La venganza de Kesagake

Memoria

Madmaxista
Desde
7 Mar 2018
Mensajes
562
Reputación
652
tema de CayoDiplodocus
Devoradores de Hombres III: La Venganza de Kesagake




Durante el periodo que siguió a la Revolución Meiji (1866-1868) Japón cambió más que cualquier otro país en un periodo de tiempo tan corto: de nación medieval controlada por los samuráis y daimios a centralizada bajo la figura del Emperador, que hasta entonces había tenido un papel más religioso que político; de atrasada nación agraria a una de las mayores potencias industriales del globo; y de país aislacionista y cerrado al exterior a constructor de un imperio colonial y único país considerado europeo en Asia por las muy racistas potencias coloniales occidentales que comenzaban a dividir Extremo Oriente en áreas de influencia.



Desde el punto de vista de las relaciones entre los japoneses y la ecología el cambio fue simplemente brutal. Antes de la Revolución Meiji, la influencia de la religión tradicional Shinto y el Budismo Zen (que la mayoría de los japoneses sigue de forma simultánea, otra rareza de ese país) había mantenido los bosques y sus habitantes a salvo de la acción humana. Los bosques eran sagrados, y los animales representantes de los espíritus de la naturaleza (kamis) a los que se reverenciaba y trataba de complacer; la caza prácticamente no existía y la pesca constituía la principal fuente de proteínas. Un extranjero que llegaba a Japón antes de 1860 se quedaba totalmente flipado al encontrar un país bastante poblado, pero a la vez muy forestado, con bosques milenarios casi sin perturbar rodeando poblaciones y castillos habitados. Los pequeños lobos japoneses (hoy extintos), los astutas y los monos se acercaban a las casas de las aldeas, donde los aldeanos les daban de comer de buen grado, y los ciervos se paseaban sin ser molestados por las calles y los jardines de los templos. Pero tras la Revolución Meiji los bosques fueron talados y sustituidos por plantaciones y aldeas que se convertían en pueblos y ciudades a velocidad de vértigo, y los animales salvajes pasaron a ser considerados fieras y masacrados donde antes se les recibía con los brazos abiertos. Los dos lobos japoneses y el león marino que habitaba las costas del país se convirtieron en piezas de museo hacia 1900. Y si el efecto fue traumático en las islas japonesas principales, cualquiera se puede imaginar lo que fue para Hokkaido, una isla casi desprovista hasta entonces de japoneses y habitada por los Ainu, pueblo nativo que hasta bien entrado el siglo XIX vivía en la Edad de Piedra. Fue precisamente en una recién fundada aldea de colonos japoneses en Hokkaido donde, en 1915, el oso Kesagake llevó a cabo su particular venganza contra los humanos.


Típico oso pardo de Hokkaido (Ursus arctos yesoensis). Los osos pardos de Hokkaido no son de tonalidad pardo, sino neցro, pero no son osos neցros como los que viven en otras islas japonesas (Ursus thibetanus). ¿"Me se" entiende?

La aldea en cuestión se llamaba Sankebetsu Rokusen-sawa, situada en el oeste de la isla, a unos 30 kilómetros tierra adentro de la población costera de Tomamae. En 1915 no era raro que de vez en cuando la aldea fuese visitada por animales salvajes, quienes probablemente no entendían todavía qué eran aquellas 15 casas surgidas de un día para otro en medio de su territorio. Una mañana de mediados de noviembre, poco después del alba, lo que apareció por allí no fue un astuta o una comadreja, sino un monumental macho de oso pardo que, presionado por la inminente llegada del invierno, se puso a comer maíz en el granero de la familia Ikeda. Los dueños de la casa no oyeron al oso pero sí al grupo de caballos que vivían en el establo situado junto al granero, y que se asustaron al recibir semejante visita. En cuanto los dueños salieron a ver qué pasaba el animal huyó, sin presentar la menor resistencia. En principio se creyó que el oso no volvería, pero el 20 de ese mes apareció por ahí de nuevo y el señor Ikeda decidió que era mejor matarlo antes de que hiciese daño a los caballos. Se formó entonces una cuadrilla constituida por Ikeda mismo, su hijo Kametaro y dos cazadores contratados, uno de ellos en la propia Sankebetsu y otro en un pueblo vecino. Los cuatro hombres montaron guardia junto al granero y cuando el oso apareció de nuevo le dispararon, hiriéndole gravemente en un hombro pero sin matarle. Tras esto siguieron sus huellas y el rastro de sangre que dejó en dirección al monte Onishika, pero una tormenta de nieve les hizo volver. Ikeda se contentó pensando que el oso no sobreviviría a aquella herida.

