Eric Finch
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La superioridad jovenlandesal de la derecha
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Vamos ahora con el artículo que se cita:
The Objective
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Otro artículo que se cita, a su vez:
La
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A su vez se cita otro artículo:
Ser de izquierda como una forma de daltonismo jovenlandesal
La superioridad jovenlandesal de la derecha
abril 9, 2017 pacotraver
La derecha jovenlandesaliza más el sesso y la izquierda jovenlandesaliza más la comida y los animales (Haidt)
¿Por qué la derecha tiene una mayor superioridad jovenlandesal que la izquierda?
Este es el titulo de un articulo que leí recientemente firmado por Miguel Angel Quintana y que podeís leer aquí.
El autor echa mano de Jonathan Haidt que describió los 5 pilares de la jovenlandesal y cuya obra podes seguir en el post anteriormente vinculado.
La idea de Haidt es que los sentimientos jovenlandesales no son algo que se tiene o no se tiene, sino que existen al menos 5 dimensiones que hay que valorar una a una y que configuran patrones jovenlandesales bien distintos entre los individuos. Concretamente en el video de más abajo podréis ver una serie de diapositivas donde Haidt agrupa estos valores jovenlandesales según culturas, aunque lo más interesante son sin duda la distinción, el agrupamiento que hacen los individuos concretos según sus opiniones políticas. Así los conservadores aparecen como un grupo bien distinto de los liberales (utilizando terminología americana).
Lo interesante de esta investigación es que tanto los conservadores como los liberales se distinguen no tanto por el valor que dan a su defensa de los oprimidos o su aversión a las injusticias sino a otros parámetros. Así es posible observar como difieren en los valores de Lealtad/traición, Autoridad/subversion y Divinidad/degradación.
En términos concretos significa que los individuos de derechas no se pondrán inmediatamente de parte de minorías oprimidas o de grupos minoritarios (como suelen hacer los de izquierdas) sin valorar además la lealtad debida al grupo, la existencia o no de una autoridad identificable o de hacer algo que degrade la dignidad humana. Es por eso que izquierda y derecha nunca se pondrán de acuerdo (sin abandonar su posición inicial) sobre temas como el aborto, la inmi gración ilegal, el feminismo, la eutanasia, el consumo de drojas, el matrimonio gays o la educación de los niños.
Lo que nos lleva a concluir que los liberales (los de izquierdas en términos europeos) son personas que se preocupan por los oprimidos y son muy sensibles a las injusticias pero escotomizan las otras tres dimensiones que son también consideradas por los individuos de derechas.
Aqui está el video de TED con subtítulos en español.
Jonathan Haidt habla sobre la raíz jovenlandesal de liberales y conservadores - YouTube
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Vamos ahora con el artículo que se cita:
The Objective
Por qué la izquierda es jovenlandesalmente inferior
Miguel Ángel Quintana Paz
30 Mar 2017 - 03:47 CET
Es probable que si usted ha convivido con personas políticamente “de izquierdas” haya notado que suelen sentirse jovenlandesalmente superiores a las demás. Hay también, naturalmente, gente de derechas que adolece de ese mismo hábito: aunque mi impresión, y la de Nietzsche, es que son cada vez menos. En un reciente artículo publicado en otro medio (Ctxt) su autor, Ignacio Sánchez-Cuenca, coincide conmigo en la idea de que los que más se prodigan en sentir superioridad jovenlandesal sobre los demás son los izquierdistas. Lo curioso de Sánchez-Cuenca es que él mismo se adscribe a la izquierda. ¿Por qué entonces no le cuesta reconocer que él y los suyos sienten superioridad jovenlandesal? Sencillo: porque cree que ese sentimiento de superioridad jovenlandesal está plenamente justificado. Dicho con sus propias palabras: “las personas de izquierdas tiene (sic) una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad jovenlandesal”.
La columna de Sánchez-Cuenca está poco argumentada: es solo un esbozo de lo que este autor espera, en textos ulteriores, desarrollarnos. Ahora bien, mi impresión es que ese artículo (y los que puedan subseguir) parten de una base errónea. En realidad, la explicación de que la izquierda se sienta jovenlandesalmente superior no es que, de hecho, sea jovenlandesalmente superior. Por el contrario, creo que la izquierda se siente jovenlandesalmente superior porque, en realidad, es jovenlandesalmente inferior. Es más, sostengo que existen argumentos académicos para apoyar esta tesis: opino que, dado nuestro grado de conocimientos sobre psicología actuales, lo más razonable es concluir que la izquierda está lejos de ser jovenlandesalmente superior.
