Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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El coche estaba mal aparcado. No tanto como para que se lo llevara la grúa, ni siquiera para ser multado (por alguna extraña razón ahí no lo hacen nada más que en muy raras ocasiones) pero saltaba a la vista que su propietario lo había dejado allí, casi a las puertas de nuestro bar, porque al salir anoche de él debía llevar un pedo de cuidado. Era un coche gris, viejo, con la chapa en muy mal estado y de matrícula que no reconocí. Saqué las llaves, abrí la puerta, entré al bar, preparé todo lo que preparar antes de abrir (vitrina, desayunos, exprimidor, servicios de café, las sillas y los taburetes del salón...), saqué la terraza y vino el panadero con sus prisas de todos los días. Era el momento que estaba esperando para largarme a la frutería del jovenlandés y hacer la compra que por pura pereza no hice ayer.
No había nadie. Acababan de abrir y padre, progenitora y uno de los hijos pequeños andaban de acá para allá moviendo cajas y género. Saludé, saludaron, pregunté por lo que necesitaba y enseguida pasó el padre adentro a sacarme unas cajas para que escogiera. Soy buen cliente, nos conocemos desde hace mucho tiempo y siempre me han tratado bien. Hace poco que otro jovenlandés abrió una frutería un poco más allá (con dinero de "Sudamericanos" según cuentan estos) y he seguido siéndoles fiel a pesar de haber oído buenas opiniones de la competencia. Tan sólo una vez en todos estos años tuve un leve roce con su hija, una acondroplásica subida de peso y deforme de mal carácter (había que ver y oír como trataba al personal) con la que solía flirtear para halagarla, pues a pesar de todo tenía dos enormes berzas y yo veía que a ella le gustaba que le tirara los trastos aunque fuese en broma. Reconozco que en aquella ocasión fui yo el que se pasó, estaba medio borracho, pero el caso fue que poco después desapareció de allí y la mandaron a la otra frutería que tienen, una de mucho menos tránsito. Y nadie me cortó el cuello, ni me amenazó, ni me dijo que no volviera. Con el hijo mayor (un jovenlandés guapo que tiene en el bolsillo a todas las mujeres del barrio) podría decirse que hasta tengo una relación de amistad, quizá acentuada porque una vez le salve el ojo ciego por un problema que tuvo con unos etnianos que le robaron.
De regreso al bar vi que estaban esperando quienes yo esperaba que estuviesen una progenitora y su hijo, un doctor que casi llegó a ser parte de nuestra familia por lo que durante años se desvivió por la salud de nuestro padre y que poco después de su fin dejó de visitarnos, aunque no le culpo: como él mismo me confesó tenía un gravísimo problema con el alcohol que ninguno habíamos advertido. Se emborrachaba a solas, todos los días, tras acostar a su anciana progenitora. Me quedé de piedra cuando me lo contó. "Si un día vengo a pedirte una cerveza, Kufisto, no me la pongas" me dijo al final. Estuvo en tratamiento, no sé si seguirá con él, hace años ya, pero me dijo que una sola copa podría matarlo.
- ¡Hombre, Kufisto! -dijo- Le estaba diciendo a mi progenitora que vendrías enseguida, que seguro habías ido a algún sitio-
La anciana se levantó de la silla y apoyada en su moderno tacatá subió por la pequeña rampa de acceso. Él la acomodó en una mesa, me pagó el desayuno que su progenitora toma desde hace tres fines de semana (café con leche y dos azucarillos, zumo de naranja y churro) y se fue con la bici sin pedir nada.
Andaba yo atareado con la preparación de las pulgas (queso, chorizo, salchichón, anchoas, sardinillas y atún) cuando oí la voz de una mujer que entraba al bar, pero no la reconocí al tener encendido el extractor de aire. Salí y era "mi amiga", la que dicen que me estoy amando desde hace unos meses. La saludé, le puse una cocacola y en eso llegó la vieja a la barra y me pidió una pulga de las que ya tenía preparadas bajo la vitrina, una de chorizo.
- Me encanta el chorizo -dijo ella-
- Nos ha jodío -respondí yo- Y a mi-
- Me encanta -volvió a decir-
Y como vi que poco más o menos estaba esperando que se la pusiera en la mano le sugerí que se sentara y enseguida se la llevaba yo. Mi amiga (que trabaja cuidando a esta gente) la miraba sin decir nada. Le llevé la pulga. "Me encanta el chorizo, hijo" fue su respuesta.
- Noventa años y le encanta el chorizo -le dije a mi amiga- Y los churros- Sonrió y poco después, tras pasar a la cocina y hablar un rato mientras yo la escuchaba preparando el resto de pulgas, se fue a sus cosas sin dejar de llamarme "cariño"
- Hola -dijo otro-
Salí. Esta vez no tenía puesto el extractor pero no había reconocido la voz. De hecho casi ni lo reconocí bajo la mascarilla y las barbas que se ha dejado.
