Clavisto
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Lo descubrí cuando casi todos: la tarde que toreó a "Corchito".
Mayo de 1997. Feria de San Isidro. Las cámaras de televisión de la mafia prisaica como testigos. Abría cartel Ortega Cano, después Litri y cerraba José Tomás. Los dos primeros unos auténticos deshechos de tienta ya por entonces, Tomás...un chico de 21 años del que los que sabían de esto decían que había que verlo.
Y lo vimos. ¡Vaya si lo vimos!.
Las corridas empezaban a las siete de la tarde, hora ideal para alguien como yo que en ese momento ya tenía preparado todo el asunto para la tarea de la tarde-noche en el bar, me sentaba junto a los viejos y veíamos tranquilamente los toros, al menos hasta el cuarto, yo escuchaba y hablaba poco, la Feria languidecía como casi siempre en Madrid...desastre de toros, de toreros y de lo que se terciara: un aburrimiento. Pero el aficionado a la tauromaquia puede que sea el hombre más creyente de todos; tarde tras tarde no falla a la cita con la esperanza de ver algo bueno, algo auténtico, algo que le haga seguir creyendo, porque a fin de cuentas...¿quién puede vivir sin creer en algo?.
Esa tarde parecía que iba a ser una más.
Parecía.
Cuando José Tomás le hizo su quite reglamentario al segundo toro de la tarde limpió de un plumazo las legañas que cubrían nuestros ojos: cuatro verónicas y una media ceñidísima que nos arrancó un olé que más venía del estómago que de los pulmones. El Litri quiso responderle y solo hizo el ridículo. En ocasiones es mejor no hacer nada que algo, pero eso sólo lo sabemos unos cuantos. Y Litri jamás fue de esos. Mató ese toro entre bostezos y recuerdos por lo que le habíamos visto hacer al chico de Galapagar.
Y salió "Corchito".
Y salió José Tomás...
En las tablas le recetó la primera verónica, y a base de éstas, a cual más templada y limpia, se lo sacó al centro del ruedo hasta que lo dejó tranquilo con una media verónica que causó estupor. Madrid entero se puso en pie como todo Dios que estuviera viendo aquello en ese momento.
La lidia continuó con pulcritud, manejada por profesionales, tíos que sabían cuidar al toro, hasta Dios necesita de los arcángeles, así que un gran torero también necesita buenos subalternos. Después de que "Corchito" hubiera sido picado, Tomás hizo su quite: unas ceñidísimas chicuelinas que nos llevaron al borde del infarto, recuerdo que Antoñete comentaba que no se podía hacer mejor la suerte...pasó el tercio de banderillas y Tomás cogió la muleta.
Se llevó a "Corchito" al centro del ruedo, como los toreros buenos, como los toreros valientes, lejos de todos, y allí, bajo un silencio ensordecedor, inició la faena con la izquierda, la mano torera, dos series templadas, de mano baja, que enloquecieron hasta a los funcionarios del Ayuntamiento. El toro, al verse sometido, vencido en la pelea, se rajó y tiró para las tablas; el bueno y bravo "Corchito" se dió cuenta de que ese crío le había podido con diez muletazos, y humillado se retiró de la lucha, se fue a buscar el refugio de la madera roja. Pero para él no había burladero alguno, así que no se pudo esconder de su matador, José fue a él y allí, en terreno de "Corchito", le plantó cara...
Uno a uno, como diamantes de la mina más de color, Tomás le fue sacando naturales imposibles, eternos, luminosos, perfectos a pesar de las reticencias de "Corchito", que no quería pero tragaba, aunque solamente fuera uno y otra vez la pausa, otra vez el tiempo parado, otra vez el Torero enfrontilado a los pitones del Toro, otra vez el aterrador silencio de la Verdad, otra vez el cite, con la muleta plana como la Tierra de los Antiguos, hermosa y salvaje, ingenua y brutal, desconocida y peligrosa...otra vez la voz del Hombre en trance, "¡Toro!", y el Toro que obedece y hace la curva imposible para intentar cornear el trapo rojo en lugar de la línea recta y empitonar al Torero, ya está dentro del Engaño, de la Curva del Tiempo, ya el Torero lo lleva en su regazo, hacia la cadera, el Misterio de la Vida en cuatro segundos eternos, ahí está todo, la Vida y la fin entre Toro y Torero, aquel sale del viaje en el trapo rojo y mira alucinado a su HAL 9000, abre la boca para atrapar más aire, en las alturas este escasea, y Ellos ya están tan alto que parece imposible que los sigamos viendo, ¿estaremos soñándolos?...otra pausa..."¡Toro!"...y Tauro que otra vez quiere atrapar el engaño, el Mentiroso engañado, sus estrellas le miran sorprendidas, otra vez al Encuentro, otro Viaje, más lento, más largo, más puro, más lejos...ya no hay oxígeno, apenas la luz puede seguirlos, "venga, uno más ahora que ya estamos llegando al Final...".
Y allí, en el principio de todas las cosas, el Espíritu Santo hunde el acero en la carne del Cuerpo...
ya se tambalea el Toro, ya salen los subalternos para hacerlo caer, ya los echa el Torero con un trueno en forma de palabra, ya se quedan otra vez solos toro y torero, ya se acaba el Viaje, junto a las tablas de madera, donde empezó todo...ahí mira Corchito a José, ahí mira Jose a "Corchito", "gran viaje, amigo mío. Ha merecido la pena", "hasta luego, compañero", y el buen animal se derrumba en la tierra exhalando su último suspiro...
de ese mismo aire que tampoco necesitó cuando andaba tras un trapo rojo más allá de las estrellas.
