Vulpix
Lonchafinista
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Tras el asesinato de cincuenta fiel a la religión del amores en una mezquita de Christchurch, Nueva Zelanda, los medios corporativos se pusieron a la defensiva y describieron al presunto tirador como un supremacista blanco partidario de Trump.
Está claro que no es así. Si leemos un “manifiesto” atribuido al acusado, Brenton Tarrant, descubrimos que siguió los escritos de Candace Owens, una mujer de color “conservadora”, y predice que será liberado como Nelson Mandela.
Tarrant —si es que de hecho es el autor de este supuesto manifiesto— también criticó el liderazgo del presidente Trump y se describió a sí mismo como un “ecofascista”, un socialista, un libertario, un anarquista y, al mismo tiempo, un seguidor del orate noruego Anders Breivik, un autodenominado nacionalista blanco.
A pesar de estas evidentes incongruencias, los medios corporativos, guiados por una agenda, han caracterizado uniformemente al sospechoso como un partidario supremacista blanco de Donald Trump, mientras que han minimizado o ignorado las contradicciones ideológicas y el absoluto absurdo del llamado manifiesto de Tarrant.
Obviamente esto es una operación psicológica primero para identificar y demonizar a los críticos del establishment y luego excluirlos de la participación política y posiblemente imponer medidas más draconianas.
Además, esto le dará al estado una excusa para imponer más restricciones a la libertad de expresión y al acceso a las redes sociales. Facebook, Twitter, YouTube, Instagram, etc., han iniciado (a instancias del estado) una purga de sus plataformas basada en una prueba de fuego política “progresista”.
El demócrata Beto O'Rourke, ex miembro del grupo de hackers Cult of the Dead Cow, y que recientemente declaró su intención de presentarse como candidato a la presidencia, admitió que no hay ninguna manera práctica de confiscar las armas de fuego que poseen los estadounidenses, que ya suman alrededor de 500.000.000 de rifles y pistolas. En cambio, O'Rourke quiere eludir la Carta de Derechos y prohibir la venta de armas de fuego, siguiendo así el camino que está siguiendo ahora Nueva Zelanda.
“En política, nada sucede por accidente. Si sucede, puedes apostar a que fue planeado de esa manera”, bromeó el gran político socialista Franklin D. Roosevelt.
Creo que muchos de estos tiroteos masivos, especialmente aquellos cometidos por supuestos supremacistas blancos y nacionalistas (muchos son activos controlados; por ejemplo, Hal Turner), son parte de una operación psicológica diseñada para desestabilizar tanto a Estados Unidos como a Europa en varios frentes.
Desde las fronteras y la migración masiva hasta la austeridad económica y la erosión en cámara lenta de la clase media y la exportación de industria y riqueza por parte de bancos internacionales y corporaciones tras*nacionales, estamos presenciando un plan masivo para marcar el comienzo de una economía global unificada con su requisito de gobernanza totalitaria.
Para las élites globales que trabajan tras bastidores, el objetivo final es el control total e incuestionable, la consolidación de la riqueza y el empobrecimiento de la humanidad, lo que en última instancia resulta en una grave reducción de la población mundial.
Pero antes de que esto ocurra, el terreno político e intelectual debe quedar libre de todo disenso. El único disenso que se tolerará será el de grupos e individuos simbólicos que mantengan viva la ilusión de que vivimos en una democracia.
Está claro que no es así. Si leemos un “manifiesto” atribuido al acusado, Brenton Tarrant, descubrimos que siguió los escritos de Candace Owens, una mujer de color “conservadora”, y predice que será liberado como Nelson Mandela.
Tarrant —si es que de hecho es el autor de este supuesto manifiesto— también criticó el liderazgo del presidente Trump y se describió a sí mismo como un “ecofascista”, un socialista, un libertario, un anarquista y, al mismo tiempo, un seguidor del orate noruego Anders Breivik, un autodenominado nacionalista blanco.
A pesar de estas evidentes incongruencias, los medios corporativos, guiados por una agenda, han caracterizado uniformemente al sospechoso como un partidario supremacista blanco de Donald Trump, mientras que han minimizado o ignorado las contradicciones ideológicas y el absoluto absurdo del llamado manifiesto de Tarrant.
Obviamente esto es una operación psicológica primero para identificar y demonizar a los críticos del establishment y luego excluirlos de la participación política y posiblemente imponer medidas más draconianas.
Además, esto le dará al estado una excusa para imponer más restricciones a la libertad de expresión y al acceso a las redes sociales. Facebook, Twitter, YouTube, Instagram, etc., han iniciado (a instancias del estado) una purga de sus plataformas basada en una prueba de fuego política “progresista”.
El demócrata Beto O'Rourke, ex miembro del grupo de hackers Cult of the Dead Cow, y que recientemente declaró su intención de presentarse como candidato a la presidencia, admitió que no hay ninguna manera práctica de confiscar las armas de fuego que poseen los estadounidenses, que ya suman alrededor de 500.000.000 de rifles y pistolas. En cambio, O'Rourke quiere eludir la Carta de Derechos y prohibir la venta de armas de fuego, siguiendo así el camino que está siguiendo ahora Nueva Zelanda.
“En política, nada sucede por accidente. Si sucede, puedes apostar a que fue planeado de esa manera”, bromeó el gran político socialista Franklin D. Roosevelt.
Creo que muchos de estos tiroteos masivos, especialmente aquellos cometidos por supuestos supremacistas blancos y nacionalistas (muchos son activos controlados; por ejemplo, Hal Turner), son parte de una operación psicológica diseñada para desestabilizar tanto a Estados Unidos como a Europa en varios frentes.
Desde las fronteras y la migración masiva hasta la austeridad económica y la erosión en cámara lenta de la clase media y la exportación de industria y riqueza por parte de bancos internacionales y corporaciones tras*nacionales, estamos presenciando un plan masivo para marcar el comienzo de una economía global unificada con su requisito de gobernanza totalitaria.
Para las élites globales que trabajan tras bastidores, el objetivo final es el control total e incuestionable, la consolidación de la riqueza y el empobrecimiento de la humanidad, lo que en última instancia resulta en una grave reducción de la población mundial.
Pero antes de que esto ocurra, el terreno político e intelectual debe quedar libre de todo disenso. El único disenso que se tolerará será el de grupos e individuos simbólicos que mantengan viva la ilusión de que vivimos en una democracia.