- ¡Pero shishi!
- Hola, Kufisto
La gente en los bares va y viene como las olas en el mar. A mis años es algo que tengo asumido. Cambia la vida, cambian los amigos, cambian las costumbres, cambia todo y más con la bebida y las drojas de por medio. Este discutió por una mujer con un amigo con el que era uña y carne y dejó de venir. Luego se casó con otra y hará un año que han tenido un hijo. Venía a por las llaves del coche.
- Ayer perdí hasta la vergüenza, Kufisto -me dijo mientras yo buscaba sus llaves. Las encontré en la repisa de arriba de los whiskies caros junto a un paquete de Camel y un mechero-
- ¿El tabaco también es tuyo, no?
- Sí -dijo medio riendo. No se acordaba- Me voy, Kufisto, que hoy tengo lío-
- Adiós-
La anciana señora se marchó como una hora más tarde en compañía de su hijo el doctor. No sé qué hará en ese intervalo de tiempo. Quizá alguien se lo preguntaría: "¿después de cuatro años vuelves al bar, me dejas a tu progenitora, no pides nada, y pasas por aquí como si nada hubiera pasado?" Pues sí. No se lo he dicho a nadie, ni a mi familia. Ni a mi progenitora. A veces, cuando paso por su casa, me ha preguntado por él, extrañada en su inocencia. La próxima vez que me pregunte le diré que ha vuelto a ir al bar, sin más. Seguro que se alegra. Ella nunca ha podido entender un cambio tan drástico a pesar de que tuvimos que contárselo. Ese hombre, aquel joven doctor que parecía un poco loco, le había dado hasta más no poder algunos, muchos años de vida extra a su marido, el hombre de su vida, el hombre que siendo ella bien joven la sacó del infierno que era la vida con su progenitora.
La mañana fue pasando como pasan casi todas las mañanas. Llegó un amigo reciente, quizá hará un par de años, no sé. El tiempo pasa de tal forma que los años se confunden con las pulgas de chorizo. Es el que me proporciona el tabaco desde primeros de año. El que me arregló un problema en el intermitente hará un par de meses. Vino a la cochera con sus herramientas (es camionero) y en cero coma lo solucionó. No hubo ni que cambiar la bombilla. Era un problema de conexión que me hubiera costado Dios sabe cuanto en el taller. No quiso cobrar nada, por supuesto, a pesar de que era sábado y había dejado a su familia para hacerme el favor. Le encanta el rock nacional. A mi no, pero tampoco se lo digo. Hablamos de los viejas bandas y de vez en cuando, si estoy de resaca, de cosas más "profundas" Creo que fue eso lo que formó nuestra amistad. Se me da bien hablar de esas cosas. Aunque la verdad es que eso es algo que se le da bien a cualquiera que no hable de fútbol y política.
Al rato llegó mi tío por su desayuno. Me sentí un poco incómodo: no suelo salir de la barra para hablar con él. Y nuestra familia es un poca rara, demasiado cerrada. Quizá él mismo se lo preguntó: "¿Estás hablando con este alopécico y yo, que soy tu tío y un poco menos alopécico, que te he tenido entre mis brazos y que ahora estoy enfermo no merezco tu atención?" Mi amigo y yo hablábamos con apasionadamente de Metallica, del "Black Album", de aquellos conciertos del Monsters of Rock en la URSS que estaba a punto de desmoronarse...Se fue. Y al rato el otro también.
- ¡Kufito!-
Esa voz sí que la reconocí. Y también la cara. Era él, estaba igual que hace cuanto, ¿cinco años? ¿un poco más delgado? El francés.
- jorobar-
Enseguida, mientras estábamos hablando, llegó otro colega, un buen cliente, un camello, un amigo, una bestia parda que lo estrujo entre sus brazos formando una especie de masa lovecraftiana, pues el francés tampoco es flojo. Pronto rularon las cervezas y las delicatessen que nos dan fama.
Luego llegó uno de mis hermanos (el que todavía vive con mi progenitora) y ya todo fueron planes inmediatos, blitzkriegs, pues nuestro amigo francés se irá mañana o pasado y no había tiempo que perder.
- ¡Cerveza, Kufisto!- gritaba mi amigo el camello- ¡No hay nadie que tire las cervezas como tú!-
Bebieron. Comieron. Llegó un compañero del francés, un aprendiz, uno que no sabe ni una palabra de español...Y cuando pidieron unas "gildas" fue cuando entendí que la noche anterior habían estado aquí con el del coche mal aparcado.