Sánchez-Cuenca, y otros muchos izquierdistas, dan por supuesto que la gente de izquierdas es “más exigente” con la justicia y, por ello, “sus ideas son jovenlandesalmente superiores a las de la derecha” (le cito de nuevo). Pero no proporcionan ningún argumento que apoye esta superioridad, más que la propia convicción de los izquierdistas de su propia superioridad jovenlandesal y de su inmensa “preocupación por la justicia”. Es como si admitiésemos que un tipo que se cree Vladímir Lenin es ya, solo por ello, Lenin; y que, como le preocupa mucho tomar el Palacio de Invierno, ya solo por eso ha tomado el Palacio de Invierno. Mi posición, por el contrario, es que sí existen argumentos (ni de izquierdas ni de derechas, sino intelectuales) que nos permiten distinguir cuál de esas dos tendencias ideológicas es éticamente mejor. Y que, cuando conocemos esos argumentos académicos, la conclusión razonable es admitir que la derecha tiene una posición jovenlandesal más rica, más interesante y, por lo tanto, preferible a la de la izquierda.
Estoy hablando todo el rato de “mi posición” pero eso no significa, naturalmente, que sea yo el que haya descubierto los argumentos que voy a defender. (De hecho, no creo haber descubierto solito ninguna de las ideas que poseo). Hablo de “mi posición” como una abreviatura de “la posición que voy a mostrar en este artículo”. Sus orígenes están en los descubrimientos que durante estos últimos años han venido testándose en el área de la psicología jovenlandesal. En este sentido, es meritoria la labor realizada por Jonathan Haidt y su equipo, y que ya describí hace algún tiempo en este otro artículo. Resumiré brevemente su contenido, para no repetirme: lo que estos investigadores han descubierto es que las personas de izquierdas son muy capaces de detectar (y de condenar éticamente) situaciones en que se hace daño a otras personas o situaciones en que se oprime a otras personas. En esto creo que estaría de acuerdo Sánchez-Cuenca.
Ahora bien, ¿hace esto a las personas de izquierdas más perceptivas en asuntos éticos que las de derechas? Lo cierto es que no, pues lo que estos investigadores están mostrando es que los individuos de derechas se desempeñan igual de bien que los de izquierdas al detectar (y reprobar) situaciones en que se causa daño u opresión a los demás. Lo que pasa es que las personas de derechas, además de ver esos dos factores jovenlandesales, son también capaces de detectar otros que pasan más desapercibidos para los izquierdistas. Así, una persona de derechas se dará cuenta de que en muchos casos hay que tener también en cuenta cosas como si se está engañando a alguien con quien deberías ser justo. O si se está traicionando a alguien a quien deberías lealtad. O si se están respetando la autoridad debida. O si se está cayendo en algo que nos degrada como personas. En otras palabras: la gente de izquierdas cree que la jovenlandesalidad se reduce a dos asuntos (no oprimir y no hacer daño), pero la de derechas, asumiendo también esos dos aspectos, incorpora otros cuatro “fundamentos jovenlandesales” (como los llama Haidt) que acabo de citar.
Como los izquierdistas no ven esos otros cuatro factores jovenlandesales (o los ven más borrosos), llegan a la conclusión de que no existe más que lo que ellos ven y se creen superiores pues ellos, esos dos aspectos, los ven muy bien. Pero es su propia ceguera jovenlandesal lo único que los conduce a creerse jovenlandesalmente mejores.
Esta teoría parece que se está corroborando bastante bien en los experimentos que sobre ella hacen los psicólogos jovenlandesales. Ahora bien, aquí podemos ir un paso más allá y preguntarnos: ¿implica esta teoría que la gente de derechas tenga una jovenlandesalidad preferible a la de izquierdas? ¿No muestra, simplemente, que ambas tienen formas de pensar distintas, que ambas tienen en cuenta factores distintos al analizar una situación? (Algo que ya sabíamos desde el principio, por cierto: que la gente de derechas e izquierdas opina distinto sobre un montón de cosas).
