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La precarización del doctorado: “Mucha vocación y arroz para comer la última semana del mes”
Los beneficiarios de un contrato de formación como profesores universitarios denuncian los apuros económicos que atraviesan para terminar la investigación
Andrea García Baroja
Madrid - 24 feb 2023 - 05:30 CET
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Han estudiado cuatro años de carrera, como mínimo. Luego, uno o dos de máster. Solo han conseguido plaza los mejores expedientes, después de pasar el corte, y quienes sumen más puntos según los criterios establecidos. Dedicarán los siguientes años de su vida a investigar en su tesis. El año pasado se presentaron más de 7.000 candidatos para conseguir una de las 885 ayudas para la Formación de Profesorado Universitario (FPU) que ofreció el Ministerio de Universidades, y que dota de un salario a los jóvenes que quieren comenzar su camino hacia el doctorado. Los beneficiarios, futuro de la docencia superior e investigación científica española, insisten en que es el contrato de formación más “prestigioso” de España, pero también en que es parte de un sistema totalmente precarizado.
Lo primero que le dijeron a Manuel cuando comenzó la tesis fue que se olvidara de ganar dinero. El joven madrileño, que prefiere usar un nombre ficticio, tiene 24 años y fue beneficiario de la FPU 2021. Se la dieron a la primera. “Pero parece que la excelencia no se paga muy bien”, lamenta. Su cuenta bancaria se queda temblando a principios de mes, cuando tiene que abonar el alquiler, la luz y el agua del piso que comparte con dos amigos. “Me quedan menos de 200 euros para mí”, asegura el chico. Ha cobrado 1.040 netos en su primera nómina, una cifra similar a los 1.080 euros brutos de salario mínimo interprofesional (SMI) que ha aprobado el Gobierno para 2023.
“No lo quieres dejar porque eres un afortunado. Pero lo eres a costa de no poder ahorrar, de tener que pedir a tus padres 50 euros cada mes”, cuenta Manuel. Los sueldos mínimos que reciben estos jóvenes están regulados por el Estatuto del Personal Investigador en Formación, que establece una subida salarial por cada año de programa de doctorado. El Ministerio de Universidades planea incrementar el salario durante las tres siguientes convocatorias, algo que ya ha hecho en la de 2022. A partir de ahora, los doctorandos con este contrato de primer año cobrarán en 14 pagas 1.230 euros brutos mensuales, 1.317 los de segundo y 1.647,44 los de tercero y cuarto, frente a los cerca de mil que cobraban en los primeros cursos hasta ahora.
Fuentes de FPU Investiga, asociación por la defensa de los derechos del colectivo predoctoral, explican que la subida se puede revocar en cualquier momento. “Lo que pedimos es que se blinde en el estatuto para asegurar los salarios justos en el futuro”, explica Alejandro de Miguel, presidente de la agrupación. Los sueldos que establece ese estatuto son, en cualquier caso, un mínimo, y siempre pueden ser complementados por las universidades en las que se forman sus futuros profesores. “Aun así, casi ninguna lo hace”, añade De Miguel.“Cobraba más de camarero, y tenía menos ansiedad”, dice un doctorando
La vocación de Manuel es la investigación. “Pero de la vocación no se come”, asevera. Lo mismo opina Darío, que tiene 26 años y un familiar a su cargo con una enfermedad degenerativa. Al doctorando andaluz, que también prefiere usar un nombre ficticio, a duras penas le da para ayudar en casa y ahorrar con los 1.000 euros que está ganando en su segundo año de programa. “No contemplan la conciliación familiar. Solo se acepta una pausa por causas como el embarazo o ser víctima de terrorismo”, indica. “Cobraba más de camarero, y tenía menos ansiedad”, asegura.
Cuando alude al agobio, no se refiere únicamente al económico. Esperan más de un año para ver su nombre y DNI en la lista de resolución definitiva, ya sea en la columna de admitidos o de rechazados. Cada convocatoria se alarga más. El dictamen de 2021 tardó 380 días en publicarse. La convocatoria de 2022 salió el último día del año. “Fue un calvario, no podía planificar nada”, recuerda Darío. “Tu vida se queda bloqueada, y la incertidumbre pasa factura”, cuenta Lucía, una joven gallega de 27 años. Los doctorandos aseguran que enviaban sus dudas al correo del ministerio, aunque las contestaciones no contenían respuesta alguna. A veces, parecían automáticas. “Léete la convocatoria, me dijeron una vez, cuando mi problema no tenía nada que ver”, dice Darío. Y Lucía, que trabaja en su tesis en Barcelona, añade: “El aplicativo se bloquea, está mal pensado. Me paso la vida echando becas, y la peor experiencia de mi vida ha sido la FPU”.
El ministerio asegura que el buzón es atendido permanentemente por tres personas, cinco durante los procesos de solicitudes. Durante la convocatoria actual han respondido alrededor de 4.900 consultas, una media de 224 diarias. “Con carácter general, una misma cuestión recibe la misma respuesta”, explican, “sin que, en ningún caso, se trate de respuestas automáticas”.