- ¡Kufisto! - dijo el francés una vez que habían acordado donde ir de cena tras la siesta-
- ¿Qué?- respondí mientras titaba una cerveza-
- ¡Esta noche te vienes con nosotros!-
Llegué a casa, me eché un rato y no me dormí.
Volví a levantarme, me duché, me lavé el pelo a conciencia y me fui con la bici al parque.
Allí acabé de leer una novela americana de Simenon. No estaba mal.
Y ahora a acostar.
No había nadie. Acababan de abrir y padre, progenitora y uno de los hijos pequeños andaban de acá para allá moviendo cajas y género. Saludé, saludaron, pregunté por lo que necesitaba y enseguida pasó el padre adentro a sacarme unas cajas para que escogiera. Soy buen cliente, nos conocemos desde hace mucho tiempo y siempre me han tratado bien. Hace poco que otro jovenlandés abrió una frutería un poco más allá (con dinero de "Sudamericanos" según cuentan estos) y he seguido siéndoles fiel a pesar de haber oído buenas opiniones de la competencia. Tan sólo una vez en todos estos años tuve un leve roce con su hija, una acondroplásica subida de peso y deforme de mal carácter (había que ver y oír como trataba al personal) con la que solía flirtear para halagarla, pues a pesar de todo tenía dos enormes berzas y yo veía que a ella le gustaba que le tirara los trastos aunque fuese en broma. Reconozco que en aquella ocasión fui yo el que se pasó, estaba medio borracho, pero el caso fue que poco después desapareció de allí y la mandaron a la otra frutería que tienen, una de mucho menos tránsito. Y nadie me cortó el cuello, ni me amenazó, ni me dijo que no volviera. Con el hijo mayor (un jovenlandés guapo que tiene en el bolsillo a todas las mujeres del barrio) podría decirse que hasta tengo una relación de amistad, quizá acentuada porque una vez le salve el ojo ciego por un problema que tuvo con unos etnianos que le robaron.
De regreso al bar vi que estaban esperando quienes yo esperaba que estuviesen una progenitora y su hijo, un doctor que casi llegó a ser parte de nuestra familia por lo que durante años se desvivió por la salud de nuestro padre y que poco después de su fin dejó de visitarnos, aunque no le culpo: como él mismo me confesó tenía un gravísimo problema con el alcohol que ninguno habíamos advertido. Se emborrachaba a solas, todos los días, tras acostar a su anciana progenitora. Me quedé de piedra cuando me lo contó. "Si un día vengo a pedirte una cerveza, Kufisto, no me la pongas" me dijo al final. Estuvo en tratamiento, no sé si seguirá con él, hace años ya, pero me dijo que una sola copa podría matarlo.
- ¡Hombre, Kufisto! -dijo- Le estaba diciendo a mi progenitora que vendrías enseguida, que seguro habías ido a algún sitio-
La anciana se levantó de la silla y apoyada en su moderno tacatá subió por la pequeña rampa de acceso. Él la acomodó en una mesa, me pagó el desayuno que su progenitora toma desde hace tres fines de semana (café con leche y dos azucarillos, zumo de naranja y churro) y se fue con la bici sin pedir nada.
Andaba yo atareado con la preparación de las pulgas (queso, chorizo, salchichón, anchoas, sardinillas y atún) cuando oí la voz de una mujer que entraba al bar, pero no la reconocí al tener encendido el extractor de aire. Salí y era "mi amiga", la que dicen que me estoy amando desde hace unos meses. La saludé, le puse una cocacola y en eso llegó la vieja a la barra y me pidió una pulga de las que ya tenía preparadas bajo la vitrina, una de chorizo.
- Me encanta el chorizo -dijo ella-
- Nos ha jodío -respondí yo- Y a mi-
- Me encanta -volvió a decir-
Y como vi que poco más o menos estaba esperando que se la pusiera en la mano le sugerí que se sentara y enseguida se la llevaba yo. Mi amiga (que trabaja cuidando a esta gente) la miraba sin decir nada. Le llevé la pulga. "Me encanta el chorizo, hijo" fue su respuesta.
- Noventa años y le encanta el chorizo -le dije a mi amiga- Y los churros- Sonrió y poco después, tras pasar a la cocina y hablar un rato mientras yo la escuchaba preparando el resto de pulgas, se fue a sus cosas sin dejar de llamarme "cariño"
- Hola -dijo otro-
Salí. Esta vez no tenía puesto el extractor pero no había reconocido la voz. De hecho casi ni lo reconocí bajo la mascarilla y las barbas que se ha dejado.
- ¡Pero shishi!