Pero Kesagake, como se le llamaría después (el nombre significa precisamente herida en el hombro) sí sobrevivió, aunque a duras penas. Uno se puede imaginar el calvario que pasó este animal, con una herida que le impedía pescar, cazar y pelear con otros osos para conseguir comida. En lugar de acumular la grasa que le quedaba para iniciar la hibernación, Kesagake comenzó a perderla. Llegó entonces Diciembre y mientras el resto de los osos de Hokkaido dormitaba en sus refugios invernales, Kesagake seguía deambulando por los bosques nevados a la búsqueda de un mísero bocado que llevarse a la boca. Finalmente, se vio forzado a vencer el miedo y regresar al único sitio donde sabía que había comida: Sankebetsu.



Kesagake regresó a la aldea el 9 de Diciembre, hacia las diez y media de la mañana. Evitó las propiedades de los Ikeda y se metió en el granero de una familia vecina, los Ota, donde comenzó a atracarse de su provisión de grano. El hecho de tener por fin algo que llevarse a la boca le causó tal frenesí que rompió una de las paredes de la choza de un golpe, tras la caída de la cual vislumbró dos figuras: Mayu, la adolescente hija adoptiva de los Ota, y Mikio, el bebé de una familia vecina, los Hasumi, a quien Mayu cuidaba mientras los padres de ambos se encontraban trabajando. Probablemente estimulado por el llanto del niño, el oso mató a Mikio mordiéndole en la cabeza. Mayu trató de impedirlo arrojándole leña, pero sólo consiguió atraer la atención del animal hacia sí misma. Tras esto Mayu trató de salir corriendo de la casa pero Kesagake la alcanzó y liquidó antes de que pudiera hacerlo. Acto seguido, tomó el cuerpo de la chica entre los dientes y se lo llevó al bosque para devorarlo con tranquilidad.

El suceso fue descubierto poco después por dos hombres que pasaban por allí y avisaron a un grupo de albañiles que estaban construyendo un puente en las cercanías. Se decidió que uno de ellos iría a avisar a las autoridades de la provincia y otro le daría la triste noticia a los Hasumi. Dos vecinos, Yasutaro Miyoke e Ishigoro Saito, se presentaron voluntarios para planificar y liderar una expedición de 30 hombres armados que irían en busca del oso a la mañana siguiente. Otro vecino, Yukichi Nagamatsu (al que todos apodaban Odo) se quedarían con las familias de ambos en la casa de los Miyoke. El día 10 Kesagake fue avistado a sólo 150 metros de la aldea y cinco hombres hicieron fuego sobre él, pero sólo uno le alcanzó antes de que se perdiera en la espesura. No lejos de allí se encontró un abeto cuya parte inferior estaba cubierta de sangre, y bajo el cual encontraron la cabeza y parte de las piernas de la desafortunada Mayu. Los restos estaban semienterrados en la nieve, indicio de que el oso había tratado de preservarlos para comérselos más tarde. La guarnición fue reforzada hasta llegar a los 50 hombres que se desplegaron sobre la zona. Kesagake apaeció de nuevo a las ocho de la noche, tras lo cual uno de los hombres le avistó y abrió fuego, pero cuando el resto acudieron alertados por el disparo el oso se había ido de nuevo. Los hombres pasaron entonces a la ofensiva y trataron de perseguir al oso, en lugar de esperar a que se asomara de nuevo.

350px-Sankebetsu_BrownBear01.png

Kesagake la lía (reconstrucción del Museo de Tomamae).

