Las cruces rojas vizcaínas que irritaron a Drake

Bartleby

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A finales de 1588, un centenar de soldados de la Armada Invencible fueron reclutados a la fuerza por Lachlan MacLean, el caudillo de Mull, una isla situada en la costa noroccidental de Escocia. A cambio de dejarles reunir provisiones, el jefe local los obligó a combatir contra el clan de los MacDonald de Clanranald, en las islas de Rum y Eigg, y contra el de los McLean de Ardamurchan, que controlaba las islas de Canna y Muck.
Los españoles viajaban a bordo del barco 'San Juan de Sicilia' y habían llegado a Escocia en la retirada hacia el norte que siguió a la batalla de Gravelinas. Aquel choque naval, que tuvo lugar el 8 de agosto de 1588 en el Canal de la Mancha, selló el fracaso de la oleada turística de Inglaterra proyectada por Felipe II para deponer a la reina protestante Isabel I y para defender los barcos que llegaban de América. La flota española, dirigida por el duque de Medina Sidonia, agonizó en el Atlántico en medio de tempestades, masacres y pillajes. Sin embargo, a los huidos de la isla de Mull, el destino les había reservado una jugada extraña. Los sacó de la guerra entre el Imperio español e Inglaterra (1585-1604) y los metió en un conflicto más pequeño, un lucha de clanes en las Highlands con la que no habían contado cuando la Armada zarpó de Lisboa en mayo de 1588.
Fue el comienzo de una serie de infortunios del ejército de Felipe II, compuesto por 129 barcos y 26.400 hombres, entre marineros y soldados, además de decenas de religiosos. Las desgracias alcanzaron su cénit entre agosto y septiembre, periodo en el que se sucedieron vendavales, depresiones, tormentas y hasta un ciclón tropical, todo ello reconstruido por los meteorólogos con minuciosidad forense. Pero el clima adverso sólo agravó los errores humanos, en los que se mezclaron la ambición, el fanatismo religioso y la codicia. Ya el 30 de marzo, el vicealmirante de la flota inglesa, sir Francis Drake, estaba impaciente por atacar sin dar tiempo a la ofensiva enemiga. Envió una carta al Consejo Privado de la reina en la que expresaba su irritación al haberse enterado de que algunas naves de Vizcaya lucían una cruz roja en las velas, como la bandera de Inglaterra. El corsario lo consideró "una auténtica osadía, procediendo de la altivez y el orgullo de los españoles, y no se puede tolerar".
Ese orgullo sufrió un duro golpe tras la batalla de Gravelinas en agosto. Decenas de galeones, urcas y carracas españolas salieron del Canal de la Mancha hacia el Mar del Norte e intentaron bordear Escocia y la costa occidental de Irlanda sin cartas de navegación. En esa aventura perecieron 5.250 individuos. La mayor parte, ahogados o diezmados por las enfermedades (3.750); y el resto, asesinados por las poblaciones costeras o ejecutados por tropas inglesas y por los irlandeses afectos al virrey (1.500).
Tales estimaciones aparecen en el libro 'La Armada Invencible', de Robert Hutchinson (Editorial Pasado&Presente). El autor calcula que se perdieron, al menos, medio centenar de naves (una veintena en Irlanda) y que tampoco regresaron la mitad de los hombres, aunque ese cálculo no incluye a los galeotes de las galeras y galeazas napolitanas y portuguesas, ya que esas víctimas no contaban en aquella época.
El 'San Juan de Sicilia', de 800 toneladas, fue una de las naves que logró mantenerse a flote. El 25 de septiembre de 1588 atracó en la bahía escocesa de Tobermory, al noreste de la isla de Mull, para reparar el casco. Sin embargo, su capitán, Diego Enríquez Téllez, tuvo que ceder un centenar de soldados al jefe Lachlan McLean para que le ayudaran a conquistar los territorios vecinos. Un retén de medio centenar de españoles permaneció con el líder escocés durante un año hasta que los dejaron marchar.
Los demás hombres de Enríquez abandonaron Escocia antes, pero no en su barco. Por si la climatología no fuera suficiente, el 5 de noviembre una gran explosión hundió el 'San Juan de Sicilia' a medio kilómetro de la costa. Según Robert Hutchinson, se trató de un sabotaje planeado por sir Francis Walsingham, radical protestante y jefe de espionaje de la reina de Inglaterra, Isabel I. Uno de sus informadores, un comerciante que suministraba comida a los españoles, prendió la pólvora que estos habían puesto a secar en la cubierta de su nave y huyó a tierra antes de que el casco saltara en mil pedazos.
Restos diseminados del 'San Juan de Sicilia' reposan hoy a veinte metros de profundidad. En el siglo XVIII fue izado uno de los cañones, una pieza francesa procedente de la batalla de San Quintín que se exhibe en el castillo de Inverary. "Pese a los persistentes rumores, no era un barco del tesoro", relata Robert Hutchinson. Por lo menos, en 1906 se recuperó una pequeña fuente de plata.
