La guerra entre hombres y mujeres ya está perdida en Occidente. Lo dice el Papa.

Fudivarri

EL ESTADO ES TU PEOR ENEMIGO.
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Las federaciones vetan a las atletas «tras*exuales» o se acaba con el deporte femenino. Aquí tenéis a un cachopín tras*exual.

Hijos míos:

El mundo de los hombres y el de las mujeres han sido siempre muy distintos, son mundos jovenlandesalmente incompatibles en ideas e intenciones, aunque perfectamente complementarios. Pensad un poco antes de saltarme a la yugular.

Los hombres son fuertes, toman lo que desean si no hay otro hombre que se oponga, en cuyo caso lucha contra él o desiste. El hombre pertenece a un mundo físicamente jerárquico, colaborativo, tribal, un mundo de cazadores que han de estar organizados o no comen ni ellos ni su tribu, mujeres y niños incluidos. Los hombres se entienden entre sí fácilmente. El brujo no tiene lugar en su mundo más que para los entierros y otras ceremonias apolíticas.

La mujer pertenece a un mundo de partos peligrosos, reglas dolorosas, fin precoz y competencia entre ellas por el mejor leche posible. Desde que es mujer, a eso de los doce años, toda mujer compite con todas las demás por atraer a los mejores machos. Si otra mujer la supera, la odia y la extermina si puede. Porque del favor del macho depende su existencia y la de sus larvas. Ella tiene la clara conciencia de que, si da lo mejor de sí misma, tiene derecho a todo, es la mejor. A cambio, toda mujer fértil coquetea con la fin en cada embarazo como no lo hace un hombre, que sólo muere en acto de servicio, de caza o de guerra.

La mujer es, por otra parte, un premio al esfuerzo del hombre, es la amada sin consentimiento, nunca asesinada, en caso de victoria en una batalla (lo que vienes a ser más de lo mismo: copular con el más fuerte mientras lloriquea para acelerar su orgasmo, que es lo que hace también siempre en las relaciones consentidas). El hombre ejerce su potencia. La mujer, su astucia, porque en fuerza no puede ni quiere competir. A ninguna mujer tras*exual convertida en hombre se le ocurre, por ejemplo, competir en categoría masculina en ninguna clase de deporte.

Si el del hombre y la mujer son mundos tan distintos, ¿cómo conciliamos socialmente tales diferencias? Muy sencillo. A través del proceso de la civilización. Civilizado es un mundo ficticio común donde hombres y mujeres conviven si no en régimen de igualdad, sí compatibilizando sus vidas. Y aparecen entonces la religión (el brujo), la propiedad –y mujeres e hijos forman parte de la misma–, la ganadería, la alfarería (todo creaciones del hombre empujado por la mujer a su conveniencia y a la de la supervivencia de sus retoños, pues parir y sacar adelante a sus crías es la única función para la que fue creada por Dios). El resto lo hace el hombre, lo inventa el hombre(1).

Así, visto y comprendido esto, toda civilización funcional se basa en aislar los dos papeles sociales tan diferentes permitiendo su contacto de manera reglada, tal como sucede en las civilización islámica(2). Cualquier sociedad que se base en la igualdad estricta de hombre y mujer es una problemática aberración sin ningún sentido natural. Occidente se ha resistido a tal monstruosidad mientras ha podido, que es hasta que el crédito impagable le obligó as asumir ideas hebraicas, ajenas a la civilización griega y romano-cristiana. No hablemos ya de la pluralidad de sexos y subsexos de la LGTBIQ+. Todo eso es impudicia antinatural. Dos machos gayses no procrean. Que adopten hijos es grotesco y cruel para el niño. Dos lesbianas crean una aburrida relación almibarada, igual de aberrante. Un tras*exual es un ser cómico, un actor para la diversión y el teatro, como el de las drag queens. No resultan socialmente funcionales ninguno de ellos. Del mismo modo que un niño se queda cojo, deviene lgtb. No ser hombre o mujer heterosexual es una tara, como la de nacer con una giba o sin paladar.

Sé que lo que digo no es’ moderno’, pero habréis de tener en cuenta que soy un Papa infalible. Sé que mi discurso contraviene el diseño social del poder de la Cábala Financiera, cuyo objetivo es crear una humanidad aberrada fácil de dominar y de exterminar por su división en sexos, subsexos, etnias, razas, lenguas e ideologías políticas. Pero ni ciencia ni religión tienen nada que ver con la modernidad. Mi objetivo es solamente la búsqueda de la verdad, aunque duela.

Benedicat nos.

BENEDICTO XVI


(1) Las mujeres no inventan nada, pues realmente nada necesitan que no sea natural. Es el hombre el que inventa para ellas el maquillaje, los secadores de pelo, el tampón o la copa vaginal.
(2) En la Iglesia católica lo tenemos muy claro. Los sacerdotes deben ser solteros, sin hijos legítimos, si es posible, célibes. Las mujeres no pueden ser sacerdotes. Si sienten la llamada de Dios, van a conventos de monjas los cuales, no pocas veces a lo largo de la historia, han sido proveedores de sesso clandestino para los clérigos. En los cementerios de los conventos, siempre privados, yacen los cadáveres de los frutos de esas relaciones.
 
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Y no lo leéis porque sois una banda de memos.
 
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