Esto, paradójicamente, no hizo sino ponerle las cosas fáciles a Kesagake. Los hombres y las armas estaban en el bosque, así que él simplemente regresó al pueblo y dio a parar (paradojas de la vida) al lado de la casa de los Miyoke. La esposa de Miyoke, Yayo, se encontraba preparando la cena mientras cargaba a la espalda su cuarto hijo, Umekichi. Al oír unos pasos furtivos en el exterior no se le ocurrió otra cosa que preguntar quién andaba ahí (en efecto, los tópicos de las películas de terror están basados en hechos reales) y su voz atrajo al oso, quien entró en la habitación tras romper una ventana. Como remate, el oso golpeó una olla donde se estaba hirviendo agua y su contenido salpicó al fuego de la cocina, apagándolo y sumiendo a la habitación en las tinieblas. Yayo trató de huir de allí pero tropezó en la puerta con su segundo hijo, Yujiro, quien había acudido a la cocina a ver qué pasaba, y ambos acabaron en el suelo. El oso se acercó por detrás y le arrebató al bebé de un mordisco. En ese momento apareció Odo, que intentó atraer la atención del animal con relativo éxito, pues consiguió que echara a correr detrás de él y saliera de la cocina. Cuando intentó protegerse detrás de unos muebles, sin embargo, la cosa no le salió tan bien y acabó con un potente zarpazo del animal en la espalda. El oso perdió interés por el hombre en seguida y se lanzó a por los niños, atacando sucesivamente a Kinzo (tercer hijo de los Miyoke) y a los dos hijos de los Saito, Haruo e Iwao. Éste último resultó gravemente herido pero sobrevivió, debido a que cuando Kesagake estaba a punto de liquidarlo éste descubrió otra presa que le llamó más la atención: Take, progenitora de Iwao y Haruo y mujer de Ishigoro, que en ese entonces se encontraba embarazada. Desde el suelo, su hijo tuvo que ver cómo su progenitora, al verse acorralada y presa del pánico, llegó a arrodillarse y pedir clemencia al oso por el hijo que llevaba en su seno. No hace falta decir que éste no le hizo el menor caso. Yayo (herida por un golpe en la cabeza y poco más) escapó de la casa arrastrándose, mientras oía como los gritos de su amiga dejaban paso al ruido de sus costillas quebrándose entre los dientes del oso. Gracias a ella se pudo avisar al resto de vecinos y a algunos de los hombres que todavía estaban buscando inútilmente al oso en los bosques de los alrededores.



Los vecinos pensaron inicialmente en prender fuego a la casa, pues suponían que todos los que quedaban dentro habían muerto, pero Yayo se negó. En su lugar una decena de hombres rodeó la casa e intentó atraer al oso para que saliera y pudiera ser abatido en el exterior. El oso, efectivamente salió pero lo hizo tan rápido que fueron incapaces de hacer blanco. Tras tirar a uno de los hombres armados al suelo, que resultó herido leve, Kesagake desapareció otra vez en el tenebroso bosque nocturno.


Los vecinos entraron en la casa pero la mayoría tuvo que salir inmediatamente al no poder hacer frente a las náuseas. Sólo unos cuantos veteranos de la Guerra Ruso-Japonesa tuvieron el estómago suficiente como para inspeccionar la casa y comprobar los cadáveres. Los muebles estaban hechos trizas y el suelo cubierto por grandes charcos de sangre. De los cadáveres sólo el de Take se encontraba parcialmente devorado. Habia perdido casi todo el tórax, aunque el vientre y el feto ya muerto- se encontraban intactos. Se descubrió que Iwao, Odo y Umekichi seguian vivos, aunque tampoco duraron demasiado: El bebé falleció pocas horas después a causa de las heridas, Iwao lo hizo un par de días más tarde en la improvisada enfermería que se montó en la escuela del pueblo, y Odo se cayó (o se tiró) al río que fluía junto a la aldea a la primavera siguiente. Sólo Rikizo e Hisano, el hijo y la hija mayores de Yayo y Yasutaro, habían conseguido salir ilesos gracias a que durante el ataque se hicieron los muertos y no despertaron el interés de Kesagake.

Ni Ishogoro ni Yasutaro supieron entonces lo que le había pasado a sus familias. Al no dar con el rastro del oso, el primero de ellos viajó a Tomamae para informar a la administración provincial de que había un oso antropófago en los alrededores, mientras que Yasutaro se desplazó hasta Onishika (actual Obira), donde contrató a Heikichi Yamamoto, un conocido ex-oficial de la Guerra Ruso-Japonesa que tras su jubilación se había aficionado a la caza del oso, y contaba entre sus capturas con un animal que había apiolado a tres mujeres. El día 11 los tres hombres volvieron a Sankebetsu, donde Ishigoro y Yasutaro supieron lo que les había pasado a sus familias. Ambos gritaron y se golpearon a sí mismos presos de la rabia y la frustración, tras lo cual se presentaron voluntarios de nuevo para apiolar al maldito oso. Los hombres del pueblo montaron guardia en las azoteas durante toda la noche, pero Kesagake no apareció por ahí. Al día siguiente se les sumaron un grupo de policías de Tomamae liderados por el inspector jefe Suga, quienes también aportaron 60 armas más efectivas que los rifles usados por los aldeanos hasta ese momento. El oso tampoco apareció durante el día 12, por lo que se sugirió atraer al oso usando un cebo humano. Los aldeanos rechazaron la idea al principio pero luego aceptaron. Uno de los cadáveres fue desenterrado y puesto en el salón de los Miyoke, en el que se escondieron seis hombres liderados por Yamamoto. El resto de los habitantes fueron trasladados a lugares seguros y todo el mundo empezó a esperar de nuevo. Kesagake apareció de nuevo a medianoche, olfateando el olor del cadáver en el aire. Comenzó a andar hacia la casa de los Miyoke, pero a medio camino debió notar algo raro, se detuvo y dio media vuelta. Los disparos de los guardias le confirmaron que su decisión había sido la correcta y volvió corriendo al bosque sin un rasguño. El plan había sido un fracaso.

