La gerontocracia española: 8,5 millones de mayores sostienen al bipartidismo

Bartleby

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El electorado de más de 65 años presenta pautas de comportamiento diametralmente opuestas al resto, de lo cual se valen PP y PSOE para contener su retroceso y mantenerse en cabeza. Ciudadanos y Podemos son incapaces de seducir a esa parte de la población: el 92% de los mayores rehúsa apoyarlos.
Ha pasado más de un siglo desde que Miguel de Unamuno criticara la “vetustocracia” que en la España de finales del XIX dominaba y condicionaba la vida pública, impidiendo cualquier atisbo de regeneración o ruptura con los cánones de aquel país en decadencia. “El senil formalismo” coartaba a las nuevas generaciones -“habrá jóvenes, pero juventud falta”-, justo lo contrario de lo que ocurre ahora, cuando se recela de la veteranía en cualquier ámbito político y la bisoñez parece ser por sí misma un atributo. En las elecciones generales de diciembre todas las formaciones salvo el PP presentarán candidatos noveles, en el marco del proceso renovador que en los últimos años ha afectado a las instituciones españolas, con la Corona a la vanguardia.

Sin embargo, un análisis detallado de la estructura social revela que son los mayores quienes tienen la sartén por el mango, siendo con diferencia el grupo demográfico más decisivo. Es un rol sigiloso, que no se refleja en la elección de mandatarios longevos -de hecho España siempre ha sido una rara avis en eso, al ‘jubilar’ a los políticos mucho antes que los países de su entorno-, pero de importancia creciente.

De esta circunstancia sale beneficiado el bipartidismo, en especial el PP, y perjudicados los emergentes, en particular Podemos. Y es que nuestros mayores presentan pautas de comportamiento socioelectoral muy distintas a las del resto de la población, lo que instaura una suerte de gerontocracia encubierta. No tenemos un consejo de ancianos gobernando, como en las sociedades primitivas, ni un Politburó de septuagenarios, como en la URSS de los 80, pero sí unas características demográficas que en la práctica permiten a los mayores hacer valer sus criterios. Los hay que hablan incluso de conflicto generacional.

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Quizá no haya para tanto, pero sí es una realidad incontrovertible que los 8,5 millones de españoles que tienen 65 o más años son el nicho más numeroso del electorado (22%) y los que mayores índices de participación marcan (el 92% dice estar dispuesto a acudir a las urnas el 20 de diciembre). Son más, votan más y lo hacen distinto al resto, porque siguen abrazando mayoritariamente a PP y PSOE (51,2% suman en intención directa de voto [IDV] + simpatía en ese sector), en un contexto de deterioro generalizado del bipartidismo (35,8% es su nivel de respaldo medio). Los populares arrasan en IDV entre nuestros mayores (26,9%), con los socialistas en segundo lugar (19,2%) y los emergentes en posiciones marginales: a Ciudadanos lo apoyaría el 4,1% y a Podemos el 1,5%

“Se le presta poca atención, porque ahora la moda son los jóvenes, lo nuevo, etc. Pero Europa entera, y especialmente España, tiene un gran reto, que es el envejecimiento de la población”, analiza Óscar López, exnúmero tres del PSOE, que ha participado en la dirección de numerosas campañas de su partido y forma parte del equipo electoral de Pedro Sánchez.


En efecto, nuestro país es el tercero más envejecido del continente, circunstancia que para López tiene muchos efectos, “por supuesto electorales”, pero que también debe abocar a una reflexión, por ejemplo, sobre “qué haremos con las pensiones cuando se llegue a 15 millones de beneficiarios del sistema”. Un informe del CSIC publicado este mismo año alerta de que la generación del baby-boom (nacida entre 1958 y 1977) “iniciará su llegada a la jubilación en torno al año 2024”, provocando la consiguiente “presión sobre los sistemas de protección social”. Ese mismo estudio calcula que los mayores de 65 serán en 2041 un tercio del total, mientras en 1981 apenas representaban el 11%.

“Entre la baja tasa de natalidad que tenemos y el aumento de la esperanza de vida, evidentemente cada vez hay más gente mayor, esto es de perogrullo y tiene un enorme peso electoral pero también es un reto económico, demográfico… hay que ver qué vamos a hacer con una Europa donde la edad media se sitúe en 55 o 60 años”, continúa el hoy portavoz socialista en el Senado, encargado de negociar los debates electorales en los que participará Sánchez en campaña.

Gran rechazo a Iglesias
A corto plazo, lo evidente es que esa bolsa de votantes está neutralizando las veleidades de cambio del statu quo que mayoritariamente presenta la población de entre 18 y 44 años, que apoya más a C’s y Podemos que a PP y PSOE. La situación es especialmente preocupante para el partido de Pablo Iglesias, a quien “con toda seguridad” jamás votaría el 67,2% de los mayores. Ese índice de rechazo es mucho mayor al que su formación obtiene de media (52,1%) y al que registran el resto de partidos en el target de la tercera edad, que en un 48,3% descarta a Ciudadanos, en un 41,5% al PP y en un 38,6% al PSOE.

Iglesias es consciente de la situación y ha tratado de combatirla en todas sus campañas. En los mítines de mayo era habitual verle dirigirse a los mayores que en los 80 votaron a Felipe González, poniendo el ejemplo de su abuela y erigiéndose como el nuevo valedor del socialismo genuino. “El futuro tiene el corazón antiguo”, se hartó de repetir citando a Carlo Levi. La estrategia, de momento, no le está funcionando.

