Cirujano de hierro
Será en Octubre
Los jardines, los parques, las zonas verdes o el arbolado son elementos clave para mantener una buena calidad de vida en las ciudades y favorecer el bienestar de las personas. El contacto con los enclaves naturales en la ciudad nos permite reflexionar, sentirnos libres, relajarnos o reducir el estrés. Por eso, la Organización Mundial de la Salud considera que los espacios verdes urbanos son imprescindibles por los beneficios que aportan en el bienestar físico y emocional. Sin embargo, la mayoría de las capitales españolas (el 55% de ellas) carece del mínimo de zonas verdes recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
¿Ha relegado el urbanismo la creación de nuevos jardines y la buena gestión de las zonas verdes? Este es el debate que plantea el concurso Viles Florides, impulsado por la Confederació d’Horticultura Ornamental de Catalunya, que promueve un certamen para distinguir las mejores prácticas municipales de ajardinamiento.
Los jardines y las áreas verdes “son fundamentales para el bienestar integral de las personas”, resume Enric Pol, catedrático de Psicología Ambiental de la UAB. Por eso, la OMS recomienda que los municipios dispongan, como mínimo, entre 10 y 15metros cuadrados por habitante. Sin embargo, esa meta está aún lejos. De las 34 capitales españolas que han ofrecido estos datos, 19 no la alcanzan; y sólo siete superan los 15m2, según el Observatorio de la Sostenibilidad.
En el ranking, el vencedor es Vitoria (39,2 m2 por habitante); y ocupan lugares destacados Girona (24,3 m2) y San Sebastián (22,5m2). Madrid cumple de sobra (17 m2) pero no Barcelona (6,6 m2), pese a los avances de los últimos años. Muchos expertos relativizan la importancia de los datos cuantitativos; mientras que Enric Pol reivindica el verde útil, cotidiano, de proximidad, “el que puede utilizarse o disfrutar la persona cada día, que está a seis u ocho metros de casa, que encuentra a la salida de la escuela o al que puedes ir caminando sin cansarte más de la cuenta”.
Los espacios verdes regulan la temperatura y la humedad. Producen oxígeno y filtran la radiación: además, absorben los contaminantes y amortiguan los ruidos. También son el lugar de paseo, el relax o el ocio. Pero más allá de su valor intrínseco (su buena organización, su calidad o el grado de protección), muchas veces es su dimensión simbólica la que los convierte en lugares apreciados, dice Enric Pol.
Un interior de una manzana recuperado o un microespacio urbano con encanto pueden servir a las necesidades de relax, tranquilidad y descomprensión: servir de sugerente imaginario del contacto con la naturaleza o el perfecto lugar de acogida. “Los adolescentes son el colectivo más excluido de la sociedad, sin espacios propios; y el jardín puede ser un espacio clave para mejorar la cohesión social”, destaca Pol.
De hecho, los jardines han acompañado a las ciudades desde sus orígenes. “Son en esencia una recreación humana de la naturaleza; de ahí su enorme valor simbólico y la relevancia de su dimensión histórico-patrimonial. Pero en materia de conservación de jardines históricos, públicos y privados, en España está casi todo por hacer”, dice Joan Nogué, catedrático de Geografía Humana de la Universitat de Girona.
Mejor valoración le merece a Joan Nogué el cuidado de las zonas verdes en sentido estricto. El urbanismo posfranquista las usó para descongestionar la trama urbana y elevar la calidad de vida; y “pese a los desmanes y el descontrol del reciente proceso urbanizador, la ciudades han incrementado su número y su calidad”.
Pero ¿incorpora el urbanismo reciente estas preocupaciones? “Vamos mejorando, aunque de forma lenta. En los últimos años ha habido cambios, pero han sido lentos; se necesitan inversiones...”, explica Teresa Galí-Izard, ingeniera técnica agrícola y paisajista, autora de los jardines de San Telmo, en Sevilla. Ciudades como Barcelona han hecho del espacio público una seña de identidad. Sin embargo, han centrado su labor en homogeneizar y adecuar aceras, el mobiliario urbano, los semáforos o los bordillos; pero en cambio la actuación en parques y jardines “no ha estado a la altura”, añade Galí-Izard.
El debate sobre el ajardinamiento o el arbolado ha dado pie a zigzagueantes cambios de criterios en la gestión, lo que ha provocado confusión en el ciudadano. Galí-Izard subraya que no existe la panacea. “¿Plantas autóctonas? Depende. La gente debe saber que en primavera estas plantas y sus flores están maravillosas, pero que en verano tienen un aspecto horrible”, explica. ¿Hay que regar los árboles?. “Hay que usar el agua de forma racional, y la gente debe saber que un árbol de sombra no puede ser un árbol de desierto. Debemos aprovechar el agua del freático”, opina.