82cdc7a652269fbb7eb76d6b92583d86.jpg


Al amanecer del día 13, los centinelas rastrearon la vacía Sankebetsu y descubrieron que Kesagake había vuelto a la casa de los Ota durante la noche para asaltar la despensa y que después había estado curioseando en hasta ocho casas del pueblo. En una de ellas se comió una gallina y luego entró en el dormitorio, donde hizo jirones la ropa de cama y los vestidos de la dueña. El rastro de destrucción dejado por el oso llegaba hasta el río, donde desaparecía. Parece ser que esta excursión imperturbada envalentonó al oso, pues llegó a ser visto merodeando la aldea a plena luz del día. El subinspector Suga diseñó entonces una nueva trampa: Hizo construir una barrera de hielo y nieve a lo largo del río (que el oso debía cruzar para viajar entre el pueblo y su territorio), excepto en el punto que daba al puente, y apostó a los hombres a lo largo de la improvisada muralla. Hacia la medianoche se divisó una silueta extraña junto al puente y Suga, para asegurarse de que no era una persona, le gritó que dijera su nombre. Al no obtener respuesta, los hombres abrieron fuego y la sombra desapareció.

A la mañana siguiente los hombres cruzaron el puente y divisaron un rastro de huellas y sangre del oso que se extendía hacia el bosque, demostrando que Kesagake había resultado herido esta vez. Conforme seguían el rastro, Ikeda se dio cuenta de que el oso se movía en la misma dirección que cuando él le disparó y persiguió por primera vez: hacia el monte Onishika. Igual que esa vez también, a medida que avanzaban comenzó a desatarse una pequeña tormenta de nieve, pero los hombres se negaron a darse la vuelta y aceleraron la marcha para seguir el rastro antes de que el viento lo borrara. Yamamoto se adelantó y, por fin, divisó a Kesagake descansando bajo un hayedo. Tras colocarse en contra de la dirección del viento, se aproximó lentamente a su objetivo, con la intención de no dejarle escapar esta vez. Se detuvo a unos 20 metros del oso, escondiéndose tras el tronco de un olmo y tras comprobar que no tenía nieve en el cañón de la escopeta, disparó dos veces. Una de las balas alcanzó a Kesagake en el corazón y la otra en la cabeza. Cuando los hombres se aproximaron a la bestia, ésta ya no conservaba el menor hálito vital.

El cuerpo del oso fue trasladado a Sankebetsu, donde se le pesó y midió: 380 kg y 27 metros de largo. Al abrirle el estómago se recuperaron varios huesos humanos. La piel y el cráneo fueron separados y conservados, pero se perdieron años después. Hoy en día no queda nada de Kesagake, salvo una réplica en el museo de Tomamae que reconstruye el ataque a la casa de los Miyoke en un diorama. El incidente causó sensación en Japón, donde fue tema de varios artículos periodísticos, novelas, mangas y películas, a pesar de que la mayoría de los protagonistas humanos de esta aventura se negaron a cooperar por no abrir viejas heridas.

Sankebetsu_Billboard01.jpg

La ruta que usaba Kesagake para entrar al pueblo se llama hoy "Paseo del Oso" y está señalizada con este cartel. No, si cuando uno dice que los japoneses son raros de huevones, será por algo...


Uno de los niños que vivía en Sakenbetsu cuando la aldea fue atacada por Kesagake, Haruyosi Okawa, creció y se convirtió en un cazador de osos, prometiéndose a sí mismo que mataría diez por cada una de las víctimas de Kesagake. A los 67 años, cuando se retiró llevaba 102 individuos en su haber. Hoy en día el oso de Hokkaido es una especie protegida pues, con venganza o sin ella, el ser humano siempre superará en su labor asesina a cualquier animal.
 
Pues claro que superamos en asesinatos a otras especies animales..

Un antilope desearia tener nuestros medios para no ver a sus crias siendo devoradas por felinos delante de sus ojos..
 
Volver