Mayo de 1997. Feria de San Isidro. Las cámaras de televisión de la mafia prisaica como testigos. Abría cartel Ortega Cano, después Litri y cerraba José Tomás. Los dos primeros unos auténticos deshechos de tienta ya por entonces, Tomás...un chico de 21 años del que los que sabían de esto decían que había que verlo.
Y lo vimos. ¡Vaya si lo vimos!.
Las corridas empezaban a las siete de la tarde, hora ideal para alguien como yo que en ese momento ya tenía preparado todo el asunto para la tarea de la tarde-noche en el bar, me sentaba junto a los viejos y veíamos tranquilamente los toros, al menos hasta el cuarto, yo escuchaba y hablaba poco, la Feria languidecía como casi siempre en Madrid...desastre de toros, de toreros y de lo que se terciara: un aburrimiento. Pero el aficionado a la tauromaquia puede que sea el hombre más creyente de todos; tarde tras tarde no falla a la cita con la esperanza de ver algo bueno, algo auténtico, algo que le haga seguir creyendo, porque a fin de cuentas...¿quién puede vivir sin creer en algo?.
Esa tarde parecía que iba a ser una más.
Parecía.
Cuando José Tomás le hizo su quite reglamentario al segundo toro de la tarde limpió de un plumazo las legañas que cubrían nuestros ojos: cuatro verónicas y una media ceñidísima que nos arrancó un olé que más venía del estómago que de los pulmones. El Litri quiso responderle y solo hizo el ridículo. En ocasiones es mejor no hacer nada que algo, pero eso sólo lo sabemos unos cuantos. Y Litri jamás fue de esos. Mató ese toro entre bostezos y recuerdos por lo que le habíamos visto hacer al chico de Galapagar.
Y salió "Corchito".
Y salió José Tomás...
En las tablas le recetó la primera verónica, y a base de éstas, a cual más templada y limpia, se lo sacó al centro del ruedo hasta que lo dejó tranquilo con una media verónica que causó estupor. Madrid entero se puso en pie como todo Dios que estuviera viendo aquello en ese momento.
La lidia continuó con pulcritud, manejada por profesionales, tíos que sabían cuidar al toro, hasta Dios necesita de los arcángeles, así que un gran torero también necesita buenos subalternos. Después de que "Corchito" hubiera sido picado, Tomás hizo su quite: unas ceñidísimas chicuelinas que nos llevaron al borde del infarto, recuerdo que Antoñete comentaba que no se podía hacer mejor la suerte...pasó el tercio de banderillas y Tomás cogió la muleta.
Se llevó a "Corchito" al centro del ruedo, como los toreros buenos, como los toreros valientes, lejos de todos, y allí, bajo un silencio ensordecedor, inició la faena con la izquierda, la mano torera, dos series templadas, de mano baja, que enloquecieron hasta a los funcionarios del Ayuntamiento. El toro, al verse sometido, vencido en la pelea, se rajó y tiró para las tablas; el bueno y bravo "Corchito" se dió cuenta de que ese crío le había podido con diez muletazos, y humillado se retiró de la lucha, se fue a buscar el refugio de la madera roja. Pero para él no había burladero alguno, así que no se pudo esconder de su matador, José fue a él y allí, en terreno de "Corchito", le plantó cara...
Uno a uno, como diamantes de la mina más de color, Tomás le fue sacando naturales imposibles, eternos, luminosos, perfectos a pesar de las reticencias de "Corchito", que no quería pero tragaba, aunque solamente fuera uno y otra vez la pausa, otra vez el tiempo parado, otra vez el Torero enfrontilado a los pitones del Toro, otra vez el aterrador silencio de la Verdad, otra vez el cite, con la muleta plana como la Tierra de los Antiguos, hermosa y salvaje, ingenua y brutal, desconocida y peligrosa...otra vez la voz del Hombre en trance, "¡Toro!", y el Toro que obedece y hace la curva imposible para intentar cornear el trapo rojo en lugar de la línea recta y empitonar al Torero, ya está dentro del Engaño, de la Curva del Tiempo, ya el Torero lo lleva en su regazo, hacia la cadera, el Misterio de la Vida en cuatro segundos eternos, ahí está todo, la Vida y la fin entre Toro y Torero, aquel sale del viaje en el trapo rojo y mira alucinado a su HAL 9000, abre la boca para atrapar más aire, en las alturas este escasea, y Ellos ya están tan alto que parece imposible que los sigamos viendo, ¿estaremos soñándolos?...otra pausa..."¡Toro!"...y Tauro que otra vez quiere atrapar el engaño, el Mentiroso engañado, sus estrellas le miran sorprendidas, otra vez al Encuentro, otro Viaje, más lento, más largo, más puro, más lejos...ya no hay oxígeno, apenas la luz puede seguirlos, "venga, uno más ahora que ya estamos llegando al Final...".
Y allí, en el principio de todas las cosas, el Espíritu Santo hunde el acero en la carne del Cuerpo...
ya se tambalea el Toro, ya salen los subalternos para hacerlo caer, ya los echa el Torero con un trueno en forma de palabra, ya se quedan otra vez solos toro y torero, ya se acaba el Viaje, junto a las tablas de madera, donde empezó todo...ahí mira Corchito a José, ahí mira Jose a "Corchito", "gran viaje, amigo mío. Ha merecido la pena", "hasta luego, compañero", y el buen animal se derrumba en la tierra exhalando su último suspiro...
de ese mismo aire que tampoco necesitó cuando andaba tras un trapo rojo más allá de las estrellas.