Creo que sí cabe extraer de estos datos que he citado la conclusión de que la posición jovenlandesal de la derecha es preferible a la de la izquierda. En el fondo, lo que Haidt y otros nos están mostrando es que la gente de derechas es capaz de percibir más cosas (en jovenlandesalidad) que la de izquierda. Y, normalmente, ser más perceptivo es preferible a ser menos perceptivo. Es preferible que una persona utilice el sentido de la vista y del olfato a que utilice solo el del olfato; y si en vez de solo el olfato es además capaz de utilizar otros cuatro sentidos (vista, oído, gusto o tacto), sin duda ello es preferible a limitarse solo a uno o solo a dos. O, por poner otro ejemplo, siempre consideramos preferible que una persona posea un ángulo de visión amplio (en el ser humano puede llegar a los 180 grados) en vez de que, por la carencia que sea, solo sea capaz de captar 60 o 40 grados de visión.
Por este motivo, que las personas de derechas sean capaces de captar muchos más matices en las situaciones jovenlandesales es una ventaja indudable que poseen con respecto a los que, debido a su izquierdismo, limitan su ángulo de visión a no hacer daño o a no oprimir. Naturalmente, esto no significa que todas las personas de derechas sean jovenlandesalmente superiores a todas las de izquierdas: aunque un amigo mío tenga el sentido de la visión intacto y yo sin embargo sea bastante miope, eso no significa que él no pueda sufrir en un momento dado una ilusión óptica o ver un espejismo (y yo no). Solo significa que, en general, será más fiable él que yo (sobre todo si yo no llevo mis lentillas correctoras de mis docenas de dioptrías puestas). Y significa que, en términos de vista general, él es más agudo que yo, su visión es superior a la mía. Y haré bien en dejarme aconsejar por él si no veo algo claro.
Del mismo modo, las personas de derechas pueden portarse en ciertos momentos peor que las de izquierdas: pueden, sin duda, no hacer caso a su visión ética y portarse, nítidamente, como meros truhanes. Pero, en general, un análisis ético de una persona de derechas incorporará más factores y será, por ello, más rico que un análisis izquierdista. Y, por tanto, será preferible.
Esto no significa que las personas de derechas deban irse pavoneando por ahí de su superioridad jovenlandesal. De hecho, como han notado casi todas las grandes figuras jovenlandesales de la historia, blasonar de tu superioridad jovenlandesal es ya una forma de empezar a perderla. (Esto, curiosamente, no lo han percibido izquierdistas como Sánchez-Cuenca, que nos narran a los demás cuán jovenlandesalmente superiores se sienten, sin darse cuenta de que justo eso ya les quita lustre jovenlandesal). Lo que esto sí significa es que las personas que tengan una visión más amplia de la jovenlandesal, porque no son de izquierdas, deberán esforzarse por ser magnánimos (que es otra importante virtud ética) y tratar de hacer ver a esas otras personas más miopes, las izquierdistas, que la jovenlandesal incluye más factores de los que ellas creen. Reconozco que a veces este trabajo de intentar mostrar a quien no ve algo que ese algo está ahí y es importante es una tarea hercúlea. Pero Hércules, precisamente, se puso a menudo en la tradición clásica como modelo de buena visión jovenlandesal. Es decir: Hércules, seguramente, no era de izquierdas.
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Otro artículo que se cita, a su vez:
La
La “superioridad” de la izquierda
El autor inicia un ensayo por entregas en el que analiza la relación entre ideología, jovenlandesal y política
Ignacio Sánchez-Cuenca
14 de Marzo de 2017
Presentación
¿Se acuerdan de las novelas por entregas, con su irritante “continuará”? Supongo que el equivalente contemporáneo serían las series de televisión, cuyos seguidores esperan ansiosos un nuevo capítulo. En mi caso, me gustaría presentarles un breve ensayo político por entregas. Es una tarea un poco arriesgada, pues me podrían fallar las fuerzas o las ideas a la mitad y dejar inconcluso el escrito. No obstante, al comprometerme con los lectores y con CTXT, me fuerzo a mí mismo a realizar este modesto proyecto. No sé si conseguiré mantener la “intriga” como para que me acompañe el lector a lo largo de todo el recorrido: el ensayo, soy consciente, no pertenece al género de suspense. En cualquier caso, espero introducir una cierta inquietud intelectual, de modo que ya sea porque se esté de acuerdo con mis tesis y se desee comprobar hasta dónde llegan, ya sea porque se esté en desacuerdo con ellas y se quiera disfrutar de mi desvarío, sean los menos quienes abandonen.
