A Feijóo le espera el mismo Vietnam que ZP dejó a Rajoy
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.
Han pasado 10 años pero eso no significa que no me acuerde casi minuto a minuto de ese 2012 que vivimos peligrosamente. Parece que fue ayer cuando estuvimos a punto de entrar en default mientras la prima de riesgo superaba de largo los 600 puntos básicos, cerraban 1.100 empresas al día, el paro se situaba en el 25%, 5,5 millones de españoles permanecían desesperados en sus casas por culpa de la falta de trabajo, el déficit público franqueaba un terreno inexplorado, los dos dígitos, y el PIB sumaba el tercer ejercicio en negativo desde ese 2009 en el que la caja de trampas de Zapatero saltó por los aires.
Todos los españoles con un poco de memoria, servidor el primero, estamos ahora mismo cruzando los dedos y rezando todo lo rezable para que no se repita el drama de 2012. Doce meses malditos que levantaron el telón con un subidón del IRPF de hasta siete puntos y de tres en el IVA, que pasó del 18% al 21%. Un año horribilis que pasamos mirando al norte a la par que deshojábamos la margarita: “Nos rescatan, no nos rescatan, nos rescatan, no nos rescatan…”. Era la comidilla en todos los cenáculos y centros de poder, bueno, y en todos los hogares de España medianamente informados.
No nos rescataron pero es como si nos hubieran rescatado. Nos lo vendieron como rescate parcial pero a nadie se le escapa que constituyó un rescate con mayúsculas. Era inasumible uno total porque el Reino de España era y es un país sistémico. Entrar a saco en Grecia era coser y cantar porque es una nación casi cinco veces más pequeña, amén de un desastre mayor aún si cabe que la España de Zapatero. Por suerte para nosotros el euro no hubiera soportado la intervención total del quinto estado más rico de la Unión. Quisieron pero no se atrevieron.
Lo cual no quitó para que, además de dispararnos el IRPF por encima de lo que reclamaba Izquierda Unida y el IVA más allá de lo humanamente soportable, nos obligasen a meter la tijera en la Sanidad y en la Educación. Por no hablar de los deberes que los hombres de neցro de la Comisión Europea, el BCE y el FMI habían impuesto medio año antes a ese monumento a la incompetencia llamado José Luis Rodríguez Zapatero: la congelación de las pensiones, la bajada de un 5% de los sueldos públicos, la supresión de las políticas de dependencia y la eliminación de ese cheque bebé que nos retrotraía jovenlandesalmente a los peores momentos del caciquismo clientelar de principios del siglo XX.
Rajoy, cuando sólo llevaba 24 horas en Moncloa, abrió metafóricamente los cajones y se encontró con unos cuantos muertos en el armario
Rajoy se anotó las elecciones del 20 de noviembre de 2011 con la segunda mayor mayoría absoluta de la historia: 186 escaños. Seguro que pensaba que todo iba a ser un camino de rosas pero en la Navidad de 2011, cuando apenas llevaba 24 horas en Moncloa, abrió metafóricamente los cajones y se encontró con unos cuantos muertos en el armario. El primero de ellos la falsificación del déficit, que no era del 6% como había proclamado a los cuatro vientos su antecesor sino del 8,5%. Treinta mil millones de nada que obligarían a sacar dinero hasta de debajo de las piedras.
El hombre tranquilo que es Mariano Rajoy se vio obligado a tomar pastillas para dormir tras contemplar el marrón que le había legado el frívolo de Zapatero. A los mil y un pufos se unía el germen de una revuelta social llamada 15-M que Alfredo Pérez Rubalcaba había permitido que se desbocase tomando la Puerta del Sol, casualmente enfrente del despacho de una Esperanza Aguirre que acababa de anotarse sus terceros comicios consecutivos. El maquiavelo pilarista tenía claro que a ellos no les tocarían un pelo porque los piojosos que se concentraban en el kilómetro cero eran de los suyos. Ya se sabe: entre bomberos no se pisan la manguera, aunque tal vez en este caso sería más preciso hablar de pirómanos.
Ardides macroeconómicas y cuasidelictivas aparte, el 15-M fue el regalo envenenado que Zapatero legó a Rajoy. Me voy pero te vas a enterar. De los polvos de la sentada de Sol vinieron los lodos de los Rodea el Congreso y un Podemos que vino para quedarse con la inestimable colaboración de todos los medios de izquierda y una Soraya Sáenz de Santamaría que vio en la formación creada por Nicolás Maduro y Pablo Iglesias el caballo de Troya perfecto para dividir a la izquierda y que el PSOE no pudiera regresar al poder en mucho tiempo.