La necesidad de que las administraciones sean tras*parentes y expliquen los pros y contras de cada opción en la jardinería ornamental, la investigación (cruces de variedades para tener plantas más productivas y flores más vistosas y más sanas) o la vigilancia para evitar la expansión de las plantas invasoras son algunas asignaturas pendientes para el futuro. Y todo ello enmarcado en un proceso de naturalización.
“Cuanta más diversidad de especies espontáneas o silvestres tenga un sistema urbano, mayor será su valor”, dice el geógrafo y naturalista Martí Boada, quien propone huir del ajardinamiento con especies vegetales exóticas y apuesta por especies adaptadas al clima del país. Boada prefiere una jardinería con especies locales, “no por localismo, sino porque son especies más duraderas”. Y destaca que es necesario estudiar bien los árboles más adecuados en cada caso. “Estamos estudiando los ciclos de vida de cada árbol, para saber la cantidad de carbono que fija, el polvo que retiene, el oxígeno que produce o la cantidad de agua que necesita. Y en función de todos estos datos, sabremos cuál es la especie más conveniente”, indica.
También los árboles tienen dificultades para sobrevivir en la ciudad. “El arbolado en Barcelona está en situación crítica; a veces el medio es hostil para que viva bien”, dice la paisajista Teresa Galí-Izard. Cuando hay que regenerar un árbol, no siempre la mejor opción es ponerlo en un pequeño alcorque-jaula (de un metro por un metro) en la acera. En muchas calles, las raíces no tienen espacio, tropiezan con las tuberías, y las palmeras viven entre medianeras compactadas sin tierra vegetal. El naturalista Martí Boada explica que los plátanos tienden a romper aceras y asfalto, y dejan mucho polen, la producción de hojas multiplica los costes de limpieza y cuando envejecen se afean, se quiebran las ramas por el viento e incrementan los riesgos de accidentes.
El Ayuntamiento de Barcelona informa de que mantiene los plátanos en las vías singulares (como la Rambla) y los sustituye en otras por especies mejor adaptadas y para ganar diversidad. También está sustituyendo los plátanos deteriorados, afectados por enfermedades o envejecidos, teniendo en cuenta que la especie molesta a la población con alergias. El almez, en cambio, aguanta más los ecosistemas urbanos, se adapta mejor y precisa poca atención.
¿Ha relegado el urbanismo la creación de nuevos jardines y la buena gestión de las zonas verdes? Este es el debate que plantea el concurso Viles Florides, impulsado por la Confederació d’Horticultura Ornamental de Catalunya, que promueve un certamen para distinguir las mejores prácticas municipales de ajardinamiento.
Los jardines y las áreas verdes “son fundamentales para el bienestar integral de las personas”, resume Enric Pol, catedrático de Psicología Ambiental de la UAB. Por eso, la OMS recomienda que los municipios dispongan, como mínimo, entre 10 y 15metros cuadrados por habitante. Sin embargo, esa meta está aún lejos. De las 34 capitales españolas que han ofrecido estos datos, 19 no la alcanzan; y sólo siete superan los 15m2, según el Observatorio de la Sostenibilidad.
En el ranking, el vencedor es Vitoria (39,2 m2 por habitante); y ocupan lugares destacados Girona (24,3 m2) y San Sebastián (22,5m2). Madrid cumple de sobra (17 m2) pero no Barcelona (6,6 m2), pese a los avances de los últimos años. Muchos expertos relativizan la importancia de los datos cuantitativos; mientras que Enric Pol reivindica el verde útil, cotidiano, de proximidad, “el que puede utilizarse o disfrutar la persona cada día, que está a seis u ocho metros de casa, que encuentra a la salida de la escuela o al que puedes ir caminando sin cansarte más de la cuenta”.
Los espacios verdes regulan la temperatura y la humedad. Producen oxígeno y filtran la radiación: además, absorben los contaminantes y amortiguan los ruidos. También son el lugar de paseo, el relax o el ocio. Pero más allá de su valor intrínseco (su buena organización, su calidad o el grado de protección), muchas veces es su dimensión simbólica la que los convierte en lugares apreciados, dice Enric Pol.
