castguer
Madmaxista
Un perturbador sesgo eurocéntrico ha quedado patente en casi todas las historias ya consolidadas de la arquitectura moderna, desde Die Baukunst der neuesten Zeit (1927) de Gustav Adolf Platz, hasta Teoría y diseño arquitectónico en la era de la máquina (1960) de Reyner Banham, con las que la interpretación siempre ha estado en deuda. Pese a la discreción ideológica con la que tanto Platz como Banham lograron excluir de sus títulos cualquier mención a la arquitectura o a la modernidad, ambos llegarían a formar parte de esa polémica tradición historiográfica que el historiador marxista Manfredo Tafuri describió como 'operativa', es decir, como instrumental desde el punto de vista ideológico.
Las limitaciones de este enfoque van siendo cada vez más evidentes a medida que nos vamos viendo arrojados al vórtice modernizador del siglo XXI, puesto que la producción global de arquitectura, con independencia de cualquier calidad intrínseca, excede con mucho la perspectiva crítica de cualquier observador individual, pese su imaginaria imparcialidad. Esta aporía queda enormemente exacerbada por el hecho de que la modernización tecnológica se ha convertido en un destino irreversible, más un corolario del «vuelco» climatológico que un legado liberador de 250 años que se remonta hasta la Ilustración. Las aspiraciones progresistas de esta tradición pudieron ser heredadas por cada sucesiva generación hasta las fracturas apocalípticas que ocurrieron a mediados del siglo pasado: piénsese en el genocidio del Tercer Reich y en la casi gratuita exhibición de las armas nucleares.
Estas aberraciones instrumentales que siguen persiguiéndonos a escala global, más el fracaso histórico del socialismo, parecen arrojar ahora una larga sombra sobre la trayectoria de lo nuevo, en especial sobre la promesa socialdemócrata del estado de bienestar frente al triunfo actual de la modernización impulsada por el mercado, que bajo la égida del capitalismo globalizado carece virtualmente de cualquier clase de intención paliativa. La supremacía corporativa tras*nacional y la decadencia del estado nación han puesto gravemente en cuestión lo que podríamos entender hoy en día con el término 'moderno', o incluso con la controvertida palabra 'crítico', dada la extensión cada vez mayor de ese ámbito 'sin valores' de la tecnología digital y de esa caja de Pandora que es la nueva naturaleza creada por la aplicación generalizada de la manipulación genética.
Ahí radica la paradoja que afronta la arquitectura de nuestro tiempo, pues mientras que la tecnociencia, en la forma de una ingeniería estructural y ambiental digitalmente impulsada, lleva el arte de construir hasta un nivel enteramente nuevo de sofisticación cultural, este potencial aparentemente positivo tiende a verse viciado por nuestra falta de cualquier visión omnímoda más allá de la perpetuación de una economía consumista residual de la que depende fatalmente nuestra acumulación continua de riqueza mal distribuida. De esta manera, el «inacabado proyecto moderno» de Jürgen Habermas, está socavado por el vacío tecnopolítico que habita en el corazón mismo del mundo tardomoderno. Como profetizó Marx con tanta autoridad a mediados del siglo XIX, 'todo lo que es sólido se disuelve en el aire'.
Y así, el impulso democrático radical queda.......................SIGUE
Las limitaciones de este enfoque van siendo cada vez más evidentes a medida que nos vamos viendo arrojados al vórtice modernizador del siglo XXI, puesto que la producción global de arquitectura, con independencia de cualquier calidad intrínseca, excede con mucho la perspectiva crítica de cualquier observador individual, pese su imaginaria imparcialidad. Esta aporía queda enormemente exacerbada por el hecho de que la modernización tecnológica se ha convertido en un destino irreversible, más un corolario del «vuelco» climatológico que un legado liberador de 250 años que se remonta hasta la Ilustración. Las aspiraciones progresistas de esta tradición pudieron ser heredadas por cada sucesiva generación hasta las fracturas apocalípticas que ocurrieron a mediados del siglo pasado: piénsese en el genocidio del Tercer Reich y en la casi gratuita exhibición de las armas nucleares.
Estas aberraciones instrumentales que siguen persiguiéndonos a escala global, más el fracaso histórico del socialismo, parecen arrojar ahora una larga sombra sobre la trayectoria de lo nuevo, en especial sobre la promesa socialdemócrata del estado de bienestar frente al triunfo actual de la modernización impulsada por el mercado, que bajo la égida del capitalismo globalizado carece virtualmente de cualquier clase de intención paliativa. La supremacía corporativa tras*nacional y la decadencia del estado nación han puesto gravemente en cuestión lo que podríamos entender hoy en día con el término 'moderno', o incluso con la controvertida palabra 'crítico', dada la extensión cada vez mayor de ese ámbito 'sin valores' de la tecnología digital y de esa caja de Pandora que es la nueva naturaleza creada por la aplicación generalizada de la manipulación genética.
Ahí radica la paradoja que afronta la arquitectura de nuestro tiempo, pues mientras que la tecnociencia, en la forma de una ingeniería estructural y ambiental digitalmente impulsada, lleva el arte de construir hasta un nivel enteramente nuevo de sofisticación cultural, este potencial aparentemente positivo tiende a verse viciado por nuestra falta de cualquier visión omnímoda más allá de la perpetuación de una economía consumista residual de la que depende fatalmente nuestra acumulación continua de riqueza mal distribuida. De esta manera, el «inacabado proyecto moderno» de Jürgen Habermas, está socavado por el vacío tecnopolítico que habita en el corazón mismo del mundo tardomoderno. Como profetizó Marx con tanta autoridad a mediados del siglo XIX, 'todo lo que es sólido se disuelve en el aire'.
Y así, el impulso democrático radical queda.......................SIGUE