Las protestas callejeras se sucedían a diario, las imágenes de antidisturbios siendo apaleados por manifestantes de extrema izquierda eran el pan nuestro de cada día y las okupaciones de viviendas se convirtieron en la imagen que abría muchos telediarios. La calle pedía la dimisión de Mariano Rajoy día sí, día también. Daba igual que la culpa fuera del anterior, que había destruido la friolera de 3,5 millones de empleos, falseado las cuentas públicas y destruido como en ningún otro momento de nuestra historia el Producto Interior Bruto. Lo importante era apiolar civilmente al segundo presidente popular como fuera, por lo civil o por lo criminal.
La calle pedía la dimisión de Rajoy día sí, día también. Daba igual que la culpa fuera de Zapatero, que había destruido 3,5 millones de empleos
Los mayoritarios medios de izquierdas, que ganaban y ganan a los de derechas por 8-2, olvidaban sistemáticamente quién tenía la culpa del apocalipsis. La campaña para desahuciar de Moncloa a un registrador de la propiedad que había osado arrebatarle democráticamente el poder a su ZP se inició, pues, aquella víspera de Nochebuena en la que tomó posesión. Y no pararían hasta la apestosa moción de censura de mayo de 2018. Tan cierto es que la corrupción popular tuvo bastante que ver con el éxito de la montería contra el gallego como que esas mangancias databan de 15 años antes y en ellas él había desempeñado un papel secundario.
Quiten José Luis Rodríguez Zapatero, pongan Pedro Sánchez, borren el nombre de Mariano Rajoy y sustitúyanlo por el de Alberto Núñez Feijóo, y tendrán el dibujo perfecto de lo que ocurrirá el día después e incluso antes de que el presidente del PP se lleve el gato al agua en las próximas generales. Es verdad que a Rajoy le apretaron el cinturón hasta límites sobrehumanos y a Sánchez le han enviado 140.000 millones que nadie sabe dónde están, pero no lo es menos que la inflación está en el 10,2% con pinta de continuar en la estratosfera, que el PIB va camino de entrar en registros negativos, que somos el único país de la UE que no ha recuperado los niveles de generación de riqueza prepandemia, que la deuda pública sobrepasa el 120% y que el déficit tiene pinta de igualar como mínimo los niveles de la era Zapatero.
Este desolador panorama quedaría incompleto si no incluyéramos los préstamos ICO, que pueden ser una reedición en versión estrictamente financiera de las suspensiones de pagos que vivimos en el mercado de la vivienda en el periodo 2009-2011. O si prescindiéramos de ese medio millón de puestos de trabajo trampeados por Pedro Sánchez con los ERTE, con los autónomos en cese de actividad, con los casi 300.000 empleos públicos creados en su mandato o con los tejemanejes estadísticos con los fijos-discontinuos.
En cuanto Feijóo llegue a Moncloa comenzarán las “movilizaciones” y los ataques de una clase mediática mayoritariamente socialpodemita
La calle está tranquila pese a que la factura eléctrica ha llegado a dispararse un 700%, pese a que la cesta de la compra está un 40% más cara que hace un año y pese a que llenar el depósito de nuestro coche nos cuesta otro 40% más que en el mismo mes de 2021. Es lo que ocurre cuando los agitadores son de los tuyos, la derecha no se moviliza así la maten, los medios no llaman a la rebelión y los sindicatos miran hacia otro lado aunque Sánchez esté arruinando a las clases más desfavorecidas de este país con un subidón de los precios que les hace cada mes un 10,2% más pobres.
Alberto Núñez Feijóo ganará las próximas elecciones, Alberto Núñez Feijóo será el próximo presidente y Alberto Núñez Feijóo pactará con Santiago Abascal porque entre los dos sumarán casi tantos escaños como el Felipe González de los 202 de 1982. Pero ya verán cómo al día siguiente de que se mude a Moncloa comenzarán las “movilizaciones”, el intento de desacreditar y cuestionar el veredicto de las urnas y los ataques despiadados de una clase mediática mayoritariamente socialpodemita. Por no hablar de la inevitable necesidad de ejecutar un sinfín de ajustes para sufragar los derroches superlativos del maniaco del Falcon. No será un capricho sino una necesidad: los mercados tardan horas en poner bola de color a los estados que no cumplen sus obligaciones financieras. El periodismo progre le culpará de todos los males aun a sabiendas de que la responsabilidad será de su amado Pedro Sánchez. No le arriendo la ganancia a Feijóo. Que Dios le pille confesado. Porque le van a hacer un Rajoy sí o sí.