“Una de las fórmulas para poder atraer votantes en edad de jubilación tiene que ver con alterar las percepciones sobre qué partidos ofrecen garantía y cuáles no”, explica Jorge Moruno, sociólogo dirigente de Podemos, pieza clave en el diseño de la estrategia jovenlandesada. Moruno asume que tienen un problema con los mayores, porque “existe un imaginario según el cual los partidos tradicionales, sobre todo el PP, aportan seguridad a sus pensiones” y el gran reto es cambiar eso: “Es un trabajo sociocultural ímprobo para formaciones nuevas”.

Una labor a la que puede ayudar la elección de candidatos longevos, como Manuela Carmena, Lluis Rabell o, ya para las generales, Carlos Sánchez-Reyes o Javier Pérez Royo. Además, el partido pone especial énfasis en las pensiones, reclamando el aumento de las no contributivas y pidiendo que su financiación se garantice vía impositiva. Con todo, ese electorado que vivió la dictadura y aprecia lo logrado en democracia -“no hacerlo sería tanto como despreciar su propia vida”, apunta al respecto Óscar López- se resiste a comprar discursos disruptivos que plantean enmendar la plana al sistema.

Otra circunstancia que juega en contra de Podemos es la preeminencia de las mujeres en el electorado de más edad. Son hasta un 34% más numerosas que los hombres (4,8 millones frente a 3,6) y ya se ha relatado en este diario el escaso predicamento que Podemos tiene entre las féminas: apenas un 6,5% de ellas está decidida a votar a Pablo Iglesias. Además, tampoco le ayuda que un alto porcentaje de los mayores (27%) esté a favor de un Estado sin autonomías, cuando ellos defienden el derecho de autodeterminación de Cataluña, o que casi un 30% tenga bastante o mucha confianza en un Mariano Rajoy a quien la formación jovenlandesada no hace ninguna concesión.

Ciudadanos despierta menos rechazo entre los mayores, pero eso no se traduce en un apoyo medianamente aceptable para un partido que compite de tú a tú con los dos grandes en el resto del electorado. De hecho, supera al PP en todos los grupos de edad salvo el de los mayores de 65 y el de los que tienen entre 55 y 64 años. “La gente de mediana edad en adelante valora sobre todo la experiencia del gobernante y la tranquilidad económica, los nuevos partidos deben imponer el marco para seducir a esos votantes y combinar la atención a sus intereses con la creación de un foco puesto en las próximas generaciones”, señala Fran Carrillo, experto en discurso y estrategia que desde 2013 colabora con el proyecto de Albert Rivera.
Para Carrillo, esa bolsa de votantes “es la población que inclinará la balanza el próximo 20-D y más del 70% de ella afirma que los políticos no se preocupan por ellos más que en campaña, ahí está la clave”. Lo cierto es que Ciudadanos no ha conseguido mejorar sus datos en ese sector a lo largo de este 2015 de fulgurante expansión nacional. En mayo cosechaba un 6,9% en voto más simpatía, por el 5,6% de ahora, mientras Podemos ha pasado del 5,4% al 2,2% y PP y PSOE se mantienen estables en torno al 30% el primero y al 23-24% el segundo. Cada décima que se sume de aquí a diciembre en este electorado superpoblado y poco abstencionista vale su peso en oro.

Porque se da por hecho que estas generales registrarán una alta participación, que podría rondar el 77-79%. Suponiendo que entre los mayores sea 4-5 puntos superior, estaríamos ante un grupo de siete millones de votantes, de los cuales 2,2 serían apoyos seguros del PP y 1,65 del PSOE. Ya son más que todos los que en 2011 lograron IU y UPyD. Además, como son los que menos rechazo generan y más simpatía despiertan, es de esperar que también la mayor parte del 24% que aún no sabe a quién votar acabe abrazando al bipartidismo.


¿Y por qué esa fidelidad hacia populares y socialistas que no presenta ningún otro grupo? El politólogo José Fernández-Albertos aporta tres motivos: en primer lugar, “tienen una identidad partidista mucho más asentada que los jóvenes”, llevan décadas votando lo mismo y perciben al partido como algo propio; además, “sus hábitos de consumo de información política son diferentes, es lo que Belén Barreiro llama la España ‘analógica’ y la ‘digital’, que sirve para explicar muchas brechas en preferencias”; por último, están los “intereses”, “los grupos de mayor edad han sido los menos castigados por la crisis, son los más temerosos del cambio… en otras palabras, tienen razones objetivas para sentirse apegados a PSOE y PP, no es exagerado decir que estos partidos han defendido bastante bien sus intereses frente a los de otras generaciones”.

Y esta última cuestión lleva a Fernández-Albertos a respaldar la tesis del choque entre mayores y jóvenes, pues “hay cada vez más claramente un componente de conflicto objetivo de intereses entre generaciones”. El hecho de tener la esperanza de vida más alta de Europa (85,5 años las mujeres; 79,5 los hombres) contribuye a acentuar la dinámica, especialmente en las comunidades más envejecidas -Castilla y León, Galicia y Asturias-, donde la tercera edad representa ya más del 23% de la población total.

“En la vida intelectual, lo mismo que en el toreo, apestado también de formalismo, hay que recibir la alternativa de manos de los viejos espadas; lo demás no sale de novillero”, escribía Unamuno en 1895 sobre la sociedad de la época. Ahora, también en un escenario de cambio de paradigma, las nuevas generaciones parecen tener el camino expedito hacia la primera línea, aunque difícilmente podrán triunfar sin el beneplácito de sus mayores. La explicación de todo esto quizá esté en algún punto intermedio entre las enseñanzas unamunianas de En torno al casticismo y la añeja sentencia de Shakespeare: “Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes”.

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