Lucía obtuvo una beca Fulbright y otra de La Caixa con las que estudió un máster en Estados Unidos. Pero decidió seguir con el doctorado en España. “No me arrepiento, pero desde luego aquí no se dan buenas condiciones para ser doctorando”, lamenta la investigadora. Más de la mitad de su salario se ha ido en pagar el alquiler de un piso compartido a las afueras de Barcelona. “La primera etapa de la carrera académica no resulta atractiva para nadie”, expone. Manuel coincide: “El mundo de la investigación es así: mucha vocación y arroz para comer la última semana del mes”.
A estos tres jóvenes les rechinan también los criterios de evaluación que establece la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) y que han sido objeto de crítica en redes sociales por ser inasequibles para la mayoría de los solicitantes, que se encuentran en una fase incipiente de su carrera. También para quienes deben compaginar trabajo y carrera, o para quien no tiene contactos dentro de la academia. Entre ellos, figura tener aportaciones científicas de relevancia, haber participado en congresos y estancias o incluso contar con experiencia docente. “Todo eso se consigue habiéndose apiolado a trabajar gratis. ¿Quién puede permitirse eso?”, se queja Darío. “Pero, ¿qué experiencia docente vas a tener? No tiene ninguna lógica en unas becas destinadas a formar profesorado”, se queja Lucía. “Se presume que puedo haber pagado todo eso”, añade Manuel.
El ministerio defiende que el baremo actual permite alcanzar las puntuaciones máximas de cada criterio aportando varios méritos de categorías inferiores. “Asimismo, se ha eliminado el requisito de alcanzar el 40% de la puntuación en alguno de los criterios evaluados, con lo que cada solicitante podrá aportar los méritos que tenga, sin que una ausencia de experiencia investigadora pueda suponer la exclusión de la candidatura”, añade.
Obstáculos, reclamaciones y salud mental
Una de las demandas más recientes de los doctorandos es que se les aplique la subida del 2,5% a las retribuciones públicas para 2023, recogida en los presupuestos generales del Estado. Colectivos como FPU Investiga aseguran que a la gran mayoría de los beneficiarios no se les está aplicando. “Hay disparidad entre las universidades. Pocas lo subieron automáticamente, algunas aseguran que los doctorandos no pueden acogerse al aumento, otras no paran de poner trabas burocráticas”, explica De Miguel. Manuel desiste: “No lo voy a pedir porque tendré una ristra de decenas de mails sin resultado. Es pegarse contra un muro, luchar contra una administración ultraburocrática”.
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La lista de reclamaciones sigue. Darío y Lucía aseguran que comenzaron sus horas de docencia —necesarias para lograr el título de doctor y dar clases— sin ningún tipo de indicación o consejos. “Es muy grave. Vamos a ser los profesores del futuro y no nos estamos formando con ninguna herramienta del siglo XXI”, se queja Lucía. Acudir a convenciones y congresos es otro requerimiento para cualquier investigador. “Pero si no hay fondos, lo pagas de tu bolsillo y se acumulan los gastos”, prosigue la joven, que afirma que tampoco tiene opciones de hacer trabajo de campo para su especialidad en España. Precisamente, es al extranjero donde quieren irse muchos doctorandos, porque conseguir una mención internacional se considera ahora casi un básico. Para ello hay que marcharse de estancia tres meses, aunque la lentitud de los procedimientos se lo impide a algunos jóvenes como Darío: “Me quiero ir entre mayo y agosto, pero probablemente no resuelvan hasta julio, y yo no puedo adelantar el dinero. Así que igual me quedo sin mención”.
Al final del túnel, después de todo el proceso, los jóvenes aguardan una estabilidad laboral que tampoco llega. Y muchos saben, porque así se les ha repetido desde los propios equipos investigadores, que existe un mejor futuro fuera de España. La Ley Orgánica del Sistema Universitario, que se aprobará en pocos días, prevé un puesto fijo en una década: “Desde el inicio de los estudios de doctorado hasta la estabilización solo pasarán 10 años, consiguiendo así un rejuvenecimiento de la plantilla universitaria”. Universidades calcula que el 53,5% del profesorado permanente podrá jubilarse en los próximos 10 años.
Lo que sí llega para algunos son los problemas de salud mental, agravados por la incertidumbre y el estrés del procedimiento. “El doctorado se lleva la salud mental de mucha gente por delante”, asegura Lucía. “Das tu vida en cuerpo y alma, pero no tienes ni idea de adónde va”, prosigue la investigadora, que comenta que, al final, la inseguridad fomenta un ambiente competitivo. “Hay que hincharse a publicar, algunos se ven obligados a manipular datos para que quede un mejor resultado… es insano”, añade. La “fiebre de la publicación” es como lo llama Darío: “Mientras se mantenga toda esa lógica dentro de la academia, el futuro no será positivo. Y cuando quieres romper con ello, solo encuentras incomprensión”.