El primo del Adric
Madmaxista
La patrulla 'lgtb' de la Policía que vela por los derechos LGTBI: "Si a mí me llaman lesbiana, me doy media vuelta y me voy. Tenemos la piel muy fina y no todo es un delito de repruebo. A veces sólo es un hecho odioso"
La asociación LGTBIPol, con más de 300 agentes, lucha por la sensibilización y la diversidad dentro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. "Como en el resto de la sociedad, claro que hay homofobia en la Policía. Y machismo"Hay que zambullirse algo lejos en el lodo del tiempo, cuando en los alborotados años 60 los derechos civiles comienzan a avivarse en la hoguera de la Historia, para encontrar en la literatura gays por vez primera la expresión salir del armario. Como un maná de libertad sensual, el colectivo LGTB se iba sacudiendo la polvareda milenaria del ostracismo; aún tendría que llegar la revuelta del bar Stonewall de Nueva York en el 69, bendita noche de cuchillos largos traída hoy como símbolo del pink power y punto de partida de todas las celebraciones del Orgullo que en el mundo han sido. Y aún así, medio siglo después, la tramontana lgtb sigue agazapada en demasiados países y en no pocos entornos.
Enfilado el 2024, en ciudades como Madrid el colectivo ha levantado un imperio de libertades LGTB con el pintoresco barrio de Chueca como una de las capitales de la cosa. Salir pues del armario en la gran urbe ya no es el mayor de los pecados (ahí está su desfile del Orgullo, el tercero más multitudinario del planeta), se denuncian más delitos de repruebo que nunca y los tentáculos de la sensibilización se cuelan hasta en los territorios más diestros. Pero, ¿qué pasa en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado? ¿Están estos organismos alineados con la mirada LGTB del mundo? ¿Han abierto sus principios fundacionales, más bien conservadores, a las realidades de este colectivo que, según ratifican las estadísticas, ya es el 1o% de la población?
Para medirle la temperatura a estos asuntos, en 2016 vio la luz en Madrid la asociación LGTBIPol, a la que a día de hoy pertenecen 300 agentes de la Policía Nacional, Municipal y Guardia Civil. Todos ellos personas lesbianas, gays, tras*exuales o bisexuales que abrazan su identidad sensual y su labor de servicio bajo esta enredadera de siglas. «Uno de nuestros objetivos es educar a otros compañeros para que tengan la sensibilidad necesaria a la hora de trabajar», explica a GRAN MADRID Rufino Arco Tirado, miembro de la junta directiva de LGTBIPol.
-¿En qué sentido?
-Por ejemplo, en algo tan simple como que reconozcan el género no binario. Se van a a encontrar con estas personas en la calle, en las comisarias, y es fundamental que sepan cuál es su realidad. O a la hora de cachear a una persona tras*. Y si alguien va a la Policía a denunciar un delito de repruebo, que los agentes tengan los conocimientos necesarios para fundamentarlo.
Otro de los objetivos de esta agrupación es favorecer la visibilidad LGTB dentro de las propias corporaciones. «Que los compañeros tengan un espacio seguro en el que poder hablar [si ellos mismos sufren algún tipo de discriminación por parte de un mando u otro agente, o incluso si son víctimas de una agresión de una pareja]», insiste Rufino. «Y también estamos peleando para adaptar la normativa interna, por ejemplo, en el tema tras*».
-¿Qué dice esa normativa tras*?
-Nada. No existe. Y habría que poner por escrito, por ejemplo, cómo ha de ser el uso de los vestuarios de los agentes en los módulos compartidos.
A sus 41 años, Rufino lleva 16 en el Cuerpo Nacional de Policía. Y fue él, con un grupo de compañeros que abanderaban las reivindicaciones LGTBI, quien decidió poner en marcha la asociación. «Llegó a nuestros oídos que varias personas del colectivo no quisieron ir a denunciar a la Policía porque pensaban que no iban a ser bien atendidas. O el caso de un agente que tenía problemas con su pareja y se veía incapaz de ir a una comisaría y gestionarlo», cuenta Rufino, que además de funcionario había sido finalista en Mister lgtb España y ya era conocido dentro del colectivo como el poli lgtb. «Como ya tenía algo de experiencia con las entrevistas, me convertí en la cara visible de LGTBIPol».
-¿Ese farallón de visibilidad le ha pesado en alguna ocasión?