Luchar en las Tierras Altas no fue lo peor que les ocurrió a los expedicionarios de la Armada Invencible (cincuenta hombres del barco 'El Gran Grifón' fallecieron en la isla escocesa de Fair, entre las Orcadas y las Shetland, y fueron enterrados en un lugar todavía conocido como 'Spainnarts' graves' o tumbas de los españoles). Aquellos días, la costa oeste de Irlanda fue escenario de hundimientos y matanzas. La tripulación de la 'Trinidad Valencera', una nave de 1.100 toneladas que encalló el 16 de septiembre de 1588 en la bahía de Kinnagoe, en Donegal, fue capturada por los mercenarios locales de John Kelly y asesinada por arcabuceros. Antes de disparar obligaron a las víctimas a sentarse desnudas sobre la hierba, y a los que intentaron huir los atravesaron con lanzas. Fueron respetados 47 oficiales porque eran útiles para reclamar un rescate, pero sólo dos resistieron con vida el traslado posterior a Drogheda.
Sin embargo, algunos heridos del 'Trinidad' lograron escapar a la neutral Escocia. Los ayudó el caudillo católico Sorley Boy MacDonnell, que comprometió su honor en auxilio de los españoles, a pesar de que en Irlanda circulaban órdenes estrictas de no ayudar a los extranjeros. La isla ya había sido invadida en 1579-1580 -en una guerra bendecida por el papa Gregorio XIII-, y la posibilidad de que restos de la Armada española deambularan sin control y provocaran otra rebelión católica inquietaba a Isabel I.
Robert Hutchinson cree que la historia ha sido demasiado dura con el trato de la población local (crímenes y robos) a los náufragos españoles. "En realidad -sostiene-, algunos de los jefes rebeldes irlandeses arriesgaron la vida y la propiedades para proteger a los supervivientes españoles de la venganza inglesa". Sin embargo, la memoria retiene con más fuerza la crueldad del 'gallowglass' Melaghlin M'Cabb, un enorme mercenario escocés, al servicio de clanes irlandeses, que "descuartizó a ochenta hombres indefensos con su hacha de combate". Es probable, en todo caso, que ese episodio se haya exagerado o que no sea cierto.
El desastroso final de la Armada Invencible sembró la desolación en los puertos del Cantábrico. Al nuncio del Papa, Annibale de Grassi, le explicaron que el luto que veía por todas partes era por los muertos de la fracasada oleada turística. "Nunca se ha visto, en ningún lugar, lamento similar al que hay en Vizcaya y Asturias", afirma un testimonio de la época recogido por Hutchinson. El autor detalla que 502 guipuzcoanos perecieron en la frustrada oleada turística, de los cuales 128 eran de San Sebastián. La mayoría de esas bajas no se produjeron en enfrentamientos (apenas 23 muertos), sino por enfermedades contraídas en Lisboa antes de que la flota zarpara (221). Irlanda se convertiría después en una tumba para más de cien guipuzcoanos, a quienes se los tragó el mar o los ajusticiaron.
En aquellas aguas, las escuadras guipuzcoana y vizcaína de la Armada sufrieron el infortunio como las demás. El 20 de septiembre, el sheriff Boetius Clancy colgó a sesenta supervivientes del barco guipuzcoano 'San Esteban', que encalló en la playa de Doombeg. Los cadáveres fueron arrojados a una fosa en Killilagh. El lugar de las ejecuciones -ahorcaron también a cuatro tripulantes de la nave 'San Marcos'- fue bautizado como Cnoc na Crocaire (Colina de la Horca, en gaélico).
Dos días después, la nao almiranta de Vizcaya, el 'Gran Grin', sufrió una suerte parecida al chocar contra las rocas en la isla de Clare, en el condado de Mayo. Del centenar de hombres que se pusieron a salvo, 64 murieron a manos del jefe irlandés Dawdarra Roe O'Malley, que los sorprendió cuando intentaban apoderarse de unos botes para escapar. Otra nave de la escuadra vizcaína, la 'Concepción', embarrancó en la bahía de Ard, al oeste de Galway, atraída por las hogueras encendidas por piratas de la costa.
Pero la peor tragedia se produjo el 25 de septiembre en la playa de Streedagh, en la bahía de Sligo. Allí se ahogaron más de un millar de españoles de los barcos 'Juliana', 'Santa María de Visón' y 'Lavia', todos de la escuadra de Levante. Cientos de cuerpos flotaron en el mar, mientras trescientos prisioneros fueron ahorcados. Un testigo de la debacle, Pedro de Cuéllar, logró esconderse durante la noche y al amanecer vio a una docena de compatriotas colgados de unas rejas en un monasterio destruido. "En la playa quedaban seiscientos cadáveres con los que 'cuervos y lobos' se estaban dando un festín", relata Hutchinson, basándose en el relato de Cuéllar.


Las cruces rojas vizca?nas que irritaron a Drake. El Correo
 
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