A diferencia de las novelas por entregas, creo que cada una de las partes de este ensayo se podrá leer separadamente, si bien el valor de las mismas reside en su unidad. Para facilitar las cosas, introduciré al principio de cada parte el esquema del argumento y la parte cubierta hasta el momento.
La cuestión titular no es otra que las diferencias ideológicas en asuntos políticos, sus causas y sus consecuencias. Dicho así, puede parecer un tema poco estimulante. Sin embargo, algunas de las tesis que voy a defender creo que pueden suscitar interés. Entre otras cosas, intentaré demostrar que los desacuerdos ideológicos proceden del carácter jovenlandesal de las personas; más concretamente, dependen del grado de sensibilidad ante la injusticia. Quienes poseen una ideología de izquierda tienen una concepción más exigente de la justicia y, por ello mismo, sus ideas son jovenlandesalmente superiores a las de la derecha.
Ahora bien, eso es poco consuelo, pues dicha superioridad jovenlandesal ha producido en la historia grandes desvaríos. De ahí que la derecha desarrolle una cierta superioridad intelectual ante su déficit jovenlandesal. Gracias a este planteamiento, podrán entenderse algunos rasgos propios de la izquierda, como su tendencia al sectarismo ideológico y su extraordinaria propensión a la fragmentación. En la parte final, argumentaré que, históricamente, la socialdemocracia ha sabido (o supo, no sé) conjugar mejor que ninguna otra ideología los elementos jovenlandesales y prácticos de la política.
El esquema del argumento que deseo presentarles es el siguiente:
1. Las personas tienen desacuerdos ideológicos irresolubles.
2. La democracia, aun si establece un margen amplio para la deliberación y el acuerdo, apela al voto como mecanismo para tomar decisiones colectivas ante desacuerdos irresolubles.
3. La ideología no es una mera reputación, no es un mecanismo para ahorrar costes de información. La ideología contiene valores y principios que nos permiten formarnos una idea global sobre los asuntos públicos. La ideología es una forma de organizar nuestras opiniones sobre la política.
4. La ideología no viene determinada ni por los genes ni por el interés económico. Es más bien una cuestión de carácter jovenlandesal.
5. Las diferencias ideológicas proceden de nuestra distinta sensibilidad hacia las injusticias.
6. Las personas de izquierdas tiene una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad jovenlandesal.
7. El exceso de jovenlandesalidad en la política, típico de la izquierda más radical, lleva a intentar realizar la justicia a toda costa, aun si eso supone un coste social enorme.
8. En la derecha, como reacción, se desarrolla un sentimiento contrario, de superioridad intelectual ante cualquier propuesta de un cambio profundo.
9. El mayor idealismo jovenlandesal de la izquierda explica la frecuencia de sus conflictos internos, de sus rupturas y escisiones.
10. La socialdemocracia como programa de cambio encarna el compromiso más acabado entre jovenlandesalidad y eficacia políticas. La socialdemocracia entra en crisis cuando desequilibra ese compromiso en detrimento de su compromiso jovenlandesal con la justicia.
Espero que les interese.
(continuará)
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A su vez se cita otro artículo:
Ser de izquierda como una forma de daltonismo jovenlandesal
Pólemos
Ser de izquierda como una forma de daltonismo jovenlandesal
12.02.2016 - 20:30
Si usted se considera una persona “de izquierdas”, probablemente se habrá visto a menudo sorprendido por las extrañas opiniones que muestran esos otros, la gente “de derechas”, sobre las cosas. Es posible que les haya considerado en varias ocasiones insensibles ante el sufrimiento humano. O ante el hecho (¡sin duda injusto!) de que no todos ocupemos posiciones iguales en nuestra sociedad. Es previsible que en algunos momentos haya pensado usted que a la gente de derechas es imposible entenderla. Y que eso es así por culpa de la inhumanidad de la que no solo adolecen, sino que (¡acabáramos!) incluso se permiten exhibir ufanos.