-No, e incluso diría que me ha ayudado a ser más feliz. Porque una vez que sales del armario y das la patada en la puerta, ya no hay marcha atrás ni nada que temer. De todas formas, yo nunca lo he ocultado, salvo una época en la que mi pareja era inspector y él no quería airearlo, así que si yo salía del armario inevitablemente le sacaba también a él. Además, yo jamás he escondido mi pluma, y he dado por hecho que tarde o temprano se sabría.
Begoña Gallego Luis, también policía nacional, es la presidenta de la asociación. Ella mejor que nadie conoce las asignaturas pendientes de esta lucha que, con frecuencia, se mueve en arenas movedizas. Una lucha que en su caso es de doble carril: es una agente lesbiana, pero también es una agente mujer. «La Policía es un reflejo de la sociedad, y las mujeres seguimos invisibilizadas en muchos entornos», reconoce. «Dentro del cuerpo, y no me corto en decirlo, sigue habiendo mucho machismo». ¿Y homofobia? «La misma que en el resto de la sociedad».
Le pedimos a Begoña algunos ejemplos: «A la hora de detener a un varón, siempre tiene que ir otro hombre conmigo. Y eso lo puedo llegar a entender, por una cuestión de paridad de la fuerza física. Pero cuando se trata de ascensos, de los puestos importantes de confianza... con las mujeres se cuenta muchísimo menos. Y lo sé porque mi pareja tienen un cargo en la Policía y se encuentra en reuniones donde hay siete jefes y quizá sólo dos jefas».
En estos ocho años de historia de LGTBIPol, uno de los episodios que más polvareda levantó fue cuando en 2018 algunos de los miembros de la asociación quisieron desfilar en el Orgullo de Madrid con sus uniformes. En el caso de los policías nacionales, el Ministerio del Interior, comandado por Fernando Grande-Marlaska (abiertamente gays), les dio una autorización que terminó siendo revocada la víspera de la manifestación. «Lo único que queríamos era dar visibilidad al Cuerpo, igual que se hace en otros Orgullos del mundo, como en el de Nueva York, donde una representación de agentes desfila con su uniforme. Pero el día antes, el secretario de Estado de Seguridad nos dijo que no iba a poder ser, porque habían recibido unas llamadas de última hora, 'presiones políticas'. El mismo día de la manifestación, Markaska nos recibió en su despacho. Se hizo una foto con nostros y la subió a las redes sociales para mostrarnos su apoyo, pero nos dio a entender que estaba atado de pies y manos».
Explica Rufino: «Queríamos que fuese algo similar a las procesiones de Semana Santa, donde siempre hay una representación oficial de la Policía. Pero se agarraron a un tema jurídico: y es que las procesiones no se consideran un acto reivindicativo y el Orgullo sí, y los estatutos no permiten que los agentes nos posicionemos».
Más suerte tuvo Arantxa Miranda, policía municipal de Madrid y también miembro de LGTBIPol, pues ella sí que obtuvo los permisos del Ayuntamiento -con la entonces edil Manuela Carmena- para desfilar uniformada. «Entregué el arma y la placa y fui en la manifestación con una representación de agentes de otros países, pero no con mis compañeros de la Policía Nacional », dice. Con lo que no contaba Arantxa es con el repruebo que aquel paseíllo reivindicativo iba a desatar en redes sociales. «Me pusieron verde. Y no por mi orientación sensual, sino que recurrieron a mi trayectoria profesional. Dijeron que yo jamás me había puesto las botas de Policía y que sólo usaba el uniforme para hacerme fotos. Era todo mentira, porque hasta entonces yo había estado en muchas investigaciones de la Policía, como la Operación Surco contra aluniceros, había sido motorista de tráfico...».
Hoy, Arantxa es la cara visible de la Unidad de Gestión de la Diversidad de la Policía Municipal de Madrid, una comisaría pionera en España especializada en los delitos de repruebo, una coctelera en la que entra la discriminación por racismo, xenofobia, orientación e identidad sensual, género, prácticas religiosas, origen étnico, diversidad funcional, discapacidad, ideología... Por su trabajo en esta Comisaría de la Diversidad, Arantxa ha dado muchas formaciones a otros compañeros. Y aunque los agentes reciben estas actualizaciones con muy buen talante, recuerda algún caso aislado de rechazo frontal: «En una formación de inspectores en Ávila, yo estaba hablando del cacheo a personas tras*, y uno de ellos dijo que no estaba de acuerdo con lo que estaba contando, se levantó y se fue». Y sin embargo, Arantxa reconoce que el Ayuntamiento de la capital, «independientemente de los partidos, está haciendo un gran esfuerzo en la formación de agentes en materia de diversidad».
