemente). Es la canción simplificadora que muchos españoles desean oír. Toda crisis exige un chivo expiatorio: ¡las autonomías! (¡Los catalanes!, quisiera cantar la sirena: lo hará llegado el momento oportuno).
Y finalmente hay un hombre que no quiere morir políticamente dentro del oscuro túnel de la crisis económica. Como el lector ya habrá adivinado se trata de José Luis Rodríguez Zapatero. Cada vez más seducido por la figura de Nicolas Sarkozy, Zapatero ha llegado a la conclusión de que en la actual fase de confusión y desasosiego la mejor receta es el presidencialismo. La interlocución directa del presidente del Gobierno con la sociedad. A la francesa. Una iniciativa tras otra, planes y más planes, impulsos y señales de arriba a abajo con el menor número de intermediarios posible. En este esquema neopresidencialista, las autonomías molestan. La última gran iniciativa del Gobierno, el crédito extraordinario de 8.000 millones de euros para generar empleo, ha restituido el viejo eje vertical Estado central-municipios. El creciente afrancesamiento de Zapatero le obliga a tratar con severidad a las autonomías. Y a no mostrar debilidad alguna por los catalanes. Político de pies a cabeza, Zapatero es muy disciplinado, de manera que incluso está moderando su conocida querencia por el Barça. Por ello y por todo lo antes expuesto, es importante para el presidente del Gobierno que mañana jueves los diputados del PSC pasen por el tubo. ¿Los acabará estrangulando?