Si este es su caso, tengo una buena y una mala noticia que darle. La buena noticia es que muchos científicos han observado lo mismo que usted y se han propuesto estudiar por qué ocurre esto: ¿por qué hay gente que considera tan “naturales” las posiciones típicas de la izquierda y otros que en cambio se abisman en las posiciones reputadas “normales” por la derecha? Sus investigaciones han ofrecido toda una panoplia de resultados. Por ejemplo, han descubierto que el cerebro de las personas de izquierda y el de la gente de derecha tienen desarrollos diferentes y además activan zonas distintas ante imágenes amenazantes. Por no hablar de que los hábitos de sueño, el modo en que dirigen su mirada, o incluso (si son profesores) las notas que ponen a sus alumnos también varían entre unos y otros. No podía sino resultar normal, entonces, que no nos entendamos a menudo entre los más derechosos y los más izquierdosos.
Ahora bien, si usted pertenece a estos últimos me temo que también tengo una mala noticia que darle. Pues en realidad el problema para entenderse entre la gente de izquierda y la de derecha es, como diría el refrán, que “dos no se entienden si uno no quiere”: y lo que muestran los estudios científicos es que son las personas de izquierda las menos capaces de predecir y explicar qué es lo que piensan de verdad los de derechas sobre diversos asuntos (mientras que, por el contrario, la gente de derecha entiende bastante mejor qué piensan de veras sus congéneres de izquierdas, aunque luego discrepen de ellos). Dicho de otro modo: la imagen que tiene un progresista de un conservador a menudo tiene poco que ver con lo que de verdad es un conservador; mientras que este último comprende relativamente bien qué es lo que piensa de verdad su rival progresista (solo que, tras comprenderlo, no lo comparte).
Por si este golpe a la imagen que tienen de sí las personas de izquierdas no fuera suficiente (recordemos que les encanta pensar que son más “empáticas” que los demás… pero ¡resulta que con las personas de derechas no lo son! y, encima, ¡parece que estas les ganan a “empatía”!), lamento tener que añadir que la cosa ahí no acaba. Pues algunos investigadores se han planteado también la siguiente pregunta: ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué una persona de derechas sí sabe por lo general explicar los fundamentos en que se basa una de izquierdas, pero esta última falla mucho más a la inversa?
Entre las respuestas que se están proporcionando a esta duda la más exitosa parece la desarrollada por Jonathan Haidt y sus colaboradores. La denominan “jovenlandesal Foundations Theory” (teoría de los fundamentos jovenlandesales). Básicamente su idea consiste en pensar que, debido a nuestra evolución genética como especie, los humanos hemos aprendido a dar importancia sobre todo a ciertos principios o fundamentos jovenlandesales. Son ellos los que garantizan nuestra supervivencia como homínidos. Esos principios, según Haidt, son sobre todo seis: todos ellos nos ayudan a decidir qué es lo que está bien y lo que está mal, o sea, qué jovenlandesal tendremos.
Los dos primeros principios según los cuales razonamos en asuntos de jovenlandesalidad los denomina Haidt el principio del cuidado/daño y el principio de la libertad/opresión. (Cada principio se enuncia con el nombre de sus dos extremos: el de aquello que propone como deseable y el de lo que propone como indeseable). Casi todos pensamos que portarse éticamente tiene que ver frecuentemente con no infligir daño a los demás e incluso cuidarles; casi todos creemos que quitarle la libertad a la gente está mal y que liberarles de la opresión es loable. Las investigaciones de Haidt corroboran que tanto la gente “de izquierdas” como la de “derechas” comparte esta preocupación por el daño o la opresión que se pueda ejercer sobre los demás, con tan solo una excepción: a los libertarios (a menudo identificados con cierto tipo de derecha, o que en España incluso quieren apropiarse del término de “liberales”) casi solo les preocupa la segunda dimensión citada (si a alguien se le está respetando su libertad o no, si se le está oprimiendo o no por parte del Estado, en quien compendian el súmmum de la opresión posible).
Esto no significa, claro está, que los libertarios sean indiferentes o incluso disfruten del dolor ajeno. Si alguien cultiva esta imagen de los libertarios es solo, como ya hemos dicho, debido a la demostrada incomprensión que a menudo prodiga la gente de izquierda ante los que no piensan como ellos. Significa solo que en caso de conflicto –y la ética va a menudo de eso, de resolver conflictos entre valores diferentes– los libertarios tenderán a privilegiar la defensa de la libertad por encima de todo lo demás, incluso a pesar de ciertos perjuicios que esa libertad pueda acarrear a algunas personas.