- EDUARDO INDA
- 03/07/2022 06:55
- ACTUALIZADO: 03/07/2022 08:19
Han pasado 10 años pero eso no significa que no me acuerde casi minuto a minuto de ese 2012 que vivimos peligrosamente. Parece que fue ayer cuando estuvimos a punto de entrar en default mientras la prima de riesgo superaba de largo los 600 puntos básicos, cerraban 1.100 empresas al día, el paro se situaba en el 25%, 5,5 millones de españoles permanecían desesperados en sus casas por culpa de la falta de trabajo, el déficit público franqueaba un terreno inexplorado, los dos dígitos, y el PIB sumaba el tercer ejercicio en negativo desde ese 2009 en el que la caja de trampas de Zapatero saltó por los aires.
Todos los españoles con un poco de memoria, servidor el primero, estamos ahora mismo cruzando los dedos y rezando todo lo rezable para que no se repita el drama de 2012. Doce meses malditos que levantaron el telón con un subidón del IRPF de hasta siete puntos y de tres en el IVA, que pasó del 18% al 21%. Un año horribilis que pasamos mirando al norte a la par que deshojábamos la margarita: “Nos rescatan, no nos rescatan, nos rescatan, no nos rescatan…”. Era la comidilla en todos los cenáculos y centros de poder, bueno, y en todos los hogares de España medianamente informados.
No nos rescataron pero es como si nos hubieran rescatado. Nos lo vendieron como rescate parcial pero a nadie se le escapa que constituyó un rescate con mayúsculas. Era inasumible uno total porque el Reino de España era y es un país sistémico. Entrar a saco en Grecia era coser y cantar porque es una nación casi cinco veces más pequeña, amén de un desastre mayor aún si cabe que la España de Zapatero. Por suerte para nosotros el euro no hubiera soportado la intervención total del quinto estado más rico de la Unión. Quisieron pero no se atrevieron.
Lo cual no quitó para que, además de dispararnos el IRPF por encima de lo que reclamaba Izquierda Unida y el IVA más allá de lo humanamente soportable, nos obligasen a meter la tijera en la Sanidad y en la Educación. Por no hablar de los deberes que los hombres de neցro de la Comisión Europea, el BCE y el FMI habían impuesto medio año antes a ese monumento a la incompetencia llamado José Luis Rodríguez Zapatero: la congelación de las pensiones, la bajada de un 5% de los sueldos públicos, la supresión de las políticas de dependencia y la eliminación de ese cheque bebé que nos retrotraía jovenlandesalmente a los peores momentos del caciquismo clientelar de principios del siglo XX.
Rajoy, cuando sólo llevaba 24 horas en Moncloa, abrió metafóricamente los cajones y se encontró con unos cuantos muertos en el armario
Rajoy se anotó las elecciones del 20 de noviembre de 2011 con la segunda mayor mayoría absoluta de la historia: 186 escaños. Seguro que pensaba que todo iba a ser un camino de rosas pero en la Navidad de 2011, cuando apenas llevaba 24 horas en Moncloa, abrió metafóricamente los cajones y se encontró con unos cuantos muertos en el armario. El primero de ellos la falsificación del déficit, que no era del 6% como había proclamado a los cuatro vientos su antecesor sino del 8,5%. Treinta mil millones de nada que obligarían a sacar dinero hasta de debajo de las piedras.
El hombre tranquilo que es Mariano Rajoy se vio obligado a tomar pastillas para dormir tras contemplar el marrón que le había legado el frívolo de Zapatero. A los mil y un pufos se unía el germen de una revuelta social llamada 15-M que Alfredo Pérez Rubalcaba había permitido que se desbocase tomando la Puerta del Sol, casualmente enfrente del despacho de una Esperanza Aguirre que acababa de anotarse sus terceros comicios consecutivos. El maquiavelo pilarista tenía claro que a ellos no les tocarían un pelo porque los piojosos que se concentraban en el kilómetro cero eran de los suyos. Ya se sabe: entre bomberos no se pisan la manguera, aunque tal vez en este caso sería más preciso hablar de pirómanos.
Ardides macroeconómicas y cuasidelictivas aparte, el 15-M fue el regalo envenenado que Zapatero legó a Rajoy. Me voy pero te vas a enterar. De los polvos de la sentada de Sol vinieron los lodos de los Rodea el Congreso y un Podemos que vino para quedarse con la inestimable colaboración de todos los medios de izquierda y una Soraya Sáenz de Santamaría que vio en la formación creada por Nicolás Maduro y Pablo Iglesias el caballo de Troya perfecto para dividir a la izquierda y que el PSOE no pudiera regresar al poder en mucho tiempo.