¿Y qué hay de la polémica de algunos agentes que, aprovechándose de la nueva Ley tras*, han hecho el cambio registral de género? «Eso es un fraude de ley, porque te estás cambiando de sesso para beneficiarte de una serie de ventajas, por ejemplo en las pruebas físicas de una oposición», dice Begoña. «Pero una vez que se solicita el cambio en el Registro Civil, luego hay que ratificarlo delante de un juez. Yen estos años solo ha habido un caso: el de una persona que fue al registro y se benefició de las oposiciones por ser un varón. Pero luego todo eso se desestimó y se anuló. No es tan fácil como la gente cree. De hecho, los tras* que hay en el Cuerpo se pueden contar con los dedos de una mano».
En el caso de la Guardia Civil, mucho más vinculada a los entornos rurales, la situación de sus agentes LGTBI es a menudo más peliaguda. «Cuando entré en la academia, tuve que meterme de nuevo en el armario», confiesa Antonio (nombre ficticio), de 43 años. «Además yo tuve una vocación tardía, llegué allí con 39 años y estaba rodeado de chavales de 25 que no sabes de qué palo van. Entonces busqué en Google alguna asociación que pudiera representarme, me encontré con LGTBIPol y me hice socio. En estos cuatro años, en cada uno de los destinos en los que he estado he ido con tiento al principio, imagino que como en cualquier otro trabajo. Hay algunos jefes de la vieja escuela a los que la gente todavía les tiene miedo. Pero poco a poco me he ido abriendo. Y hoy mi marido viene a los eventos del cuartel, mi situación civil con otro hombre está absolutamente normalizada, e incluso yo mismo participo de las bromas subidas de tono, que las hay, como las hay de los heteros, con total naturalidad».
Pablo (también nombre ficticio) es otro de los guardias civiles de LGTBIPol. «Como en estos entornos nadie cuenta nada, te sientes un poco solo», explica. «Ellos hablan abiertamente de mujeres, de sus conquistas del fin de semana... Y tú te callas, porque quieres dar una imagen respetable y que tu condición sensual no manche tu profesionalidad. Me destinaron a un pueblo, y ya era famoso antes de llegar: me convertí en el guardia civil lgtb en ese y todos los pueblos de la comarca, y al ser gays estás en el punto de mira». Pablo recuerda incluso el bullying al que le sometió un mando durante bastantes meses: «No hacía referencias explícitas a mi condición sensual, pero me ridiculizaba delante de los otros agentes con cuestiones del trabajo... Me afectó psicológicamente y en mi rendimiento, y lo pasé realmente mal». Tras cambiar de destino, hoy Pablo confiesa encontrarse «fenomenal».
Desde 2016, el gran caballo de batalla de LGTBIPOL ha sido la toma en consideración cada vez más profesionalizada de los delitos de repruebo. «No es fácil, porque se trata de algo subjetivo», explica Arantxa, muy familiarizada con todos los casos que llegan a la Comisaría de la Diversidad. «Yo te puedo llamar 'lgtb' porque tienes una expresión de género no acorde a lo que yo entiendo por masculino. Y a lo mejor ese día revientas porque llevas años con esa mochila de ser el lgtb, y te atreves a denunciar. Pero para tipificarlo como delito de repruebo tiene que haber una gratuidad de los hechos, o unos antecedentes, o la intención de ir contra el colectivo y no contra una persona en concreto... Ynosotros te vamos a atender con mucha empatía, te vamos a intentar tranquilizar, se va a investigar, podemos incluso hacer una mediación antes de ir por la vía penal o administrativa... Pero a lo mejor no hay un hay un delito de repruebo, sino un hecho odioso».
Begoña va un paso más allá: «Voy a tirar piedras sobre nuestro propio tejado, pero es verdad que se dan muchos casos que son una filfa. Si a mí alguien me llama 'lesbiana', me doy media vuelta y me marcho. Pero hay gente que por un insulto de 'lgtb', algo que no debería pasar y está mal, por supuesto, denuncia. A veces tenemos la piel muy fina, saturamos el sistema... Y no hay que olvidar que los delitos de repruebo son algo muy serio».
La patrulla 'lgtb' de la Policía que vela por los derechos LGTBI: "Si a mí me llaman lesbiana, me doy media vuelta y me voy. Tenemos la piel muy fina y no todo es un delito de repruebo. A veces sólo es un hecho odioso"