Pero, si exceptuamos a los libertarios, obsesionados con que todo dilema jovenlandesal tiene que ver solo con no agredir la libertad de las personas, ¿qué diferencia hay entonces entre el resto de personas de derecha (conservadores, democristianos, liberales no libertarios, etc.) y las que están situadas a su izquierda? Es ahí donde entran en juego los otros cuatro fundamentos jovenlandesales con que, según Haidt, la evolución humana nos ha dotado (y ha hecho bien en dotarnos). Pues son cuatro ejes de pensamiento jovenlandesal en que la gente de derecha se mueve por lo general igual de bien que en los otros dos citados… pero en los cuales se mueve mucho más torpemente una persona de izquierdas.
Dicho de otra manera, para una persona izquierdosa la jovenlandesalidad se reduce sobre todo a hablar sobre “lo mal que lo está pasando la gente” (¿les suena?) o si hay alguien (los ricos, los blancos, el IBEX, Estados Unidos, el sesso masculino…) que está abusando de su poder. Pero esas no son las únicas preocupaciones jovenlandesales legítimas de la especie humana. Haidt identifica al menos otras cuatro: justicia/engaño, lealtad/traición, respecto a la autoridad/subversión y pureza o santidad/degradación.
Hay que aclarar que en la primera dimensión que hemos citado entre estas nuevas, la que apuesta por apreciar la justicia (que cada cual reciba según aporta a la sociedad) y por castigar al tramposo, la izquierda solo se desempeña algo peor que la derecha, pero no es del todo ciega a ella. De hecho, una estrategia para ampliar la base electoral de la izquierda bien puede ser la de demostrar que hay gente que se está aprovechando mediante engaños del resto y merece ser por ello castigada. Pero, aun con esa excepción, en general si una persona engaña a las otras y ello no la coloca en posición de dominio sobre ellas (lo que ya afectaría al eje libertad/opresión, plenamente “izquierdoso”, como ya vimos), sino que por ejemplo se trata de un parado que engaña para seguir cobrando subsidios del Estado, o un joven que brinca sobre el torniquete del metro para no pagarlo, la izquierda se muestra mucho más comprensiva hacia ello que la derecha. Pues no se considera desde la mentalidad izquierdista un principio tan importante que cada cual reciba en función de lo que aporta a los demás; de hecho cada vez más personas de izquierda ven deseable que cualquiera cobre mes a mes, desde que nace, un dinero fijo del Estado aunque, por simple desgana, no quiera aportar trabajo ninguno a su país: lo que se llama una renta básica universal garantizada.
Sin embargo, en los otros tres principios de Haidt (acatamiento de la autoridad; lealtad a tu grupo: defensa de la familia, patriotismo hacia tu país, etc.; y respeto hacia ciertas cosas que se consideran como sagradas) la derecha sí sabe manejarse mucho mejor que la izquierda (y supongo que esto resultará lo bastante intuitivo para el lector como para que no deba prolongarme ilustrándolo).
Ello lleva a concluir a Haidt (que se considera él mismo de izquierda) que la mente izquierdista se asemeja a una lengua que no fuese capaz de percibir igual de ricamente todos los sabores de los que está hecho el mundo humano de la gastronomía (es decir, de la jovenlandesalidad). O, usemos una metáfora visual, el izquierdista es como un daltónico que solo distingue dos colores de la jovenlandesalidad humana: el rojo que le avisa de que debe evitar el daño y el naranja que le previene contra los autoritarismos. Pero tiene más dificultades en captar el tonalidad dorado de la justicia (dar a cada cual según merece). Y casi es incapaz de apreciar esa grisura de tras*igir a veces en que alguien tiene que ejercer una autoridad no autoritaria; ese amarillo que en heráldica se asocia con la lealtad; y esa blancura propia de lo puro y sagrado.
De modo que, nos recomienda Haidt, si usted es izquierdista (como lo es él), la próxima vez que se sienta escandalizado porque alguien de derechas “no ve lo evidente” o parece “insensible al dolor humano”, pregúntese más bien si no será que es que usted no está viendo todos los colores que están en juego en el cuadro que se presenta ante usted. Y un buen modo de empezar a enterarse de ello es preguntar al maldito derechoso que tiene al lado: pues las investigaciones demuestran que, muy probablemente, lo que usted cree que él piensa no es exactamente lo que él piensa.