Demolition man
DEMIURGO SER-MUJER
La única (y fallida) operación del Ejército de Euzkadi
La semidesconocida batalla de Villarreal de Álava constituyó la principal ofensiva de las fuerzas vasco-republicanas en la Guerra Civil; el objetivo era conquistar Vitoria y aliviar el frente de Madrid. Recorremos los escenarios y detalles de la contienda con el experto local Josu Aguirregabiria
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La batalla de Villarreal pasa por ser un hecho semidesconocido incluso en el País Vasco. Pero fue clave en el desarrollo general de la Guerra Civil. Pudo cambiar el devenir de los acontecimientos si el recién constituido Ejército de Euzkadi y los republicanos (15.138 efectivos en dos columnas) no hubiesen chocado contra el improvisado muro nacional (4.107 unidades) que blindó Villarreal de Álava y, en general, los 30 kilómetros que conformaban el frente de Álava. ¿Qué habría pasado si se hubiese logrado el objetivo de conquistar Vitoria y seguir hasta Miranda de Ebro? ¿Habría cambiado la historia de España?
Aguirregabiria sitúa la ofensiva contra Vitoria, donde triunfó el golpe de Estado de Francisco Franco contra la II República desde el primer minuto, en el contexto político general que vivía España aquel noviembre de 1936, cuatro meses después de la sublevación. El Ejército franquista se hallaba “a las puertas de Madrid” y las fuerzas gubernamentales tenían que idear una estrategia para quitar presión a la capital. “Se pretendía una ruptura general del frente del Norte [Asturias, Cantabria, Bizkaia y Gipuzkoa]” y con ello “distraer la atención de las fuerzas sublevadas” de Madrid hacia el Norte. Este experto apunta que el siguiente paso era activar ofensivas en Aragón y en el centro: “Se especulaba nada menos que con ganar la guerra”. El mando de aquel Ejército del Norte recayó en el general ceutí Francisco Llano de la Encomienda.
Las fuerzas vasco-republicanas, conformadas por 19 batallones (6 del PNV, 4 de las Juventudes Socialistas, 2 de la UGT, 2 del PCE, 2 de la CNT, 2 de ANV y uno de Izquierda Republicana), abrieron fuego al amanecer del 30 de noviembre. La batalla de Villarreal no se inició en Villarreal. Los primeros en entrar en combate fueron los integrantes del segundo batallón de la UGT. Atacaron, aún de noche, a la guarnición que custodiaba el embalse del Gorbea, que daba de beber a los 38.000 vitorianos de la época. En este primer movimiento de fichas, quedó en evidencia una cierta precipitación por parte del Ejército de Euzkadi y también la falta de retaguardia en forma de asistencia sanitaria y equipos de apoyo. Perecieron esa misma mañana los primeros combatientes “por deficiencias en la atención médica en el escalón primario y falta de medios para la evacuación”.
Desde toda la zona se ve perfectamente Mochotegui, un alto de 811 metros donde estaba el Estado Mayor de Euzkadi aquel 30 de noviembre. La ofensiva se inició buscando cortar algunas carreteras que comunicaban Vitoria con el norte, entre ellas la Vitoria-Bilbao. Villarreal, de 800 habitantes en 1936, estaba protegida por una guarnición nacional de 600 efectivos. Tenían ametralladoras, un camión blindado y poco más. “Sobre el papel, la toma de Villarreal era una operación sencilla. El Ejército de Euskadi actuó con superioridad de efectivos y medios respecto a los defensores y con una jovenlandesal muy alta. Bromeaban con tomar café en Vitoria esa misma tarde”, explica el historiador. Pero no hubo café caliente en la capital. Ni esa tarde ni nunca.
Los combates se prolongaron hasta el 23 de diciembre (con una pequeña tregua en medio) y el bando nacional resistió inesperadamente. No sólo eso. Terminada esta batalla, en 1937 lanzó un fortísimo contraataque con el apoyo de la aviación alemana e italiana. El resultado es de sobra conocido: el bombardeo de Durango, Gernika y otras localidades anticipó la conquista de todo el territorio vasco tras la ruptura del denominado “cinturón de hierro” y la caída de Bilbao.
Desarrollo de la batalla
El 1 de diciembre, las fuerzas vasco-republicanas insistieron en la ofensiva, pero “de nuevo los ataques son rechazados en toda la línea”. Con menos medios humanos, Aguirregabiria explica que los sublevados se adaptaron mejor a las características del combate y del terreno. “Operaron como columnas móviles ‘apagafuegos’ muy versátiles con las que atendieron las zonas más críticas”, indica.
Tras el fracaso, el 4 de diciembre se reunió el Estado Mayor de Euzkadi, con muchas bajas encima de la mesa y evidentes problemas de coordinación entre unidades. Además, los refuerzos de Mola ya estaban llegando y vascos y republicanos perderían su principal ventaja, la superioridad numérica. ¿Tocaba retirada o seguir con la ofensiva? Según Aguirregabiria, los militares profesionales lo tenían claro. Pero los Gobiernos de España y Euzkadi, representados por Llano de la Encomienda y Aguirre, eran de la opinión contraria: “La ofensiva había pasado a ser una cuestión política”. “Aunque se pudiera fracasar, si se continuaba con el avance sobre Vitoria al menos se conseguiría que el enemigo distrajera fuerzas del frente de Madrid”, explica.
Así que pusieron toda la carne en el asador y entró en combate al fin la tercera de las columnas. Pero tampoco avanzó, en este caso por la actuación de una compañía de requetés apoyados por dos escuadrones de caballería. En perspectiva, lo más cerca que estuvieron los vasco-republicanos de Vitoria fue en Nafarrate. “La leyenda dice que cuando cayó, los jovenlandeses acuchillaron a los heridos y prisioneros, pero la verdad es que está documentado el traslado de esas personas a Vitoria, allí y en el sector de Chabolapea”, explica Aguirregabiria sobre el terreno. Aquí los estrechos caminos y carreteras, en los que hay que parar cuando viene un coche de frente, siguen intactos y no es difícil imaginar por dónde llegaron los ataques.