Un interior de una manzana recuperado o un microespacio urbano con encanto pueden servir a las necesidades de relax, tranquilidad y descomprensión: servir de sugerente imaginario del contacto con la naturaleza o el perfecto lugar de acogida. “Los adolescentes son el colectivo más excluido de la sociedad, sin espacios propios; y el jardín puede ser un espacio clave para mejorar la cohesión social”, destaca Pol.
De hecho, los jardines han acompañado a las ciudades desde sus orígenes. “Son en esencia una recreación humana de la naturaleza; de ahí su enorme valor simbólico y la relevancia de su dimensión histórico-patrimonial. Pero en materia de conservación de jardines históricos, públicos y privados, en España está casi todo por hacer”, dice Joan Nogué, catedrático de Geografía Humana de la Universitat de Girona.
Mejor valoración le merece a Joan Nogué el cuidado de las zonas verdes en sentido estricto. El urbanismo posfranquista las usó para descongestionar la trama urbana y elevar la calidad de vida; y “pese a los desmanes y el descontrol del reciente proceso urbanizador, la ciudades han incrementado su número y su calidad”.
Pero ¿incorpora el urbanismo reciente estas preocupaciones? “Vamos mejorando, aunque de forma lenta. En los últimos años ha habido cambios, pero han sido lentos; se necesitan inversiones...”, explica Teresa Galí-Izard, ingeniera técnica agrícola y paisajista, autora de los jardines de San Telmo, en Sevilla. Ciudades como Barcelona han hecho del espacio público una seña de identidad. Sin embargo, han centrado su labor en homogeneizar y adecuar aceras, el mobiliario urbano, los semáforos o los bordillos; pero en cambio la actuación en parques y jardines “no ha estado a la altura”, añade Galí-Izard.
El debate sobre el ajardinamiento o el arbolado ha dado pie a zigzagueantes cambios de criterios en la gestión, lo que ha provocado confusión en el ciudadano. Galí-Izard subraya que no existe la panacea. “¿Plantas autóctonas? Depende. La gente debe saber que en primavera estas plantas y sus flores están maravillosas, pero que en verano tienen un aspecto horrible”, explica. ¿Hay que regar los árboles?. “Hay que usar el agua de forma racional, y la gente debe saber que un árbol de sombra no puede ser un árbol de desierto. Debemos aprovechar el agua del freático”, opina.
La necesidad de que las administraciones sean tras*parentes y expliquen los pros y contras de cada opción en la jardinería ornamental, la investigación (cruces de variedades para tener plantas más productivas y flores más vistosas y más sanas) o la vigilancia para evitar la expansión de las plantas invasoras son algunas asignaturas pendientes para el futuro. Y todo ello enmarcado en un proceso de naturalización.
“Cuanta más diversidad de especies espontáneas o silvestres tenga un sistema urbano, mayor será su valor”, dice el geógrafo y naturalista Martí Boada, quien propone huir del ajardinamiento con especies vegetales exóticas y apuesta por especies adaptadas al clima del país. Boada prefiere una jardinería con especies locales, “no por localismo, sino porque son especies más duraderas”. Y destaca que es necesario estudiar bien los árboles más adecuados en cada caso. “Estamos estudiando los ciclos de vida de cada árbol, para saber la cantidad de carbono que fija, el polvo que retiene, el oxígeno que produce o la cantidad de agua que necesita. Y en función de todos estos datos, sabremos cuál es la especie más conveniente”, indica.
También los árboles tienen dificultades para sobrevivir en la ciudad. “El arbolado en Barcelona está en situación crítica; a veces el medio es hostil para que viva bien”, dice la paisajista Teresa Galí-Izard. Cuando hay que regenerar un árbol, no siempre la mejor opción es ponerlo en un pequeño alcorque-jaula (de un metro por un metro) en la acera. En muchas calles, las raíces no tienen espacio, tropiezan con las tuberías, y las palmeras viven entre medianeras compactadas sin tierra vegetal. El naturalista Martí Boada explica que los plátanos tienden a romper aceras y asfalto, y dejan mucho polen, la producción de hojas multiplica los costes de limpieza y cuando envejecen se afean, se quiebran las ramas por el viento e incrementan los riesgos de accidentes.
El Ayuntamiento de Barcelona informa de que mantiene los plátanos en las vías singulares (como la Rambla) y los sustituye en otras por especies mejor adaptadas y para ganar diversidad. También está sustituyendo los plátanos deteriorados, afectados por enfermedades o envejecidos, teniendo en cuenta que la especie molesta a la población con alergias. El almez, en cambio, aguanta más los ecosistemas urbanos, se adapta mejor y precisa poca atención.