pacomer
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Acratas
Acratas
Según Lovecraft la primera referencia moderna al mito del inefable monstruo viene en el famoso y maldito libro de tapas forradas con piel humana, el Necronomicón, una compilación del insano hispanoárabe y cabalista Abdul Alhazred. El libro que vuelve loco a quién lo lee, y que a juicio de algunos, como Jacques Bergier, no sería el producto de la fantasía de Lovecraft, ni se hallaría en la virtual Universidad de Miskatonic, sino que habría encontrado en los modernos y obedientes súbditos, los descendientes arabes-españoles de Abdul Alhazred, los continuadores y protagonistas de dos capítulos insuperables: la Constitución del 78 y la Burbuja Inmobiliaria más grande que los siglos hayan visto.
El Reino de Juan Carlos poco tendría que envidiar al de Cthulhu, incluyendo el olor a pescado podrido, ese que delata la presencia del sobrenatural molusco como el de la corrupción sepulcral acompaña a la monarquía del fratricida capeto. El horror de Dunwich ya no ocurre en un pueblo de existencia literaria, la maldición tras*generacional va impresa en cada españolito, que cual cruce de calamar y homínido, rememora el legado de aquellos misteriosos antepasados padrinitos constitucionales, los venidos de las profundidas de la mar océana franquista, con una realidad de ritos cthulhuianos-borbónicos de arcano incomprensible para el que no mame del festín partitocrático. Los botinescos de la orden del Dagón convocan a los hispánicos a celebrar la podredumbre constitucional con la monocorde salmodia que desgrana el bajo continuo hipotecario del himno a coro: "CTHULHU FHTAGN, CTHULHU FHTAGN". Los primordiales oligarcas y los politicastros de la orden de la escama, con sus equinodermos pedrosjotas y pospolanquitos, cuidan de que el españolito, buen súbdito, no desafine.
Mientras tanto España ya se ha ido llenando de una baba marina pringosa que todo lo cubre y se lo come. No hay dinero para pagar, el Estado se hunde y Ctulhu viene a por lo suyo, a que le sacrifiquen pepitos mejillones de pie anclado a descomunales arrecifes hipotecarios. Cómo no, el de Santander hace el rito y el gesto, y fractura sin problema a los tozudos bivalvos de carne embargada, el Zapateriano secciona con cierta torpeza el contenido para colocárselo en el tentáculo que rapidamente se retrae para aprestarse a devorar al siguiente con poca gracia de una cola de millones. El coro, más chillando que cantando, en blasfema y obscena danza, alcanza el paroxismo ante su Dios partitócrata con la repulsiva letanía:
"CTHULHU Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn!!"
También ellos son devorados.