Las protestas callejeras se sucedían a diario, las imágenes de antidisturbios siendo apaleados por manifestantes de extrema izquierda eran el pan nuestro de cada día y las okupaciones de viviendas se convirtieron en la imagen que abría muchos telediarios. La calle pedía la dimisión de Mariano Rajoy día sí, día también. Daba igual que la culpa fuera del anterior, que había destruido la friolera de 3,5 millones de empleos, falseado las cuentas públicas y destruido como en ningún otro momento de nuestra historia el Producto Interior Bruto. Lo importante era apiolar civilmente al segundo presidente popular como fuera, por lo civil o por lo criminal.
La calle pedía la dimisión de Rajoy día sí, día también. Daba igual que la culpa fuera de Zapatero, que había destruido 3,5 millones de empleos
Los mayoritarios medios de izquierdas, que ganaban y ganan a los de derechas por 8-2, olvidaban sistemáticamente quién tenía la culpa del apocalipsis. La campaña para desahuciar de Moncloa a un registrador de la propiedad que había osado arrebatarle democráticamente el poder a su ZP se inició, pues, aquella víspera de Nochebuena en la que tomó posesión. Y no pararían hasta la apestosa moción de censura de mayo de 2018. Tan cierto es que la corrupción popular tuvo bastante que ver con el éxito de la montería contra el gallego como que esas mangancias databan de 15 años antes y en ellas él había desempeñado un papel secundario.
Quiten José Luis Rodríguez Zapatero, pongan Pedro Sánchez, borren el nombre de Mariano Rajoy y sustitúyanlo por el de Alberto Núñez Feijóo, y tendrán el dibujo perfecto de lo que ocurrirá el día después e incluso antes de que el presidente del PP se lleve el gato al agua en las próximas generales. Es verdad que a Rajoy le apretaron el cinturón hasta límites sobrehumanos y a Sánchez le han enviado 140.000 millones que nadie sabe dónde están, pero no lo es menos que la inflación está en el 10,2% con pinta de continuar en la estratosfera, que el PIB va camino de entrar en registros negativos, que somos el único país de la UE que no ha recuperado los niveles de generación de riqueza prepandemia, que la deuda pública sobrepasa el 120% y que el déficit tiene pinta de igualar como mínimo los niveles de la era Zapatero.
Este desolador panorama quedaría incompleto si no incluyéramos los préstamos ICO, que pueden ser una reedición en versión estrictamente financiera de las suspensiones de pagos que vivimos en el mercado de la vivienda en el periodo 2009-2011. O si prescindiéramos de ese medio millón de puestos de trabajo trampeados por Pedro Sánchez con los ERTE, con los autónomos en cese de actividad, con los casi 300.000 empleos públicos creados en su mandato o con los tejemanejes estadísticos con los fijos-discontinuos.
En cuanto Feijóo llegue a Moncloa comenzarán las “movilizaciones” y los ataques de una clase mediática mayoritariamente socialpodemita
La calle está tranquila pese a que la factura eléctrica ha llegado a dispararse un 700%, pese a que la cesta de la compra está un 40% más cara que hace un año y pese a que llenar el depósito de nuestro coche nos cuesta otro 40% más que en el mismo mes de 2021. Es lo que ocurre cuando los agitadores son de los tuyos, la derecha no se moviliza así la maten, los medios no llaman a la rebelión y los sindicatos miran hacia otro lado aunque Sánchez esté arruinando a las clases más desfavorecidas de este país con un subidón de los precios que les hace cada mes un 10,2% más pobres.
Alberto Núñez Feijóo ganará las próximas elecciones, Alberto Núñez Feijóo será el próximo presidente y Alberto Núñez Feijóo pactará con Santiago Abascal porque entre los dos sumarán casi tantos escaños como el Felipe González de los 202 de 1982. Pero ya verán cómo al día siguiente de que se mude a Moncloa comenzarán las “movilizaciones”, el intento de desacreditar y cuestionar el veredicto de las urnas y los ataques despiadados de una clase mediática mayoritariamente socialpodemita. Por no hablar de la inevitable necesidad de ejecutar un sinfín de ajustes para sufragar los derroches superlativos del maniaco del Falcon. No será un capricho sino una necesidad: los mercados tardan horas en poner bola de color a los estados que no cumplen sus obligaciones financieras. El periodismo progre le culpará de todos los males aun a sabiendas de que la responsabilidad será de su amado Pedro Sánchez. No le arriendo la ganancia a Feijóo. Que Dios le pille confesado. Porque le van a hacer un Rajoy sí o sí.