- Hola, Kufisto
La gente en los bares va y viene como las olas en el mar. A mis años es algo que tengo asumido. Cambia la vida, cambian los amigos, cambian las costumbres, cambia todo y más con la bebida y las drojas de por medio. Este discutió por una mujer con un amigo con el que era uña y carne y dejó de venir. Luego se casó con otra y hará un año que han tenido un hijo. Venía a por las llaves del coche.
- Ayer perdí hasta la vergüenza, Kufisto -me dijo mientras yo buscaba sus llaves. Las encontré en la repisa de arriba de los whiskies caros junto a un paquete de Camel y un mechero-
- ¿El tabaco también es tuyo, no?
- Sí -dijo medio riendo. No se acordaba- Me voy, Kufisto, que hoy tengo lío-
- Adiós-
La anciana señora se marchó como una hora más tarde en compañía de su hijo el doctor. No sé qué hará en ese intervalo de tiempo. Quizá alguien se lo preguntaría: "¿después de cuatro años vuelves al bar, me dejas a tu progenitora, no pides nada, y pasas por aquí como si nada hubiera pasado?" Pues sí. No se lo he dicho a nadie, ni a mi familia. Ni a mi progenitora. A veces, cuando paso por su casa, me ha preguntado por él, extrañada en su inocencia. La próxima vez que me pregunte le diré que ha vuelto a ir al bar, sin más. Seguro que se alegra. Ella nunca ha podido entender un cambio tan drástico a pesar de que tuvimos que contárselo. Ese hombre, aquel joven doctor que parecía un poco loco, le había dado hasta más no poder algunos, muchos años de vida extra a su marido, el hombre de su vida, el hombre que siendo ella bien joven la sacó del infierno que era la vida con su progenitora.
La mañana fue pasando como pasan casi todas las mañanas. Llegó un amigo reciente, quizá hará un par de años, no sé. El tiempo pasa de tal forma que los años se confunden con las pulgas de chorizo. Es el que me proporciona el tabaco desde primeros de año. El que me arregló un problema en el intermitente hará un par de meses. Vino a la cochera con sus herramientas (es camionero) y en cero coma lo solucionó. No hubo ni que cambiar la bombilla. Era un problema de conexión que me hubiera costado Dios sabe cuanto en el taller. No quiso cobrar nada, por supuesto, a pesar de que era sábado y había dejado a su familia para hacerme el favor. Le encanta el rock nacional. A mi no, pero tampoco se lo digo. Hablamos de los viejas bandas y de vez en cuando, si estoy de resaca, de cosas más "profundas" Creo que fue eso lo que formó nuestra amistad. Se me da bien hablar de esas cosas. Aunque la verdad es que eso es algo que se le da bien a cualquiera que no hable de fútbol y política.
Al rato llegó mi tío por su desayuno. Me sentí un poco incómodo: no suelo salir de la barra para hablar con él. Y nuestra familia es un poca rara, demasiado cerrada. Quizá él mismo se lo preguntó: "¿Estás hablando con este alopécico y yo, que soy tu tío y un poco menos alopécico, que te he tenido entre mis brazos y que ahora estoy enfermo no merezco tu atención?" Mi amigo y yo hablábamos con apasionadamente de Metallica, del "Black Album", de aquellos conciertos del Monsters of Rock en la URSS que estaba a punto de desmoronarse...Se fue. Y al rato el otro también.
- ¡Kufito!-
Esa voz sí que la reconocí. Y también la cara. Era él, estaba igual que hace cuanto, ¿cinco años? ¿un poco más delgado? El francés.
- jorobar-
Enseguida, mientras estábamos hablando, llegó otro colega, un buen cliente, un camello, un amigo, una bestia parda que lo estrujo entre sus brazos formando una especie de masa lovecraftiana, pues el francés tampoco es flojo. Pronto rularon las cervezas y las delicatessen que nos dan fama.
Luego llegó uno de mis hermanos (el que todavía vive con mi progenitora) y ya todo fueron planes inmediatos, blitzkriegs, pues nuestro amigo francés se irá mañana o pasado y no había tiempo que perder.
- ¡Cerveza, Kufisto!- gritaba mi amigo el camello- ¡No hay nadie que tire las cervezas como tú!-
Bebieron. Comieron. Llegó un compañero del francés, un aprendiz, uno que no sabe ni una palabra de español...Y cuando pidieron unas "gildas" fue cuando entendí que la noche anterior habían estado aquí con el del coche mal aparcado.
- ¡Kufisto! - dijo el francés una vez que habían acordado donde ir de cena tras la siesta-
- ¿Qué?- respondí mientras titaba una cerveza-
- ¡Esta noche te vienes con nosotros!-
Llegué a casa, me eché un rato y no me dormí.
Volví a levantarme, me duché, me lavé el pelo a conciencia y me fui con la bici al parque.
Allí acabé de leer una novela americana de Simenon. No estaba mal.